sábado, 11 de marzo de 2023

IR AL POZO A BEBER LAS AGUAS DE LA SALVACIÓN

 



Ex 17,3-7; Sal 95(94), 1-2. 6-9; Rom 5,1-2.5-8; Jn 4, 5-42

 

…, mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas.

De la Oración Colecta.

 

Incapacitados para ver una salida

«Cuando yo era chico me encantaban los circos. Y lo que más me gustaba de ellos eran los animales. También a mí, como a otros, me llamaba la atención el elefante. Durante la función la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal…


 

Pero después de su actuación, y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.

 

Sin embargo, la estaca era solamente un minúsculo pedazo de madera apenas enterrada unos centímetros en la tierra.  Y aunque la cadena era gruesa, me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol con su propia fuerza, podría, de una forma muy sencilla, arrancar la estaca y huir.

 


El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía cinco o seis años, pregunté a algún maestro, a mi padre o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque está amaestrado.

 

Hice entonces la pregunta obvia: Si está amaestrado, entonces ¿Por qué lo encadenan?... No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvide del misterio del elefante y la estaca… y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.

 

Hace algunos años descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: "El elefante del circo no escapa por que ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño".

 

Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, y tiró de aquella cadena tratando de soltarse.  Y a pesar de todo su esfuerzo no lo logró. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar y también al otro sin tener buenos resultados… hasta que un día, un terrible día para su historia el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.

 

Este elefante enorme y poderoso no escapa porque CREE QUE NO PUEDE.

 

Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que se siente poco después de nacer. Y lo peor es que jamás. Jamás intentó poner a prueba su fuerza otra vez…

 

Cada uno de nosotros somos un poco como ese elefante: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos creyendo que un montón de cosas "no podemos hacer" simplemente  porque alguna vez probamos y no pudimos.

 


Grabamos en nuestro recuerdo "no puedo... no puedo y nunca podré'', perdiendo una de las mayores bendiciones con que puede contar un ser humano: La fe. La única manera de saber es intentar de nuevo, poniendo en ello TODO NUESTRO CORAZÓN y todo nuestro esfuerzo, como si todo dependiera de nosotros, pero, al mismo tiempo, confiando totalmente en Dios como si todo dependiera de Él.»[1]

 

 

Sin ser esclavos propiamente, vivían esclavizados

El pueblo de Israel que había terminado por vivir en esclavitud  en Egipto, donde llegaron y fueron bien acogidos originalmente, y se hicieron prácticamente ricos, y crecieron en gran número, todo lo cual produjo preocupación en los egipcios que vieron en su desarrollo una amenaza, así que les aumentaron los impuestos, y, les impusieron mayor impuesto de trabajo, también les impusieron capataces despiadados que los maltrataban, fue precisamente en esa situación que Moisés mató a un capataz y tuvo que huir. Por eso también, cuando YHWH habló a Moisés le dijo: “claramente he visto como sufre mi pueblo que está en Egipto. Los he oído quejarse por culpa de sus capataces, y sé muy bien lo que sufren. Por eso he bajado a salvarlos del poder de los egipcios; voy a sacarlos de ese país y llevarlos a una tierra grande y buena donde la leche y la miel corran como el agua.” (Ex 3, 7b-8c).

 


Toda la historia de opresión y explotación los había llevado a sentir que no podían ya sacudirse del yugo opresor. ¿Cuál es pues el rol de Moisés? Levantar el ánimo de su pueblo, mostrarles que sí podían “arrancar la pequeña estaca de madera”. Moisés fue el instrumento liberador de YHWH para que su pueblo “elegido” saliera de su lamentable condición en Egipto.

 

Pero cuando se ha vivido largo tiempo la condición del explotado, podemos aplicar aquí la imagen del elefante y decir que estamos atados a estacas parecidas desde que éramos muy pequeños. Esa mentalidad de explotado se ha internalizado de tal manera que terminamos acariciando esa condición, al punto que, después en el desierto, añoramos la carne y las cebollas que comíamos en Egipto. Viene luego el episodio que nos narra la perícopa de este Domingo Ex 17, 3-7, donde el pueblo se queja de sed y Dios les da agua que mana de  la roca que golpea Moisés con su vara, según las instrucciones que el propio YHWH le había dado. Toda la escena tiene como marco espacial Masá y Meribá, lugar geográfico en la ruta del desierto, cuyos nombres traducen -precisamente- “prueba” y “querella”, porque esto fue lo que hizo el pueblo allá: retar y querellarse con Dios.

 

Nunca será suficiente insistir que YHWH los hizo vagar 40 años por el desierto precisamente para que se purificaran de su mentalidad servil, de su acomodo al pensamiento de explotados, de su conciencia de oprimidos ¡40 años de errar por el desierto! Así sería de profunda la alienación de ese pueblo y su olvido del valor inapreciable de la libertad. El cruce del Mar Rojo es una figura de esa limpieza mental necesaria para sacudirse esa situación y remontar la resignación de vivir subyugados, requerimos reaprender la libertad con la que Dios nos creó.


 

También el agua bautismal alude a esta desintoxicación. Cuando nos hemos habituado a vivir en el pecado, es preciso un proceso de limpieza mental y del corazón, para ser capaces de asumir el precio de vivir por fuera de él. Muchas veces oímos del combate que dan los santos contra el Maligno, que los ataca y los tortura despiadadamente, lo que quiere es arrastrarlos -de nuevo- de cabeza hasta el fondo. ¡Esas son las tentaciones! El apego a “las cebollas de Egipto”.

 

Cruzar un Mar de Sangre

La libertad tiene un precio, la libertad dignifica, pero no es gratuita. ¡Hay que atravesar al otro lado del Mar de Sangre que derramó el Redentor!

 

El Salmo celebra la Alianza. En este Salmo 95(94) se convida al pueblo a restablecer la Alianza. Se lo llama a dejar la actitud que tuvieron en Masá-Meribá y a reconocer que Dios es Grande, es Bondadoso, es Dios-Creador, es amoroso-protector y defensor, Dueño de todo lo creado. Se retoma la idea de haber quebrantado la Alianza. Consecuencia, vagar 40 años por el desierto, no poder entrar en el “descanso” del Señor.

 


La Alianza implica una relación de toma y da-acá. Dios bendice, Dios protege, cuida y alimenta; da de comer y de beber, pero el pueblo también tiene su parte contractual en el pacto de la Alianza: Debe vivir su condición filial, reconocerse hijo del Padre Celestial, asumir la obediencia, la fidelidad; respetar sus mandatos, vivir coherentemente lo que Él ha enseñado.

 

Me encanta ver a Cristo hablar de ese modo con una pecadora, con una mujer que vivía con su sexto hombre. Y me encanta ver a esa pecadora transformarse en apóstol: regresó al pueblo para anunciar al Mesías. ¡Es formidable!

Dom Helder Câmara

 

En el año 721 a.C. Samaria, capital del Reino del Norte, fue invadida por los asirios. La política de dominación adoptada por Asiria era acabar con la organización del país dominado. Ese imperio deportaba a los pueblos dominados de una región a otra. Para poblar la región de Samaria, Asiria deportó sus colonos de cinco regiones diferentes: Babilonia, Cutá, Avá, Jamat y Sefarvayím (2 R 17, 24). Cada pueblo llevó consigo su cultura y sus dioses. Con el correr del tiempo, esos colonos asirios se unieron con los judíos, formando un nuevo pueblo. Los samaritanos.»[2]

 

«Los samaritanos tuvieron un papel decisivo en la formación de la comunidad del Discípulo amado. Por eso el evangelio de Juan presenta el episodio de Jesús con la samaritana y muestra que ha llegado el final del culto que discrimina y margina personas y grupos. La samaritana no tiene nombre, y ese detalle indica que ella representa a todos los samaritanos, que eran considerados por los judíos como personas impuras e idólatras»[3].

 


También la Samaritana del evangelio padece una triple cadena: Es Samaritana, es decir extranjera; es mujer, tremenda alienación en esa cultura donde la mujer era prácticamente menos que un mueble, algo así como un burro; y la “cadena” del amor-fetichizado, de tener “maridos” que no son “marido” porque “no eran suyos”, eran hombres transeúntes por su vida, no compañeros de vida, no co-constructores de un hogar, de una familia, compañeros de una misma “lucha”. «El corazón del hombre no puede vivir “sin un dueño”. Cuando el corazón anda de ídolo en ídolo, de cosa en cosa, de dependencia en dependencia, al final se siente vacío, desganado, perdido y solo. El corazón duele cuando no lo llena quien es la medida de nuestro corazón: Dios. Al corazón no se le puede mentir. No se le puede enmascarar. No va en juegos de mentira. Al corazón se llega sin razones, sin manejos; se llega por la intuición. El corazón sufre cuando es maltratado, golpeado por una vida “sin corazón”. Al corazón no se le engaña dándole a beber “aguas contaminadas, aguas sucias”. Le gusta el agua limpia, el agua fresca y pura. Al corazón  no le van los postizos, no le cuadran los disfraces. Porque el corazón del hombre lo creó Dios, salió de sus manos, tiene su marca, su sello, su hechura. Y nada lo satisface sino el mismo Dios.»[4]

 

«Un corazón herido es un corazón indigente. El corazón herido de Jesús, plenamente humano, necesitaba y necesita amistad. Rechazado, necesita fe, confianza y fidelidad. ¿No era eso lo que buscaba en sus discípulos y seguidores durante su misión, que creyeran en Él, que demostraran su caridad amando al prójimo y permaneciendo en su amor? ¿No eran causas de su tristeza y soledad la falta de fe y confianza que hallaba en sus seguidores y discípulos?»[5]

 

Reconciliación y Paz

Como busca la cierva, corrientes de agua, así mi alma te busca a ti Dios mío.

Sal 41, 2

 

¡Si nos diéramos cuenta de cuánto valemos a los ojos de Dios! ¡Si fuéramos conscientes del ánimo redentor que mueve a Jesús cuando le habla a la samaritana! Este par está en continuidad: El agua que le dará Jesús, es agua purificadora, re-dignificadora, que le enseña a vivir al margen del pecado, a vivir libre. La levanta; no la discrimina[6] sino que la trata de Tú a tu. Le habla por encima de las segregaciones raciales y de género y también, la va -como llevando- de la mano, para hacerle entender que lo que ella llama “maridos” dista mucho de serlo. «Ahora ella es una mujer diferente. Mujer nueva. Mujer regenerada. Mujer limpia y feliz. Mujer profunda y cercana. Mujer fuerte.»[7] Junto al pozo de Sicar hemos sido testigos de este milagro: En ella se ha dado la conversión.

 


Jesús le ha quitado la mordaza que la coartaba, «… todo lo que me limite, me está impidiendo llegar a esa plenitud, a esa totalidad, a esa abundancia en la vida, en la Gracia para hacer todo lo que yo puedo, quiero y debo ser …»[8]

 


En la Segunda Lectura, de la carta a los Romanos, llegamos al capítulo V, «Hasta aquí, el asunto central era la justificación. De aquí en adelante, el asunto será la salvación. Fue lo nuevo que se construyó. La justificación queda en el pasado, la salvación se abre al futuro… La justificación está unida a la muerte de Cristo. La salvación está unida a la vida-resurrección y al Espíritu Santo que es como el “arquitecto” de esa nueva construcción.»[9] antes de pasar a hablarnos de la liberación del pecado (5, 12 ss.), nos da una clarísima iluminación sobre el contexto soteriológico que implica (5, 1-11). «…podemos renovar en nosotros la gracia del bautismo, saciarnos en la fuente de la Palabra de Dios y de su Santo Espíritu, es así descubrir la gloria de convertimos en artífices de reconciliación e instrumentos de paz en la vida cotidiana.»[10]  En la perícopa de hoy se reconoce que Jesús al sacrificarse por nosotros reveló nuestro valor a los ojos de Dios. Por encima de nuestros defectos y virtudes, tanto y tantísimo valemos para Él que, aun cuando no seamos ἀγαθοῦ [agatu] “el bueno”, Dios no escatimó a su Hijo, su Amado, en quien tiene sus complacencias, y lo entregó por nosotros. Reflexionemos  y justipreciemos cuánto nos ama y cuánto valemos a Sus Ojos. ¡Él tiene sed, sed de nuestro amor! Y, a la vez, ¡Él es el pozo, el remanso de las Aguas de la salvación!

 

 

 



[1] Agudelo C.  Humberto A. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU 2. Ed. Paulinas. Bogotá – Colombia 3ra RE-IMPRESIÓN 2005 pp.263-264

[2] Centro Bíblico Verbo LA NUEVA VIDA NACE DE LA COMUNIDAD. EL EVANGELIO DE SAN JUAN. SUBSIDIOS PARA ENCUENTROS. Ed. San Pablo. Bogotá- Colombia 2010. p. 40.

[3] Bortolino, José. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE JUAN. EL CAMINO DE LA VIDA. Ed. San pablo Bogotá Colombia. 2002

[4] Mazariegos, Emilio L. DE AMOR HERIDO Ed. San Pablo. 3ra  Edición  2001 Bogotá-Colombia. p, 126

[5] Galilea, Segundo. LAS LUZ DEL CORAZÓN. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1995 p. 116

[6] Los samaritanos se dan cuenta que Cristo NO es un Mesías limitado a los “judíos”, sino abierto a todas las razas y marginados del mundo, incluso a ellos (Jn 4, 41-42). Seubert, Augusto. CÓMO ENTENDER LOS MENSAJES DEL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá – Colombia. 1999 p. 45

[7] Mazariegos, Emilio L. Op. Cit.  p. 131

[8] Vallés, Carlos G. s.j. TESTIGOS DE CRISTO EN UN MUNDO NUEVO. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá 1995. p. 52

[9] Mesters, Carlos. CARTA A LOS ROMANOS. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá. 1999  pp. 35-36

[10] Papa Francisco. NOSOTROS SOMOS LA SAMARITANA. 19 de marzo de 2017

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