miércoles, 12 de febrero de 2025

Jueves de la Quinta Semana del Tiempo Ordinario

 


Gn 2, 18-25

Si se considera el menosprecio que existía por la mujer en el Antiguo Oriente, se percibe que el autor quiere resaltar claramente la diferencia existente entre la mujer y el animal, y al mismo tiempo su dignidad igual a la del hombre, cuando utiliza la imagen de la “costilla”. Con esta imagen quiere significar que ella es “de la misma madera que el hombre”.

Adolfo Galeano Atehortúa

Ayer hablábamos de la Creación del Jardín del Edén, y la puesta en él, de Adán. Y se nos relató que el hombre era recolector de frutos de “pan coger” y que había alimento abundante en toda ocasión para los animales y para el ser humano. Hoy se nos va a hablar de la “Creación de la mujer”. Existe una exégesis fascinante que interpreta por qué Dios sacó a la mujer de la costilla, porque sí la hubiera sacado de un hueso de la cabeza, sería lo superior de la humanidad, si de huesos de las extremidades inferiores, sería un ser definitivamente de calidades inferiores, pero ella está colocada en el orden de la creación a la altura media que la pone en pie de igualdad con el varón, de su costado, (así más adelante, veremos brotar del propio costado de Jesús, el Segundo Adán, el Adán perfecto- a la Iglesia, en agua y sangre, brotada de entre sus costillas). Antes de ayer, decíamos, sin embargo, que lo que se creaba de últimas era lo mejor, que era la humanidad, por haber sido Creada en el atardecer del Sexto día, de allí inferimos un lugar privilegiado para la humanidad.

 

En este relato hay un elemento que nos da mucho para reflexionar: el ser humano ha sido encargado por Dios de dar nombre a todas las fieras, pájaros del cielo y animales domésticos; y, al ponerles nombre, se da cuenta que ninguno de ellos es “ayuda idónea”. עֵ֖זֶר כְּנֶגְדֹּֽו Hagamos un alto allí. Es como si nosotros le preguntáramos a Dios mismo ¿para qué sirve la mujer? Se oye con frecuencia una respuesta absolutamente obtusa: “para resolver el tema de la reproducción”, según eso la mujer existe para “tener hijos”, para “darle al varón una descendencia”. Si alguien piensa así, bien vale la pena que regrese a este verso del Génesis y lo relea atentamente: la mujer es la compañera adecuada; y Adán sí que lo entiende cuando le dirige el primer piropo que registra la historia para la mujer: “Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gn2, 23bc). Y como estaba en tren de imponer nombres la llama אִשָּׁ֔ה [Isha] porque la han sacado del אּישׁ [Ish]. ¡Ahora sí está redonda la Creación!

 

“… la reacción del hombre es tal que no le da un nombre distinto, sino dándole su propio nombre en femenino: el varón: la varona. Es claro que el texto no pretende decir cómo creó Dios a la mujer, sino de qué naturaleza la creó: una naturaleza igual a la del hombre, por lo que ella tiene la misma dignidad del varón, algo contrario a la idea que se hacía el mundo antiguo circundante de Israel acerca de la mujer” (Adolfo Galeano Atehortúa)

 


La perícopa concluye estableciendo un “respeto” hacía determinado elemento de la Creación. Se trata de un árbol -en aquella realidad de sequía y aridez, el árbol era un epitome de la “vitalidad”, un santo-y-seña de fuente alimentaria. Pero este vallado que rodea a ese árbol lo señala como muy especial, es -como vivamente lo recordamos- el Árbol del Bien y del Mal- que, es imagen de un deslinde entre lo aceptado y grato a Dios, respecto de lo que le ofende: Comer de ese fruto, es por tanto el mismísimo pecado, porque se trata de taparse los oídos, de cerrarse para no aceptar Su Palabra.

“El Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal puede representar la Ley de Dios. La prohibición de comer de ese “árbol” se da como una orden: No toques, no manipules la Ley de Dios. No olvides, no tuerzas la Voluntad, el Proyecto de Dios. No uses ni abuses del NOMBRE DE DIOS”. (Javier Saravia s.j.)

 

Sal 128(127), 1bc-2. 3. 4-5

Así como la familia humana es la pieza maestra de la sociedad, así también es una pieza sacramental que halla su cúspide en la liturgia del matrimonio. Hoy se nos propone el salmo 128(127) Salmo que forma parte del Rito Matrimonial, Salmo bendicional. Nos habla de una Cena Hogareña donde el fiel creyente se sienta a comer con su cónyuge y su prole (los hijos son la mayor bendición), y como ha cumplido el camino por el que el Señor lo ha conducido, merece recibir la bendición del Señor.

 

El Señor le da su bendición desde el Templo de Jerusalén -la ciudad de la Paz- y la bendición es disfrutar de la prosperidad permanente. La tradición cultual judía llamaba a la peregrinación anual al Templo de Jerusalén; para ir orando por el camino el Salterio les ofrece 15 salmos (120-134), que subdivide, como en estaciones, las etapas de ascenso, empezando por la salida de casa a la peregrinación (en griego συνοδίᾳ [synodia] “los que viajan juntos”). Guarda una analogía con la subida de las gradas del Templo y por eso se les denomina Graduales.

 

 

Mc 7, 24-30

¡Qué gusto saber que te puedo encontrar en la oración y que tienes un don especial preparado para mí! Quieres que me acerque con verdadera humildad y fe porque sólo así te doy el lugar que verdaderamente te mereces. Concédeme vivir con esta actitud durante todo el día para así escuchar tu voz y poder darte a conocer a los demás.

Papa Francisco

 

¡Jesús va y se meta en tierra de paganismo, territorio de impiedad. Ayer en el Evangelio Jesús cuestionaba rotundamente el leguleyismo farisaico, a causa de lo cual, la situación se pone fea. Jesús -Quien se sentía llamado a llevar el Anuncio a las ovejas descarriadas de Israel- va en busca de tregua a la región que era la antigua Canaán, Tiro -en tiempos de Jesús-, tierra de paganos. Viene una pagana -originaria de Fenicia- a pedirle que exorcizara a su hija, quien era víctima de una posesión. De allí pasará a Sidón.


 

«De hecho, Jesús alaba a la mujer siro-fenicia que insistentemente le pide la curación de su hija. Insistencia que es ciertamente muy agotador, pero esto es una actitud de la oración. Santa Teresa habla de la oración como una negociación con el Señor, y esto es posible solo cuando hay familiaridad con el Señor. Es agotador, es verdad, pero esta es la oración, esto es conseguir de Dios una gracia. ¡Convencer al Señor con las virtudes del Señor! ¡Esto es hermoso!» (Papa Francisco)

 

¿Qué dice la gente? Qué vieja tan terca, ¿no le dijeron que no? Pero sigue ahí, ¡porfiada como ella sola!

 

En Mc 6, 32-44 se ha dado la multiplicación de los panes, los judíos que se autodenominan “hijos de Dios” no lo reconocen y lo rechazan; no aciertan a ver en Él nada distinto que un obrador de prodigios, algo así como un vendedor de específicos en la plaza o en la feria, como un culebrero, una atracción un entretenimiento, o -en caso extremo- un blasfemo. , Él se ve obligado a huir y llega “con los perros” -como se denominaba, en esa cultura, a los paganos-; allí la Siro-fenicia le suplica que le dé de las moronas del pan que el pueblo elegido rechazó: “Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños”. Toda la sección (6,6b – 8-30) se ha llamado la Sección de los panes; Jesús se hace alimento y los primeros en querer comer son los paganos -entre quienes la fama de Jesús se extiende prontamente- en cambio, a sus propios discípulos les cuesta y siguen sin entender. La Siro-fenicia no se hace la delicada, no se para en remilgos, suplica para quebrar la resistencia que Jesús le opone, en un primer momento: El que se cree dueño, rechaza; para el que mendiga, hasta una morona es banquete. Al orgulloso se le niega, al pobre se le dará a raudales. “Mis planes no son sus planes, mis caminos no son sus caminos -oráculo del Señor-. Como el cielo está por encima de la tierra, mis caminos están por encima de los suyos y mis planes de sus planes”. (Is 55, 8-9) «Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija».

 

Jesús le había dicho que primero debía dirigirse a su pueblo, a los judíos, y sólo luego, una vez los “principales” destinatarios del Mensaje Divino, se podrían dar las sobras a los de la gentilidad. El argumento de aquella mujer, lo que le dice es que, así sean migajas, las moronas que caían de la mesa, podían servirles de alimento a los paganos, y así, como decimos nosotros, “al lado del enfermo, que comiera el alentado”. La griega de ascendencia siro-fenicia argumenta a favor de no unos primero y otros luego, sino al tiempo, usufructuando lo que los primeros descuidadamente dejaban caer.

 

Y Jesús encuentra razonable su argumento y le concede la salud de su hija, exorcizándola de la posesión que la acosaba. Cuando la mujer llegó a su casa, la niña había sido liberada.


 

«¡Qué gusto saber que te puedo encontrar en la oración y que tienes un don especial preparado para mí! Quieres que me acerque con verdadera humildad y fe porque sólo así te doy el lugar que verdaderamente te mereces. Concédeme vivir con esta actitud durante todo el día para así escuchar tu voz y poder darte a conocer a los demás». (Papa Francisco)

 

“La misión de Jesús desborda los límites del territorio geográfico de Israel de la época, para beneficiar incluso a personas extranjeras”. (Hugo Orlando Martínez Aldana)

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