martes, 11 de febrero de 2025

Miércoles de la Quinta Semana del Tiempo Ordinario

 


Gn 2, 4b-9. 15-17

Hoy me gustaría empezar con un acto de “proporcionalidad”: Frente al estudio de la Biblia no podemos pretender tener la última palabra; como es lógico, la última Palabra sobre la Sagrada Escritura es propiedad de Dios. Pero, al entregarnos su Palabra, hizo un gesto Bondadoso, Generoso, Magnánimo: Nos dejó ver una faceta de su Rostro que tendrá su complementariedad mirando el Rostro de Jesús. Nadie podría haber reconocido en Jesús al “Hijo de Dios”, si Dios-Padre no nos hubiera regalado en su Revelación, las pistas para identificarlo. En varios puntos nos hemos encontrado, y hasta sorprendido de ver a Jesús conmovido, más aun, no sólo conmovido sino conmocionado, condolido, experimentando en sus entrañas un amor entrañable, ¿recuerdan la palabra griega? σπλαγχνίζομαι [splagchnizomai] ¡se le conmovieron las entrañas! Pues a Dios-Padre también se le Conmueve-en-Grado-Sumo. Parte de su Plan salvífico, de su economía soteriológica, es la Revelación: Como cualquier Padre, enseña a sus hijos, los guía, los conduce, los cuida, hasta les participa sus secretos.

 

A todo lo anterior lo llamamos “acto de proporcionalidad” porque nadie puede pronunciar una última palabra sobre este tema, sino, tan sólo trabajar en un proceso de aproximaciones continuadas. Todos buscamos, todos encontramos, todos erramos un poco, todos acertamos un poco. Modestamente me atrevo a “imaginarme” que a Dios no le preocupa tanto que acertemos o cuánto, sino que busquemos, que procuremos denodadamente dirigirle el corazón. Esta búsqueda está en la sustancia de nuestro amor por Él. Pero, lo que es indebido -pensamos-, es no compartir; y lo es tan indebido, como lo es imponer. Ponemos al servicio de nuestro prójimo nuestros modestos hallazgos, y recibimos, atesorando, lo que otros van aportando, convencidos que eso agrada al Señor; San Pablo nos dio una gran profecía y un gran consuelo sobre este tema: “Cuando llegue lo Perfecto lo imperfecto será eliminado... entonces veremos cara a cara”. (Cfr. 1Cor 13, 10.12b.)

 

Aún, si nos lo permiten, quisiéramos añadir aun otros elementos para el “acto de proporcionalidad”: Supongamos un amigo que, al ir a encender su carro, descubre que está descompuesto, y -ya que él respeta y admira la Sabiduría contenida en la Sagrada Escritura- va corriendo y empieza a leer por Génesis 1,1, y así sucesivamente… hasta ahora, aún no tiene claro que le pasa a su vehículo. Otro ejemplo -ridículo por lo desproporcionado- es el de un joven estudiante de algebra que, al desarrollar una ecuación, corre a constatar que su respuesta es correcta, como era el ejercicio 7, del capítulo 5 de su texto de algebra, busca la respuesta en Eclesiastés 5,7, Ecl le parece -entre todas las siglas- la más próxima a Ecuaciones. Moraleja, ¡hay que saber dónde se busca y lo que se busca, antes de iniciar cualquier búsqueda!

 

Hay dos relatos aparentemente muy similares en Génesis: el Primero Gn 1,1-2, 4a los que trabajamos antes de ayer y ayer; el otro, que leeremos, la mitad hoy y la otra mitad mañana, abarca 2, 4b-25. A veces se dice que son dos relatos de la Creación, que la Creación se cuenta de dos maneras distintas en la Biblia. Nos parece mejor fijarnos bien en lo que se está relatando y decir que hasta ahora, lo que se contó fue la Creación del Mundo en siete días (días divinos, no días humanos, no días de 24 horas, sino tal vez “periodos de tiempo” de varios siglos); y que hoy vamos a tener la Creación o instauración del Paraíso y mañana la Creación de la mujer.

 


Leyendo atentamente uno podría decir que el preámbulo para poner al “Ser humano” en el Paraíso es poner allí todas las condiciones para el desarrollo de la agricultura, Dios pone a Adán en el contexto de una tierra cultivable, donde ya había puesto hermosos árboles con frutos alimenticios y apetecibles a simple vista, en aquella tierra -todavía inculta- había un manantial que regaba toda la superficie de la tierra: Sólo entonces puso allí al “hombre que había modelado”, y -muy claramente se afirma- la tarea asignada al “hombre” fue guardar y cultivar el jardín del Edén, no tratar de suplantar el Creador, convirtiéndose en “destructor”); (גַּן־בְּעֵ֖דֶן [gan-be-E-dén] “el jardín del Edén”, “delicias”, significaría “la tierra donde está la casa de Adán”, “el hogar de Adán”): Le dio al agricultor su lugar idóneo.

 

Sal 104(103), 1-2a. 27-28. 29bc-30

Anteayer entonábamos el Salmo 104(103), hoy lo retomamos, La primera estrofa, es la misma que el lunes entonamos como primera estrofa, pero en las otras dos nos referiremos a) al agradecimiento por la comida que Él nos da siempre oportuna y providencial; y luego, b) se bendice al Señor por el ciclo vital, al morir no se va despoblando la tierra, sino que Él, continuamente la repuebla.

 

Ya dijimos que alma es נָ֫פֶשׁ [nefesh]; en la perícopa de la Primera Lectura se habló de נִשְׁמַ֣ת חַיִּ֑ים וַֽיְהִ֥י [nismat hayyim] “un soplo de vida”, que Dios insufló en la nariz de Adán.


 

Este salmo es un himno donde el salmista nos explica lo que significa la evaluación cotidiana de YHWH Creador que cada día verificaba que lo creado no contuviera ningún germen de maldad, fealdad-mal-deficiencia. Aquí en este himno el salmista va tras de Dios como si estuviera supervisando la Creación, y da fe que efectivamente lo Creado es Perfecto.

 

No es que el salmista se crea supervisor de Dios, lo que quiere es ser testigo y dar testimonio ante las criaturas de la Obra Inmarcesible de Yahveh. Por eso concluye afirmando que previó los mecanismos para que sus habitantes no desaparecieran por entero, dejando programada la reproducción como participación del hombre en la misión creativa del Señor.

 

Mc 7, 14-23

Las discusiones giran en torno a la pureza legal, donde Jesús deja clara su posición y la novedad de su enseñanza (7, 1-23), los discípulos ahora pueden entender que realmente la enseñanza de Jesús no es como la de los escribas.

Hugo Orlando Martínez Aldana

La lectura del Génesis parece conducirnos al interrogante: Si Dios todo lo creó Bueno y Bien entonces, ¿de dónde salió el pecado? El Evangelio parece traernos la respuesta: “Lo que sale de dentro del hombre, eso si hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón del hombre salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, los robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”. (Mc 7, 20-23).


 

Quizá muy pronto el ser humano se dio cuenta que, si comía ciertos frutos o ciertos alimentos, o ciertas carnes de animales tóxicos, se enfermaba y de allí fue deduciendo que era la calidad de los alimentos los causantes de la “salud del alma”, y que si comía “impuro” tendría -no sólo mal de estómago- sino también “actuar impuro”; así, muy fácilmente pudo descargar su responsabilidad moral en la dieta. Así que, Jesús les aclara todo: “Nada de lo que entre de fuera puede hacer al hombre impuro…” (Mc 7, 16a). A todas luces, a los discípulos también les costaba caro asimilar este “noticia”. Echarle la culpa a la comida debió ser tan tradicional y sonar tan lógico que no con poco esfuerzo accedería el “intelecto” a digerir este “dato”, ellos seguían “sin entender”, (ἀσύνετος [asunetos] “sin comprensión”), todo su ser era reacio a admitir esta nueva visión de la impureza; siempre es más cómodo desplazar la “culpa” de la propia responsabilidad a cualquier otra cosa o parte. Los discípulos -muy seguramente- también participaban de las creencias y tradiciones sobre la pureza ritual, y seguramente muy en el fondo -como judíos que eran- participarían, un tanto inconscientemente, del lavado ritual de las manos hasta los codos y de las ollas y recipientes de cocina, refregándolos con mucho cuidado.

 

El evangelista presta particular atención a relatarnos que los discípulos tenían menester de una segunda dosis de “explicación” para asimilar la “Buena Nueva”. De primer momento no lo asimilaron.


 

«Pero lo importante es que quede claro, que su discípulo no puede continuar viviendo de tradiciones meramente externas que pertenecen al pasado, sino que tienen que estar abiertos a la novedad del evangelio… el corazón de un discípulo tiene que irse configurando con el Maestro, a fin de que de él salga únicamente la misericordia en favor de la humanidad entera». (Hugo Orlando Martínez Aldana) 

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