sábado, 26 de octubre de 2019

¡SUÉLTALO!



Si 35, 15-17. 20-22; Sal 34(33); 2ª Tim 4, 6-8. 16-18; Lc 18, 9-14

La oración es el reconocimiento de nuestros límites y de nuestra dependencia: venimos de Dios, somos de Dios y retornamos a Dios. Por tanto, no podemos menos de abandonarnos a Él, nuestro Creador y Señor, con plena y total confianza…
San Juan Pablo II

«El Evangelio insiste en el eterno tema: “No busquéis una justicia cualquiera: una de las tantas que habéis imaginado en contraposición a otra, sino la verdadera justicia, la primera, la de Dios que es la vuestra. Es decir, la estructural o vocacional. Pensad nuevamente en vuestro verdadero destino y realizadlo.” ¡Es esto posible sin destruir un orden?»[1] ¿Quiénes son los incrédulos? son aquellos que no están dispuestos a ceñirse a una “disciplina”; personas con problemas de autoridad que no están disponibles para desplazarse a las “periferias (existenciales), para “poner en el centro” a otro distinto de sí mismo. ¡Ay de los altaneros y de los prepotentes! Pero entre los creyentes, me imagino que muchos –si no todos- incurrimos también en el fariseísmo que denuncia el Evangelio de este Domingo XXX (caminando a pasos agigantados hacía el final de este Año Litúrgico), porque consideramos que son nuestra fuerzas y nuestras virtudes solas, las que nos conducen a “feliz puerto”, mejor dicho, que “Dios nos sale a deber”.

Dios juzga con justicia infinita
En diversas oportunidades hemos insistido en la manera como Dios se revela y se manifiesta a su criatura. Carentes de experiencias sobre las realidades trascendentes, nos habla refiriéndolas a las realidades temporales. Así, por ejemplo, nos ha mostrado su amor Infinito hablando de sí mismo como de Un Pastor. Jesús nos reveló el rostro de Dios refiriéndolo al de Un Padre. Hoy se nos alude a ese mismo Dios en la figura de Un Juez.

Ciertamente Dios no es un Pastor, un Padre o un Juez cualquiera, tendríamos que hablar de Un Pastor, o Un Padre o Un Juez “Perfecto”; o, pensando en términos platónicos, “Ideal”. Querríamos poner, para este Domingo XXX del tiempo Ordinario, ciclo C, como columna vertebral de la liturgia de la Palabra el tema de: Dios como Juez Ideal y, por simetría arrojar un eco de esa mirada sobre, Dios como ideal de juez.

Surgió entre los Israelitas, después de la muerte de Josué, la figura de los así llamados Jueces: שֹֽׁפְטִ֑ים de שָׁפַט, se trata del verbo [shaphat] que podríamos traducir como, salvar, liberar, acaudillar, juzgar, gobernar; de todo lo anterior hay algo y mucho . Liberar porque en la historia de los jueces סֵפֶר שׁוֹפְטִים, en el Libro de la Biblia que va después de Josué, constatamos que estos “caudillos” surgían como liberadores en una situación puntual, frente a la pecaminosidad y al desvío del pueblo escogido cuyos “hechos fueron malos a los ojos del Señor” וַיֹּסִ֙פוּ֙  בְּנֵ֣י  יִשְׂרָאֵ֔ל  לַעֲשֹׂ֥ות  הָרַ֖ע  בְּעֵינֵ֣י  יְהוָ֑ה (Jue 3,12a); pero una vez cumplida su tarea, volvían a su vida corriente; eran, pues, figuras y no institución; Dios los insertaba en la historia de su pueblo como respuesta a un clamor, a una invocación del pueblo arrepentido cuya súplica contestaba.

Este “Salvador” les hacía justicia porque los libraba de la servidumbre y de la opresión. Este hacerles el “Bien”, este perdonarles, este redimirles de Dios a través de esos caudillos genera la figura de Juez que hoy nos sirve de referente. Para reconocer el atributo de Dios como justicia, liberación y salvación veamos el elenco de características del “Juez ideal” enumeradas en el Salmo 34(33):


a)    Libra de angustias y temores
b)    Los que lo contemplan quedan llenos de alegría y no tienen de qué avergonzarse
c)    Si el afligido lo invoca, Él lo escucha y lo salva de sus angustias
d)    Envía su Ángel para que acampe en torno de los que le son fieles
e)    Protege y salva a los que lo honran
f)     Nada le falta a los que temen ofenderle
g)    Los que lo honran no carecen de lo necesario
h)    Los ojos del Señor miran a quienes le son fieles
i)      Los oídos del Señor escuchan los gritos de sus fieles
j)      Él enfrenta a los que hacen el mal y borra de la tierra su recuerdo
k)    Salva y fortalece a los desanimados y abatidos
l)      Aunque le sobrevengan muchos males al fiel, su Señor y Juez lo libra de todos ellos.
m)  Cuida de todos los huesos de sus fieles para que ni uno solo le sea partido.
n)    Castiga con la muerte al que obra el mal
o)    Y cuando odian a uno que le es fiel al Señor y Juez, recibirá castigo
p)    En cambio, a sus fieles servidores los redime y salva
q)    Finalmente, promete que, quien confíe en Él, no será castigado.

El Domingo anterior vimos que Dios no es un juez a la manera de los jueces terrenales que le dan largas a una pobre viuda, sino –nos explicaba Jesús- ὁ δὲ Θεὸς οὐ μὴ ποιήσῃ τὴν ἐκδίκησιν τῶν ἐκλεκτῶν αὐτοῦ τῶν βοώντων αὐτῷ ἡμέρας καὶ νυκτός que Él les hace justicia a sus elegidos que le gritan día y noche (Lc 18, 7ab) y en el verso Lc 18,8 leemos que les hará justicia pronto: ἐν τάχει. Podemos sumar este Domingo XXX nuestras voces al Salmista para decir, con el responsorio, y asegurar confiadamente que “Si el afligido invoca al Señor Él lo escucha”.

“Juez-justo”
Tanto la Primera como la Segunda Lecturas, prefieren contra nuestra designación de “Juez Ideal” la de “Juez-justo”. En el Libro del Eclesiástico dice que Dios es un Dios justo para afirmar a continuación que Dios no es parcial. Nosotros entendemos  que el texto dice que Dios si es parcial, que no pretende ser imparcial, sino que toma partido por el pobre. Dado que el pobre tiene su punto de partida con desventaja frente a los más favorecidos, a los ricos y a los opresores, entonces Dios inclina la balanza a favor del desprotegido para que haya justicia. De esta manera, Dios hace verdadera justicia. Como decíamos arriba, Dios no es un juez de esos que han recibido el “soborno” por debajo de la mesa, Dios es el Juez Ideal y el ideal de todo juez que sea verdaderamente ético.


Hay que reconocer que los “clientes del Señor”, huérfanos, viudas, pobres, son primeros en su Corazón Misericordioso y que, como leímos en el Salmo, Dios los ve, porque les consagra la atención de sus Miradas y los oye porque les consagra toda la escucha de su Oído. En el Eclesiástico nos ratifica que Dios, Juez-Justo les hace Justicia.

En la Segunda Carta a Timoteo, encontramos una doxología: ᾧ ἡ δόξα εἰς τοὺς αἰῶνας τῶν αἰώνων, ἀμήν. “A Él la Gloria por los siglos de los siglos”, (edades tras edades, o sea, era tras era; más fuerte que generaciones de generaciones. Pensamos que estamos bien compenetrados con la fórmula “por los siglos de los siglos” y captamos su significación de “eternidad”, “para siempre y por siempre”).


¿Cuál es el motivo de esta glorificación? Pues precisamente ese, que Dios es  ὁ δίκαιος κριτής Juez-Justo (2Ti 4, 8d). ¿Cómo le hará justicia Dios a Pablo? Dándole  la Corona del deportista que ha corrido la carrera y, de principio a fin, hasta llegar a la meta, ha corrido dándolo todo, poniendo en su correr “alma, vida y sombrero”. Esta “corona” que era el premio de los atletas en los juegos de la antigüedad, es la metáfora que se usa  en esta Segunda Carta a Timoteo para referirse al τὴν βασιλείαν αὐτοῦ τὴν ἐπουράνιον· “reino del cielo”. Se trata pues de una metáfora “olímpica” en el sentido de hacer alusión a los Juegos Olímpicos.

Desaferrarse del yo
Dios nos propone su imagen de Juez-Perfecto para que procuremos vivir en la justicia y practicarla, no para que nos creamos jueces perfectos, lo cual nos convertiría automáticamente en ególatras. El evangelio de este Domingo nos alerta contra ese riesgo de descomunales proporciones.

Uno de los temas que repetimos obsesivamente es el del descentramiento en favor de Dios, Único digno de ocupar el centro. Creemos que una de las tareas esenciales de la evangelización es precavernos del peligro de la auto-adoración, de la auto-latría. A la vez, anunciamos que el Centro, el paradigma de los paradigmas (Rey de reyes, Señor de Señores) es Jesucristo, modelo humanizado de la Divinidad, Alfa y Omega; y este tema del Omega, nos invita a estar despiertos y en conciencia de la Parusía.

El “orante” no se presenta con la “arrogancia” del deportista que llegó a la meta y se ganó la “corona”, por mérito propio, olvidando que sin la Misericordia del Señor, ni siquiera podríamos despegar del “punto de partida”, ahora sí, mucho menos, recorrer todo nuestro éxodo para llegar a la Meta. Especulamos que el siguiente cuento de Tony de Mello, titulado “Suelta el yo” nos permite adentrarnos en la grave problemática del orante:

.- El discípulo: Vengo a ti con nada en las manos.
.- El maestro: Entonces suéltalo en seguida.
.- El discípulo: Pero ¿cómo voy a soltarlo si es nada?
.- El maestro: Entonces llévatelo contigo.
Un hombre se presentó ante Buda con una ofrenda de flores en la mano.
Buda lo miró y dijo: “¡Suéltalo!”.
El hombre no podía creer que se le ordenara dejar caer las flores al suelo. Pero entonces se le ocurrió que probablemente se le estaba insinuando que soltara las flores que llevaba en su mano izquierda, porque ofrecer algo con la mano izquierda se consideraba de mala suerte y como una descortesía. De modo que soltó las flores que sostenía en su mano izquierda.
Pero Buda volvió a decir: “¡Suéltalo!”.
Esta vez dejó caer todas las flores y se quedó con las manos vacías delante de Buda, que, sonriendo, repitió: “¡Suéltalo!”.
Totalmente confuso, el hombre preguntó: “¿Qué se supone que debo soltar?”.
“No las flores, hijo, sino al que las traía”, respondió Buda.

Ese aferrarnos con manos crispadas a nuestro propio “protagonismo” (disimulado tras la “ofrenda de flores”), en nuestro caminar hacia Dios requiere ser abandonado a favor de un “ni siquiera atrevernos a alzar los ojos” y en pos de reconocernos “pecadores” necesitados de la Misericordia de Dios. Al “abandono” en sus Manos, en su Justicia-Ilimitada- Bondad-Incomparable, que es tan Amplia que no se deja ganar y que no puede ser derrotada – pero si bloqueada por la arrogancia-.


«El hombre debe vivir buscando el Reino de Dios y su Justicia… Para vivirla es necesario aprender a aceptar ser pobres; aprender, de hecho, a negarnos lo superfluo; vigilar para que no surjan en nosotros deseos suscitados desde fuera y aprender a rechazar esas solicitaciones continuas y acosadoras. Es necesario violentarse contra la violencia de la publicidad, contra el poder opresor del capital que me fuerza a servirlo lisonjeándome con calidades, colores, sonidos y voces. Metidos en el bosque embrujado, seguiremos irremediablemente alienados si no nos libera una profunda concentración y una violenta fidelidad a nuestro existir de cristianos y de hombres del Reino.»[2]

Así pues, no sólo hay que orar sin desanimarse, continuamente, perseverantemente; como aprendimos el Domingo anterior, sino que, además, debemos revestirnos de humildad, de un espíritu sencillo, con el alma verdaderamente puesta de rodillas, figura de abajamiento que en el texto evangélico se plasma con los golpes de pecho, signo corpóreo de reconocimiento de nuestra “nada” que Dios alzará y dignificará en consonancia con El Amor de los Amores. Nada de arrogancias y complejos de superioridad, nada de altanería, de petulancia, de insolencia, no pensarnos propietarios de la salvación, sus detentadores y monopolizadores. “Sólo somos siervos que hicimos lo que teníamos que hacer” y que Dios nos de la gracia de poderlo llevar a cabo: Todo esto es preámbulo, nos prepara para el encuentro con el otro, que trasparenta al Otro.






[1] Paoli, Arturo. DIALOGO DE LA LIBERACIÓN. Ediciones Carlos Lohlé BS.As. 1970 p. 140
[2] Ibidem p. 151

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