sábado, 17 de septiembre de 2016

SOMOS NADA MÁS QUE ADMINISTRADORES


Am 8, 4-7; Sal 112, 1-2. 4-6. 7-8; 1 Tim 2, 1-8; Lc 16, 1-13

El Evangelio nos pone en el papel protagónico a un οἰκονόμος, [oiconomos] es el ecónomo, que por lo general era un esclavo-liberto que se encargaba de la administración de la casa, como una especie de “mayordomo”; la palabra ecónomo viene de la palabra οἰκο que significa precisamente “casa”. Sin embargo el papel del ecónomo no se restringía a los asuntos internos puesto que él disponía de recursos dados por su amo, para mercar y comprar todas las vituallas que hubiere menester para la manutención de la casa. Queremos hacer ver que su injerencia llegaba más allá de la esfera del mayordomo, era más bien un “economista” que podríamos designar mejor como administrador, y de hecho así se le ha traducido. Es importante entender bien de qué se trataba su rol, porque este personaje es quien nos va a representar a nosotros en esta parábola, es él quien ha recibido el mismo encargo que a nosotros se nos ha confiado. La acusación que llegó a oídos del “Dueño” (con esta palabra queremos destacar la oposición que hay entre Dios y nosotros, Él es el Único y Verdadero Dueño y Señor, nosotros no podemos perder la perspectiva, somos simplemente “encargados”, y el encargo implica revocabilidad; en la parábola se nos recuerda que, otro día, se nos puede llamar a “calificar servicios”, como se dice en el lenguaje militar), fue la de “malgastar sus bienes”, ahí está, expresamente, plasmada la relación Dueño/administrador.

Aún hay más, si vamos a la palabra administrador tenemos en ella tres raíces: la palabra ad, y la palabra minister y –contenida en ella- la palabra minus. Es decir administrador conlleva otra oposición la de magister/minister (maestro/ministro). Maestro contiene la etimología magis que viene del latín “el que más”, ministro, en cambio, es portador de minus “el que menos”; ambos son “servidores” que es el sentido del “ministerio”, pero el maestro es el que “sabe más” y el “ministro” le está subordinado por sus limitaciones en saber o en habilidad. Que no se nos olvide la raíz AD que significa "ante" y que sencillamente no nos deja olvidar la subordinación; será llamado a “rendir cuentas” poniéndose “ante” el empleador, el que lo llamó al cargo: el administrador es un “encargado” por Alguien que le es Superior, El que delegó en él la función de gobernar-controlar en su Nombre. No somos más que simples administradores puestos en “responsabilidad” por Aquel que nos prestó el encargo.


¿Cómo, y esa es la pregunta clave para este Domingo, podemos con lo que nos entregó Dios Nuestro Señor, tener a alguien que nos reciba cuando seamos llamados a “calificar servicios”? Si la cosa fuera para ganarnos opciones y prelaciones en esta vida, la parábola sería prácticamente inmoral; se trata de ganar “intercesores” cuando el “Dueño” nos llame a rendirle cuentas. Estamos viendo cómo podemos en esta vida, con los tesoros que Dios nos pone en administración, ganar “Amigos”. ¿Amigos para qué, a dónde nos van a acompañar esos “amigos”, qué clase de gustos y alegrías compartiremos con los que así hemos acercado? El Evangelio nos lo dice muy claramente: “Gánense amigos para que, cuando ustedes mueran, los reciban en el Cielo.”

Y ¿cómo se aplica eso de llamar a los “deudores” y achicarles la deuda, haciéndoles nuevos recibos con cuentas a pagar reducidas? Podríamos hacer una lista muy organizada, como un verdadero manual de instrucciones en pocas hojas, mejor todavía en una sola página, o –para ganar en brevedad y hacer relucir nuestra capacidad de síntesis, propongámonos presentarla en medía página- bueno el reto va a ser, decirlo en un solo renglón, contestemos a esa pregunta en una sola línea: Las obras de Misericordia: Corporales y Espirituales[1].

¡Sí, eso es todo! La manera de ganar amigos para encontrarnos con ellos en la Patria Celestial es el cumplimiento de las obras de Misericordia, el desprendimiento generoso de todo lo que Dios nos ha dado. No retener, no atesorar, no acaparar, sino a manos llenas escribirle al uno: Tú debías cien sacos de trigo, toma tu recibo haz uno nuevo sólo por cincuenta, y al otro, date prisa escribe que debes tan solo ochenta. Aliviar las cargas de todos, hacérselas más llevaderas, tener para con todos entrañas de misericordia, aprender la dulce ternura de Jesús, cambiarles el yugo por uno que sea suave y ligero.


Y cuando ya hayáis logrado eso, vivir en santidad y justicia, es decir vivir en Misericordia, como un buen “ecónomo”, leed el versículo 10 del capítulo 17 de San Lucas: “cuando hayáis hecho todo lo que se os ha ordenado, decid: ‘Siervos inútiles somos; hemos hecho sólo lo que debíamos haber hecho’.”

La Primera Lectura, en cambio, denuncia y señala para ilustrar nuestra conciencia, lo que hace el pésimo administrador, el que irá allí donde reina la angustia y se sufre hasta vivir en constante rechinar de dientes: esos viven afanados por la riqueza, se desvelan para atesorar y quieren que amanezca más temprano para implementar sus “chanchullos”, alteran pesos y medidas para ampliar su margen de beneficio, pagan sueldos de hambre, y hacen pasar el “salvado” por “trigo bueno”, son los pauperizadores. Pero, Dios ha puesto su Santo Nombre en garantía, Él no olvidará esa injusticia, que es peor y tiene su agravante en que se hace contra el “pobre” que es el elegido para hacerle víctima de todos estos atropellos.

La Carta de San Pablo a Timoteo nos señala otra obra de Misericordia: ser orantes, ganar “indulgencias” orando por los demás. Nos recuerda ser Intercesores y abogar por toda la humanidad, pero muy especialmente por aquellos que tienen cargos de autoridad. Aún esos que han alterado medidas y explotado hasta expoliar el último centavo Dios-Padre los quiere salvar, porque su Misericordia es generosa, porque Él no escatima, porque su Amor es Eterno (y eterna es su Misericordia). ¡Ojo, miremos lo que dice la Carta, que nos purifiquemos de odios y rencores! Para poder presentar nuestros ruegos y súplicas y alzar las manos hacia nuestro Dueño. Los intercesores válidos son los que tienen sus “manos puras”.


El Salmo nos muestra y nos refrenda cómo es Nuestro Señor, Él nos sacará de nuestras vejaciones, nos ha rescatado pagando el precio de la Sangre de su Propio Hijo; y –pese a nuestra indigencia- nos lleva a sentar en el estrado de los Verdaderos Gobernantes, de los Pastores que han administrado con rectitud, la Corte Celestial de los Justos.



[1] El 1º de septiembre de este año, el Romano-Argentino Pontífice nos ha propuesto añadir una nueva obra de Misericordia: “… la misma vida humana en su totalidad incluye el cuidado de la casa común…me permito proponer un complemento a las dos listas tradicionales de siete obras de misericordia, añadiendo a cada una el cuidado de la casa común. Como obra de misericordia espiritual, el cuidado de la casa común precisa de la contemplación agradecida del mundo… como obra de misericordia corporal, el cuidado de la casa común, necesita simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor”


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