Gn
11, 1-9
Superar la lógica babélica
Acercarse,
expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos
de contacto, todo eso se resume en el verbo “dialogar”.
Papa
Francisco. FRATELLI TUTTI - #198
Es bastante gracioso qué al investigar sobre la construcción
de los zigurats, se nombra al gobernante de turno que los ordenó y, en cambio,
se tiene en ningún interés quienes prestaron su esfuerzo físico para elevarlos.
En la actualidad todos los investigadores están de acuerdo
que la historia de la Torre de Babel tuvo su origen en estas construcciones; y,
muchos opinan que posiblemente se referían, en particular, a uno llamado
Etemenanki del sumerio “Casa-del-fundamento-del-cielo-y-de-la-tierra”,
consagrado a Marduk y situado a unos 90 kilómetros de Bagdad, que cuando fue
hallado ya se encontraba en ruinas. Arquitectónicamente hablando, estaba
constituido por un primer piso de forma rectangular, y sucesivamente cada piso,
disminuía su área, resultando un rectángulo menor, y así, sucesivamente, el
piso más alto era -supuestamente- la recamara del dios al que estaba
consagrado. Nadie tenía acceso al zigurat, sino los sacerdotes-sirvientes del
dios, que pasaban su vida entera ligados al edificio. Como se ve, esta
estructura, está directamente relacionada con las primeras pirámides egipcias,
que eran -por definición- pirámides escalonadas. En conclusión, no eran
edificios de apartamentos, tampoco, sedes gubernamentales, eran templos, y en
su piso superior se llevaban a cabo sacrificios. Queda en el aire la pregunta:
¿Quiénes fueron los obreros?
Nos apoyamos en los estudios de los científicos que las han
investigado; ellos argumentan que todas estas edificaciones y monumentos tan
famosos -especialmente por su colosal magnitud- fueron construidos con trabajo
esclavo de los pueblos sometidos por estos imperios (sumerios, acadios,
babilonios, elamitas, etc.); claro y evidente que esos “obreros”, venidos de
diferentes culturas, hablaban diversidad de lenguas. Pueden ustedes imaginarse
lo difícil que debe ser llevar a cabo una obra, con esfuerzos tan
diversificados y con el añadido de lenguas incomprensibles entre sí. Ese
prodigio de articulación debió llevarse a cabo gracias al argumento tan
convincente del látigo y el garrote que actuaban como traductores. Sabemos que
la tecnología fundamental fue la de los ladrillos cocidos a fuego y el
alquitrán para aglutinarlos. Pero, no hay que achicar la importancia radical de
la sangre derramada por la violencia del trabajo forzado y por los innumerables
accidentes que se producían durante el proceso de construcción. (Los israelitas
también probaron en Egipto, el amargo sabor de esta arquitectura-esclava, a
ellos les estaba encomendada la tarea de incorporar la paja en los ladrillos,
para impedir que, estos al secarse se resquebrajaran (Cfr. Ex 1, 13-14).
Los constructores hacían subir el edificio en altura,
mientras Dios -con esa Humildad Divina que hemos dado en llamar Kénosis- baja
a mirar “la obra”, ve cómo avanza la edificación y los escucha en su pretensión
de hacerse famosos procurando que esa fama anule las tendencias, separatistas,
las envidias y las tramas que se entretejían llevándolos a separarse y
dispersarse. Si uno sigue leyendo sin prestar atención a la “ironía de Dios” en
lo que Él dice, uno se sorprendería que Dios se entremetiera preocupado por los
alcances de aquellos hombres, como si de verdad Él se sintiera, de alguna manera,
amenazado: «Veo que todos forman un solo pueblo y tienen una misma lengua. Si
esto va adelante, nada les impedirá desde ahora que consigan todo lo que se
propongan. Pues bien, bajemos y confundamos ahí mismo su lengua, de modo que no
se entiendan los unos a los otros.» (Gn 11, 6-7); y, esto es sólo un sarcasmo,
Dios no necesita ni quiere limitar los alcances del hombre, Él conoce a fondo
nuestros límites, pero también -con un toque de humor- sabe de nuestra
ingenuidad, sabe de la vanidad de nuestros pomposos planes, y sabe que -a pesar
de nuestras -a veces- muy buenas intenciones, nuestra incomunicación es la hura
-de la que venimos hablando- por la que el mal se cuela como una serpiente. Los
hagiógrafos no están relatando la malicia de Dios -ya que en Dios no hay
ninguna malicia-, sino poniéndonos sobre alerta de nuestra soberbia y de
nuestra desmedida vanidad: La perícopa retrata la futilidad de la “fama”, no
nos desvelemos por los aplausos y los “likes”, afanémonos por
alcanzar la amistad con Dios, ya que Él, tan Misericordiosamente nos la ofrece.
«No nos entendemos. No porque existan unos 3.000 diferentes
idiomas. Sino porque cada quien jala para su lado. Se valora y promueve el
egoísmo como el instrumento más eficaz para construir la sociedad: ‘Que cada
quien busque su máximo beneficio y esto resultará en el mayor bien para todos’.
‘Libre competencia’. etc». (Javier
Saravia s.j.)
En todo grupo humano se cuela la incomunicación como una
toxina anti-sinodal que os impide caminar y avanzar juntos.
«El dialogo es muy importante para la propia madurez, porque
en la confrontación, con otra persona, en la confrontación con las demás
culturas, incluso en la confrontación con las demás religiones, uno crece:
crece, madura.
Cierto, existe un peligro: si en el dialogo uno se cierra y
se enfada, puede pelear, es el peligro de pelear y esto no está bien porque
nosotros dialogamos para encontrarnos, no para pelear… Y si tu no piensas como
yo -pero sabes… yo pienso de otra manera, tú no me convences-, somos igualmente
amigos, yo escuche como piensas tú y tú escuchaste como pienso yo.
Y ¿sabéis una cosa, una cosa importante? Este dialogo es lo
que construye la paz.» (Papa Francisco)
El problema real es dúplex. La torre de Babel nos incomunica,
bajo dos presiones:
i.
El cierre, la esclerotización, la total indisposición
a re-enfocar. Pienso esto y ya, no hay lugar a la flexibilidad.
ii.
Trato de imponer mi perspectiva: recurro a
los medios que sea para imponer mi versión de la “realidad”. Si es necesario,
busco una quijada de burro.
El antídoto es la “escucha activa”.
En la Fratelli Tuttti Papa Francisco
denuncia una de estas quijadas (ver #201)
“Prima la costumbre de descalificar rápidamente al
adversario, aplicándoles epítetos humillantes, en lugar de enfrentar un dialogo
abierto y respetuoso, donde se busque alcanzar una síntesis superadora”.
Nuestra cultura no ha forjado senderos despejados para el
dialogo, somos -la mayor parte de las veces- déspotas de nuestra propia lógica,
y no reconocemos nuestros propios puntos ciegos. Así, aportamos nuestros
ladrillos para elevar lo más posible el Etemenanki.
“Los héroes del futro serán los que sepan romper esa lógica
enfermiza” (Papa Francisco)
Hasta aquí llegaremos -por ahora- con el Libro del Génesis.
Cuando volvamos sobre él, será en junio del 22 al 25, menos el 24, cuando
celebraremos el nacimiento de San Juan Bautista -con Lecturas propias-, allí
retomaremos en Gn 12, 1-9, y perícopas de los capítulos 14 y 15 para habérnosla
con el Patriarca Abraham y su vocación.
Sal
33(32), 10-11. 12-13. 14-15
Que tu
Amor, Señor, este sobre nosotros,
Como nuestra
esperanza está en Ti.
Paul
Claudel
Entonces, -leamos concienzudamente el Salmo 33(32)- ¿El
hombre no podría tener planes propios? Vivamos siempre conscientes que las
intenciones del corazón son conocidas por Dios y que Él bendice nuestros
propósitos cuando buscan afinidad con los que Él-Mismo ha forjado para nuestra
dicha y realización y sólo nos entraba, cuando ve que nuestros propósitos van
en nuestro propio detrimento. Cuando sopesemos el sentido de nuestro porvenir,
reconsideremos que, Dios no tiene ningún interés en torcer nuestra dicha, que
Su único afán es que alcancemos nuestra real y plena realización. ¡Sólo busca
nuestro bien!
El ser humano, en diversas escalas y con diversas
asociaciones, proyecta, diseña el mañana, cuanta con la regular sucesión de
días, noches, años y le fina a Dios que tiene que mantener todo así, regular,
normal como lo ha traído. ¿No da eso por descontado la creatividad del Señor? ¿Está
Dios obligado a mantener la sincronía de la máquina o, ¿Él la puede modificar
para mejorar, para perfeccionar, para que lo que se hacía mal se supere? Dios
crea cambiando, enderezando los entuertos que nosotros vamos “sembrando”.
El Señor no parpadea, muchas veces pensamos que se distrajo,
que está cabeceando y se le pasan detalles por alto. ¡El Señor ejerce su Tutela
más responsable sobre sus hijos! Y, ¡no nos abandona!
Nuestra tranquilidad reposa en la seguridad que nuestro Padre
del Cielo nos brinda. Somos un pueblo conformado por una guardería de bebés y
regentado por el Señor en Persona. Nuestro sueño es plácido porque estamos
resguardados bajo su protección. Podemos decir -sin faltar lo más mínimo a la
verdad- que somos un pueblo bienaventurado porque el Señor nos prodiga sus
desvelos.
El ser humano es misterioso, indescifrable, más aun, somos inescrutables.
Pero el Señor que nos moldeó entre sus manos, el conoce rotundamente todos
nuestros mecanismos, nuestros vericuetos, hasta la más mínima conexión neuronal,
somos el resultado de su Maravillosa Ingeniería. Se mueve libremente en el
laberinto de nuestro corazón. No somos misteriosos a sus ojos. Pero no nos
atropella, respeta hasta el fondo la Libertad con la que nos dotó.
¡Bienaventurada la nación que Él se escogió como heredad! -Decimos
en el verso responsorial-. Desde muy chicos -muchos bien intencionados- vienen
a brindarnos su asesoría para proponernos “altos” derroteros. Pero ninguno
puede descargarse de la responsabilidad que tenemos, de elegir y asumir nuestra
vida con entero compromiso. Frente a eso, ¿cuántos brillos, escarcha y
lentejuelas se derrochan para enamorarnos de fruslerías muy hábilmente
decoradas y disfrazadas para hacerlas aparecer trascendentales? ¿Cuántos
encantos triviales se nos proponen para lograr que desperdiciemos nuestras
vidas?
Dios nos cuida, tierno y paciente
nace el día, un futuro nuevo.
Cielos nuevos y una tierra nueva.
Caen muros gracias al Espíritu.
Estrofa
del Himno del Jubileo 2025
Mc
8, 34 – 9,1
Quiere,
no tanto hacer milagros y prodigios para hacer presente el Reino de Dios, sino
sembrar -aunque sea en el almácigo- los principios o la semilla del Reino, del
seguimiento y la necesidad de la cruz.
Adriana
Méndez Peñate
La cruz, está formada por un madero largo (el estipe), y un
madero corto, el horizontal (el patíbulo). Podríamos entender que el madero
largo representa todo lo positivo que cada cual tiene, y el madero corto, (que
parece un signo “menos”) los defectos y limitaciones de cada quien. Si seguimos
esta analogía, podríamos pensar que “tomar la cruz” como requisito para el
seguimiento, se puede interpretar como lo importante que es comprender que el
discipulado no consiste en quitarnos de encima todo lo “negativo” que tengamos
para poder ser fieles al seguimiento, sino que, ir en pos de Jesús, implica
saber tomar nuestros altibajos en el costal que llevemos, reconocer nuestros
pros-y-contras, saber de nuestra propia imperfección, para poder avanzar
verdaderamente en la sinodalidad con el Señor. Que sepamos abrazar nuestra
cruz.
Y, ¿qué es eso de “negarse a sí mismo”? lo entendemos como un
esfuerzo por sacudirse el egoísmo, los caprichos, las perezas, y las asperezas.
En una evaluación sincera, encontramos tantas y tantos aspectos que se pueden
desechar en nuestra personalidad porque sabemos que nada nos aportan y mucho
nos dañan. ¿De cuantas cosas podemos sacudirnos que son -en nuestra vida- nada
más que rémoras?
¡Esto hay que tomarlo muy en serio! Uno siempre oye sobre
aquellos que más tarde se arrepienten de no haberse esforzado oportunamente.
Los que -ya muy tarde- lamentan sus decisiones. Es muy triste -y con el ejemplo
no queremos incurrir en lo patético sino iluminar que el momento clave es hoy,
es ahora- como lo enseña el lema, “en vida hermano, en vida”, recordándonos que
después de muertos ya no tendría sentido, ya no valdrá la pena.
“Algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta
que vean el reino de Dios en toda su potencia”. Seguramente se refería a
Pedro, Santiago y Juan que acompañaron a Jesús “a un monte alto” y -antes de morir-
gozaron de la visión del “reinado de Dios”, y vieron a Moisés y a Elías
conversando con Jesús (Mc 9, 2-8), pero de esto ya hablaremos algo más mañana.
«…
la profesión de fe en Jesucristo no puede quedarse en palabras, sino que exige
una auténtica elección y gestos concretos, de una vida marcada por el amor de
Dios, de una vida grande, de una vida con tanto amor al prójimo. Jesús nos dice
que, para seguirle, para ser sus discípulos, se necesita negarse a uno mismo,
es decir, los pretextos del propio orgullo egoísta y cargar con la cruz». (Papa
Francisco)
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