Si
1, 1-10b
¡TEN MISERICORDIA DE NOSOTROS!
σπλαγχνισθεὶς ἐφ’ ἡμᾶς.
El
próximo 5 de marzo dará inicio al Tiempo de Cuaresma de este año Litúrgico
2025. Descontando el Domingo 2 de marzo, nos quedan -hasta el martes 4 de
marzo-, 8 días de la Primera parte del tiempo Ordinario: ese tiempo lo
dedicaremos al estudio del Libro del Sirácida al que también denominamos
Eclesiástico.
En la base de toda la
reflexión que la Iglesia lleva a cabo está la conciencia de ser depositaria de
un mensaje que tiene su origen en Dios mismo (cf. 2Co 4, 1-2). El conocimiento
que ella propone al hombre no proviene de su propia especulación, aunque fuese
la más alta, sino del hecho de haber acogido en la fe la palabra de Dios. (cf.
1Ts 2,13).
FIDES
ET RATIO Juan Pablo II #7
El ser humano tiene
diferentes maneras de percibir y aprehender lo que existe, lo que pasa, lo que
sucede en su “realidad”. No es lo mismo tratar de entender un poema, que tratar
de leer una tira cómica, que tratar de captar la humedad y lo “liquido” del
agua, o resolver un problema de naturaleza matemática, así este sea muy
sencillo, tomemos por caso, saber cuántas manzanas le faltan a un paquete de
cuatro para llegar a formar una docena. Está muy claro que el tema de pensar
sobre Dios, tratar de comprender qué es la fe; o tratar de establecer una
relación, una Alianza con Él, requieren una manera distinta de aproximarse a la
cuestión, una manera diferente de abordar el asunto. Cada ciencia tiene su
“epistemología” y la teología ha de tener una, que le es propia.
Algunos se han declarado -de
salida- impotentes e incapaces de “saber” algo sobre Dios. Afirman la rotunda
imposibilidad de efectuar cualquier aproximación válida al Creador. A veces, el
error ha sido, pretender aplicar a la “teología” las mismas vías
epistemológicas de otras disciplinas y de otro tipo de “realidades”. Algunos
“saberes” se han mostrado tan prolíficos y acertados para lograr la
“intelección” que se ha pensado que también podrían ser exitosos para
acercarnos a la Divinidad con resultados consistentes. ¡También con tal enfoque
hemos cosechado fracasos!
Por ejemplo, en el ámbito
legal hemos descubierto la validez del testimonio como ruta hacia un
conocimiento de la “Verdad”, que -habría que cavilar intensamente los
argumentos y la lógica que valide esta ruta- podríamos acreditarla viable en
los temas de fe. Lo cierto es que casi todas las comprensiones de la fe
provienen de esta vertiente: aceptamos el testimonio de los hagiógrafos
-Escritores Sagrados-, de los Apóstoles, de los Evangelistas, de los Padres y
los Doctores de la Iglesia, de los Santos, de los Pontífices, en general del
Magisterio. Estos testimonios toman su precio de la veracidad y la honestidad
presumible de sus portadores. Toda la fe es un testimonio que viaja de
generación en generación y -en muchos casos- se ha avalado con la propia
sangre. Uno tendría que estar -por los menos chiflado- para dar su vida por
respaldar una falsedad, lo que se refuerza con el hecho de no tener ninguna
ganancia inmediata con estos “sacrificios”.
La única ganancia de la fe,
es la que -no los beneficia personalmente- sino que acuñan la única moneda que
podría comprar la Salvación para otros. Se trata de lucrar al prójimo,
favoreciéndolos con el don de una vida imperecedera. Así que esta labor de
continuidad tiene como finalidad compartir fraternalmente unos “hallazgos”
salvíficos que son accesibles por la vía del “testimonio”. Como decía el poeta:
porque amamos la vida, podemos defenderla hasta la muerte”.
El ensamble de estos
testimonios constituye la “tradición” de la Iglesia. La tradición no es
una momia cuidadosamente preservada, sino la identidad eclesial viva y
dinamizadora de nuestra fe.
El Canon Judío no acepta
como parte de sus Escrituras, más que los Libros del Primer Testamento que,
originalmente, fueron escritos en hebreo. Este Libro, que nosotros aceptamos,
tiene para ellos ese gran inconveniente, nos llegó por medio de una versión en
griego, por lo que fue marginado para esa tradición; aun cuando ingresó a la
nuestra como parte del “Segundo Canon”, donde fue muy aceptado, porque es
evidente que era muy constructivo y explicaba a otras culturas, especialmente a
las emparentadas con el helenismo, como seguir siendo fieles a las tradiciones
del “pueblo elegido”. Así que lo tradujo y publicó para que, los que -viviendo
en el extranjero- querían, de todas maneras, ceñirse a la Ley Judía, y vivir
conforme a ella, pudieran acceder -en la que se había vuelto la lingua franca, el griego- donde muchísimos ya no entendían el hebreo.
Muy recientemente se han
descubierto fragmentos de la versión hebrea de ese Libro. Se cree que fue escrito
por allá en el II Siglo a.C. y que la traducción griega -hecha por el nieto- se
realizó en el 132 a.C. en Egipto, durante la transición del judaísmo del
imperio Ptolomeo al Imperio Seleucida. Según datos proporcionados en el
prólogo, reconocido como un anexo extra-canónico, Reinaba en aquel entonces,
Evergetes II, apodado “Fiscon”, valga decir, Barrigón, (Ptolomeo VIII).
El Señor mismo creó la Sabiduría, la vio, la midió, y
la derramó sobre todas sus obras. Se la concedió a todos los vivientes y se la regaló
a quienes lo aman.
Eclo 1, 10
Toda la sabiduría -como se
nos dice en Eclesiástico-, es propiedad de Dios, quien la creó. Y aquí, la
sorpresa de su Inconmensurable Misericordia, ¡no la quiere para Él solo!; ¡Él
la comparte y la “regala” a quienes lo aman! (Cfr. Eclo 1,10b) (Esto es
esencial para implementar una epistemología teológica correcta: amar a Dios
genera un privilegio, una contraprestación que Dios otorga, un Don, Él nos abre
la puerta al “saber”, ¡no es un negocio!, es un “regalo” una benignidad del
Señor que la “obsequia” -esta palabra, que proviene del latín- implica
afabilidad, es decir, Alguien -en este caso lo ponemos en mayúscula porque se
trata de Dios-, a quien se le puede dirigir la palabra, con quien se puede
dialogar).
Es cierto que tratar los
temas teológicos con las herramientas epistémicas de las ciencias naturales es
tan descabellado como proponernos enhebrar una aguja mientras tenemos calzadas
las manos con guantes de boxeo; pero, como Dios es persona, (desde que cobramos
conciencia de que, El-Nuestro es un Dios-Persona), podemos -dentro de ciertos
parámetros- aplicarle las pautas que usamos para relacionarnos con nuestros
semejantes, para lograr una aproximación acertada y fructuosa. Otro acto de
compasión Divina, fue humanarse, para que lo inaccesible del Padre nos fuera
asequible por medio del Hijo. El Hijo nos habla con Palabras humanas, con
lenguaje humano: El Hijo es Sacramento del Padre.
Sal
93(92), 1ab. 1c-2. 5
Mi Rey es Rey de reyes
y Señor de señores. Mi vida es más fácil porque tú eres Rey. Mi futuro está
asegurado, porque Tú reinas sobre todos los tiempos. Mi salvación está
conseguida, porque Tú, Dios Omnipotente, eres mi Redentor, tu Poder es la
garantía de mi Fe.
Carlos G. Vallés s.j.
Este
salmo pertenece a la familia de los que proclaman que ¡YHWH reina! Cuando
fueron llevados deportados a Babilonia, y allí presenciaron el culto que se la
daba a Marduk, que simbólicamente combatía, anualmente con el dragón Tiamat, la
personificación del agua dulce debajo de la tierra, lo vencía y era nuevamente
coronado y entronizado. Post-exílicamente, el pueblo judío quiso de alguna
manera reproducir este homenaje y actualizar la consciencia de estar aliados y
regidos por YHWH.
Aquí
en el Salmo también aparece esa lucha, entre el “oleaje del mar” -haciendo
alusión al Señor de la Olas, el temible Tiamat- y el Poderío de Dios. Pero,
aquí. “El Señor מָלָךְ֮ [malak] “Reina” לָבַשׁ [lavash] “vestido” de Majestad, y הִתְאַזָּ֑ר [azar] “ceñido” de Poder”.
Él
es el Pilar del Orbe entero, Él es el Pivote para el Trono Inamovible. Dios es
así, Sempiterno, absolutamente Perenne.
Él
nos ha dado como estructura de solidez para nosotros su Constitución, sus
Preceptos. Con su estructura jurídica le ha puesto rieles a toda la historia
humana. Reglados para sobrevivir en una Comunidad indestructible.
Dios
no está atrapado en el remoto pasado de la Creación. Tampoco está encarcelado
en algún vetusto esjatón. Al contrario, palpita Vital y Poderoso en el
Presente-Eterno que es el Suyo, la Acción y la Fuerza Cotidiana.
“Adoro
Señor, y me inclino en humildad ante Tu Majestad. Me regocijo al ver destellos
de tu Omnipotencia, al verte como Dueño Absoluto de toda la tierra y el mar,
porque yo lucho en tu bando y tus Victorias son mías”. (Carlos G. Vallés s.j)
Mc
9, 14-29
A menudo, también
aquellos que aman a Jesús no arriesgan mucho en su fe y no se confían
completamente a Él.
Papa Francisco
Para penetrar y traspasar
aquellas barreras epistémicas que nos “enjaulan”, tenemos que confiar
en la donación y apertura de la Divinidad. Sólo en la medida que el Otro se
“abre”, que el Otro se nos “confía”, se “Revela”, nos habla de Sí, podemos
acercarnos. Sí fuese de otra manera, nosotros seguiríamos siendo poseídos por
espíritus que no nos dejan hablar, que nos hacen sordos y mudos.
El Evangelio nos dice que
hay un “entrenamiento” eficaz para lograr el control de esta clase de espíritus;
y es “la oración”. Era su ausencia lo que incapacitaba a los discípulos; sólo
mediante la oración se puede conectar con la Gracia. Entonces, la
fe no es algo que se tiene o no se tiene. Eso conduce a una tergiversación de
la religión: pensar que la fe es una cosa que algunos han tenido el cuidado de
comprar y otros no. Por ejemplo: “Nosotros no tenemos linterna”, no hemos
comprado una o no la hemos traído… el tema se vuelve, súbitamente, en una
puesta en cuestión de los alcances del Poder de Nuestro Señor.
La fe, en cambio, es la
comprensión y la seguridad de que Dios tiene el Poder y le sobra; pero que
nosotros, -como un alambre de cobre- tenemos que dejar que su poder pueda
actuar a través de nosotros. Que nosotros seamos buenos conductores de “Su Electricidad”.
La oración es el llamado de auxilio para que Dios haga pasar todo su “voltaje”
por nuestras fibras de trasmisión: «Creo, pero ayuda mi falta de fe (auxilia
mi increencia)». ¡Pongo mi pequeña parte, pero soy consciente
que sólo tu Poder puede someter el mal y la muerte!
Nos parece que esta relación
es clave: No basta “creer”, es definitivo que dejemos obrar a Dios. Su poder no
se manifiesta porque nosotros hayamos sido repletos de poder, sino porque
aceptamos que sólo Él tiene el Poder. Fijémonos en la palabra “oración”,
palabra de origen latino que significa “discurso”, (por cierto, significado muy
grato, tal vez al fariseísmo). En el Evangelio según Marcos la palabra que
encontramos en griego es προσευχῇ [proseuche] que se deriva de προσ [pros] trueque, y ευχῇ [euche] deseo, necesidad expresada, dependencia manifestada;
la expresión griega se refiere a “una charla en la que cada quien dice lo que
necesita, lo que le falta, lo que el otro puede hacer por uno”. Es “un dejarle
conocer al interlocutor lo que esperamos de él”. Los espíritus más indómitos,
no responden si no apelamos a Dios para que Él los someta. No es un concurso de
bolillos para golpear: “yo tengo un palo para pincho, yo me encargo”, otro
viene y dice, “yo tengo un palo de escoba, creo estar en mejores condiciones
para dominarlo”, el tercero viene y dice “déjenmelo a mí, tengo un bate de
béisbol, creo que llevo las de ganar”, el cuarto ofrece: “¿qué les parece,
tengo una picana eléctrica, para darle descargas a las vacas, ¿no les parece
que eso será más eficaz?”. Pero el discípulo -que se ha entrenado con su
oración permanente sabrá que “Esta clase de espíritus sólo obedecen la Voz con
Autoridad de Jesús, permitamos que sea Él quien lo increpe. (cf.
Mc 9, 25) “… se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva,
expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le
obedecen." (Mc 1, 27bc).
«¿por
qué, esta incredulidad? Creo que es justamente el corazón que no se abre, el
corazón cerrado, el corazón que quiere tener todo bajo control.
Es
un corazón que no se abre y no deja a Jesús el control de las cosas, y cuando
los discípulos le preguntan por qué no han podido sanar al joven, el Señor
responde que aquel tipo de demonio no se puede eliminar sino solo con la
oración.
Todos
nosotros llevamos un poco de incredulidad, dentro. Es necesaria una oración
fuerte, y esta oración humilde y fuerte hace que Jesús pueda obrar el milagro.
La oración para pedir un milagro, para pedir una acción extraordinaria debe ser
una oración coral, que nos involucre a todos». (Papa Francisco)
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