sábado, 17 de noviembre de 2018

ESCATOLOGÍA Y APOCALÍPTICA CIENCIA DE LA ESPERANZA


Dan 12,1-3; Sal 16(15), 5. 8. 9-10. 11; Heb 10, 11-14,18; Mc 13, 24-32



Cristo borra definitivamente el verbo en pasado, para convertirse en la inaudita novedad del presente y del futuro.
Enrico Masseroni

El Evangelio de este Domingo, XXXIII Ordinario del ciclo B, será la última perícopa de San Marcos que leamos porque el próximo Domingo –último del Año Litúrgico- leeremos un trozo de San Juan 18, 33b-37. Todo parece indicar que San Marcos tomó este fragmento de una tradición temprana del cristianismo y con sumo cuidado y prolija reelaboración lo insertó en este lugar de su Evangelio. Comparando con otros prolongados discursos que leemos en la Santa Biblia, suelen preceder a la muerte, este está en el capítulo 13 de San Marcos y, a partir del capítulo 14, le sucederá la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

Se trata de una página escatológica, ¿qué es esto de la escatología? Sabemos que alude a los últimos tiempos, pero ¿qué es y qué era para nosotros los creyentes y para los pioneros de nuestra fe, sea el caso, para Marcos, al escribir esas líneas? No podemos entrar en la mente de San Marcos para decirlo a cabalidad, pero lo cierto es que para nosotros los “último tiempos”, las “postrimerías”, el “término de la historia” se refiere a una “edad”, a una “era” que inauguró Jesús y que a partir de Él se viene desarrollando. Sí habla del futuro, pero no de un futuro que empieza en algún momento del porvenir remoto, sino que se inició ya y que –así como la parábola de la semilla plantada germina día y noche y sin saber cómo brotará y se hará grande, ira produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. A veces, tal vez muchas, queremos desbaratar la procesualidad de este “sin saber cómo” y exprimirla (hasta asfixiarla y hacerla sacar la lengua), para  obtener un “manual de instrucciones precisas” que indique “cuando retirar la olla del fuego, después de 20 minutos”. Ese no es el caso, Jesús, persona histórica, avanza en el tiempo, el tiempo humano, hasta su muerte; pero allí, hay un instante donde la historia se hace escatología y se da el gran salto, de la historia y el testimonio temporal de quienes vivieron ese momento, dando paso a una “ruptura epistemológica” –si se quiere decir así- y, hundiendo sus raíces en la historia, da el salto al plano de la fe. Ese momento exacto, si lo queréis saber, en el que empieza la escatología, es el instante mismo en que Jesús se levanta y Resucita! Las primeras páginas de esta nueva “ciencia” la relatan aquellos a quienes cupo la Gracia de verlo en su nuevo estado, el de Glorificación, que, sin embargo, conservaba las Llagas en las Manos y en el Costado. Sabemos que luego se ausentó de nuestros “sentidos”, pero volverá al alcance de nuestra sensorialidad en otro instante al que denominamos Parusía, cuando recuperaremos Su παρουσα Presencia.

La escatología es, pues, un supremo esfuerzo para verbalizar algo que está más allá de la palabra, algo que entrevemos entre signos premonitorios, algo que ni el propio Jesús pretendía saber o explicar, algo así como un secreto entre el Padre y Él, pero de lo que estaba absolutamente seguro y de lo que nos comunica la convicción. Una Cristo-certeza podríamos decir. Un saber trascendente propio de la naturaleza divina.

En 1903 André Jolles escribió Einfachen Formen (Formas simples), luego Martin Dibelius, cuyo Die Formgeschichte des Evangeliums (Historia de las formas evangélicas) apareció en 1919, seguido por el estudio independiente de Rudolf Bultmann que en 1921 escribió Die Geschichte der Synoptischen Tradition (Historia de la tradición sinóptica). De esta manera surgió la Crítica de las formas que puso en escena la atención a las diversas maneras de comunicar conscientes de la diferencia entre hablar directamente, hablarse por carta, escribir un cuento, un artículo científico, el informe del inventario de una bodega o la lista de las compras que me encargaron de la tienda, son distintas maneras de expresarse, distintos géneros.


Una de estas formas es la apocalíptica que tiene –en la cultura judía- una larga tradición y que daba plurales frutos hasta –aproximadamente el año 200 a.C., cuando la producción literaria se centró en el legalismo. Contra el imaginario común que hace ver el profetismo como el género literario que se ocupa del futuro, si examinamos y leemos los Libros de los Profetas notamos, enseguida, que ellos se ocupaban de su momento histórico y de los asuntos de su tiempo, y en cambio, si vamos en la dirección  de los escritos apocalípticos, vemos que en ellos si hay una atención particular sobre lo que nos deparará el “final de los tiempos”. Otro elemento muy común en la literatura apocalíptica es el catastrofismo, porque al tenor de estos mismos escritos nos hallamos enfrentados a páginas donde los desastres naturales se convierten en el recurso divino para darle vuelco a la historia e implantar el Mundo Nuevo que le sucederá. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que estos desastres tienen aquí –más especialmente- un valor sémico expresionista. Aquí, por ejemplo, en esta perícopa del Evangelio se habla de oscurecimiento del sol, de una luna que ya no alumbrará, de una caída de las estrellas del cielo como simbología del derrocamiento de gobiernos, o puede figurar, de algún modo, el juicio de Israel. En síntesis, podríamos decir que el género literario que le corresponde a la escatología es la apocalíptica. Cabe aquí subrayar que apocalipsis no significa “destrucción final” –como ha pasado a significar, con trasfondo milenarista, en el habla común- sino única y simplemente “revelación”. La revelación se lee tras la comprensión de toda la riqueza sígnica –que como venimos diciendo- es propia de este género, y que, sin embargo, se interpone bloqueándonos el paso a su interpretación, siendo así, un proceso de decodificación se hace indispensable para su correcta exegesis.

Nos parece convincente cuando se nos presenta la apocalíptica como un género que surgió de la necesidad de comunicar el mensaje en un contexto de persecución a sangre y hierro, momentos de crisis extrema, pero donde los signos eran comunes y claros para sus destinatarios, como parte del lenguaje que para ellos era vigente. La dificultad se presenta para nosotros que, siglos después, hemos –por así decirlo- perdido las claves decodificadoras imprescindibles.

En la Biblia encontramos páginas de este género en Isaías, Zacarías, Joel, Ezequiel, Daniel (del cual la Primera Lectura nos trae una muestra) y en las dos Cartas a los Tesalonicenses. Ahora estamos examinando el apocalipsis marqueano que tiene sus equivalentes en Lucas y Mateo, donde el rol central corresponde a la idea “aquel tiempo”, “tiempo difícil”, de la “gran angustia”. Además, subyace, aunque sea en forma tácita, la promesa: “no me abandonaras en la región de los muertos, ni tu siervo conocerá la corrupción”.


En la frase “No me  abandonarás”, ¿aquí el sujeto es quién? ¿A quién está dirigido el Salmo16 (15)? Este Salmo pertenece al grupo de los Salmos que se han dado en llamar “Salmos del Huésped de YHWH”, valga decir, del protegido de Dios, también se les llama “Salmos del Emmanuel”, o sea que los destinatarios del salmo, los que no serán abandonados son esos “favoritos” de Dios a los que Dios acompaña y protege, “siempre está presente, a su lado”, es “Dios-con-nosotros”. Si uno se pone a estudiar este grupo de salmos encuentra que los salmistas pasan por momentos de “crisis extrema”, inclusive parecería que llegan hasta el punto limítrofe, como si ya estuvieran al borde de apostatar. Pero como ellos van con el Emmanuel, esa crisis los lleva a salir fortalecidos y a ser capaces de afrontar lo que venga, se convierten en momentos de crisol para la fe, donde el ácido de la prueba es totalmente neutralizado por el consuelo de Dios: “Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré”.

Este apoyo firme que nos entrega Dios recibe un nombre clave, y esta palabra es la palabra nuclear para acceder a las Lecturas de este Domingo, se trata de la Esperanza. Hemos hablado de “salto epistemológico” porque «La esperanza es un instrumento cognoscitivo con una mirada de largo alcance, de grande agudeza y lucidez. Ni siquiera nuestro corazón puede comprender, con todos sus sueños, aspiraciones y deseos, ese bien sin límites que Dios nos prepara, que es el objeto de nuestra esperanza: algo que está más allá de toda expectativa y de cualquier deseo, aunque los colma y los llena de un modo indescriptible… la esperanza cristiana tiene… como objeto suyo propio: mirar hacia Jesucristo y su regreso.»[1] «Nuestra esperanza se basa en Dios mismo en la actitud eminentemente personal de la promesa, cuyo sentido intimo es una invitación personal a la confianza: “tú puedes fiarte de Mí»[2]


«La escatología cristiana no es la descripción de un universo futuro. Sólo afirma una verdadera y autentica comunión de Dios con los hombres y de los hombres entre sí. En este sentido es personalista… En este horizonte personalista deben situarse los otros elementos escatológicos: resurrección corporal y universo nuevo…hablar de universo nuevo… Quizá sea sólo una imagen para indicar que el hombre ya no tendrá más con el mundo exterior esta relación ambigua que tiene ahora cuando no vive en total comunión con el prójimo y con Dios.»[3] «La esperanza… tiene también un valor mundano, en el sentido de que influye fuertemente en la construcción del mundo. Si no tuviera una correspondencia en la historia, no sería esperanza de hombres... se convierte en estímulo y modelo para trabajar en la construcción de un mundo humano que tenga, en cuanto posible, las características de este término hacia el cual tiende el cristiano. ¿Cuáles son estas características?… justicia, libertad, fraternidad, paz, derechos humanos y, por tanto, lucha contra la marginación, el hambre, la desocupación, y todas las realidades que desfiguran la imagen ideal de la ciudad de los hombres, que se construye a imitación de su término perfecto que es el Reino de Dios.»[4]



«El universo nuevo no existirá más que para los hombres que emplearon la trasformación y la dominación de este mundo como medio para mejorar la ciudad de los hombres y aumentar las posibilidades  de orientarse hacia Dios… todo cristianismo que no mantenga la exigencia y la acción en pro de la instauración de un mundo más humano, está traicionando su propia esencia.»[5]




[1] Martini, Carlo María. LAS VIRTUDES DEL CRISTIANO QUE VIGILA. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2003 p..59
[2] Alfaro, Juan S.I. PERSONA Y GRACIA en SELECCIOMES DE TEOLOGÍA Facultad de teología San Francisco de Borja Barcelona (España) Vol 2 #5 Enero – Marzo 1963. p.5
[3] Duquoc, Christian. O.P. ESCATOLOGÍA Y MÍSTICA DEL PROGRESO. en SELECCIONES DE TEOLOGÍA Facultad de teología San Francisco de Borja Barcelona (España) Vol 2 #5 Enero – Marzo 1963. P. 223-224
[4] Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá, D.C.–Colombia. 1995 p. 551.
[5] Duquoc, Christian. O.P. Op. Cit. p.-224

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