Gn 2, 4b-9. 15-17
Hoy
me gustaría empezar con un acto de “proporcionalidad”: Frente al estudio de la
Biblia no podemos pretender tener la última palabra; como es lógico, la última
Palabra sobre la Sagrada Escritura es propiedad de Dios. Pero, al entregarnos
su Palabra, hizo un gesto Bondadoso, Generoso, Magnánimo: Nos dejó ver una
faceta de su Rostro que tendrá su complementariedad mirando el Rostro de Jesús.
Nadie podría haber reconocido en Jesús al “Hijo de Dios”, si Dios-Padre no nos
hubiera regalado en su Revelación, las pistas para identificarlo. En varios
puntos nos hemos encontrado, y hasta sorprendido de ver a Jesús conmovido, más
aun, no sólo conmovido sino conmocionado, condolido, experimentando en sus
entrañas un amor entrañable, ¿recuerdan la palabra griega? σπλαγχνίζομαι [splagchnizomai] ¡se le conmovieron las entrañas! Pues a
Dios-Padre también se le Conmueve-en-Grado-Sumo. Parte de su Plan salvífico, de
su economía soteriológica, es la Revelación: Como cualquier Padre, enseña a sus
hijos, los guía, los conduce, los cuida, hasta les participa sus secretos.
A
todo lo anterior lo llamamos “acto de proporcionalidad” porque nadie puede
pronunciar una última palabra sobre este tema, sino, tan sólo trabajar en un
proceso de aproximaciones continuadas. Todos buscamos, todos
encontramos, todos erramos un poco, todos acertamos un poco. Modestamente me
atrevo a “imaginarme” que a Dios no le preocupa tanto que acertemos o cuánto,
sino que busquemos, que procuremos denodadamente dirigirle el corazón. Esta
búsqueda está en la sustancia de nuestro amor por Él. Pero, lo que es indebido
-pensamos-, es no compartir; y lo es tan indebido, como lo es imponer.
Ponemos al servicio de nuestro prójimo nuestros modestos hallazgos, y
recibimos, atesorando, lo que otros van aportando, convencidos que eso agrada
al Señor; San Pablo nos dio una gran profecía y un gran consuelo sobre este
tema: “Cuando llegue lo Perfecto lo imperfecto será eliminado... entonces
veremos cara a cara”. (Cfr. 1Cor 13, 10.12b.)
Aún,
si nos lo permiten, quisiéramos añadir aun otros elementos para el “acto de
proporcionalidad”: Supongamos un amigo que, al ir a encender su carro, descubre
que está descompuesto, y -ya que él respeta y admira la Sabiduría contenida en
la Sagrada Escritura- va corriendo y empieza a leer por Génesis 1,1, y así
sucesivamente… hasta ahora, aún no tiene claro que le pasa a su vehículo. Otro
ejemplo -ridículo por lo desproporcionado- es el de un joven estudiante de
algebra que, al desarrollar una ecuación, corre a constatar que su respuesta es
correcta, como era el ejercicio 7, del capítulo 5 de su texto de algebra, busca
la respuesta en Eclesiastés 5,7, Ecl le parece -entre todas las
siglas- la más próxima a Ecuaciones. Moraleja, ¡hay que saber dónde se busca y
lo que se busca, antes de iniciar cualquier búsqueda!
Hay
dos relatos aparentemente muy similares en Génesis: el Primero Gn 1,1-2, 4a los
que trabajamos antes de ayer y ayer; el otro, que leeremos, la mitad hoy y la
otra mitad mañana, abarca 2, 4b-25. A veces se dice que son dos relatos de la
Creación, que la Creación se cuenta de dos maneras distintas en la Biblia. Nos
parece mejor fijarnos bien en lo que se está relatando y decir que hasta ahora,
lo que se contó fue la Creación del Mundo en siete días (días divinos, no días
humanos, no días de 24 horas, sino tal vez “periodos de tiempo” de varios
siglos); y que hoy vamos a tener la Creación o instauración del Paraíso y
mañana la Creación de la mujer.
Leyendo
atentamente uno podría decir que el preámbulo para poner al “Ser humano” en el
Paraíso es poner allí todas las condiciones para el desarrollo de la
agricultura, Dios pone a Adán en el contexto de una tierra cultivable, donde ya
había puesto hermosos árboles con frutos alimenticios y apetecibles a simple
vista, en aquella tierra -todavía inculta- había un manantial que regaba toda
la superficie de la tierra: Sólo entonces puso allí al “hombre que había
modelado”, y -muy claramente se afirma- la tarea asignada al “hombre” fue guardar
y cultivar el jardín del Edén, no tratar de suplantar el Creador,
convirtiéndose en “destructor”); (גַּן־בְּעֵ֖דֶן
[gan-be-E-dén] “el jardín del Edén”, “delicias”, significaría “la tierra
donde está la casa de Adán”, “el hogar de Adán”): Le dio al agricultor
su lugar idóneo.
Sal 104(103), 1-2a. 27-28. 29bc-30
Anteayer
entonábamos el Salmo 104(103), hoy lo retomamos, La primera estrofa, es la
misma que el lunes entonamos como primera estrofa, pero en las otras dos nos
referiremos a) al agradecimiento por la comida que Él nos da siempre oportuna y
providencial; y luego, b) se bendice al Señor por el ciclo vital, al morir no
se va despoblando la tierra, sino que Él, continuamente la repuebla.
Ya
dijimos que alma es נָ֫פֶשׁ [nefesh]; en la perícopa de la Primera Lectura se habló de נִשְׁמַ֣ת חַיִּ֑ים וַֽיְהִ֥י [nismat
hayyim] “un soplo de vida”, que Dios insufló en la nariz de Adán.
Este
salmo es un himno donde el salmista nos explica lo que significa la evaluación
cotidiana de YHWH Creador que cada día verificaba que lo creado no contuviera
ningún germen de maldad, fealdad-mal-deficiencia. Aquí en este himno el
salmista va tras de Dios como si estuviera supervisando la Creación, y da fe
que efectivamente lo Creado es Perfecto.
No
es que el salmista se crea supervisor de Dios, lo que quiere es ser testigo y
dar testimonio ante las criaturas de la Obra Inmarcesible de Yahveh. Por eso
concluye afirmando que previó los mecanismos para que sus habitantes no
desaparecieran por entero, dejando programada la reproducción como
participación del hombre en la misión creativa del Señor.
Mc 7, 14-23
Las discusiones giran
en torno a la pureza legal, donde Jesús deja clara su posición y la novedad de
su enseñanza (7, 1-23), los discípulos ahora pueden entender que realmente la
enseñanza de Jesús no es como la de los escribas.
Hugo Orlando Martínez
Aldana
La
lectura del Génesis parece conducirnos al interrogante: Si Dios todo lo creó
Bueno y Bien entonces, ¿de dónde salió el pecado? El Evangelio parece traernos
la respuesta: “Lo que sale de dentro del hombre, eso si hace impuro al hombre.
Porque de dentro del corazón del hombre salen los pensamientos perversos, las
fornicaciones, los robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes,
desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen
de dentro y hacen al hombre impuro”. (Mc 7, 20-23).
Quizá
muy pronto el ser humano se dio cuenta que, si comía ciertos frutos o ciertos
alimentos, o ciertas carnes de animales tóxicos, se enfermaba y de allí fue
deduciendo que era la calidad de los alimentos los causantes de la “salud del
alma”, y que si comía “impuro” tendría -no sólo mal de estómago- sino también “actuar
impuro”; así, muy fácilmente pudo descargar su responsabilidad moral en la
dieta. Así que, Jesús les aclara todo: “Nada de lo que entre de fuera puede
hacer al hombre impuro…” (Mc 7, 16a). A todas luces, a los discípulos también
les costaba caro asimilar este “noticia”. Echarle la culpa a la comida debió
ser tan tradicional y sonar tan lógico que no con poco esfuerzo accedería el “intelecto”
a digerir este “dato”, ellos seguían “sin entender”, (ἀσύνετος [asunetos] “sin comprensión”), todo su ser era reacio a
admitir esta nueva visión de la impureza; siempre es más cómodo desplazar la
“culpa” de la propia responsabilidad a cualquier otra cosa o parte. Los
discípulos -muy seguramente- también participaban de las creencias y
tradiciones sobre la pureza ritual, y seguramente muy en el fondo -como judíos
que eran- participarían, un tanto inconscientemente, del lavado ritual de las
manos hasta los codos y de las ollas y recipientes de cocina, refregándolos con
mucho cuidado.
El
evangelista presta particular atención a relatarnos que los discípulos tenían
menester de una segunda dosis de “explicación” para asimilar la “Buena Nueva”.
De primer momento no lo asimilaron.
«Pero lo importante es que quede claro, que su discípulo no puede continuar viviendo de tradiciones meramente externas que pertenecen al pasado, sino que tienen que estar abiertos a la novedad del evangelio… el corazón de un discípulo tiene que irse configurando con el Maestro, a fin de que de él salga únicamente la misericordia en favor de la humanidad entera». (Hugo Orlando Martínez Aldana)
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