sábado, 2 de febrero de 2013

PROFETIZAR SOBRE EL AMOR DE DIOS



Jer 1,4-5.17-19/Sal 71(70), 1-2. 3-4a. 5-6ab. 15ab y 17/ 1Co 12,31-13,13/ Lc 4,21-30

La verdad, muchas veces quema,
y preferimos entonces dejarla bajo cenizas.

Averardo Dini

El Espíritu Santo es su fuerza y protección

En las lecturas que nos propone la liturgia para hoy (IV Domingo Ordinario, ciclo C), hay una poderosa línea profética. Una línea que se tiende desde Elías hasta Jesús, pasando por Eliseo y Jeremías. Este último es un hito puesto que «Entre todos los profetas del Antiguo Testamento, Jeremías es sin duda la figura más semejante a Jesús»[1] «Como Jesús en Nazaret (Lc 4,29) es contestado y rechazado por sus conciudadanos (Jr 11,18)»[2] Y esta contestación y rechazo son los que nos dan motivo de reflexión en esta fecha.

Tratemos de entrar en esta materia.

Una fortaleza fue un diseño defensivo-protector tal como lo es una muralla, o unos muros de bronce, inclusive, las columnas de hierro –que además de su estabilidad y firmeza como pilar y basamento- están destinadas a proteger puesto que no son incendiables como lo son las columnas de madera, cuyo talón de Aquiles es el fuego. Demos aun otro paso. ¿Alguien fortificaría y reforzaría los muros, construyendo una fortaleza si no existieran amenazas externas? La respuesta suena a evidente. ¡No! La fortificación se hace precisamente para contrarrestar las amenazas provenientes de “fuera”.



Un profeta, tal como lo indica la etimología griega de la palabra, tiene por misión hablar de parte de, o sea comunicar lo que “Dios” le dice. Por esto, el profeta muchas veces se pronuncia en primera persona diciendo, por ejemplo “Yo el Señor digo….” (Jer 47, 2a); en otras muchas habla así: “Yo el Señor lo afirmo”, por ejemplo en (Jer 2, 22d). Pues si su oficio es comunicar el mensaje de Dios, estará preservado y guardado como su vocero y “portavoz”.

Viene al caso el rechazo y la contestación que pueden llevarse más lejos hasta la persecución, el destierro, e inclusive, hasta la muerte. Lo que recibe el profeta no es la preservación de toda amenaza, no es un seguro inexpugnable; en cambio, recibe la fuerza moral, la valentía, la resistencia para no desfallecer. Lo que recibe el profeta es esa resolución para cumplir su misión a pesar de todo, contra todo, por encima de todo.



Ahora leamos: “No les tengas miedo, porque de otra manera, yo te haré temblar delante de ellos. Yo te pongo hoy como ciudad fortificada, como columna de hierro, como muralla de bronce… Ellos te harán la guerra pero no te vencerán porque yo estaré contigo para protegerte. Yo, el Señor, doy mi palabra.”(Jer 2, 17 cd-18d.19). La protección está allí, es innegable, indubitable. Pero no es un “chaleco antibalas”, es –más bien- un motor incesante, y un regocijo capacitante: “Recibirán la fuerza (δύναμιν) del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes y los capacitará para que den testimonio de mí” (Hch 1,8).

«… lo que hacemos lo hacemos nosotros, es responsabilidad nuestra. Lo que hace el Espíritu es activar, fortalecer y sostener nuestra acción y direccionarla… Él nos dirige y fortalece, iluminando y alentando, pero es uno quien tiene que aceptar esa luz y esa fuerza… El que se deja llevar por el Espíritu es un ser humano nuevo (Ga 5, 16; 6, 10; Ef 4, 17; 5,2), desde su realidad se configura en Cristo(Col 3, 1-17), adquiere la forma de Cristo, porque el Espíritu es ya para siempre el de Jesús de Nazaret… El efecto más amplio de su acción es la libertad. “Donde está el Espíritu del Señor hay libertad” (2Co 3, 17), dice San Pablo programáticamente. Libertad liberada… de la seducción e imposición del orden establecido…»[3]


«La libertad es una cualidad en el hombre, que se adquiere a través de un crecimiento durante toda la vida. Por eso el ser maduro implica una constante superación.»[4]

Persistir a toda hora, toda la vida

La perícopa que nos sirve de Salmo responsorial en la liturgia de este IV Domingo Ordinario del ciclo C, es tomada de un salmo clasificable como “oración de súplica”, género al que pertenecen la mayoría de los Salmos.



La estructura de esta clase de salmos es también tripartita:
a)    El preámbulo
b)    La súplica, donde se añaden razones y argumentos propuestos a Dios para que Él la conceda.
c)    Y la conclusión.
Este Salmo 71(70) es una súplica de una persona mayor que ya entrado en su madurez implora:

“No me rechaces al llegar a la vejez,
Me van faltando las fuerzas, no me abandones” Sal 71(70), 9.



Regresemos a la situación de Jeremías. Él no puso por escrito su experiencia vocacional, (la que examinamos hoy al leer Jer 1,4-5.17-19); «…no se trata de un relato inmediato, sino que está escrito por el profeta muchos años después, y eso testimonia lo impresa que estaba en él la Palabra que le dirigió el señor hacía los dieciocho años… Según los exégetas, al menos unos veinte años después de que recibiera la vocación… el profeta tiene unos cuarenta o cuarenta y un años… ahora, su palabra se convierte en libro; es uno de los momentos en que nace  la Biblia, en que la palabra hablada se hace escrita.»[5]

Qué dice el preámbulo de este salmo:

Señor, en Ti busco protección;
¡no me defraudes jamás! Sal 71(70), 1.

El sentido de la súplica es este:

Dios mío, no me abandones
aun cuando ya esté yo viejo y canoso Sal 71(70), 18 ab.



Esta parte no se lee en la perícopa de esta Domingo.

A manera de conclusión se propone un trueque:

Yo, por mi parte,
cantaré himnos y alabaré tu lealtad
al son del arpa y del salterio. Sal 71(70), 22ab.

Es, pues, el ruego del profeta que súplica lograr la constancia y practicar el mismo tipo de lealtad que tiene Dios. No flaquear y continuar profetizando: “También mi lengua dirá a todas horas que Tú eres Justo.” Sal 71(70), 23ab.

Profetismo hasta sus últimas consecuencias

Jesús había tomado el rollo del profeta Isaías, había manifestado a través del texto que leyó, su naturaleza divina, su misión salvífica, su tarea liberadora, y el contenido central de su Evangelio, proclamar el Año de Gracia, el Año Jubilar. Él sería el Justiciero, quien haría restituir al explotado, al oprimido, sus legítimas pertenencias; el depauperado recobraría su propiedad y el esclavizado su libertad.



Pero, la comunidad de Nazaret no lo reconoce, ¿Cómo va a ser que el Ungido del Señor fuera un vecino, un simple hijo de carpintero, cómo puede el hijo de María, la mujer pobre y sencilla, pretender que el Espíritu del Señor está sobre Él? La aprobación y la admiración son neutralizadas con una pregunta que da vuelta a la tortilla: οὐχὶ υἱός ἐστιν Ἰωσὴφ οὗτος; “¿No es este el hijo de José?” «Está cercano , pero como ausente. Es de ellos, pero no es de ellos… Lo tienen tan cerca que la luz los ciega; lo ven tan claro que de puro claro no lo entienden; lo sienten tan sencillo, tan descomplicado, que de puro sencillo no es posible…Y ahora les viene el jarrón de agua. Ahora les trae a Elías y a Eliseo, profetas como Él. Ahora les habla de sequía y lluvia, de lepra y sanación. Ahora les habla de la viuda de Sarepta y del sirio Naamán. Y les dice que Dios tuvo compasión con la viuda y el leproso que no eran de su pueblo. Y que no atendió a las gentes necesitadas de su pueblo… Les dice, sin decirlo, que no tienen fe, que los signos del Reino no se van a manifestar entre ellos. Que se ira como ha venido. Que no lo quieren de verdad, que esperan de Él que les entretenga, que los divierta, que haga cosas espectaculares. Esperan un numerito de circo. ¡Y Jesús no se ha vestido de payaso!... Son los suyos, los primeros que quieren dar muerte a Jesús… Es como un ensayo de la muerte de Jesús en otro monte, en el Gólgota…. ¿Los primeros?... no; lo quiso matar de niño el gobernante de turno.»[6]

«La fidelidad de Jesús se desenvolvió en medio de una historia, de circunstancias concretas, en una sociedad y ante hombres como los de hoy, marcados por la mentira y el pecado. Por eso la fidelidad de Jesús es conflictiva y dolorosa: tuvo que llevar el peso del pecado y la fuerza del mal que se le oponían Esta oposición fue tan tremenda, que le llevó al fracaso aparente en su vida pública y lo precipitó en el martirio de la cruz… Su cruz –y la nuestra- no tienen sentido sino al interior de la fidelidad a una misión. Por eso hemos dicho que no existe propiamente una “espiritualidad de la Cruz”, sino una espiritualidad de   la fidelidad y del seguimiento.»[7]

«El Documento de Aparecida declara que “la Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, en el estancamiento y en la indiferencia, al margen del sufrimiento de los pobres del continente” y añade”: “Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libere del cansancio, de la desilusión, de la acomodación al ambiente; esperamos una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza” (DAp 362)…. El nuevo Pentecostés sólo va a suceder si la Iglesia está dispuesta a abrir las puertas para el mundo como sucedió aquella memorable mañana en Jerusalén (cf. Hch. 2, 1-41), a salir del escondite que armó detrás de los muros de los templos y de las instituciones, a lanzarse en medio del mundo y anunciar con valentía el Evangelio de Dios, a entrar sin miedo   ni apocamiento en esta sociedad pluralista, diversificada y a defender a los pobres, a los marginados , especialmente, aquellos que hoy son considerados superfluos y desechables.»[8]

Una palabra sobre el Amor-ágape



Algunos traducen amor, otros han traducido compasión. La palabra que aparece allí en 1Co 12,31-13,13 es ἀγάπη, y está definida y caracterizada porque San Pablo nos indica con precisión todos sus rasgos; los tiene, entonces es legítimo “ágape”, no los posee, entonces es falso, nos han pasado “gato por liebre”. Vamos a enumerarlos:

a)    Es comprensivo
b)    Es servicial
c)    No tiene envidia
d)    No es presumido, ni se envanece
e)    No es grosero
f)     Ni es egoísta
g)    No se irrita
h)    No guarda rencor
i)      No se alegra con la injusticia
j)      Goza con la verdad
k)    Disculpa sin límites
l)      Confía sin límites
m)  Espera sin límites
n)    Soporta sin límites
Y al llegar a la cumbre, el rasgo sumatorio, la mismísima cúspide del Amor: Ἡ ἀγάπη οὐδέποτε πίπτει·

o)    El amor dura por siempre.

«El mayor don que puede existir es el amor. Sin él, todos los demás son pura exaltación y exhibicionismo. Es interesante ver, en este himno, que Pablo comienza citando precisamente los carismas ambicionados por los “fuertes”: hablar en lenguas, profecía, conocimiento, fe, etc. Todos ellos sin el amor solidario, no tienen sentido… sin el amor, todo el bien que se haga no pasa de ser exhibicionismo infantil, Pablo recomienda que la comunidad busque este don mayor (14, 1) y que valore la profecía. Ella es la palabra cierta que ilumina los momentos inciertos del camino. Ella percibe el rumbo del proyecto de Dios, para que la comunidad no  pierda de vista su misión trasformadora en la sociedad»[9]



Según la teoría de la comunicación, la mediación entre el emisor y el receptor, para que el mensaje pueda viajar a través de él, es el “canal”. Cuando el Emisor es Dios, desde su dimensión Divina –Celestial hasta nuestra realidad terrenal ¿cuál es el canal? Precisamente es el Amor.



Todo el poder salvífico nos viene de la Dimensión-Teologal a nuestra vida, nuestro mundo, nuestra temporalidad por ese canal: el Amor-Ágape. Toda la Revelación ha sido posible por medio de ese “canal”, el salto del kairos al cronos. (Recordamos ahora que Marshall McLuhan hizo celebra la identificación del mensaje con el medio: podríamos aceptarlo teológicamente hablando, si el medio es el mensaje, el medio es el amor, el contenido del mensaje es también el amor. ¡Vale!)



[1] Martini, Crnal Carlo María. VIVIR CON LA BIBLIA Ed. Planeta Santafé de Bogotá – Colombia 1999 p. 284
[2] Ravasi, Gianfranco LOS PROFETAS Ed. San Pablo SNTAFÉ DE Bogotá- Colombia 1996 p. 176
[3] Trigo, Pedro. LA MiSIÓN COMO ACCIÓN DEL ESPÍRITU EN LA IGLESIA Y EN LA SOCIEDAD. En LA MISIÓN EN CUESTIÓN APORTES A LA LUZ DE APARECIDA. Ed. Amerindia. Bogotá - Colombia 2009 p. 157
[4] Galilea, Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá 1999. p. 96
[5] Martini, Crnal Carlo María. Op. Cit. pp. 273,277, 286.
[6] Mazariegos, Emilio L. DE AMOR HERIDO.  Ed. San Pablo. Bogotá – Colombia 2001 pp. 49-52
[7] Galilea, Segundo. Op. Cit. p. 74
[8] Kräutler, Erwin. APARECIDA, UN LLAMADO A DESINSTALARSE Y A SUPERAR LA TIBIEZA, SEGÚN EL TESTIMONIO DE NUESTROS MÁRTIRES. En LA MISIÓN COMO ACCIÓN DEL ESPÍRITU EN LA IGLESIA Y EN LA SOCIEDAD. En LA MISIÓN EN CUESTIÓN APORTES A LA LUZ DE APARECIDA. Ed. Amerindia. Bogotá - Colombia 2009 p. 249-250
[9] Bortolini, José. CÓMO LER LA PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS. SUPERACIÓN DE LOS CONFLICTOS EN LA COMUNIDAD. Ed. San Pablo Bogotá –Colombia 1996 p. 55-56

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