domingo, 16 de febrero de 2025

Lunes de la Séptima Semana del Tiempo Ordinario

 


Gn 4, 1-15. 25

La rivalidad y la competencia producen el espiral de la violencia y el mismo hombre autosuficiente se siente culpable y fugitivo delante de la justicia de Dios … y pierde aquello que poseía o pretendía tener (4, 13-16)

Euclides Martins Balancin – Ivo Storniolo

Desde hoy y hasta el viernes trabajaremos el tramo bíblico del Génesis que abarca los capítulos 4-11. La perícopa de hoy mira a los hijos de Adán y Eva: Caín, Abel y Set; Set es presentado como el repuesto de Abel.

 

Cuando Eva dice “tengo un hijo”, que también se podría traducir “he adquirido un hijo”, quiere decir, “fui al mercado y lo compré”, eso en hebreo es קָנָה [kana] y es la conjugación del nombre קַ֔יִן [kayin] “Caín”, “el adquirido”.

 

Por su parte, el segundo hijo, es הָ֑בֶל [Jabel] “Abel”, derivado de הֶ֙בֶל֙ [Jebel] “vano”, es decir, esa “vaina que al abrirla no trae grano”. Para nosotros es como la persona que no está “llena” (el arrogante), sino el que es humilde, carece de toda prepotencia, no está auto-centrado.

 

El tercer hijo se llama שִׁית [sheth] “fijado”, “determinado”, “puesto en re-emplazo”. Como dice a continuación, “otro hijo en lugar de”.

 

Es importante tomar en cuenta que representaban dos culturas distintas: Caín, la cultura agrícola, era “cultivador”; Abel, era “pastor”. El relato explicita que a Dios le era agradable el sacrificio de animales, no así la quema de plantas ni de sus frutos.

 

Caín se enojó al máximo de su rabia, cuando su ofrenda no fue acogida con agrado por parte de Dios. Caín hizo “mala cara”, es decir, exteriorizó su encono. El Señor le hizo notar que, ahora que, había visto lo que le era agradable (y lo que le desagradaba), en vez de andar enfadado, lo que debía hacer era cambiar de “victima” en sus sacrificios. Efectivamente si a la mamá no le agrada el café en leche, es absurdo tratar de halagarla preparándole su cafecito-lácteo para atender su desayuno. Digamos que le gusta el chocolate, pues, preparémosle uno a su antojo, y la tendremos contenta y encantada.

 

Pero si seguimos insistiendo en el café que le desagrada, será como montar una fábrica de veneno para nuestro propio corazón. Más temprano que tarde saldrá a relucir nuestro resentimiento, volcándonos contra el hermano que siempre le hace, según su gusto, un chocolate espumoso para adornarle el inicio del día.

 

¿A qué llevó esta tozudez de Caín? al fratricidio.  


 

Cuando Dios le pregunta a Caín por su hermano, él mismo y él solito, se echa el lazo anudado al cuello preguntando con sanguinario sarcasmo “¿Acaso es mi obligación cuidar de él?”. Nosotros, entendemos que, él sabía perfectamente que la fraternidad implica el cuidado del hermano, mucho más si se trata del hermano menor.  Pero no solamente; hermano, es hermano, y la relación de hermandad significa cuidado reciproco. Esta responsabilidad se extiende a todos los hermanos, y no solo a los que comparten ADN, o a los que han tenido por matriz el mismo útero. Salta a la vista que, en el texto Bíblico, siendo los únicos -fuera de sus padres- significaba, responsabilidad y cuidado para con todos los demás.

 

Esto no podía pasar indiferente a los ojos de Dios. Dios debía tomar esto muy en serio, se trataba del cuidado y el respeto de las otras vidas que Él “creaba”. Esa sangre derramada “clamaba” por la Justicia de Dios.

 

¡Grave era el delito, recta tenía que ser la Justicia! Pero si vamos adelante en la Lectura, nos encontramos que el Señor pone un cercado en torno a la vida de Caín, enseñándonos que, a pesar de haber derramado sangre, el Señor no imponía ni aceptaba, el derramamiento de la sangre del asesino, nada de “pena de muerte”. Y, quien creyera estar enderezando las cosas añadiendo violencia contra Caín, sería reo de un castigo “siete veces” más severo. Es decir, el castigo “mayor”, la Ira Divina en plenitud.

 

Nótese que la manera como se narra y el lugar que ocupa en la Biblia, nos dice que el “pecado” de Adán y Eva, lo que hizo fue abrir la prisión de todos los males, iniciando una cadena de atropellos contra Dios y contra los “hermanos”. (En la mitología griega se tiene el mito de Pandora para significar esa misma situación: un pithos una especie de ánfora, no era propiamente una “caja”, de forma panzuda y ovalada y con ella un “mandamiento”, no abrirla bajo ninguna circunstancia; esa es su versión del “árbol del Bien y del Mal”. Cabe recordar que cuando Pandora la abrió todos los males se escaparon, pero quedó en el fondo, cuando al fin logro taparla de nuevo, la esperanza).

 

Dios tiene un proyecto con la humanidad. No nos quedemos ahí, con la idea bonachona de que Dios es “maravillosamente inteligente”. La perícopa de hoy tiene un elemento de una riqueza sustantiva: nos dice cuál es el alma de ese proyecto: que todos protejamos la vida del otro. Y, precisamente Dios nos lo revela porque quiere que nosotros participemos y nos comprometamos en ese proyecto. No es un cuentito que está aquí para mostrar la creatividad literaria del hagiógrafo, es el eje sobre el que corre toda la fe. Fe significa participar del proyecto y subirnos a Él, con todo lo que eso exija.

 

Sal 50(49), 1bc y 8. 16bc-17. 20-21

Porque quiero amor, no sacrificios;

conocimiento de Dios, no holocaustos.

Os 6, 6ab

Salmo de la Alianza. Mucho hemos insistido que esta clase de salmos propone una renovación del Pacto con Dios, una especie de recordación y revitalización en nuestro ser de la consciencia de vivir bajo Alianza, un refresco del “primer amor”. ¿Qué hay que recordar y actualizar, siempre, en cuanto a esta relación de Filialidad con El Padre Celestial? Especialmente que no se trata simplemente de una “ritualidad” más bien externa, tan solo exhibicionista, sino que mayormente, de lo que se trata es de una condición del corazón que voluntariamente busca acoger la Voluntad Divina y hacerla propia. Aun cuando nuestros pobres sacrificios no lo enriquecen, lo que Él mira y lo complace, es la cariñosa actitud de quererle agradar, cuanto más mejor, para nuestro bien.

 


En la mentalidad primitiva, si recogíamos naranjas, pues queríamos participarle y llevarle unas, de las más bonitas y de hermosa y apetitiva apariencia.

 

En la primera estrofa nos dice, no es que eso está mal, el Señor “no nos reprocha nuestros sacrificios”.

 

Empero, en la segunda estrofa, nos dice que hemos memorizado con mucha exactitud y juiciosa aplicación sus “preceptos” pero los ignoramos, “los echamos a la espalda”, porque lo que va en la espalda, no lo vemos y fácilmente acomodamos, si no lo veo lo olvido, y si lo olvido ya no tendré que cumplirlo. Dice el Señor, por medio del Salmista que nosotros no solamente nos hacemos los olvidadizos, sino que en realidad “detestamos” lo que nos manda, es decir, su Ley.

 

Y luego, en la tercera estrofa, lo más interesante -hasta curioso- toma, como contra Él, lo que se hace contra el “hermano”, hablar contra alguien “deshonrándolo”, “difamándolo”, Él nos dice aquí, muy claro, va contra Él. Esto lo toma Dios como un acto de injusticia y dice el Señor, no voy a “hacerme el de las gafas”, lo tendré en cuenta y nos recriminará con severidad, porque Él no es como nosotros, que nos “hacemos los de las gafas”, hacerse el de las gafas significa simular que tiene tan enfermos los ojos que no ve si no usa unos anteojos de poderoso aumento, porque está prácticamente ciego, para lo que le conviene. Se hace el que no ve, lo que tendría que ver.

 

Hay una denuncia muy fuerte y una ratificación: que le ofende y le agrede -personalmente- todo cuanto hiere o afecta a un “hermano” nuestro. En síntesis, retoma el tema de la Primera Lectura para recordarnos, para actualizarnos, que tenemos grave responsabilidad con nuestros “prójimos” porque todos los semejantes son nuestros hermanos, hijos todos del mismo Padre Celestial, que no discrimina ni ve a unos como hijos y a otros como ajenos.

 

En el verso responsorial se nos pide ofrecer “sacrificio de Alabanza”, coherentes con lo anterior, ¿en qué consistirá tal sacrificio?

 

¡Así es! en vivir una cultura del cuidado que reconoce que ¡está en nuestro deber ser actuar como guardas protectores de nuestros hermanos!

 

Mc 8, 11-13

En una puja para demostrar la validez de la elección del candidato X a la jefatura empresarial, el candidato Y exige que, como demostración y prueba que esa es la decisión mayoritaria de la Mesa General de Accionistas, que las manecillas del reloj, en aquel preciso momento, comiencen a girar en sentido contrario. Esta es -con ligeras adaptaciones- una ordalía.

 


Las ordalías consistían en «invocar y en interpretar el juicio de la divinidad a través de mecanismos ritualizados y sensibles, de cuyo resultado se infería la inocencia o la culpabilidad del acusado». No cabe duda del carácter mágico e irracional de estos medios probatorios, de ahí que las ordalías fueran siendo sustituidas por la tortura a partir de la recepción del derecho romano en el siglo XII. (Tomamos esta definición de Tomás y Valiente, Francisco (2000) [1976-1994]. La tortura judicial en España (2ª edición). Barcelona: Crítica. pp. 206-207, tal como la ofrece Wikipedia).

 

Estas cosas -que no dejan de asombrarnos que se hagan- son frecuentadas por personas que piden a Dios que obre un prodigio para saber la opinión Divina al respecto: “Señor, si tú quieres que yo abandone este vicio, que el agua hierva sin necesidad de prender el fogón”; otro ejemplo: “Si Dios quiere que devuelva esta cosa que hurté, como me dijo el confesor que lo hiciera, que cuando yo abra la mano, en vez de caer, vuele”.

 

En la práctica, lo que están pidiéndole, los fariseos a Jesús, poniéndolo a prueba, es una ordalía: ellos quieren que obre un “signo”. Piensan que el Evangelio es un circo y que Jesús es su payaso.


 

El sábado leímos la perícopa Mc 8, 1-10 donde Jesús hace un milagro, verdaderamente se trata de un súper-milagro, a partir de 7 panes y unos cuantos pescaditos, comen 4000 personas y sobran 7 canastas, ¡y todos quedaron satisfechos! Inmediatamente, enseguida, en Mc 8, 11-13, hacen su aparición los fariseos, la palabra en el Evangelio es ἐξῆλθον [exelthón], que significa “salieron”, la palabra sugiere que estaban por allí, escondidos, y se asoman; y, ¡miren lo que piden!: σημεῖον ἀπὸ τοῦ οὐρανοῦ, πειράζοντες αὐτόν. [semein apo tou ouranou, peiraxontes auton], “un signo del Cielo que te avale”, una “ordalía”, ¿qué les parece? ¡qué caraduras!, es evidente que ¡no lo quieren reconocer!, si Él les hubiera dado gusto, seguro le habrían pedido otro signo con palomas, luego uno con lombrices, y después otro con leones, y así sucesivamente, como siempre sucede. ¿Qué nos pasa?, ¿por qué semejante dureza del corazón?, ¡ningún signo nos basta!, ¡todos los desacreditamos! ¡Tenemos ojos y no vemos, tenemos oídos y no oímos! (Mc 8, 18). Desde que comenzó el año litúrgico hemos recibido epifanía tras epifanía, demostración tras demostración, prueba tras prueba, cada milagro, cada exorcismo, cada Effetá es una epifanía. Pero, ¡nada nos basta! ¡Qué faltos de comprensión son ustedes y que lentos para creer!

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