sábado, 1 de agosto de 2020

LABOREO


Is 55,1-3; Sal 145(144), 8-9.15-18; Rm 8,35.37-39; Mt 14,13-21

 

… ninguno tenga para sí los cinco panes y los dos peces, sino que los entregue a Jesús para que los multiplique en beneficio del mismo pueblo

Carlo María Martini

 

Partir, o al menos intentarlo;

nunca en soledad, siempre en compañía;

nunca para salvar y menos aún para sentirse salvado;

sencillamente para hacer posible el compartir,

Como Tú, Señor.

Florentino Ulibarri

 

 

La siembra. Venimos de referirnos a un Sembrador que salió a sembrar, y Jesús explicó a sus discípulos que se trataba de un λόγον “discurso” comparable a la semilla que el Sembrador esparce. Muchas veces la semilla cae entre piedras, al borde del camino o entre cardos y, en otros casos, puede caer en terreno fértil. Las que caen en las primeras dos clases de terreno, se diría que quedó desperdiciada, pero ¿será esto verdad?

 

La primera Lectura de hoy nos explica que λόγον la “Palabra” se puede comparar con la lluvia y –a pesar de lo que podamos pensar- no se evapora y regresa a la atmosfera sin haber fecundado la tierra. ¿Se contradicen Jesús e Isaías? Entendemos que no hay contradicción; aun cuando la tierra no sea buena, aún la semilla que cayó “donde no era” o “donde no debía”, aun cuando venga el Maligno y la arranque, aun la que carece de raíces profundas y se “quema” por la persecución, el “agite” y las tribulaciones; aún en estos casos “desesperados”, la Palabra baja, humedece, fecunda y hace germinar.

 

Sólo por mostrar un “fruto”, señalemos que esa “Semilla” es espejo de juicio (mejor, de auto-juicio) que no se podrá argumentar desconocimiento de la Alianza. La Palabra nos muestra un deber-ser que, si no lo cumplimos, si no lo aceptamos, dejará en nuestro corazón esa traza, permitiéndonos asumir la responsabilidad de nuestras opciones: pude haber optado por esa ruta, pero yo elegí la otra. No se trata de “complejos de culpa” sino de consciencia frente a nuestras opciones y las consecuencias de nuestras acciones.

 

Podríamos atrevernos a acusar a Dios de injusto si Él no hiciera llover sobre justos e injustos. Podríamos pensar o preguntar ¿por qué no nos regaló esa semilla? ¿Por qué pasamos la vida sumidos en la ignorancia? En cambio, al esparcir la semilla a diestra y siniestra, nadie tendrá el pretexto de recurrir al expediente del desconocimiento de la Ley.

 

Cuando leamos la primera Lectura encontraremos que «… En estos versos se compara la Palabra con la realidad más deseada y esperada en un mundo asolado y seco como el palestino, el agua. Y como la lluvia, la Palabra no se queda en los cielos de la trascendencia sino que penetra en el terreno de la historia, en sus pliegues oscuros, en su aridez. Tras fecundarnos vuelve a Dios hecha carne y sangre, o sea oración y amor del hombre hacia su Señor.»[1]

 

En el Plan de la Creación-Redención, se precisaba este elemento: que Dios nos hablara, nos enseñara; Dios, al darnos a conocer los Mandamientos, su gusto y sus deseos sobre lo que espera de nuestra parte, obra con total “justicia” al darnos a conocer la contrapartida de la Alianza, porque toda alianza reposa en un recibir y brindar la contrapartida, cumplir con lo ofrecido a cambio. Así pues, en Su Generosidad; crea las condiciones para la Alianza. No sería una Alianza de verdad si Él hubiera conservado en secreto sus expectativas respecto a nosotros. Sellar la Alianza con su “pueblo escogido” entrañaba el requisito de darnos a conocer nuestra parte: la contra-partida. La Justicia Divina en su perfección lo previó. Su Palabra nos llega, esa es Su Voluntad, que la “Palabra” sea fértil y  “cumpla su encargo”, que nos traiga el Mensaje, que nos dé a saber.

 

Todas las obras de Dios rebozan de Amor.

Esta previsión de Dios para favorecer a sus criaturas, es digna de alabanza; toda la humanidad debe reconocer esa generosidad, ese cuidado, esa responsabilidad paternal, y no sólo responsabilidad sino tierna responsabilidad, prevé todo lo necesario, es un Dios Providente. No nos creó para dejarnos librados al azar. Nos cuida, vela por nosotros, nos pastorea, nos cuida como Padre, más aún como Madre, como la mejor de las madres. No se afana por castigar o por enojarse, nos tiene paciencia, nos corrige con ternura, nos da plazos dilatados para que poco a poco vayamos aprendiendo.

 

No limita su amor al ser humano, nos advierte en la segunda estrofa de la perícopa que constituye el Salmo responsorial de este Domingo que ama a todas sus criaturas. Ahora, como una gallinita cuida a sus polluelos, así Dios abre sus Generosas manos para darnos pan a todos y todas sus criaturas sacian el hambre.

 

Pero ¿cómo vemos mucha gente morir de hambre? ¿No sacia Dios a todos? Y respondemos, Dios sí, pero el Malo –que ha sembrado su cizaña en tantos corazones- hace que muchos rieguen la leche “para que el precio no caiga” o quemen los alimentos, para que la oferta no devalúe las “mercancías”, inclusive, oímos de aquellos que ocultan y secuestran los alimentos porque las “leyes de la economía” señalan esa vía: se trata -no de la Buena Nueva- sino del más triste mensaje que se puede recibir, la cultura de la muerte.

 

Y, si Dios todo lo previó, ¿por qué no “destruye esta mala gente”? Para darles una oportunidad, por eso no arranca la cizaña que vino a sembrar el “enemigo” por la noche; pero, llegará la hora que Él tiene señalada, y separará los peces buenos de los malos, a los buenos los pondrá en su “Cesta” a los malos los tirará donde domina el llanto y el crujir de dientes.

 

Entonces, ¿estamos condenados a ser víctimas de un Dios castigador? Todo lo contrario nos enseña el Salmo, Él no es para nada castigador, es “lento para enojarse y generoso para perdonar”, pero es justo, especialmente contra aquellos que hacen sufrir a sus “pequeñuelos”.

 

Salimos victoriosos

Hay que reconocerlo, sus “pequeñuelos” han sufrido mucho por culpa de la “cizaña”. Diez géneros de padecimiento menciona San Pablo en le perícopa de los Romanos que tematiza la Segunda Lectura de este Domingo: Demos una ojeada a estos sufrimientos que ya probaron los miembros de la Primeras Comunidades: 1) tribulaciones, 2) angustias, 3) persecución, 4) hambre, 5) desnudez, 6) Peligro 7) Espada, o sea, la crueldad y la muerte, 8) los demonios 9) lo presente y lo porvenir 10) Los poderosos del mundo.

 



Sin embargo, repasemos el martirologio y la conclusión es evidente: Nada, pero nada, nada nos puede hacer desistir del Amor fiel de Aquel que nos ha ofrecido ser nuestro Aliado-eterno, por los siglos de los siglos.

 

Pero, de eso es muy consciente el texto a los Romanos, nuestra victoria no emana de una fortaleza propia, sino gracias a “Aquel que nos ha amado”, es Él quien nos provee las fuerzas para mantenernos airosos y soportar toda clase de pruebas y las primeras que se nos vienen al recuerdo son los leones, los toros, el descuartizamiento, el fusilamiento. Él nos anima, y al mirarlo clavado en la cruz, sabemos que su ejemplo fue mostrarnos, con su propia vida, con sus propios dolores, derramando su propia sangre, que su Evangelio de Amor no son sólo palabras sino que Él mismo es Palabra de Vida y de Vida-Eterna.

 

El tema del banquete providencial.

Hay que tener en cuenta que este banquete que Jesús promovió está en el contexto de otro banquete, el banquete de muerte que organizó Herodes  y donde encontró término la vida de San Juan Bautista. Mientras Jesús promueve y disemina felicidad nutriendo con “Pan de Vida” a una multitud; la felicidad en el banquete de Herodes consistió en presentarle la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja a Salomé.

 

Dios que es total providencia, que nos cuida y prevé todos los detalles de nuestra existencia, podría haber organizado un equipo de discípulos económicamente muy pudientes de tal manera que, cuando el pueblo estuviera hambriento le habría bastado preguntar a sus discípulos ¿Qué les vais a dar para cenar? O les podría haber increpado. “¡Habréis traído suficiente para saciar a toda esta gente!”.

 


Pero no fue así. Se escogió a doce pobres pescadores, sin recursos, de quienes sólo se podría esperar la previsión de pedir que ya no les enseñara más, ni sanara más gente, sino que los enviara a los caseríos a comprar algo de comer. De todas maneras, ¡qué sensibilidad! ¡qué afán por el otro, por el prójimo! Se acordaron que hay un momento en que el alimento espiritual cede paso al hambre física y así se lo dicen al Maestro.

 

¡Oportunidad de oportunidades! Ese interés de los discípulos es aprovechado por Jesús para establecer un Mandamiento para sus discípulos, es decir, para nosotros. En vez de enviarlos a buscar algo, a comprarse alimento, es a nosotros a quienes nos corresponde alimentarlos: ¡Dadles vosotros de comer!:

 

-Pero, ¿nosotros, Maestro? ¡Si no somos más que unos pobres pelagatos!

 

Ahí está el punto. Si medimos todo desde nuestra órbita, efectivamente ¿cómo vamos a poder alimentar a tanta gente si escasamente tenemos para nosotros mismos? Pero, pongamos eso poco que tenemos en las manos de Jesús; entendamos y recordemos que Él es Dios, Dios humanado, pero lo de humanado no le resta nada a Su divinidad, en cambio, si le agrega, porque es un Dios que ha sentido en su propio vientre el mordisco del hambre, y ha experimentado cada una de nuestras debilidades, y sabe qué es ser hombre; y como es Dios puede hacer rendir el pan, el trigo, el arroz, puede crear otro universo, o puede perfeccionar este con sólo llamar a los ángeles y ponerlos a escoger los peces buenos en un canasto y a tirar los malos.

 

La infinita ventaja que nosotros los discípulos tenemos sobre otras personas es que nosotros lo hemos visto con nuestros propios ojos, a nosotros nos costa que Él puede lo que nadie más puede. ¿Cuántos milagros ha obrado en presencia de nuestros ojos? ¿Cuántas veces lo hemos visto aquietar la tormenta y silenciar las aguas embravecidas?

 

Por esa experiencia que hemos presenciado de su enorme poder podemos poner en sus manos los cinco panes y los dos pescados y se multiplicaran hasta sobrar un canasto para cada una de las tribus del Nuevo Pueblo de Dios.

 

Nosotros podremos ser coparticipes en este milagro. Depositaremos nuestra pobre nada en sus manos y Él nos la devolverá bendecida, después de habérsela presentado al Padre, en oración. Retornará a nuestras manos bendecida, con su Palabra Santa, con su Palabra Divina, la misma Palabra λόγον que pronunció para hacer del pan y el vino sus propios cuerpo y sangre que en multiplicación providencial nos ha nutrido por siglos, cumpliendo con su Palabra, la de acompañarnos por siempre, hasta el fin de los tiempos.

 

Hubo en todo esto otro milagro que a veces pasa inadvertido: A aquel lugar llegaron individuos desarticulados, Él los fue articulando, haciéndolos con sus Palabras ensamblaje, piezas de su Cuerpo Místico, haciendo de ellos un-solo-cuerpo-en-un-solo-pan; y de gentes indiferentes fue sacando fraternidad, solidaridad, los fue enderezando, levantando; fue armando células, pequeñas comunidades donde se respirara la amistad, el compañerismo fiel. Fue edificando ciudadanos del Reino.

 

Hemos quedado inoculados con esta Nueva Ciudadanía, en nuestros pechos se va encubando. Como lo decíamos el Domingo antepasado, Dios provee también el tiempo y el ritmo de la incubación, a nosotros nos compete la paciencia serena puesto que sabemos que el Señor tiene el día y la hora señalados. El viernes celebramos la memoria de San Ignacio de Loyola, digamos citándolo: “Confía en Dios como si todo dependiera de Él y nada de ti. Pero luego, aplícate a la obra como si ella no fuera de Dios sino exclusivamente tuya.”

 

Mientras tanto, se nos da la ocasión de ir diseminando el “contagio” ¡no de la enfermedad sino de la Salud y la Vida! De esparcir el “λόγον”. «... sencillamente para hacer posible el compartir, como Tú, Señor.»

 

 

 



[1] Ravasi, Gianfranco. LOS PROFETAS. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia. 1996 p. 126


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