sábado, 30 de enero de 2016

FIDELIDAD DEL DISCIPULADO


Jer 1,4-5.17-19; Sal 70,1-2.3-4a.5-6ab.15ab.17; 1Cor 12,31–13,13; Lc 4,21-30

¡Ayúdanos, te lo rogamos, a penetrar en el misterio de tu fidelidad!
Carlo María Martini

Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo.
Benedicto XVI

Frágiles como somos, el Señor nos llama a ser fieles a la vocación con la cual ha pronunciado, con su tierna voz, el llamado a seguirlo. En eso radica nuestra dignidad de vocacionados. Nos llama con amor y se muestra con signos de amor, esos signos son “datos”, en cuanto son obsequio generoso entregado para que podamos amarle. Si bien es cierto no lo podemos “ver” en su “objetividad” (puesto que Él no es objeto), se nos revela, para que podamos “pre-sentir” Quien es. Sin embargo, “… al presente, todo lo vemos como en un mal espejo y en forma confusa” –nos dice San Pablo (1Cor 13, 12b), esta manera de ver es, por ahora, parcial, pero hay un “entonces”, que permitirá que nuestro conocimiento sea plenificado, ese entonces es escatológico, alcanzará la perfección del ser por el conocimiento perfeccionado.

En el ahora, que visualizamos como un “campo de entrenamiento”, contamos con la opción de ejercitarnos en las virtudes que nos perfeccionan (justicia, fraternidad, solidaridad, paz); somos como “niños”, en mucho, hablamos, pensamos y razonamos como niños, pero, no permanecemos como niños, nuestra existencia “crece”, “madura”, “progresa” (ciertamente no de manera lineal), hacía ese “entonces”, cuando conoceremos a Dios “cara a cara” y le fe así como la esperanza se volverán innecesarias e inútiles.

«En efecto, nadie ha visto a Dios tal como es en sí mismo. Y, sin embargo, Dios no es del todo invisible para nosotros, no ha quedado fuera de nuestro alcance. Dios nos ha amado primero, dice la citada Carta de Juan (cf. 4, 10), y este amor de Dios ha aparecido entre nosotros, se ha hecho visible, pues « Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él » (1 Jn 4, 9). Dios se ha hecho visible: en Jesús podemos ver al Padre (cf. Jn 14, 9). De hecho, Dios es visible de muchas maneras.»[1] Este “dato” es lo que testimoniamos, y su testimonio es nuestro nutriente hacia el “crecimiento”, hacía la “maduración”, hacía nuestra trascendencia de la infancia espiritual hacía nuestra adultez y plenificación. Nuestra vida cobra un “sentido”, dar testimonio de Jesús, que es el Rostro conocido por nosotros del Padre. Y ese testimonio, su ejercicio constante en el “campo de entrenamiento”, lo damos en una lucha por ser constantes y por hacerlo siempre lo mejor que podamos. En este ejercicio se pone en juego la fidelidad que no es “otra cosa” diversa del amor, sino uno de sus rasgos característicos. El amor es fiel, permanece contra la “adversidad” del tiempo: “El amor nunca pasará”(1Cor 13, 8a).


Nos gusta insistir en el significado de la palabra mártir, palabra griega que significa “testigo”. Siempre ponemos en primer plano -con esta palabra- la idea del sacrificio cruento para avalar nuestras creencias, soportando las torturas, inclusive, hasta dar la vida. Pero este don, este regalo que da Dios a algunos de sus elegidos, no es el único modo del martirio. Hay un modo –casi diríamos que mejor, si no fuera porque el propio Jesús perfeccionó el martirio de sangre muriendo en la cruz-; es el que se suele denominar “martirio blanco” que consiste en la constancia, en la durabilidad del testimonio, consiste en vivir toda la vida en coherencia con lo que creemos. Por tanto, el martirio blanco es un martirio en términos de perseverancia, de heroica persistencia. Observemos que ya en la Primera Lectura se nos previene: “Te harán la guerra, pero no podrán contigo, porque yo estoy a tu lado para salvarte”.(Jr 1,19) Jeremías es figura de Jesús en el Antiguo Testamento.

Es una Palabra muy tierna de Dios cuando revela que desde antes de ser concebido ya Dios había trazado una vocación profética para Jeremías. Este encargo-llamada no puede soslayarse, ni puede ser desdeñado; ya en otra parte y en la situación del joven Samuel (véase 1 Sam 3, 10) vimos el designo de muy voluntaria obediencia representado por la respuesta “¡Habla, que tu siervo escucha”. Esta presencia -previa a nuestra concepción- en el pensamiento de Dios, encierra su paternal designio de llamarnos a la vida, con toda razón pensamos en Él en términos de Padre dado que ya deseó nuestra existencia cuando todavía no “existíamos”, valga decir, que estuvimos primero en el pensamiento de Dios-Padre antes de estar en el vientre materno. Y no sencillamente como un deseo vago de “tener un hijo” sino como el hijo muy deseado que “ya es conocido” porque vamos a ser lo que Él ha querido y no otro. Quisiéramos insistir en la belleza del designio puesto que “si ya nos conocía” no podemos defraudarlo porque ya sabía quiénes somos, junto con nuestras limitaciones y nuestras fragilidades; conocernos -desde antes- significa poder perdonarnos lo que seremos y –verdadero amor paternal- amarnos “a pesar de”.

Todavía un rasgo más del amor paterno: nos desea porque sus “amorosos proyectos” nos toman en cuanta, nos incluyen. Nos ama y entramos en sus planes, en los que vamos a jugar un “importante” rol. Desmiente la actitud de la paternidad irresponsable que “echa hijos al mundo” y, se desentiende de ellos. Este es Otro tipo de Padre, es un Padre Providente. En la forma de expresarlo el profeta Jeremías, revisemos como es próvido Dios en su Paternidad: Hace a su elegido
a)    “Ciudad fortificada”
b)    “Columna de hierro”
c)    “Muralla de bronce”
No importa quien venga a rivalizar o a amenazar, sean los reyes de Judá, o sus jefes, o sus sacerdotes, o los simples campesinos, o toda la tierra, o sea, todo el mundo. Y, es así como le infunde semejante fortaleza, “¡no podrán con él!”.

Jeremías como Jesús en Galilea fue poco escuchado, Jesús también los prevenía, les aconsejaba, les advertía seguir la Ley de Dios, a su pueblo; pero ¡que duro es poder profetizar en el seno de nuestra propia gente! Parece ser que nadie tiene el corazón más sordo que aquellos que más cerca están de nosotros. Esto lleva a Jesús a declarar: “nadie es profeta en su tierra” Lc 4, 24.

Cómo se airaron aquellos Galileos que estaban en la sinagoga porque si eran judíos -como lo eran- se creían dueños del monopolio de la salvación, y Jesús les muestra que la fe en Dios trasciende las fronteras, que Dios no es el Dios de una raza, ni de cierta nacionalidad sino que Dios-Padre-Providente no hace acepción de raza, cultura, país sino que su corazón salva a todo el que se reconoce como su hijo, al que lo acepta y lo obedece, al que construye paz y ama obrar con justicia, y -muy especialmente- a quienes reconocen en los más débiles el rostro del Padre Celestial.


Volvamos a Jeremías como proto-imagen de Jesús: «…a pesar de toda la debilidad de Jeremías, resalta su fidelidad inamovible a la palabra de Dios. Tiene miedo de la prisión, de la muerte, pero sabe anunciar y dar a conocer la palabra del Señor, sin dudar siquiera un instante y, ante el rey, dice explicita y claramente: caerás en manos del enemigo, serás apresado, debes rendirte… La gracia que debemos pedir. No la de tener siempre una valentía heroica sino la gracia de decir, de hacer, de expresar cada vez lo que corresponde a nuestra misión, ser fieles a nuestro mandato, cumplir las tareas cotidianas con fidelidad… No busquéis el ser héroes, estad contentos con vivir la fidelidad a la Palabra con paciencia, día a día, no dejándoos asustar por vuestros propios miedos y cobardías… Tampoco nosotros somos héroes, y conviene conocerse y aceptarse como somos porque el Señor ve nuestra debilidad, nuestro miedo al sufrimiento, a la persecución, al martirio.»[2]

«La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz —en el fondo la única— que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios.»[3]





[1] Benedicto XVI, DEUS CARITAS EST. #17
[2] Martini, Carlo María VIVIR CON LA BIBLIA ed. Planeta Santafé de Bogotá D.C. 1999 pp. 293-295
[3] Benedicto XVI. Op. Cit. #39

sábado, 23 de enero de 2016

AÑO JUBILAR: CUERPO MISERICORDIOSO


Ne 8,2-4a.5-6.8-10; Sal 18,8.9.10.15; 1 Co 12,12-30; Lc 1,1-4;4,14-21

Pueblo de Reyes, Asamblea Santa, Pueblo sacerdotal, Pueblo de Dios,  Bendice a Tu Señor.

κηρῦξαι ἐνιαυτὸν Κυρίου δεκτόν.
“para proclamar el año de gracia del Señor”

Lc 4, 19

La liturgia de hoy establece una conexión entre la Palabra de Dios y su Misericordia; la Misericordia Divina ofrece la redención con mucha antelación y, la impaciencia humana quiere siempre el cumplimiento inmediato, fijándole a Dios caducidades. En este caso al hablar de redención nos referimos al Jubileo que ofrecía rescate. Veámoslo:

a)    Se trata de un año Sabático, o sea año de descanso, de reposo. Durante este año las tierras debía descansar y no se cultivaba en ellas.
b)    Durante este año se ponían en libertad a los esclavos –que habían llegado a serlo por deudas- y podían regresar al seno de sus familias.
c)    Se le restituían las tierras a aquellas personas que por deudas las hubieran perdido
d)    También se daba la condonación de esas deudas.
e)    Como no se sembraba, se consumía aquello que en la naturaleza y en los sembradíos brotaba espontáneamente.

El jubileo es una celebración que se da al finalizar un conjunto de “siete semanas de años” (siete veces siete años, en total 49 años, cada 50 años caería Año Jubilar). Por tanto, esta “celebración” hunde sus raíces en la cultura judía. El jubileo es una fiesta eminentemente religiosa, tanto como que es, El mismo Dios quien la ordena, pero las acciones litúrgicas que entraña, tienen como destinatarios a las personas, a los más débiles, y a la propia tierra.

En la Primera Lectura encontramos un pueblo reunido en asamblea para escuchar la lectura de la Ley. Se trata de gente de fe, gente con ganas y gusto de oír a su Dios. Es un pueblo articulado por la voluntad de escucha – obediente. Todas sus acciones así lo señalan. Y su respuesta. אוהב “Amén” ratifica la decisión de no permitir que las palabras escuchadas se queden en puras palabras. Ellos bendicen al Dios que les habla y quieren con su gracia, volver acción y vida lo escuchado. Ese es el significado de la palabra Amén. Pero allí se nos da un precepto interesante: La Palabra de Dios no ha de ser motivo de tristeza –sino, por el contrario- ha de inspirarnos la felicidad de ser privilegiados con la “teofanía” de Dios que nos habla.


En esta línea, hemos vivido una serie “epifánica”, donde Jesús es señalado como “Ungido”, el Cristo, con el encargo de construir el Reinoe es el significado de la palabra Am quieren con su gracia, volver acci. ar la lectura de la Ley.  de Dios, o sea, de darle a Dios Padre una Comunidad que responda a su Amor-Fiel. Fue epifanía la visita de los Reyes magos, también lo fue el Bautismo de Jesús, en las Bodas de Caná y no menos se continua hoy, en la sinagoga, cuando toma el rollo y se nos “manifiesta”: Es ahí, cuando la Palabra, que aquí ya se entiende como Dios hablando por medio de lo Escrito, declarando que “el Espíritu de Dios está sobre Él”, esto es una “manifestación”, porque precisamente el “rollo” que se le “entrega” será el que comunique que Él es su Ungido. ¿Para que ha sido Ungido por Dios” para que actualice el Jubileo. Pero, examinemos los rasgos jubilares en los que centra Isaías la caracterización de la Misión del Mesías (recordemos que Cristo, Ungido y Mesias es lo mismo):
a)    Dar la Buena Noticia a los pobres.
b)    Anunciar la libertad a los cautivos
c)    Dar la vista a los ciegos
d)    Poner en libertad a los oprimidos
e)    Proclamar el año de gracia del Señor

Cinco rasgos, pero no idénticos a los del Libro del Levítico. Nos conduce a cuestionarnos: ¿Qué tiene todo eso que ver con mi fe y mi vida hoy, siglo XXI? Esta pregunta vuelve siempre porque la Palabra no es un “cuentito” melifluo para arrullar al bebé y que “tenga dulces sueños”, ¡La Palabra tiene que encendernos, activarnos, movernos! Pues que todos nosotros estamos llamados a incorporarnos a la “Gran Asamblea” del pueblo de Dios, Asamblea que reconoce su Reinado, que se pone bajo su Soberanía. Claro que, como nos lo aclara, la Segunda Lectura, tomada de la I Cor, 12-30 ya que para tal fin de incorporación hemos sido llamados al bautismo, para que seamos un solo Cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo. Evidentemente, cada uno en una función, cada quien en su propio lugar articulado con la Iglesia (iglesia y sinagoga tiene el mismo significado: “Asamblea”): Bien sea Apóstol, Profeta, Taumaturgo, a los Diáconos, a los que disfrutan de la glosolalia. Sin envidias, sin arrogancias, sin jactancia, cada quien aporta a la totalidad del organismo su rol de pie, ojo, mano, oído… Por eso somos Cuerpo, porque cada uno cumple su misión.

«Yo pienso que se emplea con mucha exageración la palabra “profeta”, como si tan sólo un pequeño número de personas recibieran del Señor la responsabilidad de serlo, siendo así que en la Iglesia, todos nosotros tenemos una misión profética. Toda la Iglesia está llamada a ser profética, es decir, a anunciar la palabra del Señor, así como a prestar su voz a los sin-voz, a hacer exactamente lo que Cristo, al leer a Isaías, proclamó que era su misión: “El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha enviado para proclamar la buena noticia a los pobres, para abrir los ojos, para liberar…” esta es siempre la misión de la Iglesia.»[1]

A todos nos cabe la gloria de ser profetas para anunciar que ya llega el Reinado del Altísimo Señor; y, eso lo asumimos con radiante modestia, con toda humildad. Sí, así es, nosotros también estamos para anunciar el Año de Gracia de este Jubileo Extraordinario: “Misericordiosos como el Padre”.




[1] Helder Câmara, Dom. EL EVANGELIO CON Dom Helder. Ed. Sal Terrae Santander-España 1985 p. 59

viernes, 8 de enero de 2016

SOMOS TEÓFOROS


Is 42,1-4.6-7; Sal 28; 1a. 2. 3ac-4. 9b-10; Hch 10,34-38; Lc 3,15-16.21-22

Nuestra sociedad necesita dosis masivas de Espíritu Santo.

Raniero Cantalamessa

Quisiéramos iniciar recordando que en el ciclo C el Evangelio que vamos a considerar es el de San Lucas. «¿A qué corresponde la etapa… que la obra de Lucas expresa de manera tan privilegiada?... En esta etapa tenemos la formación del testigo. Cuando el cristiano ha aprendido a vivir en la comunidad como miembro responsable de ella, se pone la pregunta: ¿qué puedo hacer y decir a los otros, a los que no creen?... Lucas enseña al cristiano a llevar la Palabra a quien no cree, a quien piensa distinto.»[1] Esta orientación del Evangelio de San Lucas, nos ayuda a enfocar el relato del Bautismo de Jesús según se nos ofrece en el Tercer Evangelio, este Evangelio nos guía en la ruta de hacernos testigos, es decir, de vivir coherentemente lo que se anuncia.

El Domingo anterior hemos celebrado la Epifanía. Benedicto XVI nos recordaba en su JESÚS DE NAZARET que para la Iglesia oriental la epifanía es el día del bautismo dado que la “epifanía es la proclamación de la filiación divina por la voz del cielo” que es lo que precisamente sucede en el último versículo del fragmento del Evangelio que leemos en este Domingo en la fiesta del Bautismo del Señor: Σὺ εἶ ὁ Υἱός μου ὁ ἀγαπητός, ἐν σοὶ εὐδόκησα. “Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco”(Lc 3, 22d). «El bautismo que desde entonces administran los discípulos de Jesús es el ingreso en el bautismo de Jesús, el ingreso en la realidad que Él ha anticipado con su bautismo, así se llaga a ser cristiano.»[2]


«Ahora ese Dios,… desciende definitivamente entre nosotros en la persona del Espíritu Santo, el Don de Dios. Espíritu significa “vida”, santo significa “de Dios”. ¡La misma vida de Dios se le entrega al hombre como un don! Es el soplo anunciado por Ezequiel 37, que anima y mueve los huesos áridos, rico en sabiduría e inteligencia, en consejo y fortaleza, en conocimiento y temor de Dios (Is 11, 2; cf. Sb 7, 22ss). No sabes de dónde viene y adónde va (Jn 3, 8). Es invisible, pero oyes su voz y reconoce sus efectos en sus frutos. Cambia radicalmente nuestra vida egoísta, triste, intolerante, malévola, malvada, infiel, dura y esclava con capacidad de amor, alegría, paciencia, benevolencia, fidelidad, mansedumbre y libertad (Ga 5, 22).»[3] El bautismo –es así- una entrega en donación de Espíritu Santo que se nos otorga para que seamos fieles testigos, y el fiel testigo “promueve con firmeza la justicia” (cf. Is 42, 3c).

«… todo cristiano en el bautismo se vuelve “corporalmente teóforo”, portador de Dios, a semejanza de Cristo. En efecto, “todos nosotros que con el rostro descubierto reflejamos como un espejo la gloria del Señor, nos vamos trasformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos así es como actúa el Señor que es Espíritu” (2Co 3, 18).»[4]


El Espíritu hay que pedirlo, anhelarlo, ansiarlo con las mismas ansias con las que el ahogado tiene avidez de una bocanada de aire:

Un anciano – starets (padre espiritual)  fue visitado por un joven quien le pidió: “Padre, enséñame a orar”.
- Bien, le respondió.  - ¡Sígueme! El anciano se levantó, se fue a un profundo río y comenzó a entrar en el agua. El joven sin saber qué hacer, lo siguió. Cuando ya estaban en el medio del río y el agua les llegaba hasta la boca, el anciano agarro al joven por sus cabellos y lo sumergió.
El joven con un gran esfuerzo logró liberarse del anciano luego de una inmensa lucha y salió del río respirando profundamente. Salió también el anciano e interrogó al joven: - ¿Cómo te sentiste debajo del agua? Este le respondió: - Padre yo gritaba a Dios, con un grito mudo para que me dé al menos un respiro y para que me libre de la muerte.
Entonces el anciano le explicó: - El río que hunde a los hombres es la vida sin Dios. Si nosotros vamos a gritar y recurrir a Dios como tú lo hiciste debajo del agua, vamos a orar correctamente. La oración siempre nos libra de la muerte y como el respiro nos llena, no de aire, sino del Espíritu Santo: portador de Vida Eterna.[5]

El Evangelio según San Lucas pone el énfasis en la oración. La oración es derrotero para pasar por la ruta en que se derrama la Gracia que nos hace portadores de Dios. Esa oración es acción vocal y acción vital, esto es, ruta de fraternidad, solidaridad, servicio, amor y perdón, es la vía mismísima de la Misericordia. Eso es lo que se requiere de nosotros, poniendo a prueba nuestra fidelidad: expresar un corazón misericordioso, llevando a Dios en él y manifestándolo a través de nuestras acciones e inquietando a otros para que se enamoren de Dios. Ya que Dios acepta al que le teme y practica la justicia (cfr. Hch 10, 35). Esa gracia, insistimos, es don de Dios, Dios nos la entrega y, su punto de partida, en nuestra vida, es el bautismo. Alegrémonos por este Sacramento en el que baja “el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma”. (Lc 3, 22ab)


Gracias por mi Bautismo

Señor, quiero darte gracias por el regalo que el día de mi bautismo me entregaste:
el amor del Padre, la  fuerza del Espíritu y la gracia de tu presencia.

El agua cayó sobre mi cabeza con el poder de darme vida nuevamente
que lava, sana, fortalece, vivífica, transforma.
Señor, quiero revivir ese momento para salir de la mediocridad,
necesito energía para ser testigo de la vida que Tú me entregaste.

Necesito fortaleza para no desanimarme,
para seguir adelante, para avanzar a pesar del miedo,
para no retroceder arrastrado por el ambiente,
para crecer  cada día en la fe.

Sé que el Espíritu habita en mi corazón de bautizado.
El, reanima mi vida y con su fuerza es posible vivir el Evangelio.
Sé que las aguas del Espíritu sobre mí derramadas
me permiten: seguir a Jesús como Señor y Salvador,
vivir la libertad de los hijos de Dios, ser profeta
que anuncia a Jesús sin miedos,
en cualquier ambiente y lugar.

Gracias, Jesús, por mi bautismo,
que muestre con dignidad y gozo,
a través de mis obras,
que soy hijo de Dios.[6]



[1] Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1995 p.24
[2] Benedicto XVI. JESÚS DE NAZARET. I Parte Ed. Planeta. Bogotá-Colombia 2007. p. 46
[3] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 3ª ed. 2014. p. 89
[4] Ibid. p. 90
[5] Sviatoslav Shevchuk. LA ORACIÓN RESPIRO DEL ALMA. http://teoforos-orientecristiano.blogspot.com.co/ 2011_05_01_archive.html
[6] ORACIONES PARA TODAS LAS OCASIONES Ed. Lecat Bogotá-Colombia p. 273

sábado, 2 de enero de 2016

SE NOS PROPONE SER COMO LOS “MAGOS DE ORIENTE”


SALIR, IR, SEGUIR LA ESTRELLA
Is 60, 1-6; Sal 72(71), 1-2. 7-8. 10-11. 12-13; Ef 3, 2-3a. 5-6; Mt 2, 1-12


Señor, soy un hombre que viene desde lejos,
que recorrió caminos soleados,
rutas difíciles, golpeadas por la tempestad.
Soy, Señor, un hombre inquieto,
Insatisfecho de lo que soy y de lo que tengo,
siempre en busca de algo
Capaz de dar sentido a mi vida y a mi esperanza.

Averardo Dini

… hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.
Mt 2, 2c


Por los antecedentes, según lo que hemos leído últimamente, Jesús sería entregado a San José, a Santa María, a los pastores. Todos ellos judíos. Entonces, ¿fue entregado el Hijo de Dios en exclusividad a este pueblo?


Hoy celebramos la Epifanía, que quiere decir “manifestación”, es decir, Dios se manifiesta, ¿a quién? ¿a los judíos? No. En esta oportunidad se manifiesta a los “Reyes Magos”, ¡que no eran judíos!, eran –como lo podemos leer en el Evangelio de San Mateo, de donde proviene la perícopa que se lee en esta Eucaristía- “de oriente”.

Quisiéramos destacar dos vías “epifánicas” que usa Dios en esta oportunidad: la estrella y los sueños. Estamos habituados a las manifestaciones de Dios por medio de sueños, sin embargo, usar estrellas como medio de “comunicación”, es extraño a la cultura judía, más bien adversa a este tipo de “signos”.

Nosotros leemos un tipo de “inculturación” en esta epifanía: Queremos decir que Dios ha escogido para manifestarse a cada cultura según su propia idiosincrasia: Los “orientales” tenían este “lenguaje” para leer “los signos de los tiempos” y Dios no tiene reparo en “adaptarse” a sus maneras.

Cuenta una leyenda rusa que fueron cuatro los Reyes Magos. Luego de haber visto la estrella en el oriente, partieron juntos llevando cada uno sus regalos de oro, incienso y mirra. El cuarto llevaba vino y aceite en gran cantidad, cargado todo en los lomos de sus burritos.


Luego de varios días de camino se internaron en el desierto. Una noche los agarró una tormenta. Todos se bajaron de sus cabalgaduras, y tapándose con sus grandes mantos de colores, trataron de soportar el temporal refugiados detrás de los camellos arrodillados sobre la arena. El cuarto Rey, que no tenía camellos, sino sólo burros buscó amparo junto a la choza de un pastor metiendo sus animalitos en el corral. Por la mañana aclaró el tiempo y todos se prepararon para recomenzar la marcha. Pero la tormenta había desparramado todas las ovejitas del pobre pastor, junto a cuya choza se había refugiado el cuarto Rey. Y se trataba de un pobre pastor que no tenía ni cabalgadura, ni fuerzas para reunir su majada dispersa.

Nuestro cuarto Rey se encontró frente a un dilema. Si ayudaba al buen hombre a recoger sus ovejas, se retrasaría de la caravana y no podría ya seguir con sus Camaradas. El no conocía el camino, y la estrella no daba tiempo que perder. Pero por otro lado su buen corazón le decía que no podía dejar así a aquel anciano pastor. ¿Con qué cara se presentaría ante el Rey Mesías si no ayudaba a uno de sus hermanos?

Finalmente se decidió por quedarse y gastó casi una semana en volver a reunir todo el rebaño disperso. Cuando finalmente lo logró se dio cuenta de que sus compañeros ya estaban lejos, y que además había tenido que consumir parte de su aceite y de su vino compartiéndolo con el viejo. Pero no se puso triste. Se despidió y poniéndose nuevamente en camino aceleró el tranco de sus burritos para acortar la distancia. Luego de mucho vagar sin rumbo, llegó finalmente a un lugar donde vivía una madre con muchos chicos pequeños y que tenía a su esposo muy enfermo. Era el tiempo de la cosecha. Había que levantar la cebada lo antes posible, porque de lo contrario los pájaros o el viento terminarían por llevarse todos los granos ya bien maduros.

Otra vez se encontró frente a una decisión. Si se quedaba a ayudar a aquellos pobres campesinos, sería tanto el tiempo perdido que ya tenía que hacerse a la idea de no encontrarse más con su caravana. Pero tampoco podía dejar en esa situación a aquella pobre madre con tantos chicos que necesitaba de aquella cosecha para tener pan el resto del año. No tenía corazón para presentarse ante el Rey Mesías si no hacía lo posible por ayudar a sus hermanos. De esta manera se le fueron varias semanas hasta que logró poner todo el grano a salvo. Y otra vez tuvo que abrir sus alforjas para compartir su vino y su aceite.

Mientras tanto la estrella ya se le había perdido. Le quedaba sólo el recuerdo de la dirección, y las huellas medio borrosas de sus compañeros. Siguiéndolas rehízo la marcha, y tuvo que detenerse muchas otras veces para auxiliar a nuevos hermanos necesitados. Así se le fueron casi dos años hasta que finalmente llegó a Belén. Pero el recibimiento que encontró fue muy diferente del que esperaba. Un enorme llanto se elevaba del pueblito. Las madres salían a la calle llorando, con sus pequeños entre los brazos. Acababan de ser asesinados por orden de otro rey. El pobre hombre no entendía nada. Cuando preguntaba por el Rey Mesías, todos lo miraban con angustia y le pedían que se callara. Finalmente alguien le dijo que aquella misma noche lo habían visto huir hacia Egipto.

Quiso emprender inmediatamente su seguimiento, pero no pudo. Aquel pueblito de Belén era una desolación. Había que consolar a todas aquellas madres. Había que enterrar a sus pequeños, curar a sus heridos, vestir a los desnudos. Y se detuvo allí por mucho tiempo gastando su aceite y su vino. Hasta tuvo que regalar alguno de sus burritos, porque la carga ya era mucho menor, y porque aquellas pobres gentes los necesitaban más que él. Cuando finalmente se puso en camino hacia Egipto, había pasado mucho tiempo y había gastado mucho de su tesoro. Pero se dijo que seguramente el Rey Mesías sería comprensivo con él, porque lo había hecho por sus hermanos.

En el camino hacia el país de las pirámides tuvo que detener muchas otras veces su marcha. Siempre se encontraba con un necesitado de su tiempo, de su vino o de su aceite. Había que dar una mano, o socorrer una necesidad. Aunque tenía temor de volver a llegar tarde, no podía con su buen corazón. Se consolaba diciéndose que con seguridad el Rey Mesías sería comprensivo con él, ya que su demora se debía al haberse detenido para auxiliar a sus hermanos.


Cuando llegó a Egipto se encontró nuevamente con que Jesús ya no estaba allí. Había regresado a Nazaret, porque en sueños José había recibido la noticia de que estaba muerto quien buscaba matar al Niño. Este nuevo desencuentro le causó mucha pena a nuestro Rey Mago, pero no lo desanimó. Se había puesto en camino para encontrarse con el Mesías, y estaba dispuesto a continuar con su búsqueda a pesar de sus fracasos. Ya le quedaban menos burros, y menos tesoros. Y éstos los fue gastando en el largo camino que tuvo que recorrer, porque siempre las necesidades de los demás lo retenían por largo tiempo en su marcha. Así pasaron otros treinta años, siguiendo siempre las huellas del que nunca había visto pero que le había hecho gastar su vida en buscarlo.

Finalmente se enteró de que había subido a Jerusalén y que allí tendría que morir. Esta vez estaba decidido a encontrarlo fuera como fuese. Por eso, ensilló el último burro que le quedaba, llevándose la última carguita de vino y aceite, con las dos monedas de plata que era cuanto aún tenía de todos sus tesoros iniciales. Partió de Jericó subiendo también él hacía Jerusalén. Para estar seguro del camino, se lo había preguntado a un sacerdote y a un levita que, más rápidos que él, se le adelantaron en su viaje. Se le hizo de noche. Y en medio de la noche, sintió unos quejidos a la vera del camino. Pensó en seguir también él de largo como lo habían hecho los otros dos. Pero su buen corazón no se lo dejó. Detuvo su burro, se bajó y descubrió que se trataba de un hombre herido y golpeado. Sin pensarlo dos veces sacó el último resto de vino para limpiar las heridas. Con el aceite que le quedaba untó las lastimaduras y las vendó con su propia ropa hecha jirones. Lo cargó en su animalito y, desviando su rumbo, lo llevó hasta una posada. Allí gastó la noche en cuidarlo. A la mañana, sacó las dos últimas monedas y se las dio al dueño del albergue diciéndole que pagara los gastos del hombre herido. Allí le dejaba también su burrito por lo que fuera necesario. Lo que se gastara de más él lo pagaría al regresar.

Y siguió a pie, solo, viejo y cansado. Cuando llegó a Jerusalén ya casi no le quedaban más fuerzas. Era el mediodía de un Viernes antes de la Gran Fiesta de Pascua. La gente estaba excitada. Todos hablaban de lo que acababa de suceder. Algunos regresaban del Gólgota y comentaban que allá estaba agonizando colgado de una cruz. Nuestro Rey Mago gastando sus últimas fuerzas se dirigió hacia allá casi arrastrándose, como si el también llevara sobre sus hombros una pesada cruz hecha de años de cansancio y de caminos.

Y llegó. Dirigió su mirada hacia el agonizante, y en tono de súplica le dijo:
– Perdóname. Llegué demasiado tarde.

Pero desde la cruz se escuchó una voz que le decía:
– Hoy estarás conmigo en el paraíso.


Jesús es la mayor revelación que Dios ha hecho a la humanidad, y Jesús vino al mundo y vagó por las aldeas y ciudades, por los campos y por las calles, de Él podemos decir –al leer los evangelios- que se hacía el encontradizo, que le salía al paso a las personas. Se encontró con la Samaritana y charló con ella en el brocal del pozo, se “encontró” con Mateo y lo llamó, se encontró con Andrés y con Pedro, también con Felipe, al día siguiente. Se hizo el encontradizo con Zaqueo, que esperaba verlo pasar subido en un árbol. Se hizo el encontradizo con los leprosos, con la mujer que sufría de hemorragias, con los paralíticos y con los ciegos, que lo llaman a gritos: Υἱὲ Δαυεὶδ Ἰησοῦ, ἐλέησόν με. “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí” Mc 10, 47; y, así podríamos continuar, porque Él se deja encontrar, como lo hemos dicho antes, Él no se esconde, no da la espalda, Él nos ha sido entregado.


El Sacramento central, el eje de nuestra vida, es la mismísima Eucaristía, en Ella Él se nos entrega; entrega inerme, entrega total, para que lo devoremos. Cuando –algunas personas lo reciben en la mano- al tenerlo en el cuenco de nuestra mano, lo descubrimos totalmente Inerme Indefenso, Dominado, Víctima. Tratemos de recordarlo cuando ha estado así en “nuestras manos”, el Sacerdote nos lo entrega, y en la entrega se encierra ese momento de absoluta docilidad, un “haz conmigo lo que tú quieras”, un “”trátame como tu voluntad decida”. Decíamos que, el “sacerdote nos lo entrega”, así como el Padre Celestial nos lo ha dado, por eso, llamamos al Sacerdote, “Padre”, porque también él nos lo entrega, como un “acto análogo”. Nuestro Belén sacramental porque Belén es “Casa de Pan”.

Vayamos a la perícopa del Evangelio que leemos en esta fecha: Están, en primer término, Jesús, que nos ha sido dado; luego Herodes; unos μάγοι ἀπὸ ἀνατολῶν “magos de oriente”; los sumos sacerdotes y los escribas; y María.

Jesús y María están allí juntos, entregados, juntos inermes, juntos ofrecidos. María, como siempre, al cuidado de su Hijo.

Herodes por su parte, el que se siente amenazado, el que hipócritamente dice querer saber dónde está el Mesías para κἀγὼ ἐλθὼν προσκυνήσω αὐτῷ ir a “adorarlo”, este es Herodes el ἐταράχθη “sobresaltado” que se sobresaltó junto con todo Jerusalén. Si el Recién Nacido es Rey de los Judíos entonces representa para él una amenaza, una “competencia”: «En el año 7 a.C., Herodes había hecho ajusticiar a sus hijos Alejandro y Aristóbulo porque presentía que eran una amenaza para su poder. En el año 4 a. C. había eliminado por la misma razón también al hijo Antípater (cf. Stuhlmacher, p. 85)»[1]

Por su parte los Sacerdotes y los escribas al ser consultados dan perfectamente las señas de la cuna del Mesías, pero –parece increíble- «Estos tiene la respuesta exacta. Mueven los ojos sobre las Escrituras, pero estas no mueven sus pies hacia el Señor.»[2] El paralelismo en nuestras vidas es –como mínimo- alarmante. ¿Cuántos de nosotros conocemos las Escrituras, sabemos las respuestas exactas, pero no se nos mueven los pies, ni las manos, ni el corazón?... nos hallamos ante esta dualidad entre vida y conocimiento; el conocimiento ha sido esterilizado, se la ha amputado cualquier “fertilidad”, la mente maneja datos, pero los datos no generan vida, son información muerta; o, muchas veces, aún peor, generan quietismo, son freno, generan alienación, letargo, indiferencia.

Están, por otra parte, los Magos de Oriente, «No pertenecían al pueblo de Israel y por tanto no estaban entre el pueblo elegido y privilegiado del que tanto se valían los fariseos para discriminar a los que no eran de su raza. Pero eran buscadores. Ni toda la ciencia, ni todo el conocimiento que habían acumulado en sus vidas, les habían servido para darle esperanza y propósito a sus vidas; ahora estaban frente a un misterio: un rey hecho niño.

Estos sabios representan a los inquietos de hoy, a los que buscan, a los que se dejan sorprender por lo pequeño y sencillo, a los que aún tienen capacidad de asombro ante los milagros que suceden todos los días frente a nuestros ojos…»[3]

Estos sabios son un modelo, un tipo para nosotros. Nos hacen una propuesta, tienen para nosotros una oferta. Ellos buscan en las estrellas, en la naturaleza, en la creación; pero también buscan en las Escrituras: han visto surgir su estrella (en la naturaleza) pero saben que es el rey de los judíos (lo cual han sabido en las Escrituras). Por eso ellos caracterizan al “buscador”. Sin embargo, ellos no se limitan a buscar verdades “científicas”, buscan las “verdades” más trascendentes, están buscando al Mesías, al Anunciado, al Vaticinado, al Esperado. Y, a diferencia de los sacerdotes y los escribas, ellos se ponen en camino, se desinstalan, se desacomodan, se toman molestias, viajan grandes distancias en un momento histórico en el que viajar requería “fastidiarse”, “correr riesgos”. Aquí vienen a cuentas y se acomodan perfectamente unas palabras del Papa Francisco en la Evangelii Gaudium: #20. “En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de «salida» que Dios quiere provocar en los creyentes. Abraham aceptó el llamado a salir hacia una tierra nueva (cf. Gn 12,1-3). Moisés escuchó el llamado de Dios: «Ve, yo te envío» (Ex 3,10), e hizo salir al pueblo hacia la tierra de la promesa (cf. Ex 3,17). A Jeremías le dijo: «Adondequiera que yo te envíe irás» (Jr 1,7). Hoy, en este «id» de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva «salida» misionera…”


Más adelante, en el numeral 23, nos dirá que: “La intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión «esencialmente se configura como comunión misionera». Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie. Así se lo anuncia el ángel a los pastores de Belén: «No temáis, porque os traigo una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo» (Lc 2,10). El Apocalipsis se refiere a «una Buena Noticia, la eterna, la que Él debía anunciar a los habitantes de la tierra, a toda nación, familia, lengua y pueblo» (Ap 14,6).”

Jesús, los reyes magos, buscando entre las estrellas,
descubrieron la tuya y la siguieron.
Haznos descubrir tu presencia en medio del ruido
y de nuestros ajetreos cotidianos.
Jesús, muéstranos tu estrella,
danos fuerza y valor para seguirla.
Jesús, ayúdanos a ser pequeñas y alegres estrellas
para guiar y conducir a otros hasta ti. Amén.


[1] Benedicto XVI, LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta, Bogotá – Colombia 2012. p.113
[2] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. San Pablo. Bogotá-Colombia. 2ª reimpresión 2011. p. 27

[3] Pulido, Luis Alfredo . mccj. UNA NAVIDAD CONTRACORRIENTE. En revista IGLESIA SINFRONTERAS. # 361. Dic 2012. pp. 46-48