sábado, 28 de enero de 2017

¡BIENAVENTURADOS!


So 2, 3; 3, 12-13; Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10; 1Cor 1, 26-31; Mt 5, 1-12ª

Señor,… Queremos contemplar tu corazón, que es el único que puede curar nuestra dureza, nuestra frialdad, nuestros encierros.
Martini, Carlo María.

Para acceder a las Lecturas de este IV Domingo Ordinario del ciclo A, es preciso entender con renovada lucidez algunos elementos sobre los que están construidas: Es preciso ver desde una perspectiva diversa la justicia, la pobreza, la felicidad y el Reino de Dios, «… se invierten los criterios del mundo apenas se ven las cosas en la perspectiva correcta, esto es, desde la escala de valores de Dios, que es distinta de la del mundo.»[1]; de no hacerlo así, no se nos franqueará el paso y permaneceremos ajenos a su Revelación. «Las Bienaventuranzas han sido consideradas con frecuencia como la antítesis neotestamentaria del Decálogo, como la ética superior de los cristianos, por así decirlo, frente a los mandamientos del Antiguo Testamento.»[2]


Alguna vez oímos que las bienaventuranzas se podían asimilar como una especie de constitución. Ellas serían la Constitución del Reino de Dios, lo que nos pareció una analogía clarificadora e esplendida. Cabe recordar que una constitución está definida por tres rasgos fundamentales: Es la ley suprema de un estado, que establece las libertades y los derechos esenciales de sus ciudadanos funcionando –al mismo tiempo- como freno y cortapisa de los poderes que estructuran ese estado. Esa limitación que impone a los poderosos pone cotas al absolutismo. En ese caso el monarca esta “regulado” por la constitución. Dios se deja delimitar para que lo reconozcamos, para nada como un arbitrario o caprichoso, como las deidades volubles de la mitología, que ardían de ira o se consumían de amor porque ese era su arrebato circunstancial. Aquí, en cambio, el Rey-Juez establece lo que le agrada, señala quienes le simpatizan, reconoce en su dinámica de donación de la dicha, unos parámetros que dirigen sus fallos; señala a los que Él ve como víctimas, y es a ellos a quienes resarcirá entregándoles la plenitud de la dicha: Su Amor y Su Amistad. No es que ame la pobreza, es que le hiere que la endilguen, que la fomenten, que la motiven. Le aíra quienes la fraguan.  «La proclamación de las “”bienaventuranzas” abre el primero de los cinco grandes discursos de Jesús sobre el que está construido el Evangelio de Mateo. Estos discursos, que son como el eco de los que Moisés había dirigido al pueblo de la antigua alianza, nos describen las características del nuevo pueblo de Dios. Es el pueblo de los pobres y de los mansos, de los amantes de la justicia y de la paz, de los que lloran y de los que son perseguidos. Es el pueblo de los que buscan a Dios y se entregan a Él con corazón pobre y humilde. Es el pueblo de los que no tienen importancia ni prestigio, porque en su pobreza de sabiduría y de poder se revela más claramente la sabiduría y la fuerza de Dios. Para comprender mejor estas características, debemos unirlas con el tema central de la predicación y de la acción mesiánica de Jesús, es decir, del Reino, el señorío bueno y paternal de Dios que se hace presente en Jesús.»[3]

Dios es Rey, sin embargo, Él mismo se impone una Constitución, se auto-limita porque su reinado, su señorío es bueno y paternal. No es un tirano absoluto, es un gobernante, un Pastor a Quien importa solamente el “bienestar” de su pueblo, para quienes quiere la más cabal felicidad. Seguramente aquí lo que más nos interesa es lo de paternal, pues se trata de un Dios que es Dios-Padre.


Sin embargo, la dificultad estriba en las diversas interpretaciones que se les pueden dar. Ellas fueron trasmitidas con palabras que pueden entenderse de muy diversa forma. «Por desgracia, hay que reconocer que, por un trágico contrasentido, las bienaventuranzas se han utilizado a menudo como un opio para calmar el sufrimiento o la rebeldía de los pobres; es como si dijeran: “Vosotros los pobres, sois dichosos, porque Dios os ama; entonces… ¡seguid siendo pobres! Aceptad vuestro destino, y ya veréis como en el cielo seréis felices”. Pues bien, vamos a ver cómo Jesús proclama lo contrario: “Vosotros, los pobres, sois dichosos, porque en adelante ya no lo seréis; porque llega el reino de Dios”… Durante el destierro o poco después, los profetas anuncian que Dios va a reinar, que finalmente se va a manifestar como ese buen rey que Él es. ¿Qué signos da de ello? ¿No son esos los signos que hace Jesús? De este modo Jesús afirma que por medio de Él, llega el reino de Dios y que por tanto, desde entonces, ya no habrá pobres; por eso dice que son dichosos.»[4]

Pero…, hasta la fecha no hemos visto evolucionar la situación en esta dirección, «Si es este el sentido de lo que proclamaba Jesús, hay que reconocer que se engañó…, porque sigue habiendo pobres, sigue habiendo injusticias… Plantear esta cuestión es constatar que, desgraciadamente, nosotros los cristianos no hemos realizado nuestra tarea… No se pueden proclamar las bienaventuranzas sin hacer todo lo posible para que desaparezca la pobreza en todas sus formas, la enfermedad, la injusticia… Hay que luchar para que no haya pobres, pero hay que hacerlo con un corazón de pobre. Sólo quien tenga estas disposiciones del corazón podrá ayudar a los pobres sin aplastarlos con su piedad.»[5]

«Cuando el hombre empieza a mirar y a vivir a través de Dios, cuando camina con Jesús, entonces vive con nuevos criterios… Jesús es el Hijo,…Por eso sólo Él es el que…trae la paz. Establecer la paz es inherente a la naturaleza del ser Hijo.»[6] «Dios se inclina misericordiosamente sobre el hombre, esclavo del mal, del pecado, de la muerte, y lo hace pasar de la dolorosa condición de siervo a la alegre condición de hijo liberado, reconciliado y amado. Para el discípulo de Cristo, el Reino se convierte en el valor último, en el bien absoluto, en la meta definitiva hacia la cual polarizar toda la existencia.»[7]


La materia prima así como el plano-patrón están dados en las Bienaventuranzas, pero la idea eje, el núcleo esencial, el Espíritu de este proyecto reposa en un abajamiento, en una dinámica descendente: «La purificación del corazón se produce al seguir a Cristo, al ser uno con Él. “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20). Y aquí surge algo nuevo: el ascenso a Dios se produce precisamente en el descenso del servicio humilde, en el descenso del amor, que es la esencia de Dios y, por eso, la verdadera fuerza purificadora que capacita al hombre para percibir y ver a Dios… La verdadera “moral” del cristiano es el amor.   Y este, obviamente, se opone al egoísmo; es un salir de uno mismo, pero es de este modo como el hombre se encuentra consigo mismo.»[8] «… humildad, pobreza, sencillez, pequeñez, disponibilidad a la acción de Dios en cualquier situación… comunidad de pobres, de gente que sabe orar y alabar a Dios, que no tiene nada para sí sino que comparte gustosamente, que está llena de alegría y anuncia la Buena Nueva con la vida.»[9]



[1] Benedicto XVI, JESÚS DE NAZARET. PRIMERA PARTE. Ed. Planeta. Bogotá-Colombia 2007. p. 99
[2] Ibid p. 97
[3] Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1995. pp. 443-444.
[4] Charpentier, Ettienne. PARA LEER EL NUEVO TESTAMENTO. Editorial verbo Divno Estella-Navarra. 2004 p. 104
[5] Ibid. p. 106
[6] Benedicto XVI, Op:Cit. p. 113
[7] Martini, Carlo María. Op. Cit. p.444
[8] Benedicto XVI, Op.Cit. pp. 1224. 129.
[9] Martini, Carlo María. LAS BIENAVENTURANZAS. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1997. p.73

sábado, 21 de enero de 2017

SIGANME Y LOS HARÉ PESCADORES DE HOMBRES


Is 8,23-9.3; Sal 26, 1. 4. 13-14; 1 Cor. 1,10-13.17;  Mt. 4,12-23

… ya no decimos que somos “discípulos” y “misioneros”, sino que somos siempre “discípulos misioneros”
Papa Francisco. Evangelii Gaudium # 120


Podemos adentrarnos en el mensaje de este Domingo con el corazón lleno de sinceridad, superando la insignificancia de oír una anécdota,  que no nos toca, salvo porque nos permite estar informados de cómo conformó Jesús su grupo de “discípulos” y cuáles fueron sus primeros cuatro convocados. La idea es participar, enfrentando la situación: ¿Qué haríamos y cómo reaccionaríamos si, dentro de un rato Jesús se cruzara por nuestra vida, si nos llamara y nos pidiera seguirlo? ¡Aquí está la verdadera esencia de la liturgia de la Palabra para este Tercer Domingo Ordinario del ciclo A.

Vamos a presentar el primer elemento: Primero estaba Juan el Bautista, cuando este fue encarcelado fue como la “señal” para que Jesús recogiendo el turno, pasara a asumir el vacío que quedaba: San Juan bautista había apuntado hacia Jesús, lo hemos visto últimamente, «“el Bautista”… Ha puesto los ojos en Jesús que pasaba. Y a dos de sus discípulos les ha dicho: “Este es el Cordero de Dios”. No sé qué tendría Jesús: no se qué brisa suave dejó al pasar, no sé qué aroma derramó a su paso, que los dos discípulos de Juan se ponen en camino. Es el momento de seguir creciendo. Es el momento de dejar la comunidad de Juan e iniciar la del Hombre único y fascinante que se llama Jesús.»[1]

¿Desde dónde se inicia esta labor”? El evangelista nos lo informa: en “Cafarnaúm, cerca del lago, en los límites de Zabulón y Neftalí.” Esta ubicación espacial es enriquecida aún con otro dato, que Mateo toma del primer Isaías, del Libro de Emmanuel: “Galilea, tierra de paganos” (Is 8, 23b). Esta tierra, que conectaba Siria con Egipto, educada en el sometimiento y víctima de la usura, tierra “impía”, al norte del reino de Israel, tomada por los asirios, allá por el 732 antes de nuestra era, experiencia que dejó marcados a sus habitantes y a su descendencia, que perdió por eso la nitidez de su identidad. Cómo los veían los judíos ortodoxos, los fariseos del momento, los tenían por una población que “vivía en tinieblas y sombras de muerte”, gente pecadora y despreciable. Es allí donde Jesús empieza a desempeñar su ministerio. No es asunto de poca monta esta contextualización que nos prodiga San Mateo.


¿A quién dirige Jesús su llamado? A pescadores, el pescador saca peces del agua para convertirlos en “pescados”, los discípulos son llamados para que saquen a los hombres del agua “del pecado” y mueran (a esa vida de pecado), pero para nacer a una nueva vida, es decir, para que se conviertan. «… una vida nueva, un proyecto nuevo, una misión nueva. Todo su mundo, desde ahora, sin cosas, sin casas, sin tierras, sin padre y madre, sin nada. Ahora su mundo es Jesús. Jesús y basta. Jesús y punto. Jesús y se acabó.»[2] Lo que más asombra de este seguimiento es su inmediatez, su generosidad desprendida, esa capacidad de dejarlo todo atrás, sin voltear a mirar, sin nostalgias, es la capacidad de desinstalarse. Es la entrega retratada en el hermoso compromiso, del Salmo 40(39): “Aquí estoy Señor para hacer tu Voluntad”

Esta celebración Eucarística está enfocada sobre ese núcleo: la conversión, que es urgente porque “el Reino de Dios se ha acercado” (Mt 4, 17d). Para ser discípulo no basta reconocernos llamados, no basta tampoco saber dónde hemos de cumplir con ese “llamado”, además, urge saber el “para qué”. La conversión es un re-direccionamiento de la vida y el corazón. Para tal, el discípulo debe “seguir”, o sea continuar el accionar del Maestro que Enseñaba, Predicaba y Sanaba. «Cuando Jesús entra en una vida, quema. Su llama no puede ser guardada. Necesita ser extendida, llevada, comunicada a otros. La experiencia de Jesús llama luego a ser vivida en comunidad.»[3] No como individuos aislados sino como comunidad de discípulos, como asamblea de los convocados que es lo que precisamente significa Iglesia.


«… la vocación no es un lujo de elegidos ni un sueño de quiméricos. Todos llevan dentro encendida una estrella. Pero a muchos les pasa lo que ocurrió en tiempos de Jesús: en el cielo apareció una estrella anunciando su llegada y sólo la vieron los tres Magos.

 Sólo tiene vocación el que no sería capaz de vivir sin realizarla… benditos los que saben adónde van, para qué viven y qué es lo que quieren, aunque lo que quieran sea pequeño. De ellos es el reino de estar vivos.»[4] Ser discípulo entraña un seguimiento, pero si ese seguimiento se da con fidelidad implica un compromiso. Ser pescadores de hombres define esa misión.









[1] Mazariegos, Emilio L. DE AMOR HERIDO. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 3ª Ed. 2001. p. 144
[2] Ibid. p. 148
[3] Ibid p. 149
[4] Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA LA ALEGRÍA. Ed. Planeta. Barcelona- España 1996.  pp. 181-183

sábado, 14 de enero de 2017

RESISTENCIA


Is 49, 3. 5-6; Sal 39, 2. 4ab. 7-8a. Sb-9. 10; 1Cor 1, 1-3; Jn 1, 29-34

El siervo es Jesús, pero es también el pueblo, este pueblo sufriente, que imita a Jesucristo resistiendo contra el dolor.
Carlos Mesters

¿Cómo ha venido la liturgia? En primer término hemos celebrado la Epifanía, y con ella la universalidad del mensaje salvífico de Nuestro Señor Jesucristo. A continuación, dejando atrás el tiempo de Navidad y para entrar de lleno en el Tiempo Ordinario del ciclo A, hemos celebrado el Bautismo de Jesús. Para este II Domingo Ordinario, vamos a “repasar” estos dos factores, articulándolos.

La Primera Lectura nos viene del Deuteroisaías, se dio en el contexto del destierro, cuando el pueblo estaba desesperanzado, muchos habían claudicado y se habían entregado a los opresores, traicionando su fe se plegaron a las deidades babilónicas cayendo en el más abyecto politeísmo. Lo que nos brinda la historia consiste en que esta desazón no brotó de la noche a la mañana, sino que fue preparada durante un largo periodo en el cual  los líderes corruptos entre los que se contaban falsos profetas, miembros de la casta sacerdotal y hasta el propio rey abrieron paso a estas ideas «la fe en Dios quedó abatida, el pueblo perdió la confianza en sí mismo, olvidó las cosas grandes de su propio pasado, quedó sin memoria, perdido en medio de la historia…¿Cuál fue la idea errada sobre Dios que desequilibró la vida del pueblo?. Fue la idea de un Dios cuyo favor y protección pueden ser comprados por medio de promesas, ritos y sacrificios; un Dios que la gente sólo usa mientras sea útil y fácil. Una idea así es como un comején: va comiendo la fe por dentro. A la hora de la desgracia, lo que queda de ella en la cabeza del pueblo, es la imagen muerta y distorsionada de un Dios distante que se aparta del pueblo…»[1] Lo que nos propone el Deuteroisaías es la misión de liderar la recomposición y el retorno, no de la comunidad Israelita, sino “luz de las naciones… hasta el confín de la tierra”. «En la nueva situación en la que estaba el pueblo, allá en el cautiverio, el “Proyecto de Dios” ya no podía ser sólo para el pueblo de Israel. Tenía que alcanzar necesariamente a los otros pueblos.»[2]

¿Está dirigido este llamado a un gran personaje histórico? O, ¿está dirigido el llamado al pueblo? Observemos cómo inicia la perícopa para poder responder este cuestionamiento: “Tú eres mi siervo, Israel…”


La Segunda Lectura, nos viene de la Primera a los Corintios. La situación de Corinto no era menos grave, menos crítica que la de los israelitas en el exilio. Corinto era la cepa de la vida disoluta, la sexualidad desordenada y del politeísmo desenfrenado; con su templo principal consagrado a Afrodita, donde se practicaba la “prostitución sagrada” con un sinfín de mujeres dedicadas a este quehacer. «Los cristianos de Corinto eran pocos. Tal vez no pasaban de cien personas, y no tenían ni una misma raza, ni un mismo origen…desde el punto de vista social, la mayoría  de ellos estaban marginados: esclavos, mujeres, gente sin acceso al “saber” intelectual; como dice la misma Carta, gente considerada loca, débil, despreciable, vil y sin ningún valor (cf. 1, 27-28)… la comunidad de Corinto se vio luego rodeada de tensiones y conflictos. Fue ciertamente la comunidad que más problemas le trajo a Pablo»[3]

En este caso, ¿A quién se refiera la Carta? ¿A quién está dirigida? ¿Se trata de un mensaje a un cierto personaje histórico? Vayamos directamente a la perícopa: “… escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados a Cristo Jesús, a los santos que Él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”. ¡Una vez más, resalta el universalismo abarcador del enunciado!

Hay en el Evangelio una triple mención del bautismo, a la vez que una contrastación entre el bautismo que prodiga Juan el que dará el “Cordero de Dios”: 1) “he salido a bautizar”, 2) … “el que me envió a bautizar con agua”,  3) “Ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”. Este “Cordero de Dios” recibe una designación clarificadora al cierre de la perícopa donde Juan lo testifica “Hijo de Dios”. El bautismo –cuya importancia y trascendentalidad en nuestra vida de fe estamos lejos de asumir- no solamente nos incorpora a la Iglesia, haciéndonos miembros de la Comunidad, sino que además nos in-corpora al Cuerpo Místico de Cristo, nos cristifica, nos hace co-corporeos con Jesús. «El bautismo que desde entonces administran los discípulos de Jesús es el ingreso en el bautismo de Jesús, el ingreso en la realidad que Él ha anticipado con su bautismo. Así se llega a ser cristiano.»[4]

Tratemos de examinar un poco más esta designación como “Cordero de Dios”: Joachim «Jeremias llama también la atención sobre el hecho de que la palabra hebrea talj significa tanto “cordero” como “mozo”, “siervo” (ThWNT I 343). Así, las palabras del Bautista pueden haber hecho referencia ante todo al siervo de Dios que, con sus penitencias vicarias, “carga” con los pecados del mundo; pero en ellas también se le podría reconocer como verdadero cordero pascual, que con su expiación borra los pecados del mundo»[5].

«Mucha gente se pregunta: ¿quién es el siervo? ¿Es el pueblo? ¿Es Jesucristo? ¿Es alguno de los profetas? ¿Somos nosotros?... al hacer los canticos, la preocupación mayor de Isaías Junior… era… presentar al pueblo del cautiverio un modelo que lo ayudara a descubrir en la figura del Siervo, su misión como pueblo de Dios.»[6]


El llamado está activo hoy para nosotros, somos comunidad creyente, Iglesia de Dios, miembros del Cuerpo Místico. La Universalidad de la convocación nos incluye. En medio de la crisis de increencia la fe nos llama a asumir nuestro triple compromiso bautismal: Sacerdotes, Profetas y Reyes. «El evangelio de Juan nos quiere decir que está por realizarse un nuevo éxodo y un nuevo paso de la esclavitud a la tierra de la libertad y de la vida. En el pasado, el pueblo había atravesado el Jordán y había entrado en la Tierra Prometida guido por Josué; ahora, con su práctica de vida, Jesús guiará al pueblo, conduciéndolo a la vida en plenitud.»[7]



[1] Mesters, Carlos O.C.D. LA MISIÓN DEL PUEBLO QUE SUFRE. LOS CANTICOS DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS.  Ed. Centro Bíblico “Verbo Divino” Quito-Ecuador 2ª ed. 1993 p. 39
[2] Ídem
[3] Bortolini, José. CÓMO LEER LA PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS. SUPERACIÓN DE LOS CONFLICTOS EN COMUNIDAD. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia. 1996. pp. 13-14
[4] Benedicto XVI. JESUS DE NAZARET. 1ª Parte. Ed. Planeta. Bogotá-Colombia  2007 p. 46
[5] Idem. p. 44.
[6] Mesters, Carlos O.C.D. Op. Cit. p.13
[7] Bortolini, José. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE JUAN. EL CAMINO DE VIDA. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia. 2002. p. 25 

sábado, 7 de enero de 2017

SU NACIMIENTO NOS LLAMA A LA ACCIÓN


Is 60, 1-6; Sal 72(71), 1-2. 7-8. 10-11. 12-13; Ef 3, 2-3a. 5-6; Mt 2, 1-12

… hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.
Mt 2, 2c

Los sumos sacerdotes y los maestros de la ley, por su parte, supieron informar a los Reyes Magos sobre donde debía nacer el Mesías según las profecías (Miq 5,2) en Belén de Judá; sin embargo ellos mismos no fueron a adorarlo.

Sabemos que hay dos relatos de la Infancia de Jesús en los Evangelios, debidos, el uno, a Lucas y, el otro, a San Mateo. San Lucas pone el énfasis en mostrar al Hijo de Dios revelado a los pobres; San Mateo está interesado en su “manifestación” no exclusiva para los judíos sino abierta a una cultura tan diversa –e, inclusive adversa- como aquella que acepta la magia y la astrología, en el sentido de poder leer los signos explicitados por las estrellas, en diversas culturas y desde antiguo se entendía que a los hechos en la tierra correspondían señales escritas en el firmamento; los Sabios venidos de oriente precisamente representan esas culturas.

Menos extraña a los judíos, está también presente la idea de comunicación divina a través de los sueños, pues por este medio les avisa que al regresar no pasen por donde Herodes -ya que este los había comisionado (Mt 2, 8b) para delatar el sitio exacto donde estaba el recién nacido “Rey de los judíos” –como también le avisó a José que no dudara en aceptar a María y como le dirá en la siguiente perícopa –otra vez a San José- que tendría que huir a Egipto (Mt 2, 13-15).


Es –por lo menos curioso- notar, como lo subraya San Juan que “Vino a su propia casa y los suyos no lo recibieron” (Jn1, 11), mientras estos Magos vienen a buscarlo desde Oriente, no vienen de las inmediaciones; al contrario, vienen desde tierras remotas hasta Jerusalén y de allí irán, luego a Belén, en la tierra de Judá (Mt 2, 1.6.), todo porque la estrella se los había indicado.

Ya aquí se pone de manifiesto que la misión del Salvador no se circunscribe a la esfera judía, en cambio, (y también resulta muy particular que, sea en el Evangelio según San Mateo, que se preparó específicamente dirigido a los potenciales cristianos venidos del judaísmo). Ya desde el principio de su vida terrena, Jesús nos da signos que no será monopolio de una nación, ni privilegio exclusivo de cierta etnia, Él será patrimonio de la humanidad, su raza es la raza humana y todo humano será su hermano. Miremos como se nos expone esta idea de catolicidad de esta fe en la Carta a los Efesios, donde se nos enuncia la universalidad de la salvación: “Mediante el Evangelio, los pueblos no judíos han de compartir en Cristo Jesús la misma herencia, pertenecer al mismo cuerpo y recibir las mismas promesas de Dios” (Ef 3, 5d-6). Esta universalidad es el mensaje central de esta celebración: la Epifanía del Señor.

Los escribas y los sumos sacerdotes son doctos en dar razón, según las Escrituras, Mueven los ojos sobre las Escrituras, pero estas no mueven sus pies hacia el Señor.»[2] El paralelismo en nuestras vidas es –como mínimo- alarmante. ¿Cuántos de nosotros conocemos las Escrituras, sabemos las respuestas exactas, pero no se nos mueven los pies, ni las manos, ni el corazón?... nos hallamos ante esta dualidad entre vida y conocimiento; el conocimiento ha sido esterilizado, se la ha amputado cualquier “fertilidad”, la mente maneja datos, pero los datos no generan vida, son información muerta; o, muchas veces, aún peor, generan quietismo, son freno, generan alienación, letargo, indiferencia. Pero los “Magos”, de quienes Tertuliano aseguró eran reyes, no sólo se desacomodan, abandonan su “zona de confort”, se arriesgan a enfrentar sobresaltos, salen de sus seguridades y van en pos de la estrella que anunciaba al “rey de los judíos”; sino que, además al encontrarlo, junto a la Reina-Madre y, “Se postraron para adorarlo” en esta frase están presentes dos verbos: primero el hecho de inclinarse, o mejor, caer postrado (pro-stratum hacia adelante extender en el suelo), el segundo [pros-kyneo hacia adelante besar] “besar tierra”, “caer de rodillas”, “ponerse cuerpo a tierra”, “demostrar obediencia, acatamiento”, “adorar”; todo lo cual deja ver, por parte de los “Magos”, un reconocimiento de la “realeza” del Niño, que como estaba explicado en las escrituras, sería “Jefe” y “Pastor” del pueblo de Israel (cf. Mt 2, 6). «…este es el homenaje que se rinde a un Dios-Rey.»[1] «Estos sabios representan a los inquietos de hoy, a los que buscan, a los que se dejan sorprender por lo pequeño y sencillo, a los que aún tienen capacidad de asombro ante los milagros que suceden todos los días frente a nuestros ojos…»[2]


El rasgo característico del paganismo es el politeísmo donde se incluyen las religiones animistas y las panteístas. Pero, no se puede descuidar que el significado original de esta palabra apuntaba sencillamente hacia los aldeanos, los que vivían en el campo (pagus). «La religiosidad pagana, religiosidad desviada, pletórica, llena de magia, que lo llevaba a hacer de Dios un instrumento del propio éxito»[3]. Este enfoque de la religión tiende a concebir la divinidad como una figura manejable, manipulable, un dios que se puede someter a nuestros caprichos por medio de ritos, fórmulas, hechizos y conjuros. Son tradiciones populares, credos supersticiosos.

La Alianza y en particular la Nueva Alianza nos llama a la Conversión: «… tiene que abandonar esta religiosidad supersticiosa y posesiva… En Jesús resuena sobre todo hombre la llamada a salir de las propias seguridades, a acoger la Palabra de Otro superior a nosotros, que nos salva, y a abandonarnos en Él.»[4]


En esta Solemnidad estamos llamados a a) Reconocer nuestra pequeñez y, en contrapartida, admirar al Señor, en su Inconmensurable Magnificencia. b) A conformarnos con el ecumenismo de nuestra fe, que está abierta a toda la humanidad, aceptando que los “gentiles” también son coherederos (cf. Ef 3, 6), fe que es hospitalaria y acogedora; y c) –último, pero no menos importante- a estar dispuestos a movilizarnos, a comprometernos, a salir a “misionar”, a “ponernos en camino”. Escuchar la Palabra es precisamente eso, no quedarse ahí “inmóvil”, sino ir a practicar la Misericordia; no vamos solos, el Señor va con nosotros, Él es Emmanuel.



[1] Benedicto XVI LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta. Bogotá-Colombia 2012. p. 112.
[2] Pulido, Luis Alfredo . mccj. UNA NAVIDAD CONTRACORRIENTE. En revista IGLESIA SINFRONTERAS. # 361. Dic 2012. pp. 46-48
[3] Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MASDITACIONES PARA CADA DÍA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá D.C.-Colombia 1995. p. 21
[4] Ibid p. 22