sábado, 5 de noviembre de 2011

SIEMPRE ACTIVOS

La mística cristiana… es… una mística de amor; de crecimiento en el amor; de relación de amor con la Persona de Dios… es el amor el que libera. Amor que no es primariamente el producto de métodos de concentración o de conocimiento de sí mismo, sino de la comunicación del amor de Dios a nosotros.
La esencia de la mística cristiana es dejarse amar por Dios.

Segundo Galilea


Estar Dispuesto a morir en cualquier momento para llegar al Cielo y no ir a parar a otra parte; tratar de estar siempre en estado de gracia. Confesarse con frecuencia. Todo esto de vivir una vida virtuosa de Iglesia y sacramentos, es a lo que suena este Evangelio, el de Mateo 25, 1-13. Siendo todo esto muy bueno y casi inmejorable, le falta algo, el verdadero meollo de este asunto está en otro punto.

La Iglesia no es un instrumento para que yo me salve sino que es un instrumento para que yo salve a otros. Esta frase me orienta y me hace tomar viva conciencia de mi responsabilidad solidaria, no sólo con mis semejantes, sino con todo ser humano (y tuve la tentación de escribir con cualquier ser vivo, o mejor todavía con cualquier ser, por que todos son criaturas del mismo Padre). Me parece conveniente relacionar mi estado vigilante con esta idea del compromiso Salvífico que tengo con mis hermanos (o sea con la creación entera).

Durante mucho tiempo se fue construyendo una fe intimista que generó una teología egoísta (lo cual es una contradicción intrínseca: una verdadera teología no puede ser egoísta, tiene que ser descentrada, descentrada a favor del que fue asaltado por el camino y quedó allí tirado, herido, molido a palos). No se trata de que yo me salve y los demás que se pudran allá ellos, ¿por qué no se esforzaron como yo me esforcé? Como decíamos antes, esto no es teología, sino ideología justificante para la antropofagia. "El hombre hecho lobo para el propio hombre. La teología de buscar la propia salvación y los demás al infierno es egocéntrica, y por eso no es teología.

Reconocemos la parábola de las vírgenes (παρθένοις) sabias y las necias (φρόνιμοι - μωραὶ) como un llamado a la actitud vigilante que se podría compendiar con la frase de Jesús: “Por tanto, vigilen, porque no conocen el día ni la hora”. Mt 25, 13. Aquí esta claro que se refiere a una actitud vigilante, ¿pero, cuál es esa vigilancia?, o mejor, ¿qué es lo que estamos vigilando?. La llegada del Novio (νυμφίου), el Único con autoridad para dejarnos o no entrar a la fiesta de bodas. Viene la siguiente pregunta, que se desprende de las anteriores, ¿bajo que criterios permitirá o denegará la entrada?. A esta pregunta se dará respuesta un poco más adelante Mt 25, 31-43, del cual leeremos un fragmento sustancioso Mt 25, 31 – 36, dentro de dos Domingos, cuando la liturgia nos propondrá la celebración de Jesucristo, Rey del Universo.

Podemos adelantar algunos elementos. No es sólo tratar de salvarse uno mismo, no podemos hablar como Caín y contestarle a Dios "¿acaso soy yo el guarda de mi hermano?"; la Biblia no lo dice allí en Génesis, pero la respuesta que Dios nos da a lo largo del Nuevo Testamento, es que sí somos guardias de nuestros hermanos, ( en otras traducciones leemos "¿Acaso es mi obligación cuidar de él?") y no sólo de nuestros hermanos de sangre, ni sólo de nuestros hermanos de pueblo, o de barrio, o de raza. ¡No! lo que nos enseña Jesús es que todos somos hermanos y por eso nos enseña a decir “Padre nuestro” y no Padre mío o padre de los míos, o padre de mi raza o cualquier otro excluyente. La enseñanza recibida en el Evangelio nos obliga a reconocer que nadie queda exceptuado de nuestra fraternidad. Por eso, estar vigilante, equivale a estar alerta a cada oportunidad en que Dios pasa por nuestra vida con uno de sus infinitos disfraces observando nuestra respuesta, mirando si reaccionamos como verdaderos hermanos practicando ese amor – ágape que busca el Bien del otro sin esperar nada a cambio. Es estar alerta a cada encuentro, a cada necesidad, a cada sentimiento. No esperar a un Jesús tipo “cuadro del sagrado corazón” o uno que se parezca al retrato de la “Divina Misericordia” que Sor Faustina Kowalska le “dictó” a un pintor, porque vendrá vestido de hambriento, o desnudo, o de forastero, o de presidiario, o de enfermo o de … como dijimos antes, en uno de sus inagotables disfraces. ¿Si ves lo que significa permanecer vigilantes?

No puedo desperdiciar la magnifica oportunidad de recordar esa linda historia de León Tolstoi, titulada Martín el zapatero, que me ha marcado la vida de manera muy profunda, brindándome una intensa comprensión del evangelio de Mt 25, 31 – 46.

Cuenta la historia que Martín era un hombre ya entrado en años, que se ganaba la vida como zapatero.  Vivía solo, en una pequeña casa, ya que su mujer había muerto de muy joven y el hijito que ambos habían tenido, también enfermó y falleció.  Por todo esto que le había pasado, Martín estaba muy enojado con Dios, o lo que es peor, le era indiferente.

Cierto día, llegó a la casa de Martín un curita, que le traía como trabajo, hacer una nueva funda de cuero para su Biblia.  Para que esa funda sea perfecta, le dejó el libro para que tomara las medidas.  Esa noche, luego de cenar, sintió la necesidad de abrir la Biblia que el cura le había dejado y leyó la cita de Mt 25,31-46.  Cuando terminó de leerla, cansado por el trabajo de todo el día se quedó dormido sobre la mesa.  Tan dormido estaba que hasta soñó...  ¡Y qué sueño!  Escuchó la voz de Dios que le decía: "Martín, mañana voy a ir a visitarte".  Al otro día se despertó sobresaltado, nervioso, pero contento.  Dios iría a visitarlo a su casa.  Desayunó y se puso a limpiar y ordenar todo.  En eso, mientras estaba en plena tarea, golpeó a su puerta un anciano, que estaba exhausto de tanto caminar, Martín lo hizo pasar, le ofreció un mullido sillón para descansar y le sirvió un té. Cuando hubo descansado lo suficiente, agradeció y se fue.

Martín siguió con los preparativos para recibir a su visita. Al rato, golpearon nuevamente su puerta.  ¡Es el Señor!  pensó Martín, pero al abrir sólo vio a una mujer, con un bebé en brazos, que venía a pedirle: "Señor, estoy sola con mi niño, y no tenemos qué comer desde hace días...  ¿Podría usted ayudarme con algo?" Martín la hizo pasar, le dio algo de comer a ella, y calentó bastante leche para el bebé. Cuando comieron lo suficiente, la mujer se levantó, agradeció a Martín, con un beso en las manos, y se marchó.  

Martín, cada vez más ansioso, no veía la hora de que llegara su invitado.  Mientras limpiaba, miró por la ventana de su casa, y vio a un niño de la calle, con su ropa toda rota y sucia, entonces buscó en el armario.  Abrió un cajón en el que conservaba la ropita que había sido de su pequeño, tomó las más lindas prendas, salió y se las ofreció al niño de la calle, que las aceptó con una sonrisa de oreja a oreja.  Martín entró nuevamente en su casa y siguió preparando todo.

Así estuvo todo el día, hasta que, a la noche, cansado por el trabajo, se sentó y se quedó dormido.  Tan dormido estaba que hasta soñó...  ¡Y qué sueño!  En el sueño, vio a Jesús, y le dijo: "¡Señor, estuve todo el día esperándote!  Limpié, ordené, preparé todo... y Tu  ¡Me fallaste!" y en el mismo sueño, volvió a escuchar la Voz de Dios que le decía: "¡¿Cómo que te fallé?!  ¿No fui a tu casa?  Sí, fui, Y no una, sino  ¡Tres veces!  Una vez vestido de anciano, y me ofreciste descanso y comida.  Más tarde fui en forma de madre cansada y de bebé hambriento, y me atendiste muy bien.  Por último fui también como niño de la calle y me diste lo mejor...  ¿No te acuerdas, acaso, que todo lo que hacen por el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo hacen?

En eso Martín se despertó.   Alegre como nunca.  Todo esto sucedió la noche del 24 de diciembre.  Ese año Martín vivió una Navidad distinta, porque había descubierto su verdadero sentido...

Jesús nos ama, dándonos la oportunidad de que lo amemos, por que como lo dijera San Francisco “dando es como recibimos”. La mística de nuestra religión reside en este secreto (secreto a voces), que amemos al prójimo para que, en ese amor, rebote a raudales el amor de Dios hacia nosotros.

                      



Cuando era niño, y también después, ya adolescente, me desconcertaba el egoísmo de las vírgenes “prudentes” (las vírgenes que si tenían aceite), ¿cómo  podían ser tan envidiosas y negarse a compartirlo? ¿por qué retenerlo todo para ellas y no facilitar un poco a las otras? Este asunto me hacia chocante la historia y me bloqueaba su asimilación.

Fue, hasta hace relativamente poco, que entre en contacto con  el método histórico crítico y supe que, en la Biblia se dan cita diversas y muy variadas formas de expresión. Este enunciado, tan sencillo, destrabó para mi una puerta de acceso que, hasta ese momento me impedía toda profundización biblistica. Ahora, me suena tan evidente como lógico que uno no escribe de la misma manera un documento histórico, un artículo periodístico, una nota informal para un amigo, un carta a la novia o la lista del mercado; así como hay una profunda diferencia entre una fórmula médica y un informe contable.

Tampoco tenía clara noticia de la diferencia entre una parábola y una alegoría. Esta última, establece un fiel paralelo entre cada uno de los elementos de la comparación, tomados detalle a detalle, cada cosa tiene su equivalente en lo comparado, llevando a cabo un fiel paralelismo que no deja de lado ningún detalle, ningún elemento. Cada signo de la comparación tiene su respectiva imagen en lo comparado. En cambio, en la parábola la comparación gira sobre un solo elemento y todos los demás elementos están subordinados a la comparación fundante de la parábola; sólo un elemento tiene su correspondiente correlato en los dos miembros de la comparación: la realidad referente y la realidad referida (pensado en terminos Saussurianos diríamos en el plano del significante respecto al plano del significado).

Sabemos que el relato en torno a las vírgenes necias y a las prudentes es una parábola y no una alegoría; por eso sería desatinado buscar otras correspondencias forzando un significado para el grito a medianoche, para el aceite, para que sean vírgenes, para la demora del novio en llegar, para la negativa a prestarles aceite, para explicar el hecho de alumbrarse con lámparas. ¿por qué de aceite y por qué no antorchas? ¿…? etc, etc, etc.

                      

El tema del amor, buscarlo siempre, aguardarlo siempre como se aguardan los enamorados; como la novia espera el novio. Pero también expresarlo siempre, buscar nuevas y nuevas maneras de ser amorosos: La vigilancia es esperanza activa, que espera confiada, pero no se sienta a esperar sino que prepara su alcuza de aceite, es más, la revisa periódicamente para estar seguro de tenerla siempre abastecida; no se trata de vivir “sin pecar”, “cumpliendo con los mandamientos y sin hacerle mal a nadie”, siendo eso bueno, hay que añadirle la firme decisión de –además- hacer todo el bien que podamos.

Como una gota de un colorante se extiende y colorea toda el agua, así es la vigilancia, la vigilancia es la fe que se difunde y colorea toda nuestra vida; nuestra fe no es una fe de puntos manchados, la fe entra en el líquido que es nuestra existencia y se difunde, todo lo va impregnando con el color de Dios y el color de Dios –lo sabemos- es el color del amor.

Por eso, ser vigilante es existir amorosamente, y cuando se ama, cuando se acaricia, ese destello del amor va a su destinatario pero la caricia también es experiencia de amor para el emisor; creemos firmemente que esa relación amorosa entre un emisor y un receptor se difunde y va construyendo, va contribuyendo para que brote la civilización del amor, la construcción del Reinado de Dios.

Los resultados no son de inmediata corroboración, parte de la vigilancia es saber aguardar pacientes el lapso entre el amor causante y la realidad consecuente: el amor causado; seguros que el amor ya está, porque Jesús lo difundió desde lo alto de la cruz:

Un hombre dormía en su cabaña, cuando de repente una luz iluminó la habitación y apareció Dios. El Señor le dijo que tenía un trabajo para él, y le enseñó una gran roca frente a la cabaña. Le explicó que debía empujar la piedra con todas sus fuerzas.
El hombre hizo lo que el Señor le pidió, día tras día. Por muchos años, desde que salía el sol hasta el ocaso, el hombre empujaba la fría piedra con todas sus fuerzas... y esta no se movía. Todas las noches el hombre regresaba a su cabaña muy cansado y sintiendo que todos sus esfuerzos eran en vano.
Satanás decidió entrar en el juego trayendo pensamientos a la mente del hombre: "Has estado empujando esa roca por mucho tiempo, y no se ha movido". Le dijo que la tarea que le había sido encomendada era imposible de realizar y que él era un fracaso. Estos pensamientos incrementaron su sentimiento de frustración y desilusión.
Satanás le dijo: "¿Por qué esforzarte todo el día en esta tarea imposible? Solo haz un mínimo esfuerzo y será suficiente".
El hombre pensó en poner en práctica esto, pero antes decidió elevar una oración al Señor y confesarle sus sentimientos: "Señor, he trabajado duro por mucho tiempo a tu servicio. He empleado toda mi fuerza para conseguir lo que me pediste, pero aún así, no he podido mover la roca ni un milímetro. ¿Qué pasa? ¿Por qué he fracasado? "
El Señor le respondió con compasión: "Querido hijo, cuando te pedí que me sirvieras y tú aceptaste, te dije que tu tarea era empujar la roca con todas tus fuerzas, y lo has hecho. Nunca dije que esperaba que la movieras. Tu tarea era empujar.
Ahora vienes a mí sin fuerzas a decirme que has fracasado, pero ¿en realidad fracasaste? Mírate ahora, tus brazos están fuertes y musculosos, tu espalda fuerte y bronceada, tus manos callosas por la constante presión, tus piernas se han vuelto duras.
A pesar de la adversidad, has crecido mucho y tus habilidades ahora son mayores que las que tuviste alguna vez. Cierto, no has movido la roca, pero tu misión era ser obediente y empujar para ejercitar tu fe en mi. Eso lo has conseguido. Ahora, querido hijo, yo moveré la roca".


Para ponerlo con las palabras de Benedicto XVI: «El término agapé, que aparece muchas veces en el Nuevo Testamento, indica el amor oblativo de quien busca exclusivamente el bien del otro; la palabra eros denota, en cambio, el amor de quien desea poseer lo que le falta y anhela la unión con el amado. El amor con el que Dios nos envuelve es sin duda agapé. En efecto, ¿acaso puede el hombre dar a Dios algo bueno que Él no posea ya? Todo lo que la criatura humana es y tiene es don divino: por tanto, es la criatura la que tiene necesidad de Dios en todo. Pero el amor de Dios es también eros…Él tiene sed del amor de cada uno de nosotros… No es de extrañar que, entre los santos, muchos hayan encontrado en el Corazón de Jesús la expresión más conmovedora de este misterio de amor. Se podría incluso decir que la revelación del eros de Dios hacia el hombre es, en realidad, la expresión suprema de su agapé. En verdad, sólo el amor en el que se unen el don gratuito de uno mismo y el deseo apasionado de reciprocidad infunde un gozo tan intenso que convierte en leves incluso los sacrificios más duros. Jesús dijo: «Yo cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). La respuesta que el Señor desea ardientemente de nosotros es ante todo que aceptemos su amor y nos dejemos atraer por Él. Aceptar su amor, sin embargo, no es suficiente. Hay que corresponder a ese amor y luego comprometerse a comunicarlo a los demás: Cristo «me atrae hacia sí» para unirse a mí, para que aprenda a amar a los hermanos con su mismo amor.»[i]

Todo el amor tiene su fuente en el mismo Ovillo, nosotros con su Hilo tejemos abrigadores trajes para todos nuestros hermanos. No somos capaces de cubrir su desnudez, pero Dios – Amor hace abrigadores nuestros tejidos. No basta contemplar el Ovillo, es preciso tejer con Él; y, según nuestros tejidos seremos juzgados.

¡A tejer amigos!




[i] Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma de 2007.

1 comentario:

  1. Dice Leonardo Boff en Los Sacramentos de la vida..."Pero el sacramento no está solo constituido por la iniciativa de Dios. Es también res-puesta del hombre a la pro-puesta divina.Sólo en la acogida humilde del fiel, el sacramento se realiza plenamente y fructifica en la tierra humana empapada de la gracia divina.El sacramento emerge, fundamentalmente, como encuentro del Dios que desciende hacia el hombre y del hombre que asciende hacia Dios"(página 93).
    Si, así es, el amor como Sacramento de vida se hace patente en cada una de las acciones de la vida y no debe tomarse como algo gratuito que simplemente nace del "corazón" como algo pasajero sino que está inextricablemente unido a nuestra condición de hijos de Dios.

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