sábado, 10 de noviembre de 2018

APRENDER A QUIEN MIRAR Y DE QUIEN APRENDER



1 Re 17,10-16; Sal 145, 7-10; Heb 9, 24-28; Mc 12, 38-44

… los sabios no menos que los astutos. Prefieren limitar todo su cristianismo a la inteligencia cada vez más aguda y más profunda de la fe, sin hacer nunca nada. Son unos saltadores que agotan todas sus fuerzas y su impulso, sin saltar nunca… Aunque desaparecieran todos los libros, no sabríamos mucho menos. Antes bien, tal vez sabríamos más… El cristianismo… es una persona concreta, una praxis, una realidad subversiva. Nuestro libro fundamental es Jesús, lo que Él hace y lo que nos enseña a hacer… sean religiosos o laicos (los intelectuales). Hablan de todo y sólo entre ellos se entienden y se confunden.[1]

Ya sabemos con mucho claridad de conciencia que el Año Litúrgico está conformado por 34 Domingos Ordinarios, aparte de los 4 Domingos de Adviento, los 5 de Cuaresma, el Domingo de Ramos, los 7 Domingos de Pascua. Este Domingo, 11 de noviembre de 2018, es el Trigésimo Segundo del ciclo B, de este Año de Gracia. El 25 de noviembre estaremos celebrando a Jesucristo Rey del Universo. Y lo resaltamos porque ¡estos últimos Domingos nos estamos preparando para llegar allí!


La carta a los Hebreos conlleva una dinámica oscilante del mismo reflector salen dos “enfoques” uno apunta a Cristo, el Mesías, como “Sumo Sacerdote”, al apuntar con su otro vaivén, señala hacia el “Redentor”. Desde el Domingo XXVII venimos leyendo esta Carta, el próximo Domingo también; 7 Domingos dedicados a ella. En esta sexta ocasión, después de habernos referido a Él como Sumo Sacerdote, viene ahora a descargar su destello sobre la Salvación que Él nos trae: En los versos del 24 al 26 todavía se remite a la figura del Sumo Sacerdote, pero sólo para contrastar con la superioridad de la fe cristiana.

Podemos dividir la Segunda Lectura en dos secciones: La primera del verso 24 al 26a, donde todavía se está considerando el tema del Sumo Sacerdocio. Pero desde el 26b, donde aparece el νυνὶ δὲ, que son, en griego, adverbio y conjunción, que se funden para marcar la idea de cambio a un nuevo estado, cambio temporal a una nueva época, podríamos traducir “sino que ahora”, ¿de qué ahora se trata? De los que en la Carta se denominan “el final de los tiempos” y entra de lleno a expresar la clase de Salvación que trae el verdadero Ungido: ¿de qué salvación estamos tratando? ¡Borrar los pecados de todos los hombres! (Hb 9, 28c). Pero ese aspecto salvífico no se corta allí, en el episodio sacrificial, sino que, en Hebreos, se remonta al plano escatológico y nos remite a su Segunda Venida, donde el Mesías, ya no se presenta como “cargador de pecados”, sino que una vez los pecados ya borrados, se hace presente para traerle a los que lo esperan σωτηρίαν o sea, “salvación”. Se podrá decir, me pregunto, que ¿el sacrificio fue “redentor” pero su Segunda Venida será salvífica?


Apuntando en esa dirección retomamos un aforismo de Cerfaux: «La resurrección realizada en nosotros por la gracia es parcial y no alcanza todavía a nuestros cuerpos. Por esto esperamos aún la Parusía de Cristo.»[2]. Esto implica una suerte de suspensión, ahí está la opción de plenitud para el ser humano, no para el individuo, sino para la comunidad humana, pero, nos negamos a estrenar nuestra nueva condición, somos reacios a pertenecer a la comunidad porque todavía prevalece un anhelo de exclusividad, todavía alimentamos la pretensión de sentarnos a derecha e izquierda: Nos preguntaba el Cardenal Martini: «¿Cómo vamos a pretender vencer la guerras, si no superamos lo que nos divide a unos de otros, y si no asumimos este espíritu ecuménico, universal, católico en el pleno sentido de la palabra, que atañe a todos los que son llamados a la única realidad que nos hace hermanos?»[3]

¿Cuál es entonces la enseñanza profunda que nos entrega Jesús este Domingo? Consideramos -muy humildemente- que lo que nos enseña Jesús es su mirada diferente, esa que nosotros le suplicamos en la oración, que nos enseñe “a ver como Él mismo ve”, a tener no sólo un corazón de carne, sino unos ojos sensibles, tiernos, fraternales, solidarios. Observemos que Él mismo nos llama: “Llamando a sus discípulos” (Mc 12, 43a) a dejar de mirar la suntuosidad del Templo-edificio y nos convida a fijarnos en la viuda. Aquí la viuda encarna el prototipo del Anawin. Antes de su Partida Él instituye una nueva manera de su Presencia: La Eucaristía y una nueva manera de su Magisterio: Los πτωχὴ “los pobres”. Aquí, para reforzar esta elección preferencial de Jesús, sobre el “hacia dónde dirigir la mirada, demos una ojeadita a la página de la 2da de Reyes que nos propone y ocupa en la Primera Lectura de esta fecha, y tratemos de contestar: ¿por qué puso Dios, en el camino de Elías, en Sarepta, a la viuda que recogía leña? Es probable que la respuesta señale la sospecha de sí se le hubiera atravesado un Escriba, un sacerdote o un levita, lo habrían dejado tendido a la vera del camino, sin socorrerlo y lo habrían dejado morir de hambre y de inanición.


Así como la Segunda Lectura podemos dividirla en semi-perícopas, también el Evangelio admite ver primero una suerte de desconfianza contra eruditos, fariseos y escribas; y, en la segunda parte, la recomendación de cuál es el verdadero “punto de fuga” para nuestro “ver” con claridad lo que Dios nos está mostrando; porque podemos mirar lo que oculta o mirar desde la perspectiva de lo que revela, lo que despierta la consciencia. Un primer paso es saber qué mirar y hacia dónde. El segundo será aprender a discernir, a justipreciar. ¡Pero, (ahí va el tercer pero), no podemos conformarnos con el discernimiento, después vendrá otro paso más!

Al intentar dirigir nuestra mirada en la dirección certera, aparecen los “deformadores de la visión”. Lo primero es tener libertad para mirar porque a no dudarlo aparecerán los que nos recomienden mirar en otro sentido, por razones supuestamente muy válidas, egoístamente válidas. Dice Carlos Vallés comentando el Salmo 145: Me refiero a la dependencia interna, a la necesidad de la aprobación de los demás, a la influencia de la opinión pública, al peligro de convertirse en juguete de los gustos de quienes nos rodean, al recurso servil a “príncipes”. Nada de príncipes en mi vida. Nada de depender del capricho de los demás. Mi vida es mía… En eso está mi libertad, mi derecho a ser yo mismo, mi felicidad como persona. Mi vida está en mi consciencia, y mi consciencia está en tus manos. Tú solo eres mi Rey, Señor.»[4]

Ahora bien, al dirigir nuestra mirada siguiendo el ejemplo de Jesús, hacia los pobres, se sucede de inmediato el interrogante. «Si Dios se interesa por los desgraciados… ¿Tú qué? ¿Qué haces?... Proteger, guardar, curar, levantar, sostener. Dios ha confiado al hombre sus propias tareas. Si el hombre es “este humilde polvo inconsistente, tiene la admirable dignidad de poder imitar a Dios. “Sed perfectos, como vuestro Padre Celestial es perfecto”, decía Jesús. He ahí, en las palabras de este Salmo, todo el compromiso cristiano por la promoción y el desarrollo, por el “servicio”, personal y colectivo de la sociedad.»[5]


«Dentro de las sociedades existentes, con cristianos y no cristianos, los miembros de la Iglesia colaboran a crear las condiciones de un mayor desarrollo mientras su anuncio se dirige a que se reconozca y se viva la unidad de todos, como una tarea y como un don de Dios que en Cristo ha manifestado su profundo contenido y lo ha realizado ya en principio…El cristiano no ve lo temporal en su puro aspecto material. En su valoración (de lo temporal) condena todo cuanto aísla de los otros, y sabe que sólo un trato con el mundo que lo coloque al servicio de la mutua unión permite a Dios manifestarse como Señor y Padre. En su vida cristiana consumará la generosa voluntad divina de gracia y de perdón. Aquí encuentra la fuente de la fidelidad en su misión. Y como el Padre ha dado a su gracia una forma definitiva de bendición en Cristo, el cristiano debe estar marcado por la confianza: aun cuando no pueda borrar en este tiempo todo sufrimiento y mutilación, debe trabajar incansablemente por la habitabilidad del mundo sabiendo que la obra será consumada por Aquel “que trasformará nuestro humilde cuerpo conforme a su cuerpo glorioso en virtud del poder que tiene para someter a Sí todas las cosas” (Flp 3, 21)»[6]




[1] T. Beck; U. Benedetti; etal. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MARCOS. Ed. San Pablo Bogotá – Colombia 2009
[2] Cerfaux, Lucien. LA TEOLOGÍA DE LA GRACIA SEGÚN SAN PABLO. En Selecciones de Teología, Vol 6 No 21. Enero-marzo de 1967. p.12
[3] Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1995 p. 541
[4] Vallés, Carlos G. sj. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS Ed. Sal Terrae Santander 1989.  p. 263
[5] Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996pp. 266-267
[6] Van Rijen, Al. LOS CRISTIANOS EN EL MUNDO. En SELECCIONES DE TEOLOGÍA p. 298 Vol 7 No 28 Octubre-Diciembre facultad de teología San Francisco de Borja. Barcelona- España 1968

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