lunes, 24 de febrero de 2025

Martes de la Séptima Semana del tiempo Ordinario


 

Si 2, 1-11

Reiteremos dos ideas que son referenciales para tener presente en la Lectura de todo el Sirácida: el Libro fue escrito por Jesús Ben Sirá, por lo cual se le conoce también como Sirácida, originalmente en hebreo, y traducido por su nieto al griego. El original hebreo muy pronto desapareció, y, en el siglo XIX, ya próximos al XX se recuperaron consecutivamente diversos fragmentos de su original en hebreo. De Ben Sirá sabemos que era un comerciante acomodado y afirmaba que su fortuna se debía a lo que había aprendido en las Escrituras.

 

Hoy tomamos la perícopa de la Primera Lectura del capítulo 2, que tiene 18 versículos y leemos los 11 primeros. Inicia señalando tres rasgos a cuidar cuando nos pongamos al servicio de Dios:

1.    Firmeza en la justicia, más exactamente dice: “Mantener el corazón firme,

2.    Temor (de Dios), con mucha exactitud lo que pide es “sé valiente”

3.    Prepararse para la prueba, no asustarse cuando sobrevenga una desgracia.

 

Luego, en el verso 4 recapitula pidiendo “Acepta todo cuanto te sobrevenga,
aguanta enfermedad y pobreza”.

 

En el verso 5 (que nosotros vemos como el núcleo de la perícopa), hace una comparación:

·         Al oro se le prueba por medio del fuego,

·         A los que agradan a Dios también se les hace una prueba: “el horno de la pobreza”.

 

La fidelidad al Señor está mostrada con 4 características que reúne aquel que es fiel mientras mantiene los dientes apretados:

1.    Aguardan la Misericordia de Dios sin desvíos (el impío decae y se deprava),

2.    El premio no se demorará en ser recibido.

3.    Esperan tres cosas; a) bienes b) gozo eterno, y c) Misericordia

4.    Recibirán la Luz en sus corazones.

 

Nos invita a remitirnos al pasado para comprobar la historia de los que confían, perseveran e invocan al Señor, esos:

1.    No fueron defraudados

2.    No fueron abandonados,

3.    Tampoco quedaron desatendidos.

 

Vamos corriendo allí donde nos ofertan un aprendizaje fulminante, como un rayo, frente a una “escases de tiempo” siempre apremiante, nada nos viene mejor que conseguirlo todo de inmediato. Todo se quiere alcanzar al instante, y nada es mejor recibido que aquello que se propone “en el menor tiempo posible”.

 

La sabiduría no está entre estos ideales de muy pronto logro. Requiere prolongada y fiel dedicación, a veces, se deja entrever como una meta hacia la que avanzamos con muy pausado avance. Lo que anuncia esta perícopa de hoy, requisita tres disponibilidades:

      i.        Firmeza en la justicia

     ii.        Devoción

    iii.        Entrenamiento y fortalecimiento para soportar la prueba. Uno no puede darle cabida a la angustia cuando lleguen las adversidades.

 


De estos argumentos se deriva el gran Corolario: “Porque el Señor es Compasivo y Misericordioso, perdona el pecado y salva del peligro”. Es la consigna heráldica que porta este blasón.

 

Sal 37(36), 3-4. 18-19. 27-28. 39-40

Encomendar es dejarlo en sus Manos



Estamos en el territorio de las Alianzas, a él corresponde el género del Salmo 37(36), que tiene 40 versos y de ellos tomamos 8 para la perícopa de la liturgia de hoy. La Alianza de este Salmo nos invita al “abandono”, en vez de afanarnos, hay que dejar a la historia seguir su curso manejada por el Señor. Idea que está muy bien sustentada en el responsorio: “Encomienda tu camino al Señor, y Él actuará”. Los impíos sólo cosecharan tristezas. Mientras, el señor será Benefactor de los que mantienen su fiel Alianza con Él. Encontramos seis clausulas favorables garantizadas por Dios-Confiable:

1.    Habitaras la tierra

2.    Te dará lo que pide tu corazón.

3.    Su herencia durará siempre; y, los días de los buenos no se agostarán en tiempos de sequía.

4.    En tiempos de hambre, se saciarán.

5.    Siempre tendrás una casa.

6.    Protege a sus fieles y los libra de los malvados.

 

Mc 9, 30-37

Con una palabra tan sencilla como decisiva, Jesús renueva nuestro modo de vivir. Nos enseña que el verdadero poder no está en el dominio de los más fuertes, sino en el cuidado de los más débiles. El verdadero poder es cuidar a los más débiles, ¡esto te hace grande!

Papa Francisco



En el Evangelio Jesús -quien había interrumpido su misión con la gente para concentrarse en la “formación” de sus discípulos-, procura pasar inadvertido para entregarse en profundidad a este nuevo objetivo, que el propio Padre Celestial aprobó cuando llamó a los discípulos que había ascendido con Él y ante quienes se produjo la Transfiguración, y les ordeno que le prestaran atención y se enfocaran en sus enseñanzas tratando de aprovechar al máximo su orientación: “Escúchenlo” (Mc 9,7). Recordemos que Jesús está redoblando esfuerzos por aclararles el tipo distinto de Mesías que Él representa. Por tres veces les pone sobre la mesa el asunto de su “programa”:

1.    Ser entregado y puesto en manos de los hombres

2.    Lo Matarán

3.    Y, al cabo de tres días, resucitará.

 

“Marcos aclara por qué los discípulos no entendían nada y por qué les daba miedo preguntar a Jesús. Ellos estaban sumidos en la ambición personal”. (Juan Mateos s.j.) En esta oportunidad, los discípulos arrojan una bomba de humo sobre esta “enseñanza” y -precisamente por el miedo    que les ´produce esta predicción, evitan entrar en materia y, pasan a otra cosa. En vez de fijarse en el pronóstico que les hace, para ellos el tema candente es cuál de entre ellos es el más “ilustre”, a quien elegirá Jesús como Primer Ministro, o quizá el Maestro quiera dedicarse a “vacacionar” y delegue en alguno de ellos el cargo de Rey… A los discípulos -que quieren estar cerca de Jesús- no les importa la cercanía de su Maestro, sino la posibilidad de estar sentados en el “Trono”.

 

Viene, entonces, una de esas enseñanzas resplandecientes -tanto como las Vestiduras de Jesús durante la Transfiguración ¿Quién será el “Primero”? La respuesta es triple:

1.    El que se ponga de últimas.

2.    El que “sirva” a todos los demás.

3.    El gran paradigma para quien quiera llegar a la cumbre y cercanía en el Corazón de Dios es “el que reciba a un παιδίων [paidióm] niño como este en mi nombre, a mí me recibe”.

En la acepción más corriente παιδίων significa un niño en edad escolar; ¡atención!, el meollo no está en la palabra “niño”; la verdadera médula está en la expresión ἐπὶ τῷ ὀνόματί μου en mi nombre. El nombre, desde la cultura hebrea significa lo que define toda la historia de la persona, su misión, el objetivo con el cual fue creada, el principio y el final de su vida terrenal, para algunos incluso, esa palabra incluía su destino de perdición o salvación.

 

Querer estar cerca de Jesús, para estar cerca de Su Corazón: Llegados a este punto, es muy importante tener claro que no basta acoger a un “niño”, velar por él con paternales atenciones, proveerlo de todo lo necesario, adornarlo con todos los ribetes de la filantropía: lo verdaderamente esencial para que Dios acerque a quien lo cuide a su Corazón -como hizo Jesús al abrazarlo- es ser capaces de ver en ese niño, la Presencia de Jesús. Reconocer que ese “pequeñuelo” es sacramento de Dios-Humanado.

 

La palabra nuclear -según nuestra perspectiva- es Δέχηται [dechetai] en presente de subjuntivo, del verbo δέχομαι [dechomai] «acoger”, “recibir”, “aceptar”, “tomar”, “prodigar cuidado” “dar la bienvenida”. Recalcamos mucho la mirada compasiva como primer momento de nuestra conversión, pero no podemos quedarnos ahí, viene el paso siguiente, y es precisamente lo que retrata este verbo: después de la compasión viene la “acogida”. Podríamos, para resaltar el valor compasivo de la acogida, decir que sin acogida no hay verdadera y sincera compasión. Se enuncia como ley de transitividad: el que acoge y cuida al débil, ese acoge a Jesús, y en esta acogida, está acogiendo a YHWH: al Abba.

 

«He aquí por qué el Maestro llama a un niño, lo coloca entre los discípulos y lo abraza diciendo: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí”. El niño no tiene poder: el niño tiene necesidad. Cuando cuidamos al hombre, reconocemos que el hombre siempre necesita vida.


 

Nosotros, todos nosotros, estamos vivos porque hemos sido acogidos, pero el poder nos hace olvidar esta verdad. ¡Tú estás vivo porque has sido acogido! Entonces nos convertimos en dominadores, no servidores, y los primeros que sufren son precisamente los últimos: los pequeños, los débiles, los pobres.

 

Hermanos y hermanas, ¡cuántas personas, sufren y mueren por las luchas de poder! Son vidas que el mundo rechaza, como rechazó a Jesús, los que son excluidos y mueren… Cuando fue entregado en manos de los hombres, Él no encontró un abrazo, sino una cruz. Sin embargo, el Evangelio sigue siendo palabra viva y llena de esperanza: Aquel que fue rechazado resucitó, ¡es el Señor!»

 

Solamente quien es capaz de detectar detrás de cada “débil”, de cada “marginado”, de cada “sufriente” el Rostro de Jesús y su “Divina Mirada”, podrá acoger entre sus brazos el Abrazo de Dios.

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