viernes, 2 de abril de 2021

LLEVAR TAMBIÉN LA IMAGEN DEL HOMBRE CELESTIAL

 


Is 52, 13-53,12; Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25; Hb 4, 14-16; 5, 7-9; Jn 18, 1-19,42

 

Hemos llegado a la cumbre del Año de la fe y a su momento decisivo. ¡Esta es la fe que salva, «la fe que vence al mundo!» (1 Jn 5, 5). La fe, apropiación por la cual hacemos nuestra la salvación obrada por Cristo, y nos revestimos con el manto de su justicia. Por un lado está la mano extendida de Dios que ofrece su gracia al hombre; por otro lado, la mano del hombre que se alarga para acogerla mediante la fe. La «nueva y eterna alianza» está sellada con un apretón de manos entre Dios y el hombre.

Raniero Cantalamessa

 

 

Primero, como mapa-guía para la Lectura de la Pasión según San Juan ofrecemos la parcelación propuesta por Carlo María Martini: «… como la narración de la Pasión es bastante larga (son dos capítulos) y muchas veces uno se distrae por lo mucho que en ella se encuentra, he creído útil ayudar su lectura, sugiriéndoles una posible subdivisión del texto en varios episodios. Les señalo siete,…

 

1.    El arresto de Jesús (18, 1-12)

2.    Jesús ante los sumos sacerdotes y Pedro que lo niega (18, 13-27)

3.    Jesús ante Pilatos (18,28 – 19,16)

4.    La crucifixión (19, 17-22)

5.    El cumplimiento (19, 23-30)

6.    El Nuevo Templo (19, 31-37)

7.    La valentía de los amigos (19, 38-42)»[1].

 

En el episodio del prendimiento Jesús profiere una expresión por tres veces, vv. 5.6.8. Ἐγώ εἰμι “Yo soy”. Esta repetición triple está en el núcleo de esta parcela (perícopa) (18, 1-12). Nos remite a la Teofanía de Moisés, cuando Dios se le manifestó en la Zarza Ardiente, le dice Moisés que cuando le pidan el Nombre de Dios para saber de qué Dios se trata, no bastará decirles que es el Dios de sus antepasados. En Éxodo 3, 14: “Dios le contestó: -YO SOY EL QUE SOY. Y dirás a los israelitas: YO SOY me ha enviado a ustedes”. Así Dios le entregó a Moisés su Nombre. Ahora Jesús al contestar así se declara -no sólo Rey- sino Dios. En este caso la Zarza ardiente es la mismísima Cruz:

 

«Contemplar la cruz es hacer la experiencia de la zarza ardiente.

 

Una experiencia similar a la que hace Moisés en el desierto ante una misteriosa aparición de Dios en una zarza, que arde sin consumirse mínimamente. Y es doble: es la experiencia del fuego que quema, repele, devora; del fuego que calienta, arde, atrae, es amable y acogedor. Un nudo que se hace misterioso.

 

Un segundo momento de la zarza ardiente es la experiencia de la llamada, del mensaje: Dios habla desde el fuego, Dios explica, amonesta, da el significado dela visión misteriosa.

 

Nosotros vivimos la experiencia de la zarza ardiente delante de la cruz de Jesús. La lectura de la Pasión nos da el fuego, el nudo de los hechos , los acontecimientos en su cruda realidad: es una narración que quema, devora, calienta y atrae. Son hechos solemnes, dolorosos, dramáticos, trágicos, aterradores, cuyo significado no se comprende.»[2]

 

De la Cruz dos, hasta ese momento cobardes, discípulos sólo de noche, en lo oscuro, cobran ánimo y se presentan a Pilato el uno y el otro aporta la mortaja, y desprende del crucifijo (cruz-clavado) al Hijo, el Hijo va a caer en tierra. Allí llegará envuelto en una sábana de fino lino y en λίτρας ἑκατόν “cien libras” de una mezcla de σμύρνης καὶ ἀλόης mirra y áloe (cf. Jn 19, 39c).  Ahora, el grano de trigo va a caer en tierra -el grano de trigo tenía que caer en tierra y morir para dar Nuevo Fruto-  y dará el Nuevo Fruto de una Nueva Creación, de una Nueva Humanidad.  Raniero Cantalamessa nos decía sobre el grano de trigo que cae: “Acuérdate del grano de trigo y espera. Nuestros mejores proyectos y afectos… deben pasar por esta fase de aparente oscuridad y de gélido invierno para renacer purificados y llenos de frutos”[3]. Así como Jesús pacientemente aguardaba “la Hora” que el Padre tuviera señalada, respetando los “ritmos” Divinos que es acogida de la Voluntad de Dios, cumplimiento de la oración γενηθήτω τὸ θέλημά σου, ὡς ἐν οὐρανῷ καὶ ἐπὶ γῆς· “hágase tu Voluntad en la tierra como en el Cielo”(Mt 6, 10bc); que es pedir que el Reino de Dios se imponga también en el orden de lo terrenal y no exclusivamente en el Cielo.

 


Pero al levantar los ojos hacia el Crucificado y descubrir en Él la Semilla Fecunda se conjugan diversas revelaciones. Está la imagen “atractiva”; está también la Semilla que requiere tiempo para germinar y dar su cosecha; pero, también está la Espiga Cargada, Fructífera, cuyos granos están a la mano y aguardan que les echen mano los refrieguen enérgicamente para desprenderles la cascarilla, se los lleven a la boca y los mastiquen (cf. Mt 12, 1). Y es que en el Crucificado ya hay una Cosecha Madura que nos reclama hacernos “obreros de la mies”. ¡Cuán peligrosa puede ser la actitud del llorón empedernido, especialmente si hoy, Viernes Santo, lloriquea frente a la Cruz y mañana, como si nada, vuelve a lo mismo, a la indiferencia, a la inservicialidad, a la insolidaridad, a la falta de fraternidad, a la ausencia de compromiso n la construcción del Reino, a las entrañas de pedernal y al corazón de piedra!

 

Este crucifijo que hoy contemplamos “habitado”, trono donde se ha “acomodado” su “Real Majestad” nos exige un compromiso, una implicación porque «…la fe no es una cosa decorativa, ornamental; vivir la fe no es decorar la vida con un poco de religión, como si fuese un pastel que se le decora con nata [betún]. No, la fe no es esto. La fe comporta elegir a Dios como criterio- base de la vida, y Dios no es vacío, Dios no es neutro, Dios es siempre positivo, Dios es amor, y el amor es positivo. Después de que Jesús vino al mundo no se puede actuar como si no conociéramos a Dios. Como si fuese una cosa abstracta, vacía, de referencia puramente nominal; no, Dios tiene un rostro concreto, tiene un nombre: Dios es misericordia, Dios es fidelidad, es vida que se dona a todos nosotros…. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios… seguir a Jesús significa implicarse, porque la fe no es una cosa decorativa, es fuerza del alma.»[4]

 


Uno puede usar la Semana Santa como si fuera la crema decorativa del ponqué con una dosis de dramatismo, cari-acontecimiento, devotas procesiones, ritos (porque no liturgias), y luego dar la espalda y desechar todo lo demás. Eso no es cristianismo, eso no es discipulado, eso no es seguimiento.

 

Bien es cierto que en la Cruz se juntan todos los males que los noticieros se empeñan en exhibirnos. Bien es cierto que la maldad campea a sus anchas y que hay mucho dolor esparcido a lo largo y a lo ancho del mundo, tampoco podemos negar, ni ocultar, ni tratar de eclipsar los problemas, el oprobio y el pecado que el Malo sigue –en su cuarto de hora- aventando sobre todos los campos, sin respetar ni siquiera a los que se le han consagrado. Pero es que ¿acaso eso significa que Jesús no ha triunfado? ¿En eso malinterpretamos nosotros la derrota de Jesús? ¿Nos da eso derecho a pensar que Dios fracasó? Más aun, nos sentimos animados hasta con las tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5, 1-15).

 


Al leer la Pasión, vemos un primer momento en el que los discípulos, particularmente Pedro, creen encontrar la vía del seguimiento sacando la espada y agrediendo a Malco. Jesús es plenamente consciente que ese no es el Camino, y perentoriamente le ordena “Mete la espada en la vaina” y lo encara con la Voluntad de Dios: “¿No voy a beber el cáliz que me ha dado mi Padre? (Jn 18, 11). La ruta para el discipulado es diversa. Pasa por la acogida del dolor como parte de la vida, del sufrimiento como solidaridad con los que sufren, de  la traición de los más cercanos, como reconocimiento de la libertad que es la médula de la dignidad del otro y el otro que ab-usa de su libertad nos puede propinar su maltrato. Sin embargo, «La Pasión del Señor nos enseña… a salir de la lógica de la violencia que parece perpetuarse en el corazón  del hombre, en la historia de la humanidad. Un gesto de perdón y de oración como el de Cristo moribundo y que otros en nuestros días, tratan de hacer vivo y operante, es una buena noticia que nos ayuda a creer que el misterio del Viernes Santo conoce todavía y siempre el alba del día de Pascua y que Cristo no quiere tener hoy otras manos sino las nuestras para ayudar a nuestros hermanos.»[5]

 

Hay otra cara del asunto y otra perspectiva, es el ángulo desde el que mira Pilatos. Durante toda la lectura de la presentación de Jesús ante Pilato lo que domina es la sensación de que él quiere liberarlo, que para él es un inocente, que todo quiere menos manchar sus propias manos con la sangre de un “justo”. Pero hay otras fuerzas, otros respetos humanos, intereses sociales y políticos que lo comprometen, chantajes más o menos tácitos (tomemos por caso la expresión que le gritan los “judíos”: “¡Si sueltas a ese no eres amigo del César!”(Jn 19, 12c) que lo constriñen a ir contra-conciencia. Es más, la sensación general que nos produce la lectura es que él lo reconoce Rey, especialmente cuando ἤγαγεν ἔξω τὸν Ἰησοῦν, καὶ ἐκάθισεν ἐπὶ βήματος εἰς τόπον λεγόμενον Λιθόστρωτον, Ἑβραϊστὶ δὲ Γαββαθα. lo saca y lo hace sentar en el tribunal llamado “el Enlosado”, prácticamente lo está entronizando. «Pilato era un hombre honrado, pero con esa honradez con la que solemos topar frecuentemente a lo largo de los siglos y que es una de las plagas más dolorosas de la humanidad: una honradez mezclada de debilidad y sin valor para proclamar y defender la justicia… Yo no juzgo a Pilato, pero no puedo dejar de pensar en la numerosísima familia de Pilato, en el pilatismo, en esa honradez que se calla, que no tiene valor… hay muchas personas que no se encuentran en las condiciones necesarias para tener un cierto valor, para adoptar determinadas posturas.»[6]

 


Rey de reyes, Jesús en su agonía y en su muerte muestra un sobreponerse, una superación del dolor, una victoria sobre la pasión. Jesús llega al tope, Él mismo pronuncia: Τετέλεσται (Jn 19, 30c) que  quiere decir cumplimiento total, consumación, finalización de un proceso necesario. ¡Es su última palabra! Se ha satisfecho el Plan completo, añade San Juan en 19, 36 que todo esto acaeció para que se cumpliera la Escritura. «A pesar de todas las miserias, las injusticias y la monstruosidad existentes sobre la tierra, en Él se ha inaugurado ya el orden definitivo del mundo. Lo que vemos con nuestros ojos puede sugerirnos lo contrario, pero el mal y la muerte están realmente derrotados para siempre. Sus fuentes se han secado; la realidad es que Jesús es el Señor del mundo. El mal ha sido radicalmente vencido por la redención que Él obra. El mundo nuevo ya ha comenzado.»[7]

 

«La Iglesia puede hacer esta reunión ideal de todas las miserias del género humano sin dejarse aterrorizar o sumergir, porque sabe que la cruz de Cristo, colocada en el centro de la liturgia, es capaz de cargar sobre sí todo el drama, el dolor y el pecado del hombre. Porque en la cruz de Jesús, Dios mismo nos asegura que ni siquiera la muerte es capaz de detener su amor, y que no hay situación humana, por dramática y oscura que pueda quedar extraña al inmenso abrazo de la cruz.»[8]



[1] Martini, Carlo María. EL EVANGELIO DE SAN JUAN. EJERCICIOS ESPIRITUALES SOBRE SAN JUAN. Ed. Paulinas. Bogotá-Colombia 1986. Pp. 120-123.

[2] Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia. p. 134

[3] Cantalamessa, Raniero. V DOMINGO DE CUARESMA Ciclo B.

[4] Papa Francisco. ÁNGELUS, Plaza de San Pedro, 18 de agosto de 2013.

[5] Martini, Carlos María. Op. Cit. p. 149

[6] Câmara, Dom Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae Santander-España. 1987.  pp. 177-178

[7] Cantalamessa, Raniero. O.F.M. Cap. LA PASIÓN DEL SEÑOR. Homilía en la Basílica de San Pedro. Viernes Santo, 29 de marzo de 2013.

[8] Martini, Carlos María. Op Cit. p. 148


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