sábado, 29 de noviembre de 2014

ASUMIR NUESTRA LABOR


Is 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7; Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19 4; Cor 1,3-9; Mc 13, 33-37

El llamado central de este Primer Domingo de Adviento, ciclo B, es la admonición que nos hace Jesús: Βλέπετε, ἀγρυπνεῖτε· “Estén atentos y velen” Mc 13, 33a este segundo verbo habla de permanecer despierto, de estar cuidadosamente vigilantes. ¿Se tratará de no dormir tranquilos, de estar con uno ojo durmiendo y con el otro en vela? ¿Se tratará de estar en un estado de zozobra como el de quien espera que sobrevenga un cataclismo? Entraría en contradicción con la afirmación que muchas veces nos hizo el propio Jesús contra el temor: ¡No temáis! Mc 6, 50c. Lc 12, 32a.

Más bien se trata de una manera de enfocar la vida, hacer todo con delicada atención, poniendo en ello los cinco sentidos. Observemos que el Señor distribuye las tareas, a cada quien le da la suya, al portero le da una misión específica: γρηγορῇ velar con atenta vigilancia. Esa tención concentrada, esa atención alerta, esa mente lúcida dedicada a las relaciones con los hermanos, evitando el impersonalismo,  el trato frio, o distante -todo lo contrario- se trata de una manera muy humana de tratarnos, poniendo siempre en primer lugar el pensamiento que cada prójimo es “un hijo de Dios”, viendo siempre en el otro, al Otro, a Jesús, descubriendo en cada hermano a Jesús que se ha hecho hombre y ha puesto su “tienda” entre nosotros Jn 1, 14. Sólo así estaremos cumpliendo con ἔργον la tarea que a cada uno se nos ha encomendado, la que conduce a que cada uno esté construyendo el Reino, no cada uno un reino, sino cada uno la parte específica que a cada quien le corresponde. En esa “tarea” todos tenemos la oportunidad de aportar y nuestro aporte debe ser despierto, vigilante, con delicada atención, en estado de dulce alerta. Recordemos en el lenguaje coloquial cuando alguien se descuida y comete una torpeza, se le llama  la atención ¡Oiga, despierte! O se le reprende: ¡Usted es que está dormido!

Veamos una rica parábola que nos ilustra el alto grado de compromiso, de responsabilidad que se nos encomienda poner -combatiendo el estilo que el mundo promueve, con su cultura de la muerte, ese estilo frio, indiferente, descuidado, hostil, y que –sin embargo, con los usuales eufemismos se le llama “estilo profesional”- todas las veces hay que contrarrestarlo y llenarlo de σπλαγχνίζομαι ese sentir con las propias entrañas, desde lo más profundo de uno mismo. La parábola se titula “El vendedor de semillas”

«Un joven soñó que entraba en un supermercado recién inaugurado y, para su sorpresa, descubrió que Jesucristo se encontraba detrás del mostrador.
-“¿Qué vendes aquí?”, le preguntó.
-“Todo lo que tu corazón desee”, respondió Jesucristo.
Sin atreverse a creer lo que estaba oyendo, el joven emocionado se decidió a pedir lo mejor que un ser humano podría desear: “Quiero tener amor, felicidad, sabiduría, paz de espíritu y ausencia de todo temor -dijo el joven-. Deseo que en el mundo se acaben las guerras, el terrorismo, el narcotráfico, las injusticias sociales, la corrupción y las violaciones a los derechos humanos”.
Cuando el joven terminó de hablar, Jesucristo le dice: -“Amigo, creo que no me has entendido. Aquí no vendemos frutos; solamente vendemos semillas”.
"Convierte en frutos las semillas que hay en ti".»[1]

Estar vigilante, estar despiertos y alertas significa encarar las relaciones interpersonales con el mismo talante con el que un agricultor asume las semillas para llegar a hacer de ellas un cultivo, y sacar de ese cultivo una abundante cosecha.

¿Cómo será esa cosecha? De respeto por nuestro prójimo, de relaciones cariñosas, llenas de solidaridad, de hermandad, de justicia, de equidad, de verdad. Así que no nos quedemos cantándo las hermosuras del pasado, añorando los tiempos idos, trabajemos por revivir y re-editar esos valores que hacen nuestras comunidades ejecutoras fieles de la propuesta de Cristo. Se lo propuso a sus discípulos, nos lo dice a todos. ¡A ti y a mí! (cfr. Mc 13, 37)


 



[1] Agudelo C., Humberto A. Pbro VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU Ed. Paulinas 5ta reimpresión 2003 Bogotá – Colombia p. 86

viernes, 21 de noviembre de 2014

A SU LADO, EN SU PRESENCIA O SEPARADOS DE ÉL


Ez 34,11-12.15-16; Sal 23(22), 1-6; 1 Cor 15,20-26.28; Mt 25,31-46


El Señor se sentará como Rey eterno, el Señor bendecirá a su pueblo con la paz.
Antífona de Comunión (Sal 28, 10-11)

Sólo en el cielo sabremos cuánto le debemos a los pobres, por ayudarnos a amar mejor a Dios a través de ellos.
Madre Teresa de Calcuta

Rey de la vida, vencedor de la muerte.
(Cf. 1 Cor 15, 25-26)

Lograr un re-enfoque del significado de la palabra “Rey” para entender cómo se puede hablar de “Cristo Rey”. Porque la primera denotación, la primera acepción que nos llega es la figurita del rey del naipe con su capa, su corona, su espada, su peinado y su bigotico. En un segundo momento, traemos a mente la figura de los gobernantes que todavía ostentan este título como los de Noruega, Suecia, España, los Emiratos Árabes, Jordania, Mónaco, por citar algunos. Urge pues precisar de qué estamos hablando.


Al hablar del poder saneador de Jesucristo, citábamos Ap 5,12 “es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza” esa es su realeza, esa es su autoridad. Hoy las Lecturas nos ayudan a entender más de cerca la Realeza de Jesucristo. En una primera mirada al Evangelio de este XXXIV Domingo Ordinario, último de este ciclo (A)y antesala del Adviento, encontramos dos acciones (una en pasivo, la primera; la segunda en activo): συναχθήσονται / ἀφορίσει reunirán (serán congregadas) / separará. Son como dos etapas del proceso de construcción del Reino: Primero agrupar, asociar, fraternizar, unificar; pero luego, habrá que extraer, extirpar, retirar lo que está “enfermo”, lo que puede contaminar, lo que difunde mal, esto no se hará antes de haber agotado todas las oportunidades que da la Misericordia. Como una prolongación para que fermente y madure en el corazón de la humanidad el corazón de carne que Él nos ofreció como re-emplazo del corazón de piedra que acarreamos, que llevamos a cuestas como pesada carga, como peso agotador, como lastre que nos hunde; de esto nos habla la Primera Lectura, la del Profeta Ezequiel 34, 11.16. Él apacienta sus ovejas (las alimenta) no con pasto אֶרְעֶ֥נָּה בְמִשְׁפָּֽט׃  sino con “justicia” Ez 34, 16f. Nos brinda el antídoto contra la dureza de corazón: la caridad, amor ágape, desinteresado, desprendido, oblativo; la capacidad-gracia de conmovernos, de sentirnos tocados por el dolor del otro experimentado como si fuera en nuestra propia carne, en el centro de nuestro ser, como identificados con el Rey-Pastor, léase Sagrado Corazón. Nuestro corazón endurecido requiere Cristificarse, hacerse suave, dulce (ni meloso, ni melifluo), pletórico de ternura, fraternal en Jesús que nos entregó el Nombre de Dios: Abba (Padre), desde Jesús Dios se llama Padre.


Quisiéramos subrayar otro par de acciones en oposición dentro de este Evangelio: Δεῦτε / Πορεύεσθε Venid/Apartaos; donde a unos se les llama para bendecirlos y a los que se rechaza quedan malditos. Ahí encontramos la naturaleza del castigo, estar separados de la Presencia del Rey, ese es el llanto y el rechinar de dientes. Pero podemos estar, desde ya, en su Presencia si estamos con el pobre que es sacramento de Cristo. Así lo puso la Madre Teresa de Calcuta: «… analizando la historia de la cristiandad desde un principio, nos encontramos con que ella muestra que el cristianismo ha sido un continuo acto de dar.



Dios amo tanto al mundo que le dio a su propio Hijo. Siendo rico se volvió pobre por amor a ti y a mí. Se entregó a sí mismo de forma completa y total. Pero eso no fue suficiente: Dios quería dar algo más… darnos la oportunidad de darle algo a Él. Y es así como se transfiguró en los hambrientos y en los desnudos para que pudiésemos ser generosos con él a través de ellos… Cuando veo de qué manera se ignora y se relega a los pobres en nuestro medio, comprendo la tristeza de Cristo al no ser aceptado por los suyos. Todos los que rechazan a los pobres, ignoran y rechazan a Cristo.» Por eso la ruta regia (la del Rey) se puede señalar con un slogan de Silvano Fausti: «Me realizo como hijo si vivo como hermano».

sábado, 15 de noviembre de 2014

DONES PARA SERVIR


Prov 31, 10-13.19-20.30-31; Sal 128(127), 1-5; 1 Tes 5, 1-6; Mt 25, 14-30

Según Jesús el lugar privilegiado para acercarse a Dios no es el culto, ni la ciencia, ni siquiera sólo la oración, sino el servicio al necesitado.

José Luis Caravias sj.

La fraternidad es tan exigente y difícil porque no consiste sólo en prestar un servicio exterior, sino en un gesto de servicio que nos compromete, que nos arranca de nosotros mismos para hacernos solidarios con la pobreza del otro.
Segundo Galilea

Necesitamos urgentemente hacer una teología que pueda iluminar una poderosa antropología. Para podernos situar, requerimos una buena (hasta donde nos es posible, desde nuestras limitaciones) comprensión de Dios que nos deje leer quienes somos nosotros, especialmente porque somos imágenes de Dios, nuestra auto-comprensión dependerá de cómo vemos a Dios. Y muchísimas veces lo internalizamos como un Señor medio indiferentón, a quien bien poco le importamos y que nos deja “por ahí”, en suspenso, mientras aplica sus equipos de vigilancia para, habida cuenta de todos los datos compilados, podernos “juzgar” con pruebas incontrovertibles. Una visión policiva de Dios. Al lado de esta perspectiva ponemos muchísimas veces un rotulo paradójico: ¡Dios es Amor! (como ponerle al pote del café un rotulo que reza “bicarbonato de sodio”).


Quedan por fuera de la panorámica las características fundamentales de Dios: Su Generosidad, su Abundancia, su Providencia. Cuando Dios da vida, y nos da la tierra y además nos encomienda un tesoro muy grande, los “talentos”, descubrimos de inmediato que la parábola nos está hablando de ese Dios de la Abundancia. En otros puntos Escriturales encontramos –una y otra vez- ese derroche que práctica Dios como “hábito” suyo: Está en la desmesura de la conversión del agua  en vino, pero también en la multiplicación de los panes y los peces y las doce canastas de sobras que se recogieron. Por sólo tomar dos ejemplos.

Al mirar la parábola de hoy resulta esencial reconocer la generosa entrega de los talentos, no hay condiciones, ni fiadores, ni contratos, ni vigilantes, ni supervisores. La entrega es un gesto de magnanimidad y confianza. Él sabe a quién se los ha entregado y “confía” en nosotros.

Hay otra precisión indispensable: El talento es no solamente una “aptitud”, una “capacidad” recibida y que debe rendir un fruto, producir una “rentabilidad”. No. El talento es una herramienta que Dios nos entrega para hacer el bien, para ayudar a los otros a alcanzar su plenitud. El talento es más que una “inteligencia” (alguna de las muchas formas de inteligencia), es muchísimo más que pura capacidad. Es algo para “liberar”, para “hacer crecer”, para que “un prójimo” se proyecte, salga adelante, camine por las rutas de Dios. El talento no es para que uno haga plata, no se nos ha dado para cultivar nuestro egoísmo y acrecentar nuestra propia bolsa.


¿Qué prueba hay de que realmente el talento –para que lo sea- debe estar puesto al servicio del prójimo? La prueba que daremos es co-textual y doble: 1) En Mateo 24, 45-51, que forma parte de esta misma sección que podríamos titular “Cómo seremos juzgados”, hay otro grupo que recibe el mismo castigo que recibe aquel que enterró el talento: “Allí será el llanto y el rechinar de dientes”; y ¿cuál era la responsabilidad en este caso? Repartir la comida a los criados a sus horas, o sea, velar por el prójimo. 2) La parábola de los talentos está colocada como antesala del “Juicio de las Naciones” Mt 25, 31-46 (será el Evangelio del próximo Domingo) donde el encargo que servirá para examinarnos es ver en el prójimo, en el necesitado, ἀδελφῶν μου τῶν ἐλαχίστων “mis hermanos menores”, el rostro de Jesús, es decir, servirles a ellos como si fueran el propio Jesús, valga decir, una vez más, poner nuestros talentos al servicio –no de nuestros propios intereses- sino de los demás, de los más necesitados.

Al pasar por este recodo queremos recordar una frase que oímos por primera vez en labios del Padre Gustavo Baena sj. «La Iglesia no es para salvarse. La Iglesia es para salvar. No es para salvarme yo, es para salvar al otro». Nos viene de perlas para expresar el significado de “talento”. El talento nos es confiado por Dios para que lo “pongamos a trabajar”, lo dediquemos a hacer el bien para con el que es pobre en alguna de las muchas pobrezas que existen (que no es sólo la económica). Nos exige ser creativos, “desacomodarnos”, ¡comprometernos!


Talento es טֹ֣וב וְלֹא־רָ֑ע כֹּ֝֗ל יְמֵ֣י חַיֶּֽיה ׃ “procurar el bien y nunca el mal, todos los días de la vida” Prov 31, 12; וַ֝תַּ֗עַשׂ בְּחֵ֣פֶץ כַּפֶּֽיהָ׃ “trabajar con mano solícita” Prov 31, 13b; כַּ֭פָּהּ פָּרְשָׂ֣ה לֶעָנִ֑י וְ֝יָדֶ֗יהָ שִׁלְּחָ֥ה לָֽאֶבְיֹֽון׃ “Tender el brazo al desgraciado y alargar la mano al indigente” Prov 31, 20. Así es, en toda la historia de la humanidad, han sido las mujeres las más talentosas constructoras del Reino; no exclusivamente, pero si sobresalientemente. Piénsese en las muchas congregaciones femeninas que han consagrado su vida al cuidado de los enfermos, los ancianos, los niños, los agonizantes, las víctimas de la guerra y el desplazamiento forzoso. Tampoco escatimemos el rol definitivo que juegan siempre en la construcción de la persona cuidando a sus propios hijos y velando por su familia. וִֽיהַלְל֖וּהָ בַשְּׁעָרִ֣ים מַעֲשֶֽׂיהָ׃ “…que en las puertas de la ciudad sus obras proclamen su alabanza”. Prov 31, 31b.

Habiendo recibido tantos y tantos talentos, no podemos ser malos y holgazanear, μὴ καθεύδωμεν ὡς οἱ λοιποί, ἀλλὰ γρηγορῶμεν καὶ νήφωμεν. “no nos podemos dormir  como los otros sino estemos alerta y seamos sobrios.” 1 Tes 5, 6b.

viernes, 7 de noviembre de 2014

PODER QUE SANA


ES TEMPLO PARA QUE NOSOTROS SEAMOS PIEDRAS VIVAS DE ESE TEMPLO
Ez 47,1-2.8-9.12; Sal 45; 1 Cor 3,9-13.16-17; Jn 2,13-22


"Cuando recordemos la Consagración de un templo, pensemos en aquello que dijo San Pablo: ‘Cada uno de nosotros somos un templo del Espíritu Santo’.  Ojalá conservemos nuestra alma bella y limpia, como le agrada a Dios que sean sus templos santos. Así vivirá contento el Espíritu Santo en nuestra alma".

San Agustín

Toda la Liturgia gira en torno al tema del Templo. Ya Ezequiel señala el Templo como fuente de alimento y medicina, o sea que el templo es nutricio (el alimento eucarístico) y fuente de salud, es sanador, es Salvador (alude a la sangre y al agua que brotó del costado traspasado de Nuestro Señor, Nuestro Redentor). También el Salmo pertenece al grupo de los “Canticos de Sión” que ensalzan la Ciudad de Jerusalén («El símbolo de Jerusalén como ciudad expresa comunidad, pueblo, humanidad organizada; hoy diríamos: relaciones humanas o proyecto de sociedad.»[1]) y la Magnificencia de su Templo. En el Evangelio, Jesús siempre nos enseña a ver las cosas de otra manera, de una manera “nueva” en el sentido de no verlas como cosas mundanas, comunes y corrientes, sino descubrir detrás de la cotidianidad las excelencias espirituales que están contenidas, su trascendencia. El templo por su grandiosidad puede hablarnos de la grandeza de Dios, pero guardadas las proporciones sólo puede insinuarla escasamente. Representa en su elocuencia arquitectónica  un discurso majestuoso, y sin embargo, se queda corto.

Jesús nos muestra que Él es –su Persona- en lo sucesivo, el verdadero y único Templo desde el cual podemos adorar a Dios; y es que en El Templo que es Jesucristo, ¡Y sólo en Él! se expresa la Divina Majestad del Señor.


Pero nosotros estamos llamados a ingresar en ese Templo no como visitantes, tampoco como simples orantes que allí entran, sino como Piedras Vivas, tejiendo nuestro ser, huesos, sangre y nervios, con el Ser de Jesucristo, entrando a formar parte de ese Templo, y cada uno de nosotros un Ladrillo-viviente, una piedra-orante, gloriante, glorificante. La perícopa de la Primera a los Corintios nos lo dice muy explícitamente: “¿No saben que son templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?” 1 Cor 3, 16a. (Sin descuidar, además, que nuestra conciencia es el Sagrario. Cf. Gaudium et spes #16)

Piedras Vivas quiere decir que no se limitan a formar paredes, sino que son-piedras-cantantes capaces de entonar himnos y salmos, y cantar la Gloria de Dios por los siglos de los siglos. Somos -siguiendo la senda del Divino Maestro- Templo y Masa-Coral de adoración para El Cordero que fue inmolado y que “es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza” Ap 5,12. Cantar Salmos no significa formar un corito muy entonado, sino un compromiso de ser Iglesia Militante.

Por eso, hay una denuncia que hace Jesús: La profanación del Templo. ¿Cómo lo profanan? Al convertirlo en un οἶκον ἐμπορίου mercado; un mercado con todas las de la ley: vendedores de ovejas, de bueyes, de palomas y cambistas de monedas, porque –no lo podemos olvidar- la moneda corriente era la del Imperio, pero no se podían hacer ofrendas en el Templo con moneda romana, así que allí nos encontramos con las mesas de los cambistas, y a Jesús, con su gesto rotundo, sin medias tintas, que derriba las mesas y riega las monedas. Lo que está denunciando es todo aquello que no permite que el ser humano lo sea a cabalidad, con plenitud: la explotación y el consumismo. El Templo podía haber sido construido con un Santo propósito pero ahora, ese propósito se ha torcido, el objetivo cultual se ha traducido en la avaricia mercantilista, en el apetito voraz del acumulador, del especulador. Vemos que a todo lo largo de los Evangelios, varias veces se alude a Jesús como un profeta, muy seguramente porque el profeta no sólo anuncia sino que además denuncia la injusticia que es capaz de torcer lo que empezó siendo Santo, lo que al principio era lugar consagrado.


La enseñanza de Jesús nos conduce, no solo a ver el Templo como un bonito sitio de piedad y rezo. Jesús nos enseña un compromiso profético: ¡No tener miedo! ¡Denunciar cuando hay que hacerlo! Aun cuando eso signifique que Λύσατε τὸν ναὸν “supriman este santuario” Jn 2, 19c, (léase, “que lo maten a uno”). Es un riesgo que tiene que correr el verdadero-profeta. Pero, conforme nos lo enseña el Salmo 45: «Con nosotros está Dios el Señor» Sal 46(45), 7(8).

Toda esta enseñanza tiene una metáfora arquitectónica: El Templo. Por eso hoy celebramos la consagración de la Basílica de Letrán, porque el 9 de noviembre de 324, el Papa Silvestre -después de adaptarlo- consagró este Palacio que le había regalado el Emperador Constantino, apareciendo así la Primera Basílica de la Cristiandad, que  -por otra parte- es, además, la Catedral del Papa. La palabra Basílica del griego βασιλική, significa «casa del Rey», de nuestro único Rey que es Dios. Pero lo que cuenta no es el Templo por sí mismo, es el Templo y la Eucaristía que en él se celebra; pero tampoco está completo el culto si falta el pueblo para que tribute ese culto; tampoco es culto sincero si falta el compromiso profético de la denuncia, porque la fe completa es el trabajo tesonero por la construcción del Reino y ello implica, necesariamente, dar todos los pasos, para que la Justicia de Dios resplandezca.


«”En el templo se acercaron a Él ciegos y tullidos, y los curó” Mt 21, 14. Al comercio de animales y al negocio con los dineros, Jesús contrapone su bondad sanadora. Esta es la verdadera purificación del templo. Jesús no viene como destructor; no viene con la espada del revolucionario. Viene con el don de la curación. Se dedica a quienes son relegados al margen de la propia vida y de la sociedad a causa de su enfermedad. Muestra a Dios como Aquel que ama, y a su poder como la fuerza del amor.»[2] Podemos concluir con Ezequiel “Todo ser viviente que se mueva por donde pasa el torrente, vivirá. Ez 47, 9. El torrente es la sangre saneadora de Jesucristo.





[1] Richard, Pablo. APOCALIPSIS. RECONSTRUCCIÓN DE LA ESPERANZA. Centro Bíblico “Verbo Divino” Quito-Ecuador 1999. p. 223
[2] Ratzinger, Joseph. JESÚS DE NAZARET. Segunda Parte. Ed. Encuentro Madrid –España 2011. p.35

sábado, 1 de noviembre de 2014

LA PROMESA ES DE UNIÓN PLENA E INFINITA CON DIOS


(También para los) "que han muerto en Cristo  y todavía no están plenamente purificados"
(Cc. de Trento: DS 1743)

El hombre no resucita  a la vida biológica, sino a la vida eterna que ya no se ve amenazada por la muerte.
Leonardo Boff


Iniciamos proponiendo siete liturgias de la Palabra para esta Conmemoración de los Fieles Difuntos:
a)    2Mac12, 43-46; Sal 129, (1-8); Rom 6, 3-9; Jn 12, 23-28
b)    Sab 3, 1-9; Sal 41, (2-5); Hech 10, 34-36. 42-43; Mt 25, 31-46
c)    Is 25; 6. 7-9; Sal 114, (5-6. 115, 10-15); 1Jn 3, 14-16; Lc 24, 13-35
d)    Lam 3,17-26; Sal 129; Rm 6,3-9. Jn 14,1-6.
e)    Sab 3, 1-6.9; Sal 61, 2-3. 6-9a; Ap 21, 1-5a.6b-7; Lc 23, 44-46. 50. 52-53.
f)     Is 25; 6. 7-9; Sal 129, (1-8); 1Tes 4, 13-14.17-18; Jn 6, 51-58
g)    Jb 19, 1.23-27a; Sal 24, (6-7.17-21); Flp 3, 20-21; Jn 14, 1-6.

A consecuencia del pecado, todos estábamos unidos a un fin inexorable, la muerta era, entonces, nuestro punto de convergencia. Pero la Encarnación de Jesús, su Pasión, Muerte y Resurrección abrieron para nosotros una puerta distinta: la esperanza de ser co-participes de la Resurrección. Nuestro Señor Jesucristo no pasó por el umbral de la muerte simplemente para hacerse solidario con nosotros en el dolor, el sufrimiento y la tiniebla del Sheol. No. Él, al atravesar esa entrada, franqueo para nosotros, sus hermanos ante el Padre, un pasadizo. La puerta quedó irrevocablemente abierta desde que el Segundo Adán, Aquel que no fue contaminado por el pecado, sino que se mantuvo fiel y obediente al Padre, taladró el boquete por el que nosotros también, siguiéndolo a Él, Camino, Verdad y Vida, podríamos también entrar al Banquete de la máxima intensificación de lo que es vida. No la vida biológica “bios”, sino ζωή “Zoé” la vida que Dios tiene en sí mismo, que «se sitúa en el Pneuma de Dios indestructible e inmortal.»[1].


La ruta que nos conduce y nos da la credencial de paso es la vía Sacramental. Particular y especialmente la de los Sacramentos de iniciación: El bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. Por el bautismo adquirimos identidad en la muerte puesto que al sumergirnos morimos –y no de cualquier manera, sino que morimos con Jesús- y al salir del agua, nacemos nuevamente, purificados, marcados indeleblemente con el signo de la resurrección como hermanos del Resucitado; nacemos del agua y del Espíritu a la vida de la Gracia. Por el Sacramento de la Confirmación se nos hace entrega a plenitud del Espíritu Santo, especialmente de sus Dones que nos configuran con Jesucristo. Y en la Eucaristía se nos invita al Banquete del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Amadísimo Señor Jesucristo, que nos ofreció salvación y redención con la sola condición de comer de su Cuerpo y de su Sangre. Así nuestro cuerpo humano se diviniza alimentándose de los Nutrientes Celestiales para pasar a formar parte del Cuerpo Místico: "siendo muchos, no formamos más que un sólo cuerpo en Cristo" (Rm 12, 5).

Esta ruta Sacramental -que no excluye los otros 4 sacramentos, ni los sacramentales, ni la vida devota, ni las obras de misericordia- se nos ha proporcionado para facilitarnos  al máximo alcanzar la calidad de “fieles” es decir de aquellos que perseveran, porque fiel significa “siempre cumplidor”, los que se mantienen permanentemente “vigilantes”, los que guardan su “fe”.

Todos nosotros al franquear ese umbral de la vida alcanzamos la categoría de “Fieles Difuntos”: Hoy es pues la oportunidad de dar gracias por que pasamos, no como suele decirse -y nosotros mismos muchas veces lo decimos: “de la vida a la muerte”; sino de la vida a la Vida, que es vida plena, vida en Su Presencia, vida con “visión beatífica”, o sea, con contemplación cara a cara del Rostro de Dios. Conocimiento rotundo de la Suma Verdad, estado de Total Bienaventuranza.



Para aquellos que no lo han alcanzado al cruzar ese umbral, queda todavía la opción de nuestras plegarias. Oremos a Dios por ellos, para que puedan, prontamente, superar su purgatorio, y alcanzar la Total Bienaventuranza de la Visión Beatífica.



[1] Boff, Leonardo. LA RESURRECCIÓN DE CRISTO NUESTRA RESURRECCIÓN EN LA MUERTE. Ed. Sal Terrae Santander-España p.91