sábado, 16 de julio de 2022

ALGUNOS HOSPEDARON ÁNGELES

 


Gn 18, 1-10; Sal 15(14), 2-3ab. 3cd-4ab. 5; Col 1, 24-28; Lc 10, 38-42

 

Marta, Marta, te afanas y te preocupas por muchas cosas, pero una sola... es la que se necesita… nunca deben estar separadas, sino que deben vivirse en profunda unidad y armonía… en un cristiano, las obras de servicio y de caridad nunca se desprenden de la fuente principal… la escucha de la Palabra del Señor, estando – como María – a los pies de Jesús.

Papa Francisco

 

Lo que Dios ama es contemplarse en Él, no el intento de sofocarlo para agradarle.

Silvano Fausti

 

El próximo viernes 29 de julio estaremos celebrando la fiesta de Santa Marta, Santa María y San Lázaro, tres hermanos muy cercanos a Jesús, donde el solía ir en Betania y donde se alojaba. Recordemos, además, que Jesús resucitó a Lázaro (Jn 11, 32-45). Esta celebración de los tres hermanos ha llegado a ser por un decreto que Papa Francisco expidió el pasado 26 de enero de 2021, el decreto estableció además que “dicha memoria deberá́ aparecer con esta denominación en todos los Calendarios y Libros litúrgicos para la celebración de la Misa y la Liturgia de las Horas”. Son firmantes del decreto el Cardenal Robert Sarah, y Mons. Arturo Roche, prefecto y secretario -respectivamente- de la Congregación para el Culto Divino. Resulta ser que la Liturgia de este Domingo será -de alguna manera-. un preludio de dicha festividad.

 

Más sobre el mandamiento del amor

Este episodio del evangelio, que nos ocupa hoy, está puesto -en San Lucas- continuando en el capítulo 10, exactamente a continuación de la parábola del Samaritano que actuó como prójimo. La invitación, para iniciar nuestra reflexión-contemplación para este XVI Domingo Ordinario del ciclo C, consiste en repasar las acciones del “Samaritano” en la parábola con la que nos motivó Jesús en la liturgia del Domingo pasado:

 

a)    Lo vio y se compadeció

b)    Se le acercó

c)    Curó sus heridas con aceite y vino y se las vendó

d)    Lo puso en el mismo animal que él montaba y lo condujo a un hostal

e)    Se encargó de cuidarlo

f)     Pagó con dos monedas los cuidados que el hostelero le prodigara

g)    Contrajo el compromiso de pagar los adicionales que fueran necesarios.

 

Queremos subrayar que esta hospitalidad que mostró el Samaritano no se extendía mientras se lo quitaba de la vista, no lo hizo por apaciguar el dolor que él presenciaba, no quería apaciguar su conciencia, sino que se extendió –previsivamente- con sincera y profunda preocupación por el otro, digámoslo así, hasta cuando fuera necesario, mientras su convalecencia durara.


 

Ahora, hagamos una nueva enumeración de acciones “hospitalarias”, se trata esta vez de Abraham –en la Primera Lectura de este domingo XVI Ordinario del ciclo C- que, estando en las montañas de Judá, “acoge” a tres hombres que –se habían allegado hasta su tienda. Pero antes de hacer la enumeración, hagamos notar que el pasaje bíblico de la Primera Lectura, transcurre bajo una encina que es símbolo de solidez y longevidad, dos cualidades muy afines con el que llegará a ser Abrahán:

 

a)    Levantó la vista y vio

b)    Se levantó rápidamente a recibirlos

c)    Los saludó con inclinación de cabeza hasta el suelo

d)    Les rogó que no pasaran de largo

e)    Les ofreció agua para lavarse y refrescarse los pies

f)     Les brindó la sombra protectora de los árboles

g)    Pidió a Sara amasar 20 kilos de harina (flor de harina) para hacerles pan

h)    Les hizo asar un becerro

i)     Les brindo, como entrada, cuajada y leche

j)     Estuvo allí parado, atento a lo que se les pudiera ofrecer.

 

No se trata de un cuidar mientras tanto, como si nuestra vida estuviera dividida en capítulos o en párrafos donde ya pasó esto y ahora punto a parte; es un compromiso que se extiende, que se prolonga, que dura; digámoslo de la siguiente manera, una vez se empieza a actuar “projimamente” ya la “projimidad” no se extingue, no es un “por ahora”, sino que es un vínculo que se ha establecido (queremos comentar que la palabra “establecido” significa que se ha hecho “estable”); este vínculo es de hermandad, de fraternidad pero no sólo con nuestros hermanos de carne y sangre, tampoco se limita a los cercanos en raza o en grupo social, sino con todo aquel que pueda esperar o necesitar algo de nosotros, claro, pues somos hermanos porque todos somos hijos del mismo Padre Celestial y hermanos en Cristo Jesús Nuestro Señor: ¡Una Alianza!

 

Ahora, no es necesario pasar a una definición abstracta de la hospitalidad, veamos los ejemplos bíblicos y extraigamos de ellos las consecuencias para nuestra vida. La Palabra de Dios está allí, no para convertirla en definiciones sino para traducirla en vivencias. Extrapolemos todas las conclusiones. Podríamos –para facilitar su comprensión- resumirlo diciendo que cada situación o cada vez que alguien (sin importar de quien se trate) se cruza en nuestra vida, en nuestro camino, es otro prójimo que nos regala Dios. Y, recíprocamente, cada vez que tenemos un nuevo prójimo, o nos hacemos conscientes  que esa “persona” es un prójimo, no es que nosotros “le demos” el cuidado o la atención que él necesita; es Dios mismo quien nos ha dado una oportunidad de cumplir con su mandamiento de Amor. Las acciones con las que traducimos el amor en realidad conforman la hospitalidad, diremos –pues, usando una fórmula que ha entrado en uso- que la hospitalidad es verbo, no sustantivo.

 

La hospitalidad se ejercita con el “peregrino”, con el “forastero”, y entre los pueblos del oriente medio esta práctica era proverbial y hasta indispensable para la sobrevivencia. Cruzar el desierto hacía necesario al transeúnte que se encontraba con los escasos habitantes, que estos últimos lo recibieran le prodigaran agua, alimento y cobijo. Repetimos que nació de una necesidad acuciante dentro de este contexto. Podríamos decir que Dios se valió de este lenguaje de la naturaleza agreste, para enseñarles y luego difundir –precisamente por medio de nosotros- esta enseñanza. El mundo siempre es “agreste” y enfatiza nuestra vulnerabilidad, nos lleva a precisar “la projimidad”.

 

Salmo de peregrinación

La fe del pueblo judío del pueblo elegido (y en general de los pueblos del medio oriente), se mostraba -entre otras cosas- en la peregrinación a los centros de culto, estas peregrinaciones son, para ellos, un precepto. También nosotros hemos aprendido a rendir culto a través de este tipo de acciones. Solemos “peregrinar” a nuestros centros de culto, especialmente allí donde Dios nos ha manifestado su bondad con algún prodigio; se trata de lugares donde Dios sigue comunicando y prodigando su Misericordia, algo así como la geopolítica de la fe, ventanas por donde la Bondad Divina se cuela desde su dimensión hasta la nuestra. En esos puntos se cultiva y se manifiesta la “fe popular”.

 

Esta fe –recordemos que Dios ha preferido dirigirsela a “sus pequeños” para confundir a los que se creen sabios- es una fe plena de “intuiciones”, sin ribetes, encajes ni florituras teológico-filosóficas. No podemos ni debemos combatirla, muy por el contrario, entender su fuerza como expresión de un diálogo muy personal entre Dios y su pueblo. Pero tampoco podemos cruzarnos de brazos y permitir que el “Malo” se agazape en sus sofisticados disfraces y medre allí. Aun cuando es un ángel “caído”, es un ángel, y cuenta con recursos de sofisticación inimaginable. ¡Estemos alerta!

 

El pueblo Israelita peregrinaba al Templo de Jerusalén, anualmente; y ¿qué hacían ellos? Pues en los atrios del templo se prodigaba una “catequesis” sencilla y resumida antes de ingresar en él; nosotros diríamos como una especie de ejercicio filtrónico-depurativo, para prevenir las desviaciones en la fe: recordemos entre las obras de caridad “enseñar al que no sabe” y “corregir al que yerra” (no se puede pasar de largo sin recordar que esto se debe practicar con caridad, no con arrogancia y soberbia de sabelotodo). Así nacieron por lo menos 4 salmos que vacunaban contra escorias paganas que salpicaban la fe monoteísta en YHWH; entre ellos está el de la liturgia de este Domingo XVI, el Salmo 15(14) que nos contesta “quién puede hospedarse en la Tienda del Señor y quién es digno de morar en su Monte Santo”.

 

De esta manera, descubrimos (o recordamos) otra forma de hospitalidad, otra expresión de la caridad cristiana: “enseñar al que no sabe” y “corregir al que yerra”. Esto es tanto más importante cuanto se trata de asuntos de fe, donde el “Malo” guisa sus caldos, donde el paganismo, la superstición y un sincretismos deformantes lo enturbian todo. Cultivar la fe es también depurarla de ese tipo de escorias. La hospitalidad no es sólo dar posada al peregrino.

 

No podemos pasar sin enfatizar que la “fe popular” encierra esa fuerza y esa verdad que proviene de Dios mismo, aun cuando muchas veces se manifieste sin toda la pureza ritual de la “liturgia” oficial-ortodoxa. Y ¡Cuidado! Porque muchas veces la fe de los “cultos”, de los “intelectuales”, tiende a hacerse una fe de eso, de ritos, pero una fe fría, de “sacrificios y holocaustos” que no agradan al Señor. Existe el peligro de mirar a Abel con los mismos ojos de Caín; todos nosotros podemos incurrir en ver con envidia que Dios se complace en el culto sencillo de la gente del común, de la gente del pueblo; y, en cambio, nuestro “docto” sacrificio no Le sea incienso agradable a Su Presencia.

 

Acoger nuestra misión de evangelizadores

Continuamos en la Carta a los Colosenses que iniciamos el Domingo anterior, la perícopa que nos ocupa esta vez es 1, 24-28. San Pablo (o su seudoepigrafista) está practicando esa hospitalidad a la que se refiere el Salmo, la depuración filtrónica de la fe, la evangelización. Se trata de la hospitalidad a la misión que hemos recibido cuando fuimos llamados y regalados con la fe, porque Dios se nos quiso revelar y, al hacerlo así, nos eligió como pueblo suyo. En la epístola se nos indica  no evangelizar a medias puesto que la misión que él ha recibido de Dios es anunciar un Mensaje Completo y en eso no para mientes en usar toda estrategia, en apoyarse en toda didáctica, en echar mano a todo recurso. ¿Cuándo estará completa la misión? Cuando los evangelizados alcancen una “madurez en su vida cristiana” es decir, cuando ya no sean blanco fácil de las deformaciones de la fe a las que nos referimos en el apartado anterior, donde el “Malo” hace buenas migas. Es pues hospitalidad en la fe:


 

a) El Ministerio de la Acogida en el Templo, con dulce acogida especialmente para los “visitantes” pero no menos tierno y dulce con los “asiduos”.

b)  La preocupación por aquellos hermanos en la fe que vemos alejarse paulatinamente

c) La sincera y cálida fraternidad que mostramos en el saludo de paz como signo de Comunión previo a la Comunión Eucarística.

d) El Ministerio de la Eucaristía para nuestros hermanos enfermos que no pueden venir a la mesa Eucarística en el Templo.

e) El diálogo fraterno -procurando el acercamiento y la llegada (o retorno)- de los hermanos cristianos no católicos.

f) La hospitalidad eucarística, en los casos en los que la ley canónica lo permite. En este asunto el celo apostólico ocupa el lugar preeminente sobre los intereses ecuménicos que en su afán por una Iglesia-Una, desembocan en soluciones facilistas que no construyen Comunión sino que por alcanzar un ideal, debilitan la posibilidad de llegar a la tan anhelada unidad.

g) La construcción de pequeñas comunidades donde el ejercicio de esta hospitalidad no tenga rostro anónimo.

 




Jesús hospedado en casa de sus amigos

Ya lo hemos mencionado en otra parte: es falsa la dualidad entre Marta y María, porque ambas, tanto la vida activa como la vida contemplativa son absolutamente necesarias para una práctica de fe sincera y consecuente. Leída, con cuidado y atención, la perícopa del Evangelio según San Lucas pertinente a esta fecha litúrgica,  es obvio que Jesús no desprecia ninguna de sus dos amigas, para Él ambas actitudes son valiosas. Pero, señala un “norte” consecuente con la fe: ¡No afanarnos febrilmente en el activismo!

 

Para que el encuentro y la presencia de Jesús puedan llegar a ser fructíferos, se necesita sacar todos los momentos necesarios para escucharlo. Se necesita estar ahí, con los cinco sentidos acogiéndolo. Se trata de la Hospitalidad Espiritual. Jesús pasa por nuestra vida, pero podemos decir, bienvenido Señor, pasamos la hoja y vamos a otra cosa; luego, Jesús pasó, pero no pudo quedarse, nos parece semejante a la situación del vendedor puerta a puerta a quien la abrimos, lo saludamos y le decimos “no gracias”, y la puerta se vuelve a cerrar, amenazando aplastarle la nariz. Cuando “damos la vuelta a la página” y pasamos a otra cosa, Jesús se ve obligado a seguir de largo, sabemos que Él “no entra a la fuerza”; lo triste es que, Él no prosigue a la siguiente puerta sino que se queda ahí, afuera, como un pordiosero, aguardando si más tarde, quizás, lo invitemos a entrar. Permanece allí -en nuestro umbral- a ver cuándo querremos darle hospitalidad.

 


Este Domingo de la Hospitalidad la liturgia ha pasado revista a sus varias formas, que más que un techo y un “plato de sopa”, consiste en una actitud abierta del corazón que descubre una necesidad, cuida, vela y protege. La hospitalidad hecha acogida no se puede reducir a servir aguas-aromáticas calentitas a los ancianos y enfermos que viene a “misa”. Ese servicio es hermoso, pero la hospitalidad que la fe, la Iglesia y Jesús (quien está a la raíz de la fe y la Iglesia) esperan de nosotros -esta hospitalidad nos reclama ir más allá hasta una metanoia- hasta una trasformación de nuestro modo de ver y de realizar la acogida. «María toma la iniciativa de romper con… esquemas culturales. Y recibe la felicitación de Jesús por haber elegido la parte que no le será quitada. En una sociedad que sigue siendo machista a pesar de tantos avances de la mujer, María –y la palabra de Jesús- nos confirman que hay una alternativa superadora. Que no necesariamente los esquemas culturales deben mantenerse, ya que sencillamente no siempre estos esquemas se identifican con la propuesta de Dios para nuestra historia manifestada en su Palabra. La palabra de Dios es el criterio; y no la afirmación de viejos esquemas lo que manifieste la fidelidad al proyecto de Dios. María, la discípula, la que se atreve a dar un salto insólito en su tiempo, nos invita a buscar poner en acto la Palabra, para que nuestro mundo presente se asemeje un poco más al mundo que Jesús quiere y nos dejemos iluminar por su ejemplo para buscar con todos nuestros hermanas y hermanos “la parte que no nos será quitada”.»[1]

 



[1] de la Serna, Eduardo (Pbro.). MARÍA DE BETANIA. En la Revista IGLESIA SINFRONTERAS. Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús # 358 Septiembre de 2012 p. 15

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