sábado, 24 de junio de 2017

CAMINANDO FIRMES TRAS EL MAESTRO


Jer 20,10-13; Sal 68,8-10.14.17.33-35; Rom 5,12-15; Mt 10,26-33

Yo creo que si tenemos la luz y el coraje necesarios para responder que Dios ha permitido las pruebas para formarnos como ministros de la consolación, para hacernos capaces de dar palabras de consuelo, entonces habremos descubierto de verdad el dinamismo del misterio de Dios.
Card. Carlo María Martini

¿Dónde nos quedamos el Domingo Pasado? Era la Fiesta del Corpus Christi, la fiesta del Amor que se quedó, sí, ¡nos quedamos en la Acción de Gracias! Este Domingo en que retomamos el Tiempo Ordinario –en el sentido de volver al Evangelio de San Mateo, ya que estamos en el Ciclo A- en esta Liturgia vamos a proclamar el Salmo 69(68) que está estructurado en tres partes: La Lamentación, La Oración y La Acción de Gracias. De esta manera retomamos el tema de la acción de gracias. Celebraremos, esta vez, la Fiesta del Discipulado, más aún, del Envío. Regodeémonos saboreándolo:

Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias;
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.

Miradlo los humildes y alegraos,
Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
No desprecia a sus cautivos.

Este Salmo pertenece al género de las súplicas, donde el Salmista es consciente de encontrarse sorteando un gran peligro, en este caso la situación es verdaderamente peliaguda: Se sufre persecución por Dios, por estar de la parte del Señor-Dios es que se ve amenazado, lo odia una multitud, porque a él “lo devora el celo del Templo” de Elohim (אֱלֹהִ֑ים); este es el mismo versículo que rememoran los discípulos cuando ven arder la ira en Jesús – al ver profanado el Templo de Jerusalén- por los mercaderes y cambistas en Jn 2, 17.



Tropezamos aquí, sin embargo, con el enorme contraste entre el Primer Testamento y el Segundo. En aquel, el salmista invoca la ira de Dios para que cobre venganza contra estos que son “más duros que los huesos” y que “lo atacan injustamente”; en la Segunda Alianza, no hay rencor por parte de Jesús, Jesús es el Sacramento del Padre cuyo Misericordioso Rostro es el de Dios-Perdonador. Dios no se defiende de sus perseguidores con la retaliación, Él sufre Paciente como nos lo muestra en su Hijo, que va como manso cordero al matadero.

Pasemos al Evangelio y examinemos su estructura: Estamos, en esta parte del capítulo 10, en el discurso apostólico, el discurso del “envío” donde Jesús los manda a predicar, los asocia a su misión, pero es Él mismo quien parte y se encarga. Se nos presenta una “cebollita”. ¿Cuál es el corazón de esa cebollita? Los versos 24-25 que se refieren a la “equivalencia” entre maestro y discípulos, ninguno está por encima, si al Maestro-Amo lo han perseguido, no distinta será la suerte de los Discípulos-Siervos; Amo y siervos serán en la misión co-corporeos. La meta de los discípulos consiste en correr la suerte y alcanzar la meta del maestro, seguirlo sin perderle pisada. Cuando esto suceda “¡todo estará cumplido!”. Es la meta de la cristificación, ser como Él, correr con su mismo destino, (en otra parte comentamos que no todos están llamados a ser mártires derramando su sangre, y que muchos son mártires incruentos en el sentido que lo pone Orígenes: "Todo el que da testimonio de la verdad, bien sea con palabras o bien con hechos o trabajando de alguna manera en favor de ella, puede llamarse con todo derecho: mártir".


Tratemos de retomar el tema de la “cebollita”. La capa más exterior está formada por arriba, por los versos 9,35-10,5, que son los versos donde llama y nombra a sus apóstoles, les da instrucciones y los envía; y por debajo, por el verso 11,1 donde, es Jesús quien al terminar este “comisionar” a los suyos, parte a “enseñar y anunciar el mensaje en los pueblos de aquella región”.

Debajo de esta capa, viene la segunda capa, que tiene por arriba los versos 10, 5-15 donde se les instruye para ir a sembrar paz, advirtiéndoles que sólo algunos la recibirán; por abajo encontramos esa enigmática consigna en torno a la paz que sembramos: “No piensen que he venido a traer la paz a la tierra. No vine a traer paz sino espada”. La misma que probaran San Pedro y San Pablo. Son los versos 10, 34-42. Todo el final del capítulo 10.

Pasemos, por último, a la tercera capa, la que envuelve el corazón. Es la que se refiere a nuestro tema de hoy: Las “persecuciones”. Por arriba está conformada esta capa por los versos 10, 16-23: Él nos envía “como ovejas entre lobos, en ese contexto, estamos llamados a ser (φρόνιμος) cautos (prudencia-inteligente) como serpientes y (ἀκέραιοι) cándidos (sencillos) como palomas”; y, por abajo está la perícopa que leemos hoy, los versículos 26-33 del capítulo 10: «El Anuncio y la práctica de la justicia ponen al descubierto todos los fraudes y los disfraces, mostrando la debilidad de aquellos que se consideran poderosos, al explotar y oprimir al pueblo. Cuando se revelen sus engaños, quedaran furiosos y pasaran  a la violencia.

¿Qué hacer? Confiar en el Padre. Dios tiene conocimiento de todo, inclusive de la muerte de las avecillas. Pero el discípulo vale más que una avecilla. No debemos tener miedo a los injustos, que sólo pueden acabar con nuestro cuerpo, pero no con nuestra conciencia y nuestras convicciones. El único temor lo debemos tener a Dios, porque de Él viene la vida, y sólo Él puede destruirla. También mataron el cuerpo de Jesús, pero Él está vivo hasta hoy, y hasta hoy continua actuando, de una manera multiplicada…»[1]

Nos es duro y difícil asimilar este status de víctimas y no digerimos el misterio que encierra; pero, es una ruta de dulzura, proceso que ablanda nuestro corazón, aprendizaje de la ternura y la suavidad. En ese camino reconocemos y captamos las claves de la consolación. Nos apacigua, y nos gana para llegar a ser cautos y cándidos. Podremos presentarnos ante Dios con sencillez y mansedumbre. Así se dulcifica nuestro corazón para hacer de él tibio nido del Espíritu Santo.


En este proceso se pulen las aristas de las prepotencias, la confianza en las dictaduras, la falsa convicción que dimana de las hegemonías. Se reconoce la flacidez engañosa de la fuerza y la violencia. «Me da pena ver a personas sin fe o que han dejado dormir su fe y esperanza, y que en la pruebas buscan refugiarse en el alcohol, en la droga, en el sexo, en la evasión en tantas cosas que crean más prueba, me llevan a la perdida de la esperanza y que rebajan al ser humano a profundidades o situaciones de pecado que destruyen… En esta sociedad de hoy la gente sufre. Es la sociedad de que cada cual se las arregle, la sociedad de entretenerse, evadirse, enmascarar el dolor y pasarla bien.»[2].

«La vida sin prueba, sin sufrimiento es una utopía… Si tengo fe, si vivo mi vida en Cristo, en el Espíritu, experimentaré que la prueba tiene una respuesta. Esos momentos duros son espacios para la “compasión”, para la ternura y la dulzura de Dios… Aún en medio del sufrimiento el Espíritu Santo me consuela, me anima, me estimula, me motiva y me empuja hacia adelante. Dentro de mí hay una fuente de esperanza que me hace saber que lo imposible se hace posible. Esto llena mi alma de consuelo. Es el momento de experimentar que el sufrimiento vivido con la fuerza y dulzura del Espíritu, del Consolador, engendra dentro de mí una paz profunda, una paz que aún en el dolor no se pierde. Es como una armonía interior, como una calma y serenidad profundas que me llevan a no tener miedo a sufrir, sino a gozarme en la prueba… Desde mi fe puedo ser “consolador”, con el Espíritu Santo, de los que me rodean. Si tengo una vida interior, una vida en el Espíritu, mi palabra, mis gestos, mi cariño y mi cercanía irradiaran en el probado consuelo, paz, confianza y bienestar.»[3]


«Dios quiere hacer de nosotros instrumentos elegidos de consolación de su pueblo, de una ciudad desolada, nos quiere ministros de una nueva alianza mucho  más de cuanto lo deseamos nosotros; y para realizar su Voluntad no nos escatima oscuridad y sufrimientos, para que la Palabra pueda ser pura, incisiva, convincente»[4].

«El estribillo “no temáis” (cf. “no andéis preocupados”: 6, 25, 27, 28, 31. 34bis!). Significa ante todo que nosotros somos efectivamente presa del miedo. Este es el punto de partida que hay que reconocer. Pero no debe ser el punto de llegada. De lo contrario, se renuncia desde el comienzo a todo camino. El miedo lleva a hacer lo que se teme, sólo la confianza lleva a hacer lo que se desea.»[5]



[1] Storniolo, Ivo. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MATEO. EL CAMINO DE LA JUSTICIA. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá- Colombia. 1999. pp. 94-95
[2] Mazariegos, Emilio L. ESTALLIDOS DE GOZO Y ALEGRÍA. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2003. p. 211
[3] Ibid. pp. 210-211
[4] Martini Crnal. Carlo María. VIVIR CON LA BIBLIA. MEDITAR CON LOS PROTAGONISTAS DE LA BIBLIA GUIADOS POR UN EXPERTO. Ed. Planeta. Santafé de Bogotá-Colombia 1999 p. 305
[5] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo Bogotá Colombia. 2da re-imp.2011. p. 214

lunes, 19 de junio de 2017

EUCARISTÍA: RECONOCER EL CUERPO DEL SEÑOR
Deut 8, 2-3. 14b-16a; Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20; 1Cor10, 16-17; Jn 6, 51-58


Tratemos de poder descubrir el cuerpo del Señor en los signos pobres y sencillos con los que se presenta. En la pobreza y en los signos sacramentales del pan y del vino y también en el cuerpo y en el espíritu de los más pobres, en la pobreza y en las limitaciones de nuestras comunidades, en la oscuridad de tantas situaciones difíciles en que vivimos, en la desolación de tantos hermanos nuestros marginados.

Card. Carlo María Martini

Como te escondiste Tú en una migaja de Pan
haz que nosotros nos escondamos
como humildes migajas de Tu Misterio
en la grande artesa del mundo
y así fermentar toda la harina.

Averardo Dini 

Nuestra existencia puede tener varios puntos de partida y podemos darle diversos enfoques. Podemos cifrarla toda sobre nuestras pertenencias y posesiones, nuestro abolengo, nuestra parentela, nuestra profesión o nuestras realizaciones y logros. Y ellos son, seguramente, excelentes ejes en torno a los cuales podemos dejar que todo el sistema rote. La propuesta que nos hace nuestra fe –es bien diferente- es hacer que todo el sistema de nuestra vida se remita e Dios. Y, esa referencia a Dios no es de cualquier manera, es una referencia de gratitud. Si, lo que nosotros experimentamos como razón de vida es dar gracias.

Podemos con cierta facilidad mostrarnos agradecidos con las cosas agradables que nos han llegado a suceder. Pero, ¿termina ahí la gratitud? Nuestra hipótesis de existencia consiste en ver toda nuestra realidad, lo grato, lo feliz, lo hermoso como “gran regalo”, pero también –aun cuando algunas de las experiencias vitales son difíciles de sobrellevar, y con algunas de ellas nos sentimos sobrecogidos de dolor, de espanto, de pena y, hay experiencias vitales que nos resultan inexplicables, o todavía peor, inexplicablemente indeseables- la propuesta de la fe, consiste en mostrarnos agradecidos frente a todas. Todas ellas son regalo, a veces, misteriosamente dolorosos regalos, pero son vida. ¡La gracia de la vida no es la dicha, la gracia de vivir es estar vivo, y aceptar cada segundo y cada latido como oportunidad, como crecimiento, como -lo que son- aceptarlos como vida!

Muchas veces, nuestra mentalidad de niños caprichosos querría la vida como un glorioso paseo por un jardín de rosas; pero siempre descubrimos que en el continuo del regalo de la dicha, hay resaltos de pena, de dolor, de muerte. Nos revolvemos con indocilidad con nuestra protesta contra esos momentos y esas facetas de nuestra duración. Uno de nuestros gritos más rebeldes va –precisamente- contra la limitación de nuestra duración.

Y, sin embargo, este relieve de valles, mesetas, altas montañas y llanuras son el paisaje natural de la vida. Vamos en nuestro decurso unas veces subiendo y otras bajando y todo ello merece gratitud. ¡Saber recibir y agradecer lo recibido constituye la medula del misterio de la vida! Esa globalidad holística que abarca lo positivo y lo negativo, es la sincera formulación vital del “hágase tu Voluntad”, es el secreto de la verdadera felicidad.


En nuestro dialogo con la Trascendencia, la humanidad ha ido postulando diversidad de actos de “acción de gracias”, variedad de expresiones de la gratitud. Nuestra liturgia fue depurando una secuencia ritual, que el mismo Dios nos fue revelando como su preferida acción de gracias, lo que a Él le complace. Ya desde el principio, se mostró agradado con la sangre de corderos, pero también desde el principio, nos fue insinuando un Sacrificio incruento, a la manera del Sacerdote Melquisedec: donde las ofrendas fueran Pan y Vino. Así, el Señor de la historia, el Dios que camina con nosotros y va delante en la Columna de Nube durante el día y, en la Columna de Fuego, si caminamos durante la Noche, fue revelando –detalle a detalle- la liturgia que le cautiva.

Así, esta acción cultual se configuró y se instauró, como anamnesis del Hijo de Dios, como revivificación de su Santo Sacrificio; y recibió su nombre directamente del griego, la llamamos Eucaristía. No será fácil aprender a agradecer –máxime cuando la cultura de la muerte es la cultura de la ingratitud- pero ser agradecidos con nuestro Dios, Dueño y Señor de todo, que con Mano Generosa y Ánimo Misericordioso da y reparte magnánimamente y que tiene nuestros pobres nombres escritos en la Palma de su Mano, a Él el Honor y la Gloria, la Alabanza y el más dulce Incienso, para Él vayan nuestras súplicas y ruegos, nuestros cantos y nuestros himnos; permítenos –Oh Señor, cantarte y glorificarte, y darte también gracias por permitirnos ser un pueblo que ora y agradece en tu Presencia; y un pueblo que ofrece como holocausto, no el cuerpo y la sangre de cualquier víctima, sino que según Tu Preferencia nos llegamos al Altar con la Ofrenda de las Ofrendas: El Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo, nuestro Redentor, tu Amado Hijo.

El evangelio que leemos en esta fecha, en el ciclo A, está tomado de San Juan. Cuando Dom Helder Câmara meditaba en torno a esta perícopa nos señalaba que: «En cierto modo, tal vez hayamos insistido demasiada en la sola presencia eucarística de Cristo, el cual tiene otras formas de estar presente. Por ejemplo, en cierta ocasión dijo: “Cuando dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”

Recuerdo que una buena religiosa hizo un día una larga caminata con el único fin de llevarme a su hospital. “Padre”, me dijo, “he recorrido todo este camino porque hace ya una semana que nos encontramos sin capellán y no he tenido la posibilidad y la dicha de recibir a Cristo. ¡Y necesito recibir a Cristo! ¡Deme la comunión, padre! Y, si es posible, proporciónenos un sacerdote…”

Le di la comunión, naturalmente. Pero luego le dije: “Hermana, usted está día tras día con Cristo vivo. Usted está con los enfermos, ¡y ellos son Cristo! Usted está cuidando y tocando con sus manos a Cristo! ¡Es otra forma de Eucaristía, otra presencia viva de Cristo, que completa su presencia eucarística!”»[1]

Podemos celebrar a Dios en Jesucristo cuando somos conscientes que no sólo está en la liturgia sino que su Misericordiosa compañía nos sale al paso porque Él celebra nuestra vida cuando con ella lo servimos en cada uno de sus “pequeños”.

Dom Helder decía sobre esta Presencia que «Tenemos la Eucaristía del Santísimo Sacramento: la presencia viva de Cristo bajo las apariencias de pan y vino. Y tenemos también la otra Eucaristía, la Eucaristía del pobre: ¿”apariencia”  de miseria? ¡De eso nada! ¡La cruda realidad del pobre!

Ya sé que los teólogos hacen sus distinciones y dicen que no es exactamente lo mismo…, que hay diferencia… Pero también sé que el Señor habrá de juzgarnos por la manera en que hayamos sabido reconocerle y servirle en los pobres; y nos dirá, “¡Allí estaba yo! ¡Yo era aquel pobre, y también el otro…! ¡Era yo!”»[2]


No queremos de ninguna manera insinuar que lo uno re-emplace a lo otro: Lo Uno siempre será lo Uno. La Sagrada Eucaristía es irreemplazable, no se puede sustituir con la más pura y noble filantropía. No, lo que queremos resaltar es la continuidad que hay de la Eucaristía con esos otros Encuentros con Jesús que son la Eucaristía vivida, la Misión en acción. La eucaristía tiene un valor, además, preparatorio, nos marca la tónica para vivir en clave de Jesucristo, para hacer nuestra vida integra un vivir a la manera de Jesús; así cabe decir que la Eucaristía nos conduce a vivir crísticamente, a superar la división, a hacernos unidad en el Cuerpo Místico de Cristo, porque al nutrirnos de Jesús en su Comunión nos vamos “saturando” de Él y fundiéndonos en Él hasta llegar a compenetrarnos en Él.

Papa Francisco lo pone así: «La Eucaristía nos recuerda además que no somos individuos, sino un cuerpo. Como el pueblo en el desierto recogía el maná caído del cielo y lo compartía en familia (cf. Ex 16), así Jesús, Pan del cielo, nos convoca para recibirlo juntos y compartirlo entre nosotros. La Eucaristía no es un sacramento «para mí», es el sacramento de muchos que forman un solo cuerpo. Nos lo ha recordado san Pablo: «Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1 Co 10,17). La Eucaristía es el sacramento de la unidad. Quien la recibe se convierte necesariamente en artífice de unidad, porque nace en él, en su “ADN espiritual”, la construcción de la unidad.»[3] No podemos vivir divididos, unos que celebran y otros que viven su cotidianidad; sino, vivir unificados en el continuo del minuto a minuto durante las 24 horas de cada día, que ve-juzga-actúa-celebra.










[1] Câmara, Dom Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Editorial Sal Terrae Santander-España1985 p. 117
[2] Ibid p. 116-117
[3] Papa Francisco. HOMILÍA DE CORPUS CHRISTI. Basílica de San Juan de Letrán 18/06/ 2017

sábado, 10 de junio de 2017

PARA QUE BUSQUEMOS CON DENUEDO LA UNIDAD


Ex 34:4b-6.8-9; Dan 3, 52-56a; 2 Cor 13:11-13; Jn 3:16-18

Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero… Dios los Tres considerados en conjunto… No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo.
Gregorio Nacianceno (CEC #256)


El poder que recibimos es el de re-unificar
“Hemos sido bautizados en un mismo      Espíritu para formar un solo cuerpo”
I Cor 12, 3-7. 12-13

San Pablo pronuncia como saludo a la Asamblea, esta evocación Trinitaria que repetimos en diversas ocasiones dentro de la Eucaristía (Ritos Iniciales, saludo #2): "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión [κοινωνία] del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Co 13, 13). San Pablo nos hace presente tres sustancias que aglutinan los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, a saber, la Gracia, el Amor y la Comunión. Estos son los Tres-Único-Divino del pegante-Santo; ¡nosotros no estamos pegados con babitas!

Estas tres sustancias son segregadas respectivamente (claro que estamos hablando metafóricamente) por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo respectivamente. No se trata de un constructo ideológico sino de una realidad concreta que nos enlaza, nos fraterniza, nos hace hijos del mismo Padre, hermanos todos en Cristo Jesús Nuestro Señor y Salvador y el Espíritu Santo Paráclito, que une al Hijo en el Amor con el Padre y al Padre en el Amor por su Hijo y a nosotros, su pueblo escogido nos diviniza por su Adopción.

Las Personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las Personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres Personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto, "en Dios todo es uno, excepto lo que comporta relaciones opuestas" (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331).[CEC #255]


«La idea de la comunión como participación en la vida trinitaria está iluminada con particular intensidad en el evangelio de san Juan, donde la comunión de amor que une al Hijo con el Padre y con los hombres es, al mismo tiempo, el modelo y el manantial de la comunión fraterna, que debe unir a los discípulos entre sí:  "Amaos los unos a los otros, como yo os he amado" (Jn 15, 12; cf. 13, 34). "Que sean uno como nosotros somos Uno" (Jn 17, 21. 22). Así pues, comunión de los hombres con el Dios Trinitario y comunión de los hombres entre sí… Por tanto, esta doble comunión, con Dios y entre nosotros, es inseparable. Donde se destruye la comunión con Dios, que es comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, se destruye también la raíz y el manantial de la comunión entre nosotros. Y donde no se vive la comunión entre nosotros, tampoco es viva y verdadera la comunión con el Dios Trinitario, como hemos escuchado.»[1]

Ahí llegamos de nuevo a la médula de nuestra fe. Estamos en una condición de fraternidad, de koinonía con todo el género humano que hace de nuestra tarea y de nuestro envío un requisito de entrega perfecta por la paz, por  la unidad de todos y con todo, incluidas las realidades del medio ambiente, todas las criaturas y especialmente con toda la raza humana.

Esta tarea esta por así decirlo “aterrizada” por San Pablo con cuatro propósitos:
1)    χαίρετε Vivir en la alegría
2)    καταρτίζεσθε Trabajar por la perfección
3)    παρακαλεῖσθε Animarse mutuamente, apoyarse, abogar unos por otros
4)    τὸ αὐτὸ φρονεῖτε, εἰρηνεύετε Vivir en paz y armonía (con un solo corazón y una sola alma, como viven las Tres Personas de la Santísima Trinidad)

Nada de abstracciones sino verdaderas concreciones. Claridad en los propósitos que deben animar la vida del cristiano: Gozo y entusiasmo, perfeccionamiento progresivo, apoyo mutuo y –finalmente- todo en un marco de armonía.

La Buena Nueva
Nuestra fe y nuestro Dios es un Dios que se manifiesta en el tiempo (cronos) su revelación pasa del tiempo kairótico (el tiempo de la gracia) a nuestro tiempo histórico; se encarna de la dimensión intemporal a la temporal. Las referencias y la manifestación de Dios han ocurrido en el tiempo, son datos históricos que tienen un marco temporal y espacial.

El enunciado de hoy parece arrancar en un pasado muy remoto, un momento de Decisión Divina, cuando Dios tuvo la Voluntad de crearnos para la salvación (muchas veces a pesar de nosotros mismos que andamos persiguiendo siempre sombras y fantasmagorías), y enhebra todo el tiempo desde el remotísimo pasado, pasando por los años y los años, pasando por el hoy y el ahora y dirigiéndose hacia el futuro que Él y sólo Él tiene previsto, escrito en el libro de su Infinita Bondad, sin quebrantar nuestra libertad, sino pasando a través de ella (como la Luz a través del cristal, como Jesús a través de María), pero respetando el querer de los hijos: Οὕτως γὰρ ἠγάπησεν ὁ Θεὸς τὸν κόσμον, ὥστε  τὸν Υἱὸν τὸν μονογενῆ ἔδωκεν, ἵνα πᾶς ὁ πιστεύων εἰς αὐτὸν μὴ ἀπόληται ἀλλ’ ἔχῃ ζωὴν αἰώνιον.

Nos encontramos con dos verbos en aoristo indicativo activo (algo que se hizo de una vez por todas, señala la perfectividad puesto que la acción es rotunda, sin pendientes, no le quedan faltantes o facetas por desarrollar, por eso es empleado en literatura como tiempo verbal para hacer avanzar la historia): ἠγάπησεν ἔδωκεν amó y entregó; ese pasado se remite a un pasado ante-histórico (pre-crónico), antes de todos los tiempos, antes de que el mundo fuera creado, cuando Dios ya había decidido crearnos y no dejarnos perder sino darnos un Redentor y que ese Redentor fuera su propio Hijo. ¡Así de grande es su Amor, y así de grande ya era desde antes del Principio! ¡Su fidelidad es por Siempre! ( A veces traducimos “dura por siempre”, pero este Siempre no está condicionado a la existencia del tiempo, ES previo a cualquier duración.


Si hay un requisito para poder gozar de este obsequio incomparable, inefable y es aceptarlo, reconocerlo, creer en Él. No es necesario explicarlo o entenderlo, no es cuestión de conocimiento intelectual sino de vivencia afectiva, amor entre personas humanas y Divinas. Amor incondicional, que se enamora locamente sin imposiciones, con gratuidad, aun cuando no se entienda, o el “entendimiento” sea incompleto… Dice Calixto Cataphygiotés:

«Tú abrasas mi espíritu con la herida del eros,
iluminándolo cada vez más,
y lo introduces en las maravillas
que lo haces contemplar,
maravillas inaccesibles, místicas,
que están por encima del cielo.
¡Oh unidad infinitamente celebrada,
Trinidad infinitamente venerada,
Abismo sin fondo de poder y sabiduría!
¿Cómo consigues hacer entrar
en tu Tiniebla Divina al espíritu
que se ha elevado tal como lo quiere la Ley,
llevándolo de gloria en gloria (2 Cor 3, 18)
y concediéndole con frecuencia habitar
dentro de la Tiniebla-más-que-luminosa?
Yo no sé, al contrario que Tú,
si Moisés entró en esa Tiniebla (Ex 20, 21)
si él fue la imagen de la misma
o si la Tiniebla fue su imagen.
Yo sólo sé una cosa:
Que esa Tiniebla es perceptible por el espíritu,
y que en ella son celebrados divinamente,
sobrenatural e inefablemente,
en lo secreto del alma,
los misterios de la unión y el amor espirituales.»[2]

«La "comunión" es realmente la Buena Nueva, el remedio que nos ha dado el Señor contra la soledad, que hoy amenaza a todos; es el don precioso que nos hace sentirnos acogidos y amados en Dios, en la unidad de su pueblo congregado en nombre de la Trinidad; es la luz que hace brillar a la Iglesia como estandarte enarbolado entre los pueblos: "Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos la verdad. Pero si caminamos en la luz, como Él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros" (1 Jn 1, 6-7). Así, a pesar de todas las fragilidades humanas que pertenecen a su fisonomía histórica, la Iglesia se manifiesta como una maravillosa creación de amor, hecha para que Cristo esté cerca de todos los hombres y mujeres que quieran de verdad encontrarse con él, hasta el final de los tiempos… El Señor no habla en pasado, sino que habla en presente, habla hoy con nosotros, nos da luz, nos muestra el camino de la vida, nos da comunión, y así nos prepara y nos abre a la paz.»[3]


Nuestra participación presente en la Trinidad Santa consiste en vivir la comunión viviendo en comunión dentro de la Iglesia. Dios no castiga nuestra “terquedad” sino que nos convoca nuevamente a restaurar la Unidad, llamándonos a vivir en la Comunión Eclesial, la fraternidad que nos conduce a ser familia de la Familia Trinitaria y a vivir esa comunión ejercitándonos en los cuatro propósitos señalados por San Pablo. La economía salvífica incluyó, además de un Redentor, Hijo Único del Padre, el Único Mediador, un puente para cruzar, que es la Iglesia, como factor procesual de la construcción del Reino: ἵνα ὦσιν ἓν καθὼς ἡμεῖς ἕν· ἐγὼ ἐν αὐτοῖς καὶ σὺ ἐν ἐμοί, ἵνα ὦσιν τετελειωμένοι εἰς ἕν “Para que sean uno como lo somos nosotros. Yo en ellos y tú en mí, para que sean plenamente uno;” (Jn 17, 22b-23a).





[1] BENEDICTO XVI.  AUDIENCIA GENERAL  Miércoles 29 de marzo de 2006
[2] Cataphygiotés, Calixto. XI, 91-92, pp. 226-228. Citado por Javier Melloti Ribas, s.j. en LOS CAMINOS DEL CORAZÓN EL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL EN LA “FILOCALIA”. Ed.
[3] Benedicto XVI Loc. Cit.

sábado, 3 de junio de 2017

¡MUÉVETE EN MI!


Hch 2, 1-11; Sal 104(103), 1ab. 24ac.29-31.34; 1 Cor 12, 3b-7. 12-13; Jn 20, 19-23

Si ves en alguna ocasión a alguien que te parezca borracho, no pienses mal de él (por lo menos de entrada), no vaya a ser que tenga “la embriaguez del Espíritu” y no te des cuenta. Si alguna vez sentís en tu corazón un viento fuerte, déjate llevar por él: a lo mejor es “el Viento” con v mayúscula.

Si eso te sucede, tu corazón bailará y contará con júbilo indescriptible, y no encontraras palabras para expresarlo… salvo “gemidos inefables”.»[1]

Festividad de origen judío
Pentecostés se inserta en una continuidad judeo-cristiana. Surge primero –como casi todas estas festividades- como una celebración con carácter agrícola, era la fiesta de las Semanas, el Shavuot, con ella se trataba de celebrar la cosecha, cincuenta días (siete semanas) después del comienzo de la Pascua, de allí su nombre griego Pentecostés.

También es común a esas festividades judías su trasformación significativa, pues esta fiesta pasó a celebrar la entrega de la Tablas de la Ley, escritas sobre piedra por el dedo de Dios y dadas a Moisés en el Sinaí. Moisés reunió a su pueblo y les confió la Voluntad de YHWH de entregarles la Tohrá y ellos se ofrecieron a cumplirla, aún antes de que Él les manifestara de qué Ley se trataba, el pueblo expresó aceptación  a esta Ley, simple y sencillamente porque venía de las Manos del Dios Liberador que con gran poder los había sacado de la esclavitud en Egipto.


Esta fiesta en la tradición rabínica se ha llamado “atzeret” que significa “conclusión” aludiendo al cierre del período pascual.

¿Por qué se solapan estas dos celebraciones (nos referimos a la entrega de la Tohrá a Moisés y la Venida del Espíritu Santo sobre el Colegio Apostólico? Los profetas había anunciado la entrega de una Nueva Ley por parte de Dios, que ya no estaría gravada en piedra sino sobre carne, en el corazón de los hombres; esta parece ser la explicación. El Espíritu Santo viene a implantarnos esta Ley en nuestro propio interior y es ni más ni menos que la Ley del Amor.

Así para nosotros los cristianos, la festividad de Pentecostés tiene este grandioso significado: ¡Hemos recibido la Nueva Ley! Y, siguiendo al pueblo escogido, también nosotros la acogemos con todo el corazón, simple y sencillamente porque es regalo del amado para los que Él tanto ama y que nosotros correspondemos con nuestro pobre amor. Permítenos amar tu Ley y regálanos el don de guardarla, de vivir enamorados de ella, de cumplirla gozosos porque ¿qué amante no quiere hacer lo que complace a su Amado? ¡Que nuestra voluntad se plegue gozosa al cumplimiento de tu Voluntad!


Cuando San Lucas escribe los hechos de los Apóstoles configura el relato de Pentecostés con todos los rasgos y signos propios de una teofanía, siguiendo las pautas teofanícas del Sinaí: ruido del cielo (como rugido del viento), lenguas de fuego, el Monte Sinaí estaba envuelto en fuego y humo,… (en el Sinaí también sonaba más fuerte el Cuerno de Carnero, el Shofar…), véase Éxodo, caps. 19 y 20. “¿No es acaso, el Espíritu, viento que empuja y sacude, fuego que purifica y quema?” Nos ha dicho Héctor Muñoz en su cuento “Cuando un día de fiesta, sopló en Jerusalén un viento fuerte y ruidoso”.

El viento empuja –por ejemplo al barco, llevándolo hacía su destino, hacia su puerto; que hermosa imagen para significar que el Espíritu Santo nos anima, nos “motoriza”, con su fuerza nos impulsa; y, el fuego, no solamente purifica, sino que, además, calienta (mientras el frio congela inmovilizando), tan es así que es el fuego el que calienta en la locomotora el agua que le imprimirá fuerza de avance, propulsión…

En este punto se debe rescatar también el fuego que ardía en la zarza en la cual se manifestó Dios a Moisés al llamarlo, se trataba de un fuego que “ardía sin consumirse”, Ex 3, 1-6.9-12; y, acto seguido, conectemos con el episodio de los dos de Emaús que “sentían arder su corazón cuando Jesús les explicaba las Escrituras” (Lc 24, 32b). es este mismo fuego el fuego de las lenguas que se posaron sobre cada uno de ellos, calentándoles el corazón y haciéndolos superar todo miedo.

Aquí la continuidad tiene también su “corte teológico”, la fe que antes estaba reservada a un pueblo y una raza, en esta celebración se abre a “Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia alrededor de Cirene, viajeros de Roma, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes (Hch. 2, 9-10a), esta muestra de diversidad es indicativo de la universalidad de este Pentecostés, tema que ocupará el Libro de los Hechos, mostrándonos su extensión a los paganos, viajando y rebasando fronteras, haciéndose verdaderamente católica (universal).


Los signos, son sólo signos; y la Grandeza de Dios siempre los trasciende. No hay signo que abarque a Dios, pero estos signos son “índices”, apuntan hacia Él, pero nosotros no podemos quedarnos ahí, es más, Jesús mismo nos llama: “Vengan y vean” (Cfr. Jn 1, 39)

«¡Que no muera la paloma!

Zenkey Shibayama, … que era abad del monasterio Nazenji en Kioto, cita varias veces en sus obras la siguiente parábola con gran sentimiento por los sufrimientos de la humanidad y compasión íntima por su dolor (Op. Cit. pp. 136-200).

Una delicada paloma se dio cuenta en una ocasión
de un fuego de montaña que hacía
arder muchas millas cuadradas de bosque.
La paloma quiso extinguir
aquella terrible conflagración,
pero no había nada que pudiera hacer un pequeño
y delicado pájaro. Dándose cuenta de que no podía
hacer nada para arreglar la situación,
el ave, empero no permaneció quieta.
Con una irreprimible compasión
empezó a volar desde el fuego hasta un lago
que había lejos, desde el que trasportaba
unas cuantas gotas de agua en su pico cada vez.
Antes de que pasase mucho tiempo,
las energías abandonaron a la paloma,
que cayó muerta al suelo
sin haber alcanzado ningún resultado tangible.

Con mi mayor respeto al genial autor, pero yo no habría matado a la paloma. Yo la habría dejado volar mientras pudiera en su misión compasiva hacia el bosque, los animales, la naturaleza. Y la habría dejado descansar también entes de agotarse, para seguir cuando recobrara fuerzas con sus vuelos bienhechores en su tarea o en otra. No hace falta que muera. No hace falta que demos la vida por todas las causas en el mundo que merecen sacrificio. Lo importante es que trabajemos, que volemos, que llevemos agua en el pico, aunque sólo sea unas gotas, para apagar incendios y calmar sedes y dar esperanza a quienes la han perdido. Lo importante es ser paloma cuando no falten incendios.

La enseñanza central de la parábola, que casi se pierde de vista con la pena por la muerte de la paloma, es que hay que seguir haciendo todo lo que podamos hacer “aunque no se alcance ningún resultado tangible”. Ya sabemos que no podemos apagar el incendio. Pero no por eso debemos cruzarnos de brazos y dejar que arda el bosque. Hemos de contribuir con nuestra gota de agua. ¿Para qué, si no ha de servir para nada? Sí que sirve de algo. Sirve para decir que hay alguien a quien le importa que se queme el bosque, sirve para hablar cuando todos callan; sirve para crear opinión y despertar conciencias; sirve para dar testimonio ante todos los que ven el vuelo blanco de la paloma compasiva sobre el rojo resplandor de las llamas.


Y sirve, más que nada, para desprendernos nosotros de esa necesidad compulsiva de obtener “resultados tangibles” para creer que nuestro trabajo es válido y nuestra vida merece la pena. Aprendamos a trabajar aunque no consigamos nada, a testimoniar aunque nadie nos haga caso, a llevar agua aunque no apaguemos el incendio. Aprendamos a cumplir con nuestro deber sin medir nuestra jornada por sus resultados. No podemos apagar incendios. No podemos solucionar los problemas del mundo. No podemos “conseguir” nada. Pero si podemos vivir, podemos volar, podemos tener fe y mostrar confianza, podemos levantar la mirada y afirmar la esperanza.

Por eso no quiero que muera la paloma. Que siga viviendo para acudir a otros incendios, para atraer otras miradas, para enseñar a otros corazones. Mientras las palomas sigan cruzando la vida del hombre, habrá esperanza sobre la tierra.»[2]

Volar o caminar, aunque sea a pasos muy cortos
Primero Carlos G. Vallés ha modificado el relato de Zenkey Shibayama, ahora nosotros querríamos adjuntar otra glosa, para ratificar que hay que volar para traer unas cuantas gotitas en el pico, sin esperar “resultados tangibles”; esta vez se trata de una idea de Carmen Pardo, religiosa de la Congregación Romana de Santo Domingo, ella nos propone:

«… quiero sugerir algunas pistas que nos sirvan de invitación al compromiso, a ponernos en marcha y salir a la vida, empeñados en ser pregoneros de buenas noticias:

… Jesús como Voz y Palabra del Padre, traspasa el límite del desierto para ir a Galilea y adentrarse en el espesor de la historia humana, allí donde las hijas e hijos del Padre esperan recibir una Buena Noticia (Mc 1, 14-15).


… otra voz profética de nuestra historia, la de Jon Sobrino, cifraba la esperanza en un mensaje: “Es posible ser humanos”. Cada día las noticias nos hablan de inhumanidad (masacres indiscriminadas, tortura, corrupción, violencia ciudadana, abusos sexuales, tráfico de drogas…). Sin embargo, es preciso que nuestra voz se alce y se haga eco de un proyecto humano. Necesitamos narrarnos unos a otros historias de vida plena; de tantas mujeres, hombres y niños empeñados en dar vida; de tantas personas voluntarias para prestar un servicio y que saben vivir la gratuidad en pequeños gestos. Necesitamos creer que lo humano tiene la última palabra.

-La frontera de las macrorrealizaciones.
Hemos de osar cruzar esta frontera para ser capaces de arriesgar en “las cosas chiquitas” de las que habla Eduardo Galeano:

“Son cosas chiquitas
No acaban con la pobreza,
no nos sacan del subdesarrollo,
no socializan los medios de producción
y de cambio,
no expropian las cuevas de Alí Babá.
Pero quizá desencadenan la alegría de hacer,
y la traduzcan en actos.
Y, al fin y al cabo,
actuar sobre la realidad y cambiarla,
aunque sea un poquito,
es la única manera de probar
que la realidad es transformable”.
………….
“Dios nos eligió
Para mostrarnos unos a otros el Amor de Dios.
Somos el vocabulario de Dios;
palabras vivas
para dar voz a la bondad de Dios
con nuestra propia bondad;
para dar voz a la compasión, a la ternura,
la solicitud y la fidelidad de Dios
con las nuestras propias” (Leo Rock, sj.)

Y reunirnos en grupos, en comunidades eclesiales de base, en comunidades religiosas o de vecinos, para preguntarnos a través de qué signos concretos podemos llegar a ser compasión y ternura de Dios para nuestros hermanos, para preguntarnos y compartir cómo podemos dar voz a la bondad de Dios para nuestros hermanos y hermanas aplastados por la inmigración, el hambre, el desempleo, el alcohol, el sinsentido de la vida.».[3]




[1] Muñoz, Héctor. CUENTOS BÍBLICOS CORTITOS.  Ed. San Pablo. Bs. As Argentina 2004 pp. 176-179
[2] Vallés, Carlos G. sj. SALIÓ EL SEMBRADOR Ed. Sal Terrae Santander-España 1992. pp. 181-183
[3] Pardo, M Carmen op. PORTAVOZ DE BUENAS NUEVAS PARA MI PUEBLO. Conferencia de Religiosos de Colombia. pp. 8-12