lunes, 10 de febrero de 2025

Martes de la Quinta Semana del Tiempo Ordinario

 



No somos pastores únicamente de las almas. Somos pastores de hombres, que tienen alma y cuerpo, con todo lo que ello supone.

Dom Helder Câmara

Gn 1, 20 – 2,4a

Antropología y fe

En la lectura de Gn 1-11 hay muchos despistes y despistados. Generalmente se hace una lectura ingenua y apegada a la letra.

Se busca en estos relatos una información histórica estricta y datos científicos. Esto ocasiona una confrontación entre la fe y la ciencia. Una oposición entre la religión y el sentido común.

Javier Saravia s.j.

En el Salmo -la Liturgia nos ofrece para hoy el Sal 8- se ofrece una pregunta clave, orientadora, de poderoso enfoque: ¿Qué es el אֱנ֥וֹשׁ [enoshe] hombre para que te acuerdes de él, y el hijo del hombre para que lo cuides? La palabra en hebreo tiene el sentido de “ser humano”. Esta es, por excelencia, la-pregunta-antropológica, antropológica, pero con un cariz teológico, porque es Dios Quien le da importancia, es Dios Quien se ocupa de él. La respuesta de nuestra valía se remite a Dios porque es Dios quien nos regala esa “centralidad”. Sin atender esta cara del poliedro, seguimos viendo al ser humano como cosas entre cosas. Y al prójimo como medio, y no como lo ve Dios, como fin en sí mismo.

 

Mucho de la respuesta está contenido en la perícopa del Génesis que leemos hoy Gn 1, 20 - 2, 4a. Ya en los versos 11-12 había creado los vegetales, hoy empezando en el día quinto, creará los animales del mar y los que pueblan los aires; en el día sexto, todos los demás vivientes: reptiles, ganados y fieras, y en el culmen de este día, al hombre (Gn, 1,26), en este caso, la palabra que aparece ya es אָדָם [Adán]. Pero no lo creó común y corriente, sino que lo hizo ¡a semejanza e imagen Suya! Ahí está la médula misma del antropocentrismo.

 

«El relato sacerdotal (P) coloca la creación del hombre como la culminación de la obra creadora de Dios, al cual somete todo lo demás:

Dijo Dios: “Hagamos al hombre a imagen nuestra, según nuestra semejanza, y domine en os peces del mar, en las aves del cielo, en los ganados y en todas las alimañas, y en todo reptil que repta sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó” (Gn 1, 26s)»

(Adolfo Galeano Atehortúa)

 

Esto es muy notable: Dios nos hace “semejantes”. Nótese que el egoísta habría dicho, “hagámoslo parecido paro cerciorémonos que esté por debajo -otro, más egoísta, habría dicho, “asegurémonos que esté muy por debajo”- en cambio, Él -y ahí está su Divinidad- quiere compartirnos todo su ser, y nos hace no achicados sino según su Imagen.

 

Nos gustaría reflexionar un poco en qué estriba esta imagen y cuáles son los rasgos de su ADN que están en nosotros:

·         Intelecto

·         Voluntad

·         Autoridad

·         Soberanía (basta reconocer que todos los demás también son sus hijos para estar resguardados de la exageración de la soberanía que es la soberbia)

·         Sabiduría

·         Verdad

·         Capacidad de amar y ser amados

·         Gracia (todo lo anterior también es Gracia)

 

Hay -a continuación- una especie de explicación de en-qué radica-su-importancia: son tres factores, a saber 1) le encarga dominar la tierra, 2) le da dominio sobre todos los peces, las aves y los animales; y, 3) para que se nutra le hace entrega de las hierbas y los árboles frutales. La posición que se nos otorga, en el conjunto creacional es la de “mayordomía”, tocará decirlo explícitamente, no de dictadura ni de despotismo.

 

Los investigadores han establecido que este texto se plasmó durante el exilio en Babilonia, en un contexto de esclavitud, cuando eran forzados a trabajar todos los días de la semana; en semejante contexto tiene una importancia liberadora el establecimiento del reposo: ¡No es que Dios se canse, es que su criatura debe detenerse, para -haciendo un alto en el trasiego- y, con gratitud, ofrecer “culto” a Quien le ha dado la Vida y todo cuanto tiene y es!

En síntesis: «Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad.» (Sal 8, 6).


 

La Sacralidad del Sabbath debe ser celosamente guardada, so pena de olvidar quienes somos y qué relación tenemos con Él, del Amor profundo que nos une, de la enorme gratitud que tenemos el privilegio de adeudarle, del culto de Adoración que merece. Para muchos es ritual; para nosotros es el Día de amarlo y el amor siempre se concretiza en los detalles y en la dedicación. El núcleo de este Amor a Dios es el Culto que le presenta el Hijo, en nombre de todos nosotros, sus criaturas: Jesucristo, Sumo y Eterno Liturgo.

 

Sal 8, 4-5. 6-7. 8-9

“Señor, yo no soy nada delante de Ti, pero ¡cuán grande eres Tú que te acuerdas de mi”

Carlo María Martini

Para ingresar en la maravilla de este himno, vamos a recurrir al enfoque que nos regaló el fallecido Cardenal Carlo María Martini, del que vamos a transcribir, aquí, algunas de sus anotaciones al respecto, que nos parece una página esencial en la construcción de una infraestructura sólida para la sinodalidad:

 

«La relectura antropológica sugiere leer el salmo con la pregunta: ¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo en este acontecimiento mío personal? ¿Quién soy yo con toda mi pequeñez, mi pobreza?


 

Entonces este pobre que soy yo se expresa en la alabanza, en la acción de gracias porque Dios ha hecho de mí, grandes cosas, me ha dado gloria, honor, y, por tanto, tengo que partir ante todo de un gran concepto de los dones de Dios sobre mí.

 

Ay de nosotros si nos empequeñecemos, si os acomplejamos; todos nosotros somos grandes, poco menos que los ángeles. El texto hebreo parece decir nada menos “poco menos que un dios”, coronado de gloria y de honor: este soy yo. Esta reflexión antropológica es una contemplación agradecida de lo que soy yo; y lo que soy yo es todo hombre: digno de gloria y honor. Entonces, he aquí la consecuencia de esta relectura antropológica: honor al hombre.

 

¿Se honrar verdaderamente a todo hombre?

¿Sé honrar a los que Dios ha colocado cerca de mí?

 

El no honrar al hombre honrado por Dios es asumir la actitud posesiva que arrebata o quita algo para sí, para el propio provecho, para la propia sensualidad, para la propia pereza, para el propio egoísmo. Esta es la línea de lectura antropológica: ¿Honro todo lo que Dios me ha dado y honro la realidad del hombre que me está alrededor?»

 

Mc 7, 1-13

En la historia esta cercanía de Dios a su pueblo ha sido traicionada por esta actitud nuestra, egoísta, de querer controlar la gracia, comercializarla.

Papa Francisco

¿Cuál es, entonces, nuestra dificultad relacional con el Creador? Hay una respuesta doble:

      a)  lo honramos con los labios, pero nuestro corazón está lejos de Él.

b)    Dejamos de lado los mandamientos divinos, en cambio, nos aferramos a tradiciones meramente humanas.

 


«Recordemos los grupos que en el tiempo de Jesús quería controlar la gracia: los fariseos, esclavos de las muchas leyes que cargaban sobre las espaldas del pueblo; los saduceos, con sus compromisos políticos; los esenios, buenos, buenísimos, pero tenían mucho miedo y no arriesgaban, terminaban por aislarse en sus monasterios; los zelotes, para los cuales la gracia de Dios era la guerra de la liberación, otra manera de comerciar la gracia». (Papa Francisco).

 

El establecimiento de códigos y sistemas legales, fue verdaderamente un avance, un gigantesco paso en cuanto toca a la convivencia humana, al interior de su propia comunidad y con otras comunidades. Sin embargo, hay algo y mucho de ingenuidad contraproducente, cuando el hombre cree poder vivir y resolver sus dificultades y desavenencias multiplicando y complicando la letra de la ley. Existe un estilo “legalista” (queda mucho mejor si decimos “leguleyo”) en el esfuerzo de agrandar los códigos, aumentar las normas legales, apilar artículos, normas y parágrafos, procurando “aceitar” el funcionamiento social y hacer fluida la convivencia con nuestros semejantes. Este estilo tuvo su primavera durante el bonapartismo y muchos hemos desembocado en tal género. El judaísmo -ya mucho antes de Napoleón- lo cultivó (empezando por allá en el 150 a.C.), dando pie a los excesos farisaicos que desembocaron en los así llamados “613 mandamientos”: este legalismo los llevó a contender con la propuesta de Jesús.

 

Hoy, el punto catalizador de la querella se remite a la pureza ritual y las “tradiciones” que ellos practicaban sobre el lavado de manos, y de cubiertos y utensilios de cocina y de mesa. Jesús, denuncia la manera de apartarse de la Voluntad de Dios y los parapetos -so capa de tradición- como el “corbán”, que no sólo practicaban -en detrimento de sus propios padres- sino que inculcaban a los hijos esa tradición ajena y -más bien- en pugna con lo que Dios nos ha dictado.

 

Este síndrome del “fetichismo de la ley”, se cuela -muchas veces- en nuestra comunicación de la fe, especialmente cuando no se enfatiza el espíritu de la ley, sino que se recalca sin mesura la letra, su cumplimiento a rajatabla, hasta el fundamentalismo, poniendo el reparo en el “último punto de la i”; desatendiendo que Jesús nos enseñó que “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27), que el Sabbath se instituyo para el culto y no para la mengua del ser humano; y es que la Ley de Dios no tiene por sentido esclavizar a los humanos hasta cuadricularlo, y mucho menos si, bajo pretexto de exactitud pretendemos ponerle a la fe cristiana una inyección de formol.

 

«Pero, la gracia de Dios es otra cosa: es cercanía, es ternura. Esta regla sirve siempre. Si tú en tu relación con el Señor no sientes que Él te ama con ternura, aún te falta algo, aún no has entendido qué es la gracia, aún no has recibido la gracia que está cercana.


 

Recuerdo una confesión de hace muchos años, cuando una mujer se maceraba sobre la validez de una misa a la que asistió un sábado por la tarde para una boda, con lecturas distintas de las del domingo. Esta fue mi respuesta: “Pero, señora, el Señor la ama mucho. Usted ha ido allí, ha recibido la comunión, ha estado con Jesús... Esté tranquila, el Señor no es un comerciante, el Señor ama, está cerca.» (Papa Francisco).

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