sábado, 6 de julio de 2019

ENVIADOS



Is 66, 10-14c; Sal 66(65), 1b-3a. 4-7a.16.20; Gal 6, 14-18; Lc 10, 1-12.17-20

Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita transformada a través de las tormentas de la historia. Los valores tienden siempre a reaparecer de nuevas maneras, y de hecho el ser humano ha renacido muchas veces de lo que parecía irreversible. Ésa es la fuerza de la resurrección y cada evangelizador es un instrumento de ese dinamismo.
Papa Francisco EG. # 276

Las lecturas de este Domingo
El libro Profético de Isaías se extiende hasta 66, 24. Del capítulo 55 en adelante se atribuye al Tritoisaías, discípulo o discípulos del Deuteroisaías. Para este XIV Domingo Ordinario, ciclo C, tomamos del capítulo final los versículos 10-14c, se omite el 14d. En este capítulo 66, primero –Dios por medio de su profeta(s)- cuestiona el culto del sacrificios de bueyes, ovejas, perros, cereales, marranos y hasta hombres, y lo rechaza porque eso no es lo que Él ha pedido; serán depurados con sufrimientos. Luego, explica a los fieles que el sufrimiento viene por aquellos, de entre los mismos judíos, que piden se demuestre el poder de Dios, vienen los dolores que darán nacimiento a una nación. Entonces, encontramos la perícopa que se lee en este Domingo, se trata de una gran promesa para Jerusalén: se le promete consuelo, paz, riqueza, poderío y alegría.

La Segunda Lectura, desde el principio del año C, hasta el octavo Domingo, la tomamos de la Primera a los Corintios; a partir del Octavo Domingo, la tomamos de Gálatas hasta este Domingo; a partir del próximo empezaremos a leer de la Carta a los Colosenses. La Carta a los Gálatas se extiende hasta 6, 18. Hoy leemos la perícopa final, 6, 14-18. La antigua Alianza tenía por signo la circuncisión, la Nueva Alianza, tiene por signo la Cruz, en ella se gloría San Pablo, quien se despide pidiendo que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo se derrame sobre nosotros, de tal manera se despide, bendiciéndonos.


El Salmo es el 66(65), 1b-3a. 4-7a. 16. 20, Salmo de Acción de Gracias. Nos invita y, a la vez, nos reta: Vengan y vean las obras de Dios; (recordemos, de paso, que Jesús también usa la misma fórmula cuando llama al “seguimiento” a Simón-Pedro y a Andrés, en Jn 1,39). Esta manera de llamar es para que estemos con Él y podamos dar testimonio directo. Nos dice cuál ha de ser el testimonio del apóstol: Contar lo que Dios ha hecho –en primer lugar- por su pueblo y esos prodigios en favor de Israel ratifican que su Fidelidad es perenne y hablan de lo que hará -ahora- en favor de cualquiera de sus fieles; por eso, el salmista agradece, porque él también se ha visto favorecido por su Misericordia: 66(65), 16d. No favores que han recibido otros, sino aquellos con los que nuestra propia vida nos hemos visto asistidos, es decir, este salmo convida a experimentar la deferencia Divina y así alcanzar de primera mano, el testimonio directo.

El Evangelio
La semana pasada –se puede decir- que el verbo central era: ἀκολούθει μοι “Sígueme”; para este XIV Domingo Ordinario del ciclo C, pasamos a otro verbo: ἀποστέλλω “enviar”, “encomendar una misión”. Quisiéramos tomar como eje de nuestra reflexión: “Algo después designó el Señor a otros setenta [y dos] y los envió por delante, de dos en dos, a todas las ciudades y lugares adonde pensaba ir.” Lc 10,1.


 … “uno que echa mano al arado y mira atrás no es apto para el reinado de Dios.”, lo que se va a decir ahora: El que mira hacia atrás no es idóneo… para ser un enviado. Habida cuenta de la idoneidad exigida, se procede a la elección de otros setenta [y dos] para que pasen de la retaguardia (de los que lo siguen), a la vanguardia (de los que son enviados).

Lo hemos dicho: el discípulo no puede permanecer perennemente en ese status, lo es, en tanto y cuanto recibe una “formación”, durante un período más o menos largo de preparación, una vez formado, pasa al frente, pasa de aprendiz a “maestro”; está ahora en condiciones de liderar un proceso evangelizador en otros; nosotros hablaremos de la trasformación de discípulo en apóstol, donde se subraya el sentido misional del “enviado”, de quien tiene a su cargo llevar un “anuncio”, una “noticia”. 

Así que, con plena conciencia de salirle al encuentro a la muerte al caminar hacía Jerusalén, entrega su “mensaje” y la comisión de llevarlo y hacerlo llegar, a sus discípulos, que de esta manera pasan al nuevo status de apóstoles. Como dice San Pablo: “¡Ay de mi si no evangelizo!”. (1Cor 9, 16c)

Aquí vienen muy a propósito -nos parece- tres numerales del Documento de Aparecida, a saber:

144. Al llamar a los suyos para que lo sigan, les da un encargo muy preciso: anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones (cf. Mt 28, 19; Lc 24, 46-48). Por esto, todo discípulo es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de su misión al mismo tiempo que lo vincula a Él, como amigo y hermano. De esta manera, como Él es testigo del misterio del Padre, así los discípulos son testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta que Él vuelva. Cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad cristiana, porque es la extensión testimonial de la vocación misma.

145. Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría que produce, crece también el ímpetu de comunicarle a todos el don de ese encuentro. La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1, 8).


146. Benedicto XVI nos recuerda que: “el discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro“.

Esta es la tarea esencial de la evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres, la promoción humana integral y la auténtica liberación cristiana.[1]

Cómo volver todo esto vida hoy
«La palabras que definen en las constituciones de San Ignacio el fin de su compañía: “No solamente atender a la salvación y la perfección de las ánimas propias con la gracia divina, más con la misma intensamente procurar de ayudar a la salvación y perfección de las de los prójimos”… lo interesante de este pasaje es que, como notan los comentaristas, Ignacio usa aquí la palabra “fin” en singular, no en plural. Para él, la “salvación y perfección del alma” y “la salvación y perfección de los demás” no son dos fines distintos,… sino un solo y único fin. Esto quiere decir, a su vez, que no puedo conseguir mi propia “salvación” si no me dedico con toda mi alma a la salvación y perfección de los demás… yo no puedo ser plenamente yo si no soy y existo y vivo al mismo tiempo plenamente para los demás.»[2]. Este texto es clave como punto de despegue del enviado puesto que refuta una antigua y casi tradicionalista visión que veía el compromiso religioso, la misión como la tarea de la auto-salvación, luego bastaba con no pecar, y conocer la doctrina; bastaba con ofrecer mis bueyes, mis ovejas, mis perros y hasta a humanos (cfr. Is 66, 3a-3b) en el sentido de ignorarlos y olvidarme porque el tema salvífico era un asunto tan estrictamente personal e individual que los demás tenían que ver cómo se las apañaban solos. Pues no, el tema de la salvación personal está directamente tejido con mi responsabilidad de enviado, de anunciador, de constructor del Reino.

El trito-Isaías hace un anuncio profético positivo que levanta el ánimo a los repatriados que vienen de sufrir los rigores de la dura y larga deportación a la esclavitud. Así también  para nosotros, los enviados de este tiempo, «Ser cristiano hoy, es precisamente reaccionar contra el desánimo, el desaliento, la desconfianza, la desesperanza, gran pecado de nuestro tiempo; devolver la esperanza, renacer a la posibilidad de que existe el Evangelio, de que el Espíritu y Jesús están trabajando con nosotros…»[3]


El Evangelio, que –para nosotros en Latinoamérica y el Caribe- entronca directamente con Aparecida, nos señala que «El gran reto de la Iglesia hoy… es… el de la “Nueva Evangelización”… Una evangelización de corazones evangelizados antes por el Evangelio orado; una evangelización que chorree verdad, trasparencia y vida; que sea un chorro de alegría, entusiasmo y gozo; una evangelización que toque los corazones, que deslumbre las mentes, que dé vigor a las voluntades arrugadas. Una nueva evangelización donde ser mero “informador” ya no “vale”, sino ser “testificador”.»[4] Así están las para nuestro compromiso misionero. ¿Estamos listos a asumirlo?




[1] DA. ##144-146.
[2] Vallés, Carlos G. sj. CALEIDOSCOPIO. AUTOBIOGRAFÍA DE UN JESUITA. Editorial Sal Terrae Santander-España. 1985 p. 121-122
[3] Vallés, Carlos G. sj TESTIGOS DE CRISTO EN UN MUNDO NUEVO. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá- Colombia 1998. P. 54
[4] Mazariegos, Emilio L. EMAÚS: EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN. Ed. San Pablo Bogotá – Colombia 2003  p. 152

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