sábado, 3 de octubre de 2020

YAHWE SIGNIFICA “DIOS ES ETERNO”

 



Is 5, 1-7; Sal79, 9 y 12. 13-14. 15-16. 19-20; Fil 4, 6-9; Mt 21, 33-43

“… os he elegido del mundo para que vayáis

y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.”

Jn 15,9-17

 

…conocer al Señor… Como un discípulo, no como un estudioso. Como un seguidor y no como un investigador.

Segundo Galilea

 

“Sobre todo examinen lo habitual. No acepten sin discusión las costumbres heredadas. Ante los hechos cotidianos, por favor, no digan: 'Es natural'. En una época de confusión organizada, de desorden decretado, de arbitrariedad planificada y de humanidad deshumanizada... Nunca digan: 'Es natural', para que todo pueda ser cambiado.”

Bertold Brecht

 

En su ofrecimiento de amistad, Dios nos la ha prodigado para que la recibamos responsablemente: Yahvé Dios plantó un jardín en un lugar del oriente llamado Edén y colocó allí al hombre que había formado. (Gn 2, 8), pero no lo dejó allí librado a su albur sino que “le dio al hombre un Mandamiento” (Gn 2, 16a): espera que fructifiquemos en el Amor; tampoco nos ha ocultado quienes son sus favoritos, entre los cuales tenemos a los pobres, a los enfermos, leprosos, ciegos, cojos, tullidos, endemoniados, los despreciados, los huérfanos, las viudas, los niños, las mujeres, los extranjeros, los adultos mayores; para sólo citar una parte de la lista, teniendo cuidado en citar los principales. ¿Aceptamos a los amigos de Dios prodigándoles la amistad como si fueran Él mismo?

 


Por otra parte, La Sagrada Escritura se constituye en una “Cartilla”, en un “Manual” de la amistad con Dios y con sus amigos. No hay lugar para leerla de otra manera, con otro tipo de espiritualidad, por muy espiritual que suene: ¡Amar a Dios y al prójimo! Nuestra lectura de la Biblia es como una comunicación epistolar con un Amigo. Nos interesa saber de Él, conocerlo, pero sobre todo acrecentar nuestra amistad -y claro- también queremos saber si podemos hacer algo por ese Amigo, de pronto conocer sus gustos para poderle ofrecer algo, un regalo, por ejemplo o, si ese amigo tiene un Proyecto en el que nosotros le podemos colaborar, de alguna manera, si quizás tiene Él un Jardín, un Huerto o una Viña en la cual podemos dar una mano, y ayudarle a velar por sus cultivos.

 

Debemos decir que leer la Biblia no es el todo, (recordemos que también el diablo se la sabe de memoria, como pudimos constatar en el episodio de las Tentaciones), la revelación es mucho más que memorizar textos. Traemos en nuestras cananas, (perdón, quería decir alforjas) un vocabulario tomado de la jerga militar, sacada en préstamo de los contextos bélicos y –que solapadamente- trasportan una ideología “conquistadora invasora” que data de la época en que ingenuamente se calcó la Evangelización de modelos imperialistas, cuando se asimiló la extensión de la fe a la dominación de mayores territorios colonizados. Entonces, tomemos el caso de quienes visitan la Biblia como quien visita un “arsenal” para adquirir una dotación de municiones. ¿De qué nos vale decir que son “municiones santas”? ¡Munición es munición, todas las municiones conllevan un potencial de muerte! Y de vuelta, traemos las cananas (¡ah, por eso se nos escapó arriba esta palabreja!) repletas de citas para disparar en ráfaga, y nos anexamos el rótulo: “Preparados para el combate”, “ejércitos de fe”, “soldados de Jesucristo”. ¿Cómo se puede dar un combate de “amor”? Son ideas mutuamente  excluyentes. Las mismísimas cruzadas no fueron otra cosa que el intento de diseminar la fe con la sangre derramada por las espadas y la Santa Inquisición un mecanismo para defenderla y salvaguardarla a fuer de asar gente viva. Nos podemos equivocar, ¡sí!; lo que no podemos es re-editar nuestros errores cambiando la carátula con una a la moda de las ediciones del siglo XXI. ¡El cambio ha de ser rotundo, una verdadera Conversión!

 


Evangelizar no es una empresa marcial, no está relacionada con botas y uniformes, ni con armas, ni con bombas; mucho menos -aun cuando para algunos oídos suenen gratos- con el vocabulario correlativo y las figuras literarias provenientes de las campañas militares y los frentes de guerra. Para no permear nuestra Evangelización con estas ideas que se probaron equivocadas, lo primero que tenemos que hacer es despojarnos de la fraseología castrense y del vocabulario proveniente de la rendición por la violencia y por la fuerza de las armas. Somos llamados, efectivamente, a trabajar y a rendir fruto, a no ser “higueras estériles”, pero nuestro contrato no es para desempeñarnos como esbirros y menos como mercenarios, (la fe es ajena a la beligerancia y al sentido de lucro). Si, digámoslo abiertamente: la fe es un servicio desinteresado que nos compromete por amor con Aquel que es Puro-Amor; y ya que estamos hablando de la contraposición entre lucro y gratuidad, es de carácter forzoso mencionar que todo amor por contraprestación económica es prostitución.

 

La labor del agricultor es tan distinta, al suelo no se le “conquista”, no se le “domina”, no se le “somete”; muchísimo menos se le “tortura” ni se le “esclaviza”. El agricultor pasa por ingentes facetas laboriosas: desyerbe, abono, poda, regadío; Dios-Viñador mismo señala las facetas por las que Él pasó: plantó la viña, (nosotros que a veces no sabemos nada de la labor campesina, nos imaginamos que es una labor de pan-coger, que las matas dan sus frutos espontáneamente sin esfuerzo alguno); la rodeó protectoramente de una cerca, cavó en ella un lagar (porque a las uvas hay que exprimirlas para que den el mosto que se fermentará para que se torne en vino); le construyó una torre, porque hay que cuidarla, vigilantes para que no la dañen y sólo luego de haberle consagrado todo este esfuerzo, estará lista para arrendarla. Un cultivo, pues, requiere mucho cuidado, tiempo y esfuerzo, estar vigilante, cuidar del regadío, atenderla con suma solicitud. Así ha sido Dios con su Viña. Él mismo la plantó, no uso de empleados, no se la encargó a jornaleros, Él se encargó de todo, porque ningún “agricultor” ama tanto su cultivo como Aquel que lo ha sembrado con sus propias manos, y la ha regado con su propio sudor. Atención a la pregunta que nos dirige YHWH: ¿Qué más se puede hacer por una viña que no lo haya hecho Yo? Pregunta típica del que ama y se ha desvivido por el destinatario de su amor. Reflexionando la parábola de los viñadores asesinos, se viene a nuestra mente la página bíblica del Génesis, donde Dios cuenta la creación y, enseguida, narra cómo, con delicada ternura, “… plantó Yahvé Dios un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado. Yahvé Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles agradables a la vista y buenos para comer,…" (Cfr. Gn 2, 8-9a). Hasta aquí el retrato de Dios–Padre Providente y Generoso.

 


Dios nos dio una Tierra feraz, que mana leche y miel; aquí viene lo triste y vergonzoso, tenernos que referirnos a los agrazones: «En el texto hebreo una aliteración irreproducible plastifica la amargura de la sorpresa divina. El Señor esperaba de su pueblo sedagah (justicia) y en su lugar hay sa’agah (lamento de los oprimidos), esperaba mishpat (derecho) y en su lugar hay mispach (asesinato: derramamiento de sangre).»[1]  el Malo quiere imitar a Dios-Agricultor  y le sale un remedo; planta su hedionda semilla en nuestro pecho y de allí brota maleza, un matorro que se da silvestre, no requiere ningún cuidado: es la envidia, la avaricia, el ansia de poder, una cierta retorcida crueldad, capaz de sofisticar hasta límites insospechados el pecado contra la vida, contra la naturaleza, contra la creación, no se quedan por fuera –antes bien- son sus presas favoritas sus propios hermanos: “el hombre se hace lobo para el hombre” según lo acuñó en su célebre frase Thomas Hobbes. Escuchando a unos amigos comentar la situación de insolidaridad e indiferencia y el alambicado sentido de la perversidad en los jóvenes, les oí acuñar de nuevo que el “ser humano es malo”; quisiera reiterarles que no es malo en su origen sino que se la conduce y se le atiza para que reaccione con maldad.

 

¿Y, cómo pasa esto? Dándole mal ejemplo, proponiéndoles estereotipos culturales que le inducen al mal, que le depravan el corazón, haciéndolo creer que es natural o sea, que está en su naturaleza, cuando no hay nada menos natural y más artificial en el corazón humano que la maldad. Rompiéndole la familia, insertándolo en un contexto de corrupción. Y ¿qué es corrupción? Viene del latín, el prefijo co- significa que participan varios, que es una acción conjunta, que el Malo obra con apoyo de múltiples co-operarios; y la voz latina rumpere que significa hacer pedazos, trizar, partir, romper; este vocablo está inextricablemente ligado a la palabra –de origen griego- diablo, que significa el que divide, el que separa; la acción del Diablo es eminentemente corruptiva.

 

Entonces, cómo están las cosas, Dios nos entregó la Biblia, ese Manual-Excelso del que hablamos al principio, y luego nosotros acumulamos encima todos los libros, las películas, las series de televisión y las propagandas que pudimos para sepultar la Biblia y hacerla inalcanzable e inaccesible. ¿Pasó esto por puro accidente? ¿Se volcó la biblioteca y –sin culpa- como teníamos la Biblia en el primer lugar, lo demás cayó encima? ¡No! No fue inopinadamente, hubo premeditación, denunciamos la alevosía con la que se nos ha sustraído la opción del Bien: han sido intereses creados, ha sido ansia de lucro, ha sido avaricia y codicia, están implicados los pecados capitales, la humanidad ha sido deshumanizada a propósito.

 

En la Segunda Lectura se nos brinda todo un programa de trabajo para la construcción del Reino, para que el Dios de la paz esté con nosotros. Desglosemos sus etapas principales:

1.    Acompañar nuestras súplicas de un corazón agradecido.

2.    Apreciar todo cuanto es verdadero, noble, recto, limpio y amable;… todo lo que merezca alabanza, suponga virtud o sea digno de elogio.

3.    Pongan en práctica lo que han aprendido y recibido,…

 

Los especialistas nos dicen que el Evangelio original de San Mateo llegaba, en este capítulo 21 hasta el verso 41 y que la Comunidad Cristiana Primitiva, adicionó los versos 42-44, donde se retira la heredad de las manos del pueblo Israelita y se entregaría a la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios. Pero aquí reaparece el problema de la responsabilidad: «Por su endurecimiento culpable, Israel pierde la vocación que lo destinaba a la salvación; hace caduca su elección.… La vocación que se le retira a Israel se le confía ahora a un pueblo que se reúne sobre la base de una tarea que realizar. La afiliación a este nuevo pueblo no puede constatarse o demostrarse; tan sólo el juicio revelará quien es el que ha dado fruto y por tanto quien forma parte del nuevo pueblo.»[2]

 


Que no se incurra en ese triunfalismo fácil de decir “los judíos fallaron ahora somos los legítimos propietarios”, lo demás no importa, podemos pararnos en la cabeza, ser arrogantes, causar daño y seguir promoviendo la guerra y la injusticia, el atropello y la violencia, seguir destruyendo el planeta, seguir dañando el medio ambiente. Nadie –sino Dios mismo- Fue, Es y Será (por eso se llama YAHWE) legítimo dueño del Viñedo. Que resuenen en nuestros oídos los ecos de la sentencia bíblica consignada en el Evangelio según San Lucas “Siervos inútiles somos; hemos hecho sólo lo que teníamos que hacer.”(Lc 17, 10). «La Iglesia no es ni un nuevo Israel, ni el verdadero Israel. Recibe una vocación que la determina por completo. Ella no es el pueblo del reino más que en la medida en que permanece fiel a esta vocación, es decir, a la voluntad de Dios. Y solamente el juicio dirá si la Iglesia, a lo largo de la historia, ha sido precisamente el pueblo que ha dado fruto.»[3]

 

Hay, en el Salmo, un clamor, un ruego que retoma la raíz shubשׁוּב” (volverse, convertirse, re-dirigirse) de la que hablábamos el Domingo anterior. Aparece en la expresión “הֲשִׁיבֵ֑נוּ” que viene a significar algo como renuévanos, haznos otra vez, regenéranos, rehaznos. Han venido los vándalos, han atropellado la cerca, han pisoteado los cultivos, han arrancado las uvas, pasaron jabalíes pateándola, destrozándola con sus dientes, y sólo han quedado –rozagantes- los agrazones. Retomamos el salmo de súplica, hoy por hoy, en pleno 2020, y rogamos a Dios:

 

¡Oh Señor, Dios del universo, renuévanos,

ilumina tu Rostro y sálvanos!

 

 



[1] Ravasi, Gianfranco. LOS PROFETAS Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996 p. 67

[2] Zuminstein, Jean. MATEO EL TEÓLOGO Cuadernos bíblicos #58. Ed. Verbo Divino 4ª ed. Estella –Navarra 1999 p. 57

[3] Ibidem

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