Gn 4, 1-15.
25
La rivalidad y la
competencia producen el espiral de la violencia y el mismo hombre
autosuficiente se siente culpable y fugitivo delante de la justicia de Dios … y
pierde aquello que poseía o pretendía tener (4, 13-16)
Euclides Martins
Balancin – Ivo Storniolo
Desde hoy y
hasta el viernes trabajaremos el tramo bíblico del Génesis que abarca los
capítulos 4-11. La perícopa de hoy mira a los hijos de Adán y Eva: Caín, Abel y
Set; Set es presentado como el repuesto de Abel.
Cuando
Eva dice “tengo un hijo”, que también se podría traducir “he adquirido un hijo”,
quiere decir, “fui al mercado y lo compré”, eso en hebreo es קָנָה [kana] y es la
conjugación del nombre קַ֔יִן [kayin] “Caín”, “el adquirido”.
Por su parte, el segundo hijo, es
הָ֑בֶל [Jabel] “Abel”, derivado
de הֶ֙בֶל֙ [Jebel] “vano”, es decir, esa “vaina que al abrirla no trae grano”.
Para nosotros es como la persona que no está “llena” (el arrogante), sino el
que es humilde, carece de toda prepotencia, no está auto-centrado.
El tercer hijo se llama שִׁית [sheth] “fijado”, “determinado”, “puesto en re-emplazo”.
Como dice a continuación, “otro hijo en lugar de”.
Es importante tomar en cuenta que representaban dos
culturas distintas: Caín, la cultura agrícola, era “cultivador”; Abel, era “pastor”.
El relato explicita que a Dios le era agradable el sacrificio de animales, no
así la quema de plantas ni de sus frutos.
Caín se enojó al máximo de su rabia, cuando su ofrenda no
fue acogida con agrado por parte de Dios. Caín hizo “mala cara”, es decir, exteriorizó
su encono. El Señor le hizo notar que, ahora que, había visto lo que le era
agradable (y lo que le desagradaba), en vez de andar enfadado, lo que debía
hacer era cambiar de “victima” en sus sacrificios. Efectivamente si a la mamá
no le agrada el café en leche, es absurdo tratar de halagarla preparándole su
cafecito-lácteo para atender su desayuno. Digamos que le gusta el chocolate,
pues, preparémosle uno a su antojo, y la tendremos contenta y encantada.
Pero si seguimos insistiendo en el café que le desagrada,
será como montar una fábrica de veneno para nuestro propio corazón. Más
temprano que tarde saldrá a relucir nuestro resentimiento, volcándonos contra
el hermano que siempre le hace, según su gusto, un chocolate espumoso para
adornarle el inicio del día.
¿A qué llevó esta tozudez de Caín? al fratricidio.
Cuando Dios le pregunta a Caín por su hermano, él mismo y
él solito, se echa el lazo anudado al cuello preguntando con sanguinario sarcasmo
“¿Acaso es mi obligación cuidar de él?”. Nosotros, entendemos que, él sabía
perfectamente que la fraternidad implica el cuidado del hermano, mucho más si
se trata del hermano menor. Pero no
solamente; hermano, es hermano, y la relación de hermandad significa cuidado
reciproco. Esta responsabilidad se extiende a todos los hermanos, y no solo
a los que comparten ADN, o a los que han tenido por matriz el mismo útero. Salta
a la vista que, en el texto Bíblico, siendo los únicos -fuera de sus padres- significaba,
responsabilidad y cuidado para con todos los demás.
Esto no podía pasar indiferente a los ojos de Dios. Dios
debía tomar esto muy en serio, se trataba del cuidado y el respeto de las otras
vidas que Él “creaba”. Esa sangre derramada “clamaba” por la Justicia de Dios.
¡Grave era el delito, recta tenía que ser la Justicia! Pero
si vamos adelante en la Lectura, nos encontramos que el Señor pone un cercado
en torno a la vida de Caín, enseñándonos que, a pesar de haber derramado
sangre, el Señor no imponía ni aceptaba, el derramamiento de la sangre del
asesino, nada de “pena de muerte”. Y, quien creyera estar enderezando las cosas
añadiendo violencia contra Caín, sería reo de un castigo “siete veces” más
severo. Es decir, el castigo “mayor”, la Ira Divina en plenitud.
Nótese que la manera como se narra y el lugar que ocupa en
la Biblia, nos dice que el “pecado” de Adán y Eva, lo que hizo fue abrir la
prisión de todos los males, iniciando una cadena de atropellos contra Dios y
contra los “hermanos”. (En la mitología griega se tiene el mito de Pandora para
significar esa misma situación: un pithos
una especie de ánfora,
no era propiamente una “caja”, de forma panzuda y ovalada y con ella un “mandamiento”,
no abrirla bajo ninguna circunstancia; esa es su versión del “árbol del Bien y
del Mal”. Cabe recordar que cuando Pandora la abrió todos los males se
escaparon, pero quedó en el fondo, cuando al fin logro taparla de nuevo, la
esperanza).
Dios
tiene un proyecto con la humanidad. No nos quedemos ahí, con la idea bonachona
de que Dios es “maravillosamente inteligente”. La perícopa de hoy tiene un
elemento de una riqueza sustantiva: nos dice cuál es el alma de ese proyecto: que
todos protejamos la vida del otro. Y, precisamente Dios nos lo revela porque
quiere que nosotros participemos y nos comprometamos en ese proyecto. No es un
cuentito que está aquí para mostrar la creatividad literaria del hagiógrafo, es
el eje sobre el que corre toda la fe. Fe significa participar del proyecto y
subirnos a Él, con todo lo que eso exija.
Sal 50(49),
1bc y 8. 16bc-17. 20-21
Porque
quiero amor, no sacrificios;
conocimiento
de Dios, no holocaustos.
Os 6,
6ab
Salmo
de la Alianza. Mucho hemos insistido que esta clase de salmos propone una renovación
del Pacto con Dios, una especie de recordación y revitalización en nuestro ser
de la consciencia de vivir bajo Alianza, un refresco del “primer amor”. ¿Qué
hay que recordar y actualizar, siempre, en cuanto a esta relación de Filialidad
con El Padre Celestial? Especialmente que no se trata simplemente de una “ritualidad”
más bien externa, tan solo exhibicionista, sino que mayormente, de lo que se
trata es de una condición del corazón que voluntariamente busca acoger la
Voluntad Divina y hacerla propia. Aun cuando nuestros pobres sacrificios no lo
enriquecen, lo que Él mira y lo complace, es la cariñosa actitud de quererle
agradar, cuanto más mejor, para nuestro bien.
En
la mentalidad primitiva, si recogíamos naranjas, pues queríamos participarle y
llevarle unas, de las más bonitas y de hermosa y apetitiva apariencia.
En
la primera estrofa nos dice, no es que eso está mal, el Señor “no nos reprocha
nuestros sacrificios”.
Empero,
en la segunda estrofa, nos dice que hemos memorizado con mucha exactitud y
juiciosa aplicación sus “preceptos” pero los ignoramos, “los echamos a la
espalda”, porque lo que va en la espalda, no lo vemos y fácilmente acomodamos,
si no lo veo lo olvido, y si lo olvido ya no tendré que cumplirlo. Dice el
Señor, por medio del Salmista que nosotros no solamente nos hacemos los
olvidadizos, sino que en realidad “detestamos” lo que nos manda, es decir, su
Ley.
Y
luego, en la tercera estrofa, lo más interesante -hasta curioso- toma, como
contra Él, lo que se hace contra el “hermano”, hablar contra alguien “deshonrándolo”,
“difamándolo”, Él nos dice aquí, muy claro, va contra Él. Esto lo toma Dios
como un acto de injusticia y dice el Señor, no voy a “hacerme el de las gafas”,
lo tendré en cuenta y nos recriminará con severidad, porque Él no es como
nosotros, que nos “hacemos los de las gafas”, hacerse el de las gafas significa
simular que tiene tan enfermos los ojos que no ve si no usa unos anteojos de
poderoso aumento, porque está prácticamente ciego, para lo que le conviene.
Se hace el que no ve, lo que tendría que ver.
Hay
una denuncia muy fuerte y una ratificación: que le ofende y le agrede
-personalmente- todo cuanto hiere o afecta a un “hermano” nuestro. En síntesis,
retoma el tema de la Primera Lectura para recordarnos, para actualizarnos, que
tenemos grave responsabilidad con nuestros “prójimos” porque todos los semejantes
son nuestros hermanos, hijos todos del mismo Padre Celestial, que no discrimina
ni ve a unos como hijos y a otros como ajenos.
En
el verso responsorial se nos pide ofrecer “sacrificio de Alabanza”, coherentes
con lo anterior, ¿en qué consistirá tal sacrificio?
¡Así
es! en vivir una cultura del cuidado que reconoce que ¡está en nuestro deber
ser actuar como guardas protectores de nuestros hermanos!
Mc 8, 11-13
En
una puja para demostrar la validez de la elección del candidato X a la jefatura
empresarial, el candidato Y exige que, como demostración y prueba que esa es la
decisión mayoritaria de la Mesa General de Accionistas, que las manecillas del
reloj, en aquel preciso momento, comiencen a girar en sentido contrario. Esta
es -con ligeras adaptaciones- una ordalía.
Las
ordalías consistían en «invocar y en interpretar el juicio de la divinidad a
través de mecanismos ritualizados y sensibles, de cuyo resultado se infería la
inocencia o la culpabilidad del acusado». No cabe duda del carácter mágico e
irracional de estos medios probatorios, de ahí que las ordalías fueran siendo
sustituidas por la tortura a partir de la recepción del derecho romano en el
siglo XII. (Tomamos esta definición de Tomás y Valiente, Francisco (2000)
[1976-1994]. La tortura judicial en España (2ª edición). Barcelona: Crítica.
pp. 206-207, tal como la ofrece Wikipedia).
Estas
cosas -que no dejan de asombrarnos que se hagan- son frecuentadas por personas
que piden a Dios que obre un prodigio para saber la opinión Divina al respecto:
“Señor, si tú quieres que yo abandone este vicio, que el agua hierva sin
necesidad de prender el fogón”; otro ejemplo: “Si Dios quiere que devuelva esta
cosa que hurté, como me dijo el confesor que lo hiciera, que cuando yo abra la
mano, en vez de caer, vuele”.
En
la práctica, lo que están pidiéndole, los fariseos a Jesús, poniéndolo a
prueba, es una ordalía: ellos quieren que obre un “signo”. Piensan que el
Evangelio es un circo y que Jesús es su payaso.
El sábado leímos la perícopa Mc 8, 1-10 donde Jesús hace un
milagro, verdaderamente se trata de un súper-milagro, a partir de 7 panes y
unos cuantos pescaditos, comen 4000 personas y sobran 7 canastas, ¡y todos
quedaron satisfechos! Inmediatamente, enseguida, en Mc 8, 11-13, hacen su aparición
los fariseos, la palabra en el Evangelio es ἐξῆλθον
[exelthón], que significa “salieron”, la palabra sugiere que estaban por allí,
escondidos, y se asoman; y, ¡miren lo que piden!: σημεῖον ἀπὸ τοῦ οὐρανοῦ, πειράζοντες αὐτόν. [semein apo tou ouranou, peiraxontes
auton], “un signo del Cielo que te avale”, una “ordalía”, ¿qué les parece? ¡qué
caraduras!, es evidente que ¡no lo quieren reconocer!, si Él les hubiera dado
gusto, seguro le habrían pedido otro signo con palomas, luego uno con
lombrices, y después otro con leones, y así sucesivamente, como siempre sucede.
¿Qué nos pasa?, ¿por qué semejante dureza del corazón?, ¡ningún signo nos
basta!, ¡todos los desacreditamos! ¡Tenemos ojos y no vemos, tenemos oídos y no
oímos! (Mc 8, 18). Desde que comenzó el año litúrgico hemos recibido epifanía
tras epifanía, demostración tras demostración, prueba tras prueba, cada
milagro, cada exorcismo, cada Effetá es una epifanía. Pero, ¡nada nos basta!
¡Qué faltos de comprensión son ustedes y que lentos para creer!
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