¡LA FRACCIÓN DEL PAN ES UNA RANURA
POR LA QUE SE CUELA TODO EL RESPLANDOR, Y MÁS!
Gn 3, 9-24
El
miedo y la fuga caracterizan ahora la relación del hombre con Dios. Dios es
sentido como Juez, que instaura un interrogatorio para apurar las
responsabilidades. Y delante de Él, nadie consigue mantenerse escondido,
encubriendo la verdad de su culpa.
Carlos
Mesters
Al episodio del Génesis que se lee hoy podríamos intitularlo
la “Expulsión del jardín del Edén”: Aparece el concepto de desnudez. Sólo hasta
comer el “fruto” aparece en su consciencia la cuestión de la desnudez.
Cuando los niños son pequeños, sobre todo en ciertas
culturas, van y vienen desnudos, y ni ellos ni nadie le pone ninguna malicia al
asunto. La pubertad se vuelve un cambio rotundo y el tema del vestido
-especialmente para tapar las partes pudendas, es muy severamente vigilado,
controlado y regulado por todos en la comunidad. El hecho de pasar a la etapa
fértil en que pueden engendrar hijos, se presenta como una responsabilidad que
se apadrina celosamente, y la ropa trata de “sublimar” todo cuánto rodea esta
área de la vida. Llevar ropa y evitar mostrarse desnudo cuidando que se vea la
sexualidad, queda severamente restringido. Esto no niega -de ninguna manera que
hay un lenguaje del no-mostrar, pero insinuar, que da campo a una zona muy
interesante de la cultura, en tono a la “esfera de la atracción”. El vestido,
pasa a significar “responsabilidad” y deja entender con claridad que se sabe y
se asume de qué se trata. En esta edad se les entrega la Ley, a los jovencitos
para que ellos se “vistan” con sus prescripciones. Esta es la “adultez”, que
significa que, por decirlo metafóricamente, llevamos un taco de dinamita entre
las manos y hay que saberlo portar para no irle a hacer mala nadie. El aspecto
púdico del adulto, significa que se posesiona de ese riesgo que maneja, pero
que ha tomado todos los cursillos de manipulación de explosivos y que tiene la
suficiente cautela o, a lo menos, que los daños que pueda acarrear su
irresponsabilidad serán asumidos.
Ese sentirse abrumado con esa responsabilidad, que llevaba a
Adán a esconderse, implicaba que la humanidad había dado un paso gigantesco de
la inmadurez a la adultez.
Por eso, Dios comprende de inmediato que han tocado el árbol
prohibido. Adán quiere volcar la culpa sobre “la mujer que me diste”, la mujer
procura presentar la culpa como responsabilidad de la serpiente. Como
consecuencia, quedan malditos tanto la serpiente como el suelo.
Tiene también consecuencia, pero no de maldición, el parto
con dolor de los hijos y “el dominio machista” sobre ella; recordemos que, en
el Jardín del Edén, todo estaba para tomarlo y comerlo, ahora tendrá que
“sudar” para lograrlo, y, como el suelo está maldito, a veces sólo dará “cardos
y espinas”. Es importante ver que tanto antes, como ahora, había que hacer un
esfuerzo para comer -tenían que bajar de los árboles los frutos-, el cambio
estriba en que, de ahora en adelante, será una labor fatigosa; análoga a
ciertas actividades que, desde un punto de vista son sólo un juego divertido,
pero si se las visualiza como faena entonces, tienen una connotación ingrata,
esforzada, aburren y cuesta asumirlas.
«El hombre, según parece, ve en Dios un competidor (Cfr. Gn
3,5) Él quiere dominar a Dios y ponerlo a su propio servicio. Es la eterna
tentación de la magia que acecha al hombre, sea bajo la forma religiosa del
culto de los cananeos, sea bajo la forma secularizada del culto de la técnica
moderna. En ambos casos es el hombre que, con un eje roto, intenta arreglar el
carro de la vida y establecer un orden que no pasa de ser un desorden y un
caos. Debe arreglar primero el eje de su vida que está en la justa relación con
Dios. La paz no tendrá otra fuente». (Carlos Mesters)
Aparece aquí, -además- la imagen de guardianes que
impiden el acceso al “árbol de la vida”: los “querubines”, traídos de la
cultura babilónica (caribús), eran toros alados con elementos de águila, león y
rostro de hombre-, que estaban vigilantes y celosos a las puertas -esta
perícopa los pone al oriente del Edén; según los acadios y los asirios, estaban
revestidos de un cierto tipo de perfección -luminosidad, sabiduría y fuerza
hasta el grado de la invencibilidad- lo que garantiza que el hombre ya no podrá
acceder al Árbol restringido. Toda la Luz se queda de aquel lado de la tapia y
los Querubes vigilan que nadie vaya a entrar.
Nosotros vemos que estos guardianes que Dios puso son
supremamente significativos. E hombre cayó, vio su caída en “cámara lenta”,
comprendió que ese “destortillamiento” era su culpa, pero… ahora que el mal le
había dado un primer mordisco, no iba a retroceder, más pronto que tarde lo
intentaría de nuevo. Ahora lleva en sí, lo horrible curiosidad que le fue
sugerida: quizá si llega al árbol y come, su sabor será -quizás- dulce…
No debe ser una debilidad cualquiera, no es un peligro menor,
ese sabor amargo y nauseabundo del poder, de dominar al otro, tiene su encanto,
embriaga, produce gratas alucinaciones, psicodélicas…
Tan es así que el hombre fue expulsado, para que no se
dedicara a planear cómo saltar la tapia y llegarse al árbol. Dios no le teme a
la fantasía de querérsele igualar, pero no quiere que nos hagamos daño y
perdamos la Salvación. Nos ha previsto el regalo de la Vida Eterna y Él nos
guarda de ser nuestra propia perdición.
Sal 90(89), 2. 3-4. 5-6. 12-13
Para
salir del pecado, como para cualquier obra buena, no lo podemos hacer con nuestras
solas fuerzas (Epístola a los Romanos), es necesario unir dos fuerzas: Dios y
yo… La gracia y mi esfuerzo.
Noël
Quesson
Para los judíos el Salmo 90(89) es un salmo penitencial que
tiene un enfoque muy solidario, ruega (es un Salmo de súplica), no para que él
sea perdonado, sino por todo el pueblo, todo está en primera persona del
plural; se recapacita como toda la pecaminosidad pasa ente los ojos de Dios y,
en cambio, los humanos parecemos no ser conscientes, no poder ver.
El salmo se armó con dos poemas distintos uno antiguo
pre-exilico, donde Dios es de una Grandeza tan abrumadora que es visto,
majestuoso, pero distante, lejano: Juez impávido e inflexible. La segunda
parte, es de un poema mucho más reciente y ve a Dios, Misericordioso,
Providente, Compasivo de quien se puede esperar y a Quien se le Puede solicitar
que nos regale dones de consolación para sanar las heridas que tantos
padecimientos nos han traído.
Se considera también,
la brevedad de nuestra vida, y entre los ruegos que se elevan está el de ser
capaces de darnos cuenta de nuestra transitoriedad, de la caducidad de nuestra
existencia para que -a tiempo- nos arrepintamos. Empieza declarando la
eternidad de Dios, reconociendo que nuestro tiempo dura menos que un pestañear
de Su Eternidad; y luego, señala nuestra fragilidad caduca que -en cualquier
momento- podemos ser llamados a “calificar servicios” frente al Tribunal
Divino. Lo que ruega el salmo es llegar a tener sensatez de corazón para ver
prístinamente nuestra fugacidad.
«Que la hierba sepa que es hierba y se comporte como tal. En
eso está su plenitud. Si es un día, es un día; pero que ese día sea verde y
alegre con la gloria derramada de los campos en flor. Si mi vida ha de ser como
la hierba, que sea verde, que sea fresca, que se brillante, que viva en la
intensidad de su única mañana la totalidad cósmica de la naturaleza y de la
gracia». (Carlos González Vallés s.j.)
Son cuatro estrofas:
1ª: Dios siempre ha sido y será Dios.
2ª. Dios llama de regreso, a la Patria Celestial, cuando
llega la hora; sólo Él perdura por todos los siglos de los siglos.
3ª. Las criaturas se parecen a la hierba, sal, crece, se
seca, y en el atardecer de la vida la siegan y la queman.
4ª. Que saquemos buena cuenta del espacio temporal que se nos
concede en la tierra para que redundemos en buenas obras que sean nuestro himno
de Alabanza al Creador, Dueño y Señor.
El verso responsorial apunta en la dirección de identificar a
Dios como un Dios Eternamente Acogedor y Defensor-protector: Dios es Refugio y
Amparo.
«Cada momento se reviste de eternidad, cada brizna de hierba
resplandece con el rocío del sol del amanecer. Cada instante se enriquece, cada
comida un banquete. La brevedad de la experiencia llena de la esencia del puro
sentir y el libre disfrutar. La vida resulta valiosa precisamente porque es
breve». (Carlos González Vallés s.j.)
En el salmo integro rige una idea pivote: El Señor rige el
Tribunal, es un Dios que llama al estrado judicial a rendir indagatoria: Haznos
caer en la cuenta de la brevedad de la vida, para que nuestro corazón aprenda
la sabiduría”. El tiempo, a nuestra disposición, es valioso si deja un rastro
de Adoración que pavimente el camino a muchos adoradores.
Mc 8, 1-10
Ingresar en la perícopa del Evangelio de hoy, nos introduce
en una atmósfera Eucarística -desde ya- nos sentimos en el ambiente de la
Última Cena. Pese a lo cual hay una neblina densa, casi impenetrable: la
incomprensión de los propios discípulos (Mc 6,52), con un coro de fondo en
sordina; los fariseos, los escribas, los que lo rechazan, los que no quieren
darse por enterados, los decapitadores de Juan el Bautista (Mc 6, 21-29). Algo
que disuelve esa penumbra -con claridad radical- es la compasión de Jesús, que
ilumina todo el relato: Σπλαγχνίζομαι ἐπὶ τὸν ὄχλον, [Splanchnizomai epi ton ochlon] “Siento
compasión de esta gente (muchedumbre)”.
En
6, 32-44 tenemos un primer relato de la multiplicación de los panes; lo que se
replica en esta perícopa 8,1-10. Muchas veces se mira como una repetición del
episodio ya contado de otra manera. Sin embargo, la disposición dentro del
Evangelio, nos lleva a pensar en un eco que quiere conducirnos a descifrar a
fondo su profundo significado para derrotar esa dificultad de los discípulos
para remontarse por sobre la incomprensión. Los discípulos están concentrados
en otros temas, en otros asuntos, suele suceder como tantas veces, que por
tener algo tan cerca no lo distinguimos, como la incapacidad de ver el bosque
por estar tan cerca de los árboles.
(También en el Paraíso Dios había puesto los panes ahí, al alcance de la
mano). Nosotros mismos, pasamos muchas veces desapercibidos, no caemos en la
cuenta que se está volviendo a contar un suceso, muy parecido a otro que ya
leímos, dos capítulos atrás. Que ya se haya contado, no nos interesa, y, ahí
quedamos bloqueados en cierta mínima profundidad, en tal superficialidad.
Sorprende
rotundamente cómo se nos dificulta percibir la Presencia cercana de Dios: Él
está ahí, y nosotros nos quedamos pensando en otra cosa: ¿Y de dónde se puede
sacar pan, aquí, en despoblado, para saciar a tantos? O, nos llenamos la cabeza
pensando “me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí”. Confieso que a mí
me pasó otro tanto, no veía, hasta cuando llegue a “…pronunció la acción de
gracias εὐχαριστήσας [eucaristesas] (Mc 8,6),
los partió y los fue dando…”, el relámpago iluminador fue el verbo ἔκλασεν
[eclasen] “partir”, el mismo que les abrió los ojos a los dos de Emaús, el
verbo κλάω [klao] (Lc, 24, 30d):
Los parte para darlos, ¡para compartirlos! ¡Para entregarlos! ¡Para entregarse!
Esta
vez, πάλιν [palin] “de nuevo”, se congrega mucha
gente que actúa como discípulos. Vienen a comer de las dos “mesas” que sirve el
Señor: Mesa de la Palabra y Mesa del “Banquete”. Jesús está en la Decápolis,
entre aquellos paganos, este tranco que venimos leyendo nos habla de paganos
“abiertos” a la Buena Nueva. Se les
entrega a estos “distintos”, a estos “marginales”, a esos que el pueblo judio9
llamaba “perros”. ¡Ya no se les da el pan a los hijos, sino que Jesús ha
empezado a repartir el pan a los que comen migajas que los otros han tirado!
En
este episodio de la Última Cena, está sentado en torno a Jesús todo el Nuevo
Pueblo de Dios, -no sólo el pueblo elegido”- que, según la tradición, eran
precisamente 4000 hombres, el total de los cristianos de la primera Iglesia,
que no era exclusivamente de judíos, sino que contaba con muchos gentiles que
se les habían unido.
¡Cogen toda la Luz entre sus manos, y se lo comen! ¡Cuando el alimento es grato, comemos hasta las migajas!
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