Si
2, 1-11
Reiteremos dos ideas que son referenciales para tener presente
en la Lectura de todo el Sirácida: el Libro fue escrito por Jesús Ben Sirá, por
lo cual se le conoce también como Sirácida, originalmente en hebreo, y
traducido por su nieto al griego. El original hebreo muy pronto desapareció, y,
en el siglo XIX, ya próximos al XX se recuperaron consecutivamente diversos
fragmentos de su original en hebreo. De Ben Sirá sabemos que era un comerciante
acomodado y afirmaba que su fortuna se debía a lo que había aprendido en las
Escrituras.
Hoy tomamos la perícopa de la Primera Lectura del capítulo 2,
que tiene 18 versículos y leemos los 11 primeros. Inicia señalando tres rasgos
a cuidar cuando nos pongamos al servicio de Dios:
1. Firmeza
en la justicia, más exactamente dice: “Mantener el corazón firme,
2. Temor
(de Dios), con mucha exactitud lo que pide es “sé valiente”
3. Prepararse
para la prueba, no asustarse cuando sobrevenga una desgracia.
Luego, en el verso 4 recapitula pidiendo “Acepta todo cuanto te sobrevenga,
aguanta enfermedad y pobreza”.
En
el verso 5 (que nosotros vemos como el núcleo de la perícopa), hace una
comparación:
·
Al oro se le prueba por medio del fuego,
·
A los que agradan a Dios también se les
hace una prueba: “el horno de la pobreza”.
La fidelidad al Señor está mostrada con 4 características que
reúne aquel que es fiel mientras mantiene los dientes apretados:
1. Aguardan
la Misericordia de Dios sin desvíos (el impío decae y se deprava),
2. El
premio no se demorará en ser recibido.
3. Esperan
tres cosas; a) bienes b) gozo eterno, y c) Misericordia
4. Recibirán
la Luz en sus corazones.
Nos invita a remitirnos al pasado para comprobar la historia
de los que confían, perseveran e invocan al Señor, esos:
1. No
fueron defraudados
2. No
fueron abandonados,
3. Tampoco
quedaron desatendidos.
Vamos
corriendo allí donde nos ofertan un aprendizaje fulminante, como un rayo,
frente a una “escases de tiempo” siempre apremiante, nada nos viene mejor que
conseguirlo todo de inmediato. Todo se quiere alcanzar al instante, y nada es
mejor recibido que aquello que se propone “en el menor tiempo posible”.
La
sabiduría no está entre estos ideales de muy pronto logro. Requiere prolongada
y fiel dedicación, a veces, se deja entrever como una meta hacia la que
avanzamos con muy pausado avance. Lo que anuncia esta perícopa de hoy, requisita
tres disponibilidades:
i.
Firmeza en la justicia
ii.
Devoción
iii.
Entrenamiento y fortalecimiento para soportar la prueba.
Uno no puede darle cabida a la angustia cuando lleguen las adversidades.
De estos argumentos se deriva el gran Corolario: “Porque el Señor es Compasivo y Misericordioso,
perdona el pecado y salva del peligro”. Es la consigna heráldica que porta este
blasón.
Sal
37(36), 3-4. 18-19. 27-28. 39-40
Encomendar es dejarlo en sus Manos
Estamos
en el territorio de las Alianzas, a él corresponde el género del Salmo 37(36), que
tiene 40 versos y de ellos tomamos 8 para la perícopa de la liturgia de hoy. La
Alianza de este Salmo nos invita al “abandono”, en vez de afanarnos, hay que dejar
a la historia seguir su curso manejada por el Señor. Idea que está muy bien
sustentada en el responsorio: “Encomienda tu camino al Señor, y Él actuará”.
Los impíos sólo cosecharan tristezas. Mientras, el señor será Benefactor de los
que mantienen su fiel Alianza con Él. Encontramos seis clausulas favorables
garantizadas por Dios-Confiable:
1. Habitaras la tierra
2. Te dará lo que pide
tu corazón.
3. Su herencia durará
siempre; y, los días de los buenos no se agostarán en tiempos de sequía.
4. En tiempos de
hambre, se saciarán.
5. Siempre
tendrás una casa.
6. Protege
a sus fieles y los libra de los malvados.
Mc
9, 30-37
Con
una palabra tan sencilla como decisiva, Jesús renueva nuestro modo de vivir.
Nos enseña que el verdadero poder no está en el dominio de los más fuertes,
sino en el cuidado de los más débiles. El verdadero poder es cuidar a los más
débiles, ¡esto te hace grande!
Papa
Francisco
En el Evangelio Jesús -quien había interrumpido su misión con
la gente para concentrarse en la “formación” de sus discípulos-, procura pasar
inadvertido para entregarse en profundidad a este nuevo objetivo, que el propio
Padre Celestial aprobó cuando llamó a los discípulos que había ascendido con Él
y ante quienes se produjo la Transfiguración, y les ordeno que le prestaran
atención y se enfocaran en sus enseñanzas tratando de aprovechar al máximo su
orientación: “Escúchenlo” (Mc 9,7). Recordemos que Jesús está redoblando
esfuerzos por aclararles el tipo distinto de Mesías que Él representa. Por tres
veces les pone sobre la mesa el asunto de su “programa”:
1. Ser
entregado y puesto en manos de los hombres
2. Lo
Matarán
3. Y,
al cabo de tres días, resucitará.
“Marcos aclara por qué los discípulos no entendían nada y por
qué les daba miedo preguntar a Jesús. Ellos estaban sumidos en la ambición personal”.
(Juan Mateos s.j.) En esta oportunidad, los discípulos arrojan una bomba de
humo sobre esta “enseñanza” y -precisamente por el miedo que les ´produce esta predicción, evitan
entrar en materia y, pasan a otra cosa. En vez de fijarse en el pronóstico que
les hace, para ellos el tema candente es cuál de entre ellos es el más
“ilustre”, a quien elegirá Jesús como Primer Ministro, o quizá el Maestro
quiera dedicarse a “vacacionar” y delegue en alguno de ellos el cargo de Rey… A
los discípulos -que quieren estar cerca de Jesús- no les importa la cercanía de
su Maestro, sino la posibilidad de estar sentados en el “Trono”.
Viene, entonces, una de esas enseñanzas resplandecientes
-tanto como las Vestiduras de Jesús durante la Transfiguración ¿Quién será el
“Primero”? La respuesta es triple:
1. El
que se ponga de últimas.
2. El
que “sirva” a todos los demás.
3. El
gran paradigma para quien quiera llegar a la cumbre y cercanía en el Corazón de
Dios es “el que reciba a un παιδίων [paidióm] niño
como este en mi nombre, a mí me recibe”.
En la acepción más corriente παιδίων significa un niño en edad escolar; ¡atención!,
el meollo no está en la palabra “niño”; la verdadera médula está en la
expresión ἐπὶ τῷ ὀνόματί μου en mi nombre. El nombre, desde la
cultura hebrea significa lo que define toda la historia de la persona, su
misión, el objetivo con el cual fue creada, el principio y el final de su vida
terrenal, para algunos incluso, esa palabra incluía su destino de perdición o
salvación.
Querer estar cerca de Jesús, para estar cerca de Su Corazón: Llegados
a este punto, es muy importante tener claro que no basta acoger a un “niño”,
velar por él con paternales atenciones, proveerlo de todo lo necesario,
adornarlo con todos los ribetes de la filantropía: lo verdaderamente esencial
para que Dios acerque a quien lo cuide a su Corazón -como hizo Jesús al abrazarlo-
es ser capaces de ver en ese niño, la Presencia de Jesús. Reconocer que
ese “pequeñuelo” es sacramento de Dios-Humanado.
La palabra nuclear -según nuestra perspectiva- es
Δέχηται
[dechetai] en presente de
subjuntivo, del verbo δέχομαι [dechomai] «acoger”, “recibir”,
“aceptar”, “tomar”, “prodigar cuidado” “dar la bienvenida”. Recalcamos mucho la
mirada compasiva como primer momento de nuestra conversión, pero no podemos
quedarnos ahí, viene el paso siguiente, y es precisamente lo que retrata este
verbo: después de la compasión viene la “acogida”. Podríamos, para resaltar el
valor compasivo de la acogida, decir que sin acogida no hay verdadera y sincera
compasión. Se
enuncia como ley de transitividad: el que acoge y cuida al débil, ese acoge a
Jesús, y en esta acogida, está acogiendo a YHWH: al Abba.
«He aquí por qué el Maestro llama a un niño, lo coloca entre
los discípulos y lo abraza diciendo: “El que acoge a un niño como este en mi
nombre, me acoge a mí”. El niño no tiene poder: el niño tiene necesidad. Cuando
cuidamos al hombre, reconocemos que el hombre siempre necesita vida.
Nosotros, todos nosotros, estamos vivos porque hemos sido
acogidos, pero el poder nos hace olvidar esta verdad. ¡Tú estás vivo porque has
sido acogido! Entonces nos convertimos en dominadores, no servidores, y los
primeros que sufren son precisamente los últimos: los pequeños, los débiles,
los pobres.
Hermanos y hermanas, ¡cuántas personas, sufren y mueren por
las luchas de poder! Son vidas que el mundo rechaza, como rechazó a Jesús, los
que son excluidos y mueren… Cuando fue entregado en manos de los hombres, Él no
encontró un abrazo, sino una cruz. Sin embargo, el Evangelio sigue siendo
palabra viva y llena de esperanza: Aquel que fue rechazado resucitó, ¡es el
Señor!»
Solamente quien es capaz de detectar detrás de cada “débil”,
de cada “marginado”, de cada “sufriente” el Rostro de Jesús y su “Divina
Mirada”, podrá acoger entre sus brazos el Abrazo de Dios.
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