sábado, 16 de marzo de 2019

ESTE ES MI HIJO, EL ESCOGIDO


Gn 15, 5-12.17-18; Sal 27(26),1. 7-8a. 8b-9abc. 13-14;  Fil 3, 17-4,1; Lc 9, 28b-36

"Ya llega el día, dice YHWH, en que yo pactaré con el pueblo de Israel (y con el de Judá) una nueva alianza."
Jr 31, 31

Filipos había sido evangelizada por Pablo en su segunda gira misional. Lo que lo mueve a escribir la carta a los Filipenses es el haberse enterado de la llegada de unos misioneros, que predicaban un evangelio diferente al de Pablo y que amenazaban la tranquilidad de la comunidad de Filipos. ¿Cuál es el núcleo de la perícopa de la Carta a los Filipenses? Pensamos que la propuesta de “mantenerse”, el tema de la fidelidad y la constancia: “manténganse así en el Señor”. Fijándonos en el ejemplo que nos da San Pablo personalmente, y también en el ejemplo que dan los seguidores de ese modelo. Ellos son los ciudadanos del Cielo, quienes aguardan un Salvador: el Señor Jesucristo. Él μετασχηματίζω (cambiará en su presentación, en su apariencia exterior, la forma) de nuestro humilde cuerpo y lo hará semejante a su propio cuerpo, del que irradia su Gloria, y lo hará gracias al “poder” con el que ha sido revestido, para que tenga autoridad suficiente para someter a todo el universo.

En la perícopa se nos habla de cierto anti-modelo, del cual nos previene San Pablo “con lágrimas en los ojos”, Decían que había que seguir fieles a la Ley de Moisés y a las prácticas judías para salvarse y se jactaban de cumplirlas, se trata de los que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición, su dios el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Cuando San Pablo se refiere a los que no tienen otro dios que su propio vientre (Flp 3, 19), no está aludiendo a los glotones sino a los que solo buscan gratificarse con las realidades terrenales: “Sólo aspiran a cosas terrenas”. Se trataba de imponer como requisito de adhesión a la fe cristiana la ley judía, en particular en lo que tocaba a la circuncisión, es a eso a lo que San Pablo alude bajo el título de “sus vergüenzas”. Decían que había que seguir fieles a la Ley de Moisés y a las prácticas judías para salvarse y se jactaban de cumplirlas. Para San Pablo ellos son falsos circuncidados, en el verso 3, 2, anterior a la perícopa que leemos en esta oportunidad, dice “cuídense de los circuncidados”, y en el verso 3, 3 prosigue: “nosotros somos los verdaderos circuncidados, pues servimos a Dios según el Espíritu de Dios y nos alabamos de estar en Cristo Jesús, en vez de confiar en nuestros méritos”. Es esencial a la comprensión de la perícopa entender su antecedente interno en la propia carta a los Filipenses: conviene ver en el verso 3,10-11, como se abandona el enfoque judaizante y se busca “otra santidad” y cómo lo que cobra relieve es el fiel discipulado a Jesucristo de quien procede esta santidad verdadera: “Quiero conocerlo, quiero probar el poder de su resurrección y tener parte en sus sufrimientos, hasta ser semejante a Él en su muerte y alcanzar, Dios lo quiera, la resurrección de los muertos”.


Pues bien, es a ese fiel discipulado y con la mira puesta en la resurrección que San Pablo invita a “mantenerse”, sin importar que tan adelantado se esté en ese proceso de discipulado: “Mientras tanto, sea cual sea el punto adonde hayamos llegado, sigamos en la misma dirección” dice en 3,16, justamente antes de iniciar la perícopa que esta vez nos ocupa, que culmina pidiéndonos que sigamos así, “firmes en el Señor”, στήκω este verbo significa “perseverar” (4,1). Perseveramos para alcanzar la meta, que es Cristo Jesús, quien “ya nos alcanzó”, lo entendemos como que ya nos ha “incluido” en su discipulado y llega por atrás a remolcarnos, a empujarnos, si “perseveramos” no porque pensemos que ya somos perfectos, sino porque proseguimos en la “carrera”.

Esta perícopa refleja la triste división de una comunidad, por un grupo de fanáticos judaizantes que proponían a la gente una vuelta al pasado, un cristianismo no muy radical, apoyado más bien en las viejas instituciones, y por lo tanto tolerando algunas imposiciones del gobierno Romano, sin enfrentar mayores riesgos y sin el compromiso de una fe pública. «Los judíos más radicales consideraban a los paganos personas impuras y, por no haber sido circuncidados, los llamaban “perros”. Su punto de partida era la discriminación: ellos eran los verdaderos obreros de Dios, los “circuncidados”, los perfectos… En el fondo, lo que pretenden es defender sus intereses y privilegios, al no desprenderse de su status social de personas “perfectas”»[1]. Contra quienes quieren imponer la circuncisión y la ley de Moisés a los cristianos se les recuerda que la salvación sólo depende de Jesucristo, quien hecho hombre y muerto en una cruz, recibió del Padre el poder de conceder a los hombres la Salvación y alcanzarnos la transfiguración para llegar a compartir el cuerpo Gloriosísimo de Jesucristo, no por nuestros méritos sino conforme a su Misericordia.

Esta “perseverancia” que nos propone San Pablo en la Segunda Lectura, está compenetrada de una refulgente característica que adorna el discipulado: la esperanza. Fe y esperanza se funden en el cristiano para hacerlo constante en la caridad fraterna, en un vivir en la solidaridad, en los valores de la hermandad, del perdón, de la comprensión, de la Misericordia. Estos valores que lo animan, son precisamente los que le permiten escapar al sólo interés en lo “terreno” y proyectarse hacia los valores más altos, los que son característicos de ese discipulado al que nos venimos refiriendo, y que podría compendiarse en la fórmula “buscar el rostro del Señor”.


El Salmo 27(26) pertenece al grupo de los salmos del Huésped del Señor, valga decir, del que pone su empeño en venir a vivir en el Templo, lo que nosotros entendemos como “hacer Su Voluntad”, no que traigamos el colchón a la Iglesia, sino que pongamos toda nuestra voluntad a Su Servicio, precisamente viviendo conscientes de estar permanentemente bajo Su Mirada –no vigilante en el sentido de controladora y culpante- sino Dulce, Amorosa, Defensora y Protectora. Por eso inicia el Salmo diciendo: "El Señor es mi Luz y mi Salvación, ¿a quién temeré? el Señor es la Defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?" aquí se da la dialéctica entre una vida coherente e integra y la serenidad, la paz con la que se podrán afrontar las más complejas dificultades que la vida nos pudiera traer; no porque Dios se haya desentendido de nosotros, no porque Dios esté distraído o dormido, sino por hallarnos en estado de éxodo, fuera de nuestra patria celestial.

El Salmo, en el verso 8, nos pone de manifiesto, nos revela lo que Dios espera de nosotros “Oigo en mi corazón: ‘Busquen mi Rostro’” en otra versión leemos así: “Mi corazón de ti me habla diciendo: ‘Procura ver su Faz’.", paráfrasis de la misma idea.


No se trata de “Vivir conscientes de Su Presencia agradándole para –transacción comercial-, obtener de Él la plenitud de la dicha terrena, a salvo de toda dificultad porque eso sería preocuparnos solo de las “cosas terrenas”; sino trascender, poniendo nuestro interés en la meta: cómo será nuestra existencia cuando dejemos el destierro y lleguemos a habitar nuestra morada permanente, es decir “el país de la vida”. Es allí donde gozaremos de la paga, pudiendo ser que en esta tierra podamos disfrutar suaves y dulces primicias de las Vida-Verdadera, pero no es en ello que podemos cifrar nuestro “discipulado”, sino con una mirada de mayor alcance mirar hacía el horizonte de nuestra existencia.

«Si hay un sentimiento vivo hoy, es el de la “ausencia” aparente de Dios. El hombre occidental contemporáneo está realmente traumatizado por el “silencio” de “Dios”, concluye sin más que Dios no existe, que “Dios ha muerto”…. El salmista de otros tiempos debía, como nosotros, experimentar la dificultad de encontrar a Dios. Pero su canto termina con un grito de fe: “Estoy seguro, veré las bondades del Señor”.»[2] Nos preguntamos si esa seguridad dimana de su posición de levita. Lo que resulta definitivo es –en este caso- que la convicción garantiza la perseverancia. No hay duda, no se desconfía, en cambio, hay seguridad, convencimiento. La certidumbre se vuelve valentía, es presencia de ánimo: Y entonces, se nos ocurre la idea más descabellada, querer ver tu Rostro; lo que siempre estuvo vetado, lo que nos mataría instantáneamente. Y la ocurrencia no es propia, Tú, Oh Señor, estas tras mi pensamiento, es tu espíritu el que susurra la sugerencia, quiero ver Tu Rostro, porque sospecho que al verlo –en vez de encontrar la muerte- descubriré el Rostro de La Máxima Ternura, los Ojos-de-Mirada-más- Paternal, sólo hallaré Luz y salvación: ¡El-Nuevo-Rostro-del-Señor!

Estamos asistiendo con la Primera Lectura y el Evangelio a un salto de un estadio al Nuevo, queremos descubrir la esencia de estas dos Alianzas para saber de qué nos estás hablando; de qué va nuestra relación. Examinemos el paralelismo:


Qué dice Dios en el Primer Testamento: “Mira el Cielo; cuenta las estrellas si puedes” y también: “A tus descendientes les daré una tierra, desde el rio de Egipto al Gran Rio Éufrates”
Qué dice Dios en la Segunda Alianza: “Este es mi Hijo, el escogido, escúchenlo”.

En el A.T. “Los buitres bajaban”.
En el N.T. No se nombran, pero a lo largo de su lectura los encontramos: fariseos, saduceos, Sumos Sacerdotes, escribas, Herodes, Pilatos.

En el A.T.: Cuando iba a ponerse el sol un sueño profundo invadió a Abrám (nótese que todavía se  llama Abrám, Dios no le ha cambiado de nombre todavía, se llama todavía “Padre enaltecido” y llegará a llamarse “Padre de las Naciones”: Abrahám.
En el N.T.: Pedro y sus compañeros se caían de sueño.

En el A.T.: Un terror intenso y oscuro cayó sobre él.
En el N.T. …llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube.

En el A. T. una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados.
En el N.T. Sus vestidos brillaban de blancos.

En el A.T. hizo Alianza
En el N.T.: Mandamiento (que es expresión de una Alianza): “Este es mi Hijo,…. Escúchenlo”.

En el A. T. Promete darnos una tierra para establecernos y dejar nuestro nomadismo; en el N.T. Nos da una persona: el Mesías. ¡Nos da a su Propio-Hijo! Si me doy cuenta, sí dimensiono el valor inestimable de esta donación, reconozco que ver Tu Rostro no me matará, más bien, me emparentará más a Ti; me has estado aguardando para que tuviera hambre y sed de Ti, y quisiera verte, y te anhelara con todas las fuerzas de mi corazón y de mi alma. Con todo mi ser, con cada célula y cada fibra de mi cuerpo. Me has tenido paciencia para que emparentara con Tigo y llegara a ser hijo en el Hijo y yo te invocara llamándote Abba, Padre. «… ahora sé que puedo aspirar a mucho más, porque tú me lo dices y me llamas y me invitas. Y yo lo quiero con toda mi alma. Quiero ver tu Rostro. Tengo ciencia, pero quiero experiencia; conozco tu Palabra, pero ahora quiero ver tu rostro. Hasta ahora tenía sobre Ti referencias de segunda mano; ahora aspiro al contacto directo. Es tu Rostro lo que busco, Señor. Ninguna otra cosa podrá ya satisfacerme.»[3]


No puedo mirar sólo a lo lejos, en las distancias escatológicas. Tengo un compromiso trascendente con el aquí y el ahora: «Ver el rostro de Dios (1Cor 13, 12). Pero este logro de Dios (esta salvación “esta luz”, esta habitación en Dios”) hacia la cual avanzamos, ya ha comenzado; nuestra tarea humana consiste en tomar parte en ella desde ya: “espera… Sé fuerte y valeroso” En otras palabras: “¡puedes contar con Dios, sí!” ¡Pero es necesario también poner de tu parte! La gracia y la libertad.»[4]








[1] Bortolino, José. CÓMO LEER LA CARTA A LOS FILIPENSES. EL EVANGELIO ENCARNADO. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia. 2002 pp.41-42
[2] Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS – Tomo I. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1978 p. 65
[3] Vallés. Carlos G. s.j. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS. Ed. Sal Terrae. Santander. 1989 pp. 54-55
[4] Quesson, Noël . Loc. Cit.

No hay comentarios:

Publicar un comentario