viernes, 14 de febrero de 2025

Sábado de la Quinta Semana del Tiempo Ordinario

 


¡LA FRACCIÓN DEL PAN ES UNA RANURA POR LA QUE SE CUELA TODO EL RESPLANDOR, Y MÁS!

Gn 3, 9-24

El miedo y la fuga caracterizan ahora la relación del hombre con Dios. Dios es sentido como Juez, que instaura un interrogatorio para apurar las responsabilidades. Y delante de Él, nadie consigue mantenerse escondido, encubriendo la verdad de su culpa.

Carlos Mesters

Al episodio del Génesis que se lee hoy podríamos intitularlo la “Expulsión del jardín del Edén”: Aparece el concepto de desnudez. Sólo hasta comer el “fruto” aparece en su consciencia la cuestión de la desnudez.

 

Cuando los niños son pequeños, sobre todo en ciertas culturas, van y vienen desnudos, y ni ellos ni nadie le pone ninguna malicia al asunto. La pubertad se vuelve un cambio rotundo y el tema del vestido -especialmente para tapar las partes pudendas, es muy severamente vigilado, controlado y regulado por todos en la comunidad. El hecho de pasar a la etapa fértil en que pueden engendrar hijos, se presenta como una responsabilidad que se apadrina celosamente, y la ropa trata de “sublimar” todo cuánto rodea esta área de la vida. Llevar ropa y evitar mostrarse desnudo cuidando que se vea la sexualidad, queda severamente restringido. Esto no niega -de ninguna manera que hay un lenguaje del no-mostrar, pero insinuar, que da campo a una zona muy interesante de la cultura, en tono a la “esfera de la atracción”. El vestido, pasa a significar “responsabilidad” y deja entender con claridad que se sabe y se asume de qué se trata. En esta edad se les entrega la Ley, a los jovencitos para que ellos se “vistan” con sus prescripciones. Esta es la “adultez”, que significa que, por decirlo metafóricamente, llevamos un taco de dinamita entre las manos y hay que saberlo portar para no irle a hacer mala nadie. El aspecto púdico del adulto, significa que se posesiona de ese riesgo que maneja, pero que ha tomado todos los cursillos de manipulación de explosivos y que tiene la suficiente cautela o, a lo menos, que los daños que pueda acarrear su irresponsabilidad serán asumidos.

 

Ese sentirse abrumado con esa responsabilidad, que llevaba a Adán a esconderse, implicaba que la humanidad había dado un paso gigantesco de la inmadurez a la adultez.

Por eso, Dios comprende de inmediato que han tocado el árbol prohibido. Adán quiere volcar la culpa sobre “la mujer que me diste”, la mujer procura presentar la culpa como responsabilidad de la serpiente. Como consecuencia, quedan malditos tanto la serpiente como el suelo.

 

Tiene también consecuencia, pero no de maldición, el parto con dolor de los hijos y “el dominio machista” sobre ella; recordemos que, en el Jardín del Edén, todo estaba para tomarlo y comerlo, ahora tendrá que “sudar” para lograrlo, y, como el suelo está maldito, a veces sólo dará “cardos y espinas”. Es importante ver que tanto antes, como ahora, había que hacer un esfuerzo para comer -tenían que bajar de los árboles los frutos-, el cambio estriba en que, de ahora en adelante, será una labor fatigosa; análoga a ciertas actividades que, desde un punto de vista son sólo un juego divertido, pero si se las visualiza como faena entonces, tienen una connotación ingrata, esforzada, aburren y cuesta asumirlas.

 

«El hombre, según parece, ve en Dios un competidor (Cfr. Gn 3,5) Él quiere dominar a Dios y ponerlo a su propio servicio. Es la eterna tentación de la magia que acecha al hombre, sea bajo la forma religiosa del culto de los cananeos, sea bajo la forma secularizada del culto de la técnica moderna. En ambos casos es el hombre que, con un eje roto, intenta arreglar el carro de la vida y establecer un orden que no pasa de ser un desorden y un caos. Debe arreglar primero el eje de su vida que está en la justa relación con Dios. La paz no tendrá otra fuente». (Carlos Mesters)

 

Aparece aquí, -además- la imagen de guardianes que impiden el acceso al “árbol de la vida”: los “querubines”, traídos de la cultura babilónica (caribús), eran toros alados con elementos de águila, león y rostro de hombre-, que estaban vigilantes y celosos a las puertas -esta perícopa los pone al oriente del Edén; según los acadios y los asirios, estaban revestidos de un cierto tipo de perfección -luminosidad, sabiduría y fuerza hasta el grado de la invencibilidad- lo que garantiza que el hombre ya no podrá acceder al Árbol restringido. Toda la Luz se queda de aquel lado de la tapia y los Querubes vigilan que nadie vaya a entrar.

 

Nosotros vemos que estos guardianes que Dios puso son supremamente significativos. E hombre cayó, vio su caída en “cámara lenta”, comprendió que ese “destortillamiento” era su culpa, pero… ahora que el mal le había dado un primer mordisco, no iba a retroceder, más pronto que tarde lo intentaría de nuevo. Ahora lleva en sí, lo horrible curiosidad que le fue sugerida: quizá si llega al árbol y come, su sabor será -quizás- dulce…


 

No debe ser una debilidad cualquiera, no es un peligro menor, ese sabor amargo y nauseabundo del poder, de dominar al otro, tiene su encanto, embriaga, produce gratas alucinaciones, psicodélicas…

 

Tan es así que el hombre fue expulsado, para que no se dedicara a planear cómo saltar la tapia y llegarse al árbol. Dios no le teme a la fantasía de querérsele igualar, pero no quiere que nos hagamos daño y perdamos la Salvación. Nos ha previsto el regalo de la Vida Eterna y Él nos guarda de ser nuestra propia perdición.

 

Sal 90(89), 2. 3-4. 5-6. 12-13

Para salir del pecado, como para cualquier obra buena, no lo podemos hacer con nuestras solas fuerzas (Epístola a los Romanos), es necesario unir dos fuerzas: Dios y yo… La gracia y mi esfuerzo.

Noël Quesson

Para los judíos el Salmo 90(89) es un salmo penitencial que tiene un enfoque muy solidario, ruega (es un Salmo de súplica), no para que él sea perdonado, sino por todo el pueblo, todo está en primera persona del plural; se recapacita como toda la pecaminosidad pasa ente los ojos de Dios y, en cambio, los humanos parecemos no ser conscientes, no poder ver.

 


El salmo se armó con dos poemas distintos uno antiguo pre-exilico, donde Dios es de una Grandeza tan abrumadora que es visto, majestuoso, pero distante, lejano: Juez impávido e inflexible. La segunda parte, es de un poema mucho más reciente y ve a Dios, Misericordioso, Providente, Compasivo de quien se puede esperar y a Quien se le Puede solicitar que nos regale dones de consolación para sanar las heridas que tantos padecimientos nos han traído.  

 

Se considera   también, la brevedad de nuestra vida, y entre los ruegos que se elevan está el de ser capaces de darnos cuenta de nuestra transitoriedad, de la caducidad de nuestra existencia para que -a tiempo- nos arrepintamos. Empieza declarando la eternidad de Dios, reconociendo que nuestro tiempo dura menos que un pestañear de Su Eternidad; y luego, señala nuestra fragilidad caduca que -en cualquier momento- podemos ser llamados a “calificar servicios” frente al Tribunal Divino. Lo que ruega el salmo es llegar a tener sensatez de corazón para ver prístinamente nuestra fugacidad.

 

«Que la hierba sepa que es hierba y se comporte como tal. En eso está su plenitud. Si es un día, es un día; pero que ese día sea verde y alegre con la gloria derramada de los campos en flor. Si mi vida ha de ser como la hierba, que sea verde, que sea fresca, que se brillante, que viva en la intensidad de su única mañana la totalidad cósmica de la naturaleza y de la gracia». (Carlos González Vallés s.j.)

 

Son cuatro estrofas:

1ª: Dios siempre ha sido y será Dios.

2ª. Dios llama de regreso, a la Patria Celestial, cuando llega la hora; sólo Él perdura por todos los siglos de los siglos.

3ª. Las criaturas se parecen a la hierba, sal, crece, se seca, y en el atardecer de la vida la siegan y la queman.

4ª. Que saquemos buena cuenta del espacio temporal que se nos concede en la tierra para que redundemos en buenas obras que sean nuestro himno de Alabanza al Creador, Dueño y Señor.

 

El verso responsorial apunta en la dirección de identificar a Dios como un Dios Eternamente Acogedor y Defensor-protector: Dios es Refugio y Amparo.

 

«Cada momento se reviste de eternidad, cada brizna de hierba resplandece con el rocío del sol del amanecer. Cada instante se enriquece, cada comida un banquete. La brevedad de la experiencia llena de la esencia del puro sentir y el libre disfrutar. La vida resulta valiosa precisamente porque es breve». (Carlos González Vallés s.j.)

 

En el salmo integro rige una idea pivote: El Señor rige el Tribunal, es un Dios que llama al estrado judicial a rendir indagatoria: Haznos caer en la cuenta de la brevedad de la vida, para que nuestro corazón aprenda la sabiduría”. El tiempo, a nuestra disposición, es valioso si deja un rastro de Adoración que pavimente el camino a muchos adoradores.

 

Mc 8, 1-10

Ingresar en la perícopa del Evangelio de hoy, nos introduce en una atmósfera Eucarística -desde ya- nos sentimos en el ambiente de la Última Cena. Pese a lo cual hay una neblina densa, casi impenetrable: la incomprensión de los propios discípulos (Mc 6,52), con un coro de fondo en sordina; los fariseos, los escribas, los que lo rechazan, los que no quieren darse por enterados, los decapitadores de Juan el Bautista (Mc 6, 21-29). Algo que disuelve esa penumbra -con claridad radical- es la compasión de Jesús, que ilumina todo el relato: Σπλαγχνίζομαι ἐπὶ τὸν ὄχλον, [Splanchnizomai epi ton ochlon] “Siento compasión de esta gente (muchedumbre)”.


 

En 6, 32-44 tenemos un primer relato de la multiplicación de los panes; lo que se replica en esta perícopa 8,1-10. Muchas veces se mira como una repetición del episodio ya contado de otra manera. Sin embargo, la disposición dentro del Evangelio, nos lleva a pensar en un eco que quiere conducirnos a descifrar a fondo su profundo significado para derrotar esa dificultad de los discípulos para remontarse por sobre la incomprensión. Los discípulos están concentrados en otros temas, en otros asuntos, suele suceder como tantas veces, que por tener algo tan cerca no lo distinguimos, como la incapacidad de ver el bosque por estar tan cerca de los árboles.  (También en el Paraíso Dios había puesto los panes ahí, al alcance de la mano). Nosotros mismos, pasamos muchas veces desapercibidos, no caemos en la cuenta que se está volviendo a contar un suceso, muy parecido a otro que ya leímos, dos capítulos atrás. Que ya se haya contado, no nos interesa, y, ahí quedamos bloqueados en cierta mínima profundidad, en tal superficialidad.

 

Sorprende rotundamente cómo se nos dificulta percibir la Presencia cercana de Dios: Él está ahí, y nosotros nos quedamos pensando en otra cosa: ¿Y de dónde se puede sacar pan, aquí, en despoblado, para saciar a tantos? O, nos llenamos la cabeza pensando “me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí”. Confieso que a mí me pasó otro tanto, no veía, hasta cuando llegue a “…pronunció la acción de gracias εὐχαριστήσας [eucaristesas] (Mc 8,6), los partió y los fue dando…”, el relámpago iluminador fue el verbo ἔκλασεν [eclasen] “partir”, el mismo que les abrió los ojos a los dos de Emaús, el verbo κλάω [klao] (Lc, 24, 30d): Los parte para darlos, ¡para compartirlos! ¡Para entregarlos! ¡Para entregarse!

 

Esta vez, πάλιν [palin] “de nuevo”, se congrega mucha gente que actúa como discípulos. Vienen a comer de las dos “mesas” que sirve el Señor: Mesa de la Palabra y Mesa del “Banquete”. Jesús está en la Decápolis, entre aquellos paganos, este tranco que venimos leyendo nos habla de paganos “abiertos” a la Buena Nueva.  Se les entrega a estos “distintos”, a estos “marginales”, a esos que el pueblo judio9 llamaba “perros”. ¡Ya no se les da el pan a los hijos, sino que Jesús ha empezado a repartir el pan a los que comen migajas que los otros han tirado!

 

En este episodio de la Última Cena, está sentado en torno a Jesús todo el Nuevo Pueblo de Dios, -no sólo el pueblo elegido”- que, según la tradición, eran precisamente 4000 hombres, el total de los cristianos de la primera Iglesia, que no era exclusivamente de judíos, sino que contaba con muchos gentiles que se les habían unido.


 

¡Cogen toda la Luz entre sus manos, y se lo comen! ¡Cuando el alimento es grato, comemos hasta las migajas!

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