jueves, 20 de febrero de 2025

Viernes de la Séptima Semana del Tiempo Ordinario

 


Gn 11, 1-9

Superar la lógica babélica

Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo “dialogar”.

Papa Francisco. FRATELLI TUTTI - #198

Es bastante gracioso qué al investigar sobre la construcción de los zigurats, se nombra al gobernante de turno que los ordenó y, en cambio, se tiene en ningún interés quienes prestaron su esfuerzo físico para elevarlos.

 

En la actualidad todos los investigadores están de acuerdo que la historia de la Torre de Babel tuvo su origen en estas construcciones; y, muchos opinan que posiblemente se referían, en particular, a uno llamado Etemenanki del sumerio “Casa-del-fundamento-del-cielo-y-de-la-tierra”, consagrado a Marduk y situado a unos 90 kilómetros de Bagdad, que cuando fue hallado ya se encontraba en ruinas. Arquitectónicamente hablando, estaba constituido por un primer piso de forma rectangular, y sucesivamente cada piso, disminuía su área, resultando un rectángulo menor, y así, sucesivamente, el piso más alto era -supuestamente- la recamara del dios al que estaba consagrado. Nadie tenía acceso al zigurat, sino los sacerdotes-sirvientes del dios, que pasaban su vida entera ligados al edificio. Como se ve, esta estructura, está directamente relacionada con las primeras pirámides egipcias, que eran -por definición- pirámides escalonadas. En conclusión, no eran edificios de apartamentos, tampoco, sedes gubernamentales, eran templos, y en su piso superior se llevaban a cabo sacrificios. Queda en el aire la pregunta: ¿Quiénes fueron los obreros?

 

Nos apoyamos en los estudios de los científicos que las han investigado; ellos argumentan que todas estas edificaciones y monumentos tan famosos -especialmente por su colosal magnitud- fueron construidos con trabajo esclavo de los pueblos sometidos por estos imperios (sumerios, acadios, babilonios, elamitas, etc.); claro y evidente que esos “obreros”, venidos de diferentes culturas, hablaban diversidad de lenguas. Pueden ustedes imaginarse lo difícil que debe ser llevar a cabo una obra, con esfuerzos tan diversificados y con el añadido de lenguas incomprensibles entre sí. Ese prodigio de articulación debió llevarse a cabo gracias al argumento tan convincente del látigo y el garrote que actuaban como traductores. Sabemos que la tecnología fundamental fue la de los ladrillos cocidos a fuego y el alquitrán para aglutinarlos. Pero, no hay que achicar la importancia radical de la sangre derramada por la violencia del trabajo forzado y por los innumerables accidentes que se producían durante el proceso de construcción. (Los israelitas también probaron en Egipto, el amargo sabor de esta arquitectura-esclava, a ellos les estaba encomendada la tarea de incorporar la paja en los ladrillos, para impedir que, estos al secarse se resquebrajaran (Cfr. Ex 1, 13-14).

 

Los constructores hacían subir el edificio en altura, mientras Dios -con esa Humildad Divina que hemos dado en llamar Kénosis- baja a mirar “la obra”, ve cómo avanza la edificación y los escucha en su pretensión de hacerse famosos procurando que esa fama anule las tendencias, separatistas, las envidias y las tramas que se entretejían llevándolos a separarse y dispersarse. Si uno sigue leyendo sin prestar atención a la “ironía de Dios” en lo que Él dice, uno se sorprendería que Dios se entremetiera preocupado por los alcances de aquellos hombres, como si de verdad Él se sintiera, de alguna manera, amenazado: «Veo que todos forman un solo pueblo y tienen una misma lengua. Si esto va adelante, nada les impedirá desde ahora que consigan todo lo que se propongan. Pues bien, bajemos y confundamos ahí mismo su lengua, de modo que no se entiendan los unos a los otros.» (Gn 11, 6-7); y, esto es sólo un sarcasmo, Dios no necesita ni quiere limitar los alcances del hombre, Él conoce a fondo nuestros límites, pero también -con un toque de humor- sabe de nuestra ingenuidad, sabe de la vanidad de nuestros pomposos planes, y sabe que -a pesar de nuestras -a veces- muy buenas intenciones, nuestra incomunicación es la hura -de la que venimos hablando- por la que el mal se cuela como una serpiente. Los hagiógrafos no están relatando la malicia de Dios -ya que en Dios no hay ninguna malicia-, sino poniéndonos sobre alerta de nuestra soberbia y de nuestra desmedida vanidad: La perícopa retrata la futilidad de la “fama”, no nos desvelemos por los aplausos y los “likes”, afanémonos por alcanzar la amistad con Dios, ya que Él, tan Misericordiosamente nos la ofrece.

 

«No nos entendemos. No porque existan unos 3.000 diferentes idiomas. Sino porque cada quien jala para su lado. Se valora y promueve el egoísmo como el instrumento más eficaz para construir la sociedad: ‘Que cada quien busque su máximo beneficio y esto resultará en el mayor bien para todos’. ‘Libre competencia’.  etc». (Javier Saravia s.j.)

 

En todo grupo humano se cuela la incomunicación como una toxina anti-sinodal que os impide caminar y avanzar juntos.

 

«El dialogo es muy importante para la propia madurez, porque en la confrontación, con otra persona, en la confrontación con las demás culturas, incluso en la confrontación con las demás religiones, uno crece: crece, madura.

 


Cierto, existe un peligro: si en el dialogo uno se cierra y se enfada, puede pelear, es el peligro de pelear y esto no está bien porque nosotros dialogamos para encontrarnos, no para pelear… Y si tu no piensas como yo -pero sabes… yo pienso de otra manera, tú no me convences-, somos igualmente amigos, yo escuche como piensas tú y tú escuchaste como pienso yo.

 

Y ¿sabéis una cosa, una cosa importante? Este dialogo es lo que construye la paz.» (Papa Francisco)

 

El problema real es dúplex. La torre de Babel nos incomunica, bajo dos presiones:

       i.        El cierre, la esclerotización, la total indisposición a re-enfocar. Pienso esto y ya, no hay lugar a la flexibilidad.

      ii.        Trato de imponer mi perspectiva: recurro a los medios que sea para imponer mi versión de la “realidad”. Si es necesario, busco una quijada de burro.

 

El antídoto es la “escucha activa”.

 

En la Fratelli Tuttti Papa Francisco denuncia una de estas quijadas (ver #201)

“Prima la costumbre de descalificar rápidamente al adversario, aplicándoles epítetos humillantes, en lugar de enfrentar un dialogo abierto y respetuoso, donde se busque alcanzar una síntesis superadora”.

 

Nuestra cultura no ha forjado senderos despejados para el dialogo, somos -la mayor parte de las veces- déspotas de nuestra propia lógica, y no reconocemos nuestros propios puntos ciegos. Así, aportamos nuestros ladrillos para elevar lo más posible el Etemenanki.

 

“Los héroes del futro serán los que sepan romper esa lógica enfermiza” (Papa Francisco)

 

Hasta aquí llegaremos -por ahora- con el Libro del Génesis. Cuando volvamos sobre él, será en junio del 22 al 25, menos el 24, cuando celebraremos el nacimiento de San Juan Bautista -con Lecturas propias-, allí retomaremos en Gn 12, 1-9, y perícopas de los capítulos 14 y 15 para habérnosla con el Patriarca Abraham y su vocación.

 

Sal 33(32), 10-11. 12-13. 14-15

Que tu Amor, Señor, este sobre nosotros,

Como nuestra esperanza está en Ti.

Paul Claudel

Entonces, -leamos concienzudamente el Salmo 33(32)- ¿El hombre no podría tener planes propios? Vivamos siempre conscientes que las intenciones del corazón son conocidas por Dios y que Él bendice nuestros propósitos cuando buscan afinidad con los que Él-Mismo ha forjado para nuestra dicha y realización y sólo nos entraba, cuando ve que nuestros propósitos van en nuestro propio detrimento. Cuando sopesemos el sentido de nuestro porvenir, reconsideremos que, Dios no tiene ningún interés en torcer nuestra dicha, que Su único afán es que alcancemos nuestra real y plena realización. ¡Sólo busca nuestro bien!

 

El ser humano, en diversas escalas y con diversas asociaciones, proyecta, diseña el mañana, cuanta con la regular sucesión de días, noches, años y le fina a Dios que tiene que mantener todo así, regular, normal como lo ha traído. ¿No da eso por descontado la creatividad del Señor? ¿Está Dios obligado a mantener la sincronía de la máquina o, ¿Él la puede modificar para mejorar, para perfeccionar, para que lo que se hacía mal se supere? Dios crea cambiando, enderezando los entuertos que nosotros vamos “sembrando”.


 

El Señor no parpadea, muchas veces pensamos que se distrajo, que está cabeceando y se le pasan detalles por alto. ¡El Señor ejerce su Tutela más responsable sobre sus hijos! Y, ¡no nos abandona!

 

Nuestra tranquilidad reposa en la seguridad que nuestro Padre del Cielo nos brinda. Somos un pueblo conformado por una guardería de bebés y regentado por el Señor en Persona. Nuestro sueño es plácido porque estamos resguardados bajo su protección. Podemos decir -sin faltar lo más mínimo a la verdad- que somos un pueblo bienaventurado porque el Señor nos prodiga sus desvelos.

 

El ser humano es misterioso, indescifrable, más aun, somos inescrutables. Pero el Señor que nos moldeó entre sus manos, el conoce rotundamente todos nuestros mecanismos, nuestros vericuetos, hasta la más mínima conexión neuronal, somos el resultado de su Maravillosa Ingeniería. Se mueve libremente en el laberinto de nuestro corazón. No somos misteriosos a sus ojos. Pero no nos atropella, respeta hasta el fondo la Libertad con la que nos dotó.

 

¡Bienaventurada la nación que Él se escogió como heredad! -Decimos en el verso responsorial-. Desde muy chicos -muchos bien intencionados- vienen a brindarnos su asesoría para proponernos “altos” derroteros. Pero ninguno puede descargarse de la responsabilidad que tenemos, de elegir y asumir nuestra vida con entero compromiso. Frente a eso, ¿cuántos brillos, escarcha y lentejuelas se derrochan para enamorarnos de fruslerías muy hábilmente decoradas y disfrazadas para hacerlas aparecer trascendentales? ¿Cuántos encantos triviales se nos proponen para lograr que desperdiciemos nuestras vidas?

Dios nos cuida, tierno y paciente

nace el día, un futuro nuevo.

Cielos nuevos y una tierra nueva.

Caen muros gracias al Espíritu.

Estrofa del Himno del Jubileo 2025

 

Mc 8, 34 – 9,1

Quiere, no tanto hacer milagros y prodigios para hacer presente el Reino de Dios, sino sembrar -aunque sea en el almácigo- los principios o la semilla del Reino, del seguimiento y la necesidad de la cruz.

Adriana Méndez Peñate

La cruz, está formada por un madero largo (el estipe), y un madero corto, el horizontal (el patíbulo). Podríamos entender que el madero largo representa todo lo positivo que cada cual tiene, y el madero corto, (que parece un signo “menos”) los defectos y limitaciones de cada quien. Si seguimos esta analogía, podríamos pensar que “tomar la cruz” como requisito para el seguimiento, se puede interpretar como lo importante que es comprender que el discipulado no consiste en quitarnos de encima todo lo “negativo” que tengamos para poder ser fieles al seguimiento, sino que, ir en pos de Jesús, implica saber tomar nuestros altibajos en el costal que llevemos, reconocer nuestros pros-y-contras, saber de nuestra propia imperfección, para poder avanzar verdaderamente en la sinodalidad con el Señor. Que sepamos abrazar nuestra cruz.

 


Y, ¿qué es eso de “negarse a sí mismo”? lo entendemos como un esfuerzo por sacudirse el egoísmo, los caprichos, las perezas, y las asperezas. En una evaluación sincera, encontramos tantas y tantos aspectos que se pueden desechar en nuestra personalidad porque sabemos que nada nos aportan y mucho nos dañan. ¿De cuantas cosas podemos sacudirnos que son -en nuestra vida- nada más que rémoras?

 

¡Esto hay que tomarlo muy en serio! Uno siempre oye sobre aquellos que más tarde se arrepienten de no haberse esforzado oportunamente. Los que -ya muy tarde- lamentan sus decisiones. Es muy triste -y con el ejemplo no queremos incurrir en lo patético sino iluminar que el momento clave es hoy, es ahora- como lo enseña el lema, “en vida hermano, en vida”, recordándonos que después de muertos ya no tendría sentido, ya no valdrá la pena.

 

Algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios en toda su potencia”. Seguramente se refería a Pedro, Santiago y Juan que acompañaron a Jesús “a un monte alto” y -antes de morir- gozaron de la visión del “reinado de Dios”, y vieron a Moisés y a Elías conversando con Jesús (Mc 9, 2-8), pero de esto ya hablaremos algo más mañana.


 

«… la profesión de fe en Jesucristo no puede quedarse en palabras, sino que exige una auténtica elección y gestos concretos, de una vida marcada por el amor de Dios, de una vida grande, de una vida con tanto amor al prójimo. Jesús nos dice que, para seguirle, para ser sus discípulos, se necesita negarse a uno mismo, es decir, los pretextos del propio orgullo egoísta y cargar con la cruz». (Papa Francisco)

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