domingo, 23 de febrero de 2025

Lunes de la Séptima Semana del tiempo Ordinario



Si 1, 1-10b

¡TEN MISERICORDIA DE NOSOTROS!

σπλαγχνισθεὶς ἐφ’ ἡμᾶς.

El próximo 5 de marzo dará inicio al Tiempo de Cuaresma de este año Litúrgico 2025. Descontando el Domingo 2 de marzo, nos quedan -hasta el martes 4 de marzo-, 8 días de la Primera parte del tiempo Ordinario: ese tiempo lo dedicaremos al estudio del Libro del Sirácida al que también denominamos Eclesiástico.

 

En la base de toda la reflexión que la Iglesia lleva a cabo está la conciencia de ser depositaria de un mensaje que tiene su origen en Dios mismo (cf. 2Co 4, 1-2). El conocimiento que ella propone al hombre no proviene de su propia especulación, aunque fuese la más alta, sino del hecho de haber acogido en la fe la palabra de Dios. (cf. 1Ts 2,13).

FIDES ET RATIO Juan Pablo II #7

 

El ser humano tiene diferentes maneras de percibir y aprehender lo que existe, lo que pasa, lo que sucede en su “realidad”. No es lo mismo tratar de entender un poema, que tratar de leer una tira cómica, que tratar de captar la humedad y lo “liquido” del agua, o resolver un problema de naturaleza matemática, así este sea muy sencillo, tomemos por caso, saber cuántas manzanas le faltan a un paquete de cuatro para llegar a formar una docena. Está muy claro que el tema de pensar sobre Dios, tratar de comprender qué es la fe; o tratar de establecer una relación, una Alianza con Él, requieren una manera distinta de aproximarse a la cuestión, una manera diferente de abordar el asunto. Cada ciencia tiene su “epistemología” y la teología ha de tener una, que le es propia.

 

Algunos se han declarado -de salida- impotentes e incapaces de “saber” algo sobre Dios. Afirman la rotunda imposibilidad de efectuar cualquier aproximación válida al Creador. A veces, el error ha sido, pretender aplicar a la “teología” las mismas vías epistemológicas de otras disciplinas y de otro tipo de “realidades”. Algunos “saberes” se han mostrado tan prolíficos y acertados para lograr la “intelección” que se ha pensado que también podrían ser exitosos para acercarnos a la Divinidad con resultados consistentes. ¡También con tal enfoque hemos cosechado fracasos!

 

Por ejemplo, en el ámbito legal hemos descubierto la validez del testimonio como ruta hacia un conocimiento de la “Verdad”, que -habría que cavilar intensamente los argumentos y la lógica que valide esta ruta- podríamos acreditarla viable en los temas de fe. Lo cierto es que casi todas las comprensiones de la fe provienen de esta vertiente: aceptamos el testimonio de los hagiógrafos -Escritores Sagrados-, de los Apóstoles, de los Evangelistas, de los Padres y los Doctores de la Iglesia, de los Santos, de los Pontífices, en general del Magisterio. Estos testimonios toman su precio de la veracidad y la honestidad presumible de sus portadores. Toda la fe es un testimonio que viaja de generación en generación y -en muchos casos- se ha avalado con la propia sangre. Uno tendría que estar -por los menos chiflado- para dar su vida por respaldar una falsedad, lo que se refuerza con el hecho de no tener ninguna ganancia inmediata con estos “sacrificios”.


 

La única ganancia de la fe, es la que -no los beneficia personalmente- sino que acuñan la única moneda que podría comprar la Salvación para otros. Se trata de lucrar al prójimo, favoreciéndolos con el don de una vida imperecedera. Así que esta labor de continuidad tiene como finalidad compartir fraternalmente unos “hallazgos” salvíficos que son accesibles por la vía del “testimonio”. Como decía el poeta: porque amamos la vida, podemos defenderla hasta la muerte”.

 

El ensamble de estos testimonios constituye la “tradición” de la Iglesia. La tradición no es una momia cuidadosamente preservada, sino la identidad eclesial viva y dinamizadora de nuestra fe.

 

El Canon Judío no acepta como parte de sus Escrituras, más que los Libros del Primer Testamento que, originalmente, fueron escritos en hebreo. Este Libro, que nosotros aceptamos, tiene para ellos ese gran inconveniente, nos llegó por medio de una versión en griego, por lo que fue marginado para esa tradición; aun cuando ingresó a la nuestra como parte del “Segundo Canon”, donde fue muy aceptado, porque es evidente que era muy constructivo y explicaba a otras culturas, especialmente a las emparentadas con el helenismo, como seguir siendo fieles a las tradiciones del “pueblo elegido”. Así que lo tradujo y publicó para que, los que -viviendo en el extranjero- querían, de todas maneras, ceñirse a la Ley Judía, y vivir conforme a ella, pudieran acceder -en la que se había vuelto la lingua franca, el griego- donde muchísimos ya no entendían el hebreo.


 

Muy recientemente se han descubierto fragmentos de la versión hebrea de ese Libro. Se cree que fue escrito por allá en el II Siglo a.C. y que la traducción griega -hecha por el nieto- se realizó en el 132 a.C. en Egipto, durante la transición del judaísmo del imperio Ptolomeo al Imperio Seleucida. Según datos proporcionados en el prólogo, reconocido como un anexo extra-canónico, Reinaba en aquel entonces, Evergetes II, apodado “Fiscon”, valga decir, Barrigón, (Ptolomeo VIII).

 

El Señor mismo creó la Sabiduría, la vio, la midió, y la derramó sobre todas sus obras. Se la concedió a todos los vivientes y se la regaló a quienes lo aman.

Eclo 1, 10

Toda la sabiduría -como se nos dice en Eclesiástico-, es propiedad de Dios, quien la creó. Y aquí, la sorpresa de su Inconmensurable Misericordia, ¡no la quiere para Él solo!; ¡Él la comparte y la “regala” a quienes lo aman! (Cfr. Eclo 1,10b) (Esto es esencial para implementar una epistemología teológica correcta: amar a Dios genera un privilegio, una contraprestación que Dios otorga, un Don, Él nos abre la puerta al “saber”, ¡no es un negocio!, es un “regalo” una benignidad del Señor que la “obsequia” -esta palabra, que proviene del latín- implica afabilidad, es decir, Alguien -en este caso lo ponemos en mayúscula porque se trata de Dios-, a quien se le puede dirigir la palabra, con quien se puede dialogar).

 

Es cierto que tratar los temas teológicos con las herramientas epistémicas de las ciencias naturales es tan descabellado como proponernos enhebrar una aguja mientras tenemos calzadas las manos con guantes de boxeo; pero, como Dios es persona, (desde que cobramos conciencia de que, El-Nuestro es un Dios-Persona), podemos -dentro de ciertos parámetros- aplicarle las pautas que usamos para relacionarnos con nuestros semejantes, para lograr una aproximación acertada y fructuosa. Otro acto de compasión Divina, fue humanarse, para que lo inaccesible del Padre nos fuera asequible por medio del Hijo. El Hijo nos habla con Palabras humanas, con lenguaje humano: El Hijo es Sacramento del Padre.

 

Sal 93(92), 1ab. 1c-2. 5

Mi Rey es Rey de reyes y Señor de señores. Mi vida es más fácil porque tú eres Rey. Mi futuro está asegurado, porque Tú reinas sobre todos los tiempos. Mi salvación está conseguida, porque Tú, Dios Omnipotente, eres mi Redentor, tu Poder es la garantía de mi Fe.

Carlos G. Vallés s.j.

Este salmo pertenece a la familia de los que proclaman que ¡YHWH reina! Cuando fueron llevados deportados a Babilonia, y allí presenciaron el culto que se la daba a Marduk, que simbólicamente combatía, anualmente con el dragón Tiamat, la personificación del agua dulce debajo de la tierra, lo vencía y era nuevamente coronado y entronizado. Post-exílicamente, el pueblo judío quiso de alguna manera reproducir este homenaje y actualizar la consciencia de estar aliados y regidos por YHWH.


 

Aquí en el Salmo también aparece esa lucha, entre el “oleaje del mar” -haciendo alusión al Señor de la Olas, el temible Tiamat- y el Poderío de Dios. Pero, aquí. “El Señor מָלָךְ֮ [malak] “Reina” לָבַשׁ [lavash] “vestido” de Majestad, y הִתְאַזָּ֑ר [azar] “ceñido” de Poder”.

 

Él es el Pilar del Orbe entero, Él es el Pivote para el Trono Inamovible. Dios es así, Sempiterno, absolutamente Perenne.

 

Él nos ha dado como estructura de solidez para nosotros su Constitución, sus Preceptos. Con su estructura jurídica le ha puesto rieles a toda la historia humana. Reglados para sobrevivir en una Comunidad indestructible.

 

Dios no está atrapado en el remoto pasado de la Creación. Tampoco está encarcelado en algún vetusto esjatón. Al contrario, palpita Vital y Poderoso en el Presente-Eterno que es el Suyo, la Acción y la Fuerza Cotidiana.

 

“Adoro Señor, y me inclino en humildad ante Tu Majestad. Me regocijo al ver destellos de tu Omnipotencia, al verte como Dueño Absoluto de toda la tierra y el mar, porque yo lucho en tu bando y tus Victorias son mías”. (Carlos G. Vallés s.j)

 

Mc 9, 14-29

A menudo, también aquellos que aman a Jesús no arriesgan mucho en su fe y no se confían completamente a Él.

Papa Francisco

Para penetrar y traspasar aquellas barreras epistémicas que nos “enjaulan”, tenemos que confiar en la donación y apertura de la Divinidad. Sólo en la medida que el Otro se “abre”, que el Otro se nos “confía”, se “Revela”, nos habla de Sí, podemos acercarnos. Sí fuese de otra manera, nosotros seguiríamos siendo poseídos por espíritus que no nos dejan hablar, que nos hacen sordos y mudos.


 

El Evangelio nos dice que hay un “entrenamiento” eficaz para lograr el control de esta clase de espíritus; y es “la oración”. Era su ausencia lo que incapacitaba a los discípulos; sólo mediante la oración se puede conectar con la Gracia. Entonces, la fe no es algo que se tiene o no se tiene. Eso conduce a una tergiversación de la religión: pensar que la fe es una cosa que algunos han tenido el cuidado de comprar y otros no. Por ejemplo: “Nosotros no tenemos linterna”, no hemos comprado una o no la hemos traído… el tema se vuelve, súbitamente, en una puesta en cuestión de los alcances del Poder de Nuestro Señor.

 

La fe, en cambio, es la comprensión y la seguridad de que Dios tiene el Poder y le sobra; pero que nosotros, -como un alambre de cobre- tenemos que dejar que su poder pueda actuar a través de nosotros. Que nosotros seamos buenos conductores de “Su Electricidad”. La oración es el llamado de auxilio para que Dios haga pasar todo su “voltaje” por nuestras fibras de trasmisión: «Creo, pero ayuda mi falta de fe (auxilia mi increencia)». ¡Pongo mi pequeña parte, pero soy consciente que sólo tu Poder puede someter el mal y la muerte!

 

Nos parece que esta relación es clave: No basta “creer”, es definitivo que dejemos obrar a Dios. Su poder no se manifiesta porque nosotros hayamos sido repletos de poder, sino porque aceptamos que sólo Él tiene el Poder. Fijémonos en la palabra “oración”, palabra de origen latino que significa “discurso”, (por cierto, significado muy grato, tal vez al fariseísmo). En el Evangelio según Marcos la palabra que encontramos en griego es προσευχῇ [proseuche] que se deriva de προσ [pros] trueque, y ευχῇ [euche] deseo, necesidad expresada, dependencia manifestada; la expresión griega se refiere a “una charla en la que cada quien dice lo que necesita, lo que le falta, lo que el otro puede hacer por uno”. Es “un dejarle conocer al interlocutor lo que esperamos de él”. Los espíritus más indómitos, no responden si no apelamos a Dios para que Él los someta. No es un concurso de bolillos para golpear: “yo tengo un palo para pincho, yo me encargo”, otro viene y dice, “yo tengo un palo de escoba, creo estar en mejores condiciones para dominarlo”, el tercero viene y dice “déjenmelo a mí, tengo un bate de béisbol, creo que llevo las de ganar”, el cuarto ofrece: “¿qué les parece, tengo una picana eléctrica, para darle descargas a las vacas, ¿no les parece que eso será más eficaz?”. Pero el discípulo -que se ha entrenado con su oración permanente sabrá que “Esta clase de espíritus sólo obedecen la Voz con Autoridad de Jesús, permitamos que sea Él quien lo increpe. (cf. Mc 9, 25) “… se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen." (Mc 1, 27bc).

 

«¿por qué, esta incredulidad? Creo que es justamente el corazón que no se abre, el corazón cerrado, el corazón que quiere tener todo bajo control.

 

Es un corazón que no se abre y no deja a Jesús el control de las cosas, y cuando los discípulos le preguntan por qué no han podido sanar al joven, el Señor responde que aquel tipo de demonio no se puede eliminar sino solo con la oración.


 

Todos nosotros llevamos un poco de incredulidad, dentro. Es necesaria una oración fuerte, y esta oración humilde y fuerte hace que Jesús pueda obrar el milagro. La oración para pedir un milagro, para pedir una acción extraordinaria debe ser una oración coral, que nos involucre a todos». (Papa Francisco)

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