No somos pastores únicamente de las almas.
Somos pastores de hombres, que tienen alma y cuerpo, con todo lo que ello
supone.
Dom Helder Câmara
Gn 1, 20 – 2,4a
Antropología
y fe
En la lectura de Gn 1-11
hay muchos despistes y despistados. Generalmente se hace una lectura ingenua y
apegada a la letra.
Se busca en estos
relatos una información histórica estricta y datos científicos. Esto ocasiona
una confrontación entre la fe y la ciencia. Una oposición entre la religión y
el sentido común.
Javier Saravia s.j.
En el Salmo -la Liturgia nos ofrece para
hoy el Sal 8- se ofrece una pregunta clave, orientadora, de poderoso enfoque:
¿Qué es el אֱנ֥וֹשׁ
[enoshe] hombre para que te acuerdes de él, y el hijo del hombre para que lo
cuides? La palabra en hebreo tiene el sentido de “ser humano”. Esta es, por
excelencia, la-pregunta-antropológica, antropológica, pero con un cariz
teológico, porque es Dios Quien le da importancia, es Dios Quien se ocupa de
él. La respuesta de nuestra valía se remite a Dios porque es Dios quien nos
regala esa “centralidad”. Sin atender esta cara del poliedro, seguimos viendo
al ser humano como cosas entre cosas. Y al prójimo como medio, y no como lo ve
Dios, como fin en sí mismo.
Mucho de la respuesta está contenido en
la perícopa del Génesis que leemos hoy Gn 1, 20 - 2, 4a. Ya en los versos 11-12
había creado los vegetales, hoy empezando en el día quinto, creará los animales
del mar y los que pueblan los aires; en el día sexto, todos los demás
vivientes: reptiles, ganados y fieras, y en el culmen de este día, al hombre
(Gn, 1,26), en este caso, la palabra que aparece ya es אָדָם
[Adán]. Pero no lo creó común y corriente, sino que lo hizo ¡a semejanza e
imagen Suya! Ahí está la médula misma del antropocentrismo.
«El relato sacerdotal (P) coloca la creación
del hombre como la culminación de la obra creadora de Dios, al cual somete todo
lo demás:
Dijo Dios: “Hagamos al hombre a imagen nuestra,
según nuestra semejanza, y domine en os peces del mar, en las aves del cielo,
en los ganados y en todas las alimañas, y en todo reptil que repta sobre la
tierra. Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y
hembra los creó” (Gn 1, 26s)»
(Adolfo Galeano Atehortúa)
Esto es muy notable: Dios nos hace “semejantes”.
Nótese que el egoísta habría dicho, “hagámoslo parecido paro cerciorémonos que
esté por debajo -otro, más egoísta, habría dicho, “asegurémonos que esté muy
por debajo”- en cambio, Él -y ahí está su Divinidad- quiere compartirnos
todo su ser, y nos hace no achicados sino según su Imagen.
Nos gustaría reflexionar un poco en qué
estriba esta imagen y cuáles son los rasgos de su ADN que están en nosotros:
·
Intelecto
·
Voluntad
·
Autoridad
·
Soberanía (basta
reconocer que todos los demás también son sus hijos para estar resguardados de
la exageración de la soberanía que es la soberbia)
·
Sabiduría
·
Verdad
·
Capacidad de amar y
ser amados
·
Gracia (todo lo
anterior también es Gracia)
Hay -a continuación- una especie de
explicación de en-qué radica-su-importancia: son tres factores, a saber 1) le
encarga dominar la tierra, 2) le da dominio sobre todos los peces, las aves y
los animales; y, 3) para que se nutra le hace entrega de las hierbas y los
árboles frutales. La posición que se nos otorga, en el conjunto creacional es
la de “mayordomía”, tocará decirlo explícitamente, no de dictadura ni de
despotismo.
Los investigadores han establecido que
este texto se plasmó durante el exilio en Babilonia, en un contexto de esclavitud,
cuando eran forzados a trabajar todos los días de la semana; en semejante
contexto tiene una importancia liberadora el establecimiento del reposo: ¡No es
que Dios se canse, es que su criatura debe detenerse, para -haciendo un alto en
el trasiego- y, con gratitud, ofrecer “culto” a Quien le ha dado la Vida y todo
cuanto tiene y es!
En síntesis: «Lo hiciste poco inferior a
los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad.» (Sal 8, 6).
La Sacralidad del Sabbath debe ser
celosamente guardada, so pena de olvidar quienes somos y qué relación tenemos con
Él, del Amor profundo que nos une, de la enorme gratitud que tenemos el
privilegio de adeudarle, del culto de Adoración que merece. Para muchos es
ritual; para nosotros es el Día de amarlo y el amor siempre se concretiza en
los detalles y en la dedicación. El núcleo de este Amor a Dios es el Culto que
le presenta el Hijo, en nombre de todos nosotros, sus criaturas: Jesucristo,
Sumo y Eterno Liturgo.
Sal 8, 4-5. 6-7. 8-9
“Señor, yo no soy nada delante de Ti, pero
¡cuán grande eres Tú que te acuerdas de mi”
Carlo María Martini
Para ingresar en la maravilla de este
himno, vamos a recurrir al enfoque que nos regaló el fallecido Cardenal Carlo María
Martini, del que vamos a transcribir, aquí, algunas de sus anotaciones al
respecto, que nos parece una página esencial en la construcción de una
infraestructura sólida para la sinodalidad:
«La relectura antropológica sugiere leer
el salmo con la pregunta: ¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo en este acontecimiento mío
personal? ¿Quién soy yo con toda mi pequeñez, mi pobreza?
Entonces este pobre que soy yo se expresa
en la alabanza, en la acción de gracias porque Dios ha hecho de mí, grandes
cosas, me ha dado gloria, honor, y, por tanto, tengo que partir ante todo de un
gran concepto de los dones de Dios sobre mí.
Ay de nosotros si nos empequeñecemos, si
os acomplejamos; todos nosotros somos grandes, poco menos que los ángeles. El
texto hebreo parece decir nada menos “poco menos que un dios”, coronado de gloria
y de honor: este soy yo. Esta reflexión antropológica es una contemplación
agradecida de lo que soy yo; y lo que soy yo es todo hombre: digno de gloria y
honor. Entonces, he aquí la consecuencia de esta relectura antropológica: honor
al hombre.
¿Se honrar verdaderamente a todo hombre?
¿Sé honrar a los que Dios ha colocado cerca
de mí?
El no honrar al hombre honrado por Dios
es asumir la actitud posesiva que arrebata o quita algo para sí, para el propio
provecho, para la propia sensualidad, para la propia pereza, para el propio
egoísmo. Esta es la línea de lectura antropológica: ¿Honro todo lo que Dios me
ha dado y honro la realidad del hombre que me está alrededor?»
Mc 7, 1-13
En la historia esta cercanía de Dios a su
pueblo ha sido traicionada por esta actitud nuestra, egoísta, de querer controlar
la gracia, comercializarla.
Papa Francisco
¿Cuál es, entonces, nuestra dificultad
relacional con el Creador? Hay una respuesta doble:
a) lo honramos con los labios,
pero nuestro corazón está lejos de Él.
b)
Dejamos de lado los
mandamientos divinos, en cambio, nos aferramos a tradiciones meramente humanas.
«Recordemos los grupos que en el tiempo
de Jesús quería controlar la gracia: los fariseos, esclavos de las muchas leyes
que cargaban sobre las espaldas del pueblo; los saduceos, con sus compromisos
políticos; los esenios, buenos, buenísimos, pero tenían mucho miedo y no
arriesgaban, terminaban por aislarse en sus monasterios; los zelotes, para los
cuales la gracia de Dios era la guerra de la liberación, otra manera de
comerciar la gracia». (Papa Francisco).
El establecimiento de códigos y sistemas
legales, fue verdaderamente un avance, un gigantesco paso en cuanto toca a la
convivencia humana, al interior de su propia comunidad y con otras comunidades.
Sin embargo, hay algo y mucho de ingenuidad contraproducente, cuando el hombre
cree poder vivir y resolver sus dificultades y desavenencias multiplicando y
complicando la letra de la ley. Existe un estilo “legalista” (queda mucho mejor
si decimos “leguleyo”) en el esfuerzo de agrandar los códigos, aumentar las normas
legales, apilar artículos, normas y parágrafos, procurando “aceitar” el
funcionamiento social y hacer fluida la convivencia con nuestros semejantes.
Este estilo tuvo su primavera durante el bonapartismo y muchos hemos
desembocado en tal género. El judaísmo -ya mucho antes de Napoleón- lo cultivó
(empezando por allá en el 150 a.C.), dando pie a los excesos farisaicos que
desembocaron en los así llamados “613 mandamientos”: este legalismo los llevó a
contender con la propuesta de Jesús.
Hoy, el punto catalizador de la querella se
remite a la pureza ritual y las “tradiciones” que ellos practicaban sobre el
lavado de manos, y de cubiertos y utensilios de cocina y de mesa. Jesús,
denuncia la manera de apartarse de la Voluntad de Dios y los parapetos -so capa
de tradición- como el “corbán”, que no sólo practicaban -en detrimento
de sus propios padres- sino que inculcaban a los hijos esa tradición ajena y
-más bien- en pugna con lo que Dios nos ha dictado.
Este
síndrome del “fetichismo de la ley”, se cuela -muchas veces- en nuestra
comunicación de la fe, especialmente cuando no se enfatiza el espíritu de la
ley, sino que se recalca sin mesura la letra, su cumplimiento a rajatabla,
hasta el fundamentalismo, poniendo el reparo en el “último punto de la i”;
desatendiendo que Jesús nos enseñó que “El sábado se hizo para el hombre, y no
el hombre para el sábado” (Mc 2, 27), que el Sabbath se instituyo para el culto
y no para la mengua del ser humano; y es que la Ley de Dios no tiene por
sentido esclavizar a los humanos hasta cuadricularlo, y mucho menos si, bajo
pretexto de exactitud pretendemos ponerle a la fe cristiana una inyección de
formol.
«Pero, la
gracia de Dios es otra cosa: es cercanía, es ternura. Esta regla sirve siempre.
Si tú en tu relación con el Señor no sientes que Él te ama con ternura, aún te
falta algo, aún no has entendido qué es la gracia, aún no has recibido la gracia
que está cercana.
Recuerdo
una confesión de hace muchos años, cuando una mujer se maceraba sobre la
validez de una misa a la que asistió un sábado por la tarde para una boda, con
lecturas distintas de las del domingo. Esta fue mi respuesta: “Pero, señora, el
Señor la ama mucho. Usted ha ido allí, ha recibido la comunión, ha estado con
Jesús... Esté tranquila, el Señor no es un comerciante, el Señor ama, está
cerca.» (Papa Francisco).
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