lunes, 17 de febrero de 2025

Martes de la Séptima Semana del Tiempo Ordinario


 

Gn 6, 5-8; 7, 1-5. 10

El relato del diluvio se inspira en las grandes inundaciones causadas por los grandes ríos en el Oriente medio antiguo. Hay en la base un acontecimiento real, una inundación catastrófica. El autor bíblico lo emplea con un significado simbólico: el diluvio es un regreso al caos primitivo.

Euclides Martins Balancin; Ivo Storniolo

En la Primera Lectura: El destrabó las compuertas y levantó los diques porque la degeneración, la corrupción y, la perversión de su criatura iba siempre en aumento y las únicas semillas que germinaban con éxito en su pecho, eran las de la maldad. Dios va a propiciar un Nuevo Inicio, aprovechara lo mejor que encontró en la primera versión del género humano, la “punto uno”.

 

No es un ejercicio de destrucción, es un “plan de mejora”. Al leer con atención encontramos que también los preparativos para este “perfeccionamiento” se llevan 7 días. Y, ahí sí, sobrevino el diluvio. Se debe destacar que Dios no hizo el mal -como hemos venido enfatizando- sino que el ser humano lo sacó de la hura de su corazón, y que esta maldad es un tipo de “astucia”, que es una cualidad, una inteligencia, una forma de entendimiento que puede -no necesariamente tiene que ser así- usarse con engaño. La astucia en general es una competencia, pero como todas ellas, puede ser usada para el bien o para el mal, (esa decisión es el territorio donde entra a jugar nuestro arbitrio, que dimana de la libertad con que hemos sido creados, para que fuéramos tan especiales, sólo un poco menores que los ángeles): este fue el triste uso que le dio el ser humano, el de la faceta maligna.

 

¿Qué tiene que ver la serpiente con todo esto? ¡Nada! Sólo la similitud de que ella también se cuela en huras, y en ellas habita, y es -de entre todos los animales- el más astuto del campo. Toda esta voz que impulsó a la “caída” era una reverberación del anhelo torcido de querer ser “como Dios, conocedores del mal y del bien” (Cfr. Gn 3,5).

 

Reflexionemos -porque este asunto es trascendental en la teología del pecado original- ¿qué interés podía tener la serpiente en hacer “caer” al hombre? Todo el tiempo hemos forzado una encarnación del Diablo en la Serpiente, pero la serpiente fue creada por Dios, y Él no creó nada malo, todo cuento el hizo era bueno, especialmente el Edén, un jardín de delicias que adecuó para que en él habitara el hombre, ¿cómo se le habría colado el Diablo?

 

Tenemos que asumir nuestra responsabilidad, la serpiente no “engañó” al humano para hacerlo caer, eso no dice allá, en Génesis. ¿cómo se pudo colar en el corazón humano el Malo? Por el resquicio de la libertad: “Así dice el Señor, yo he puesto delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal” (Jr 21, 8)


 

מַבּוּל [mabbul] “Diluvio”, es la palabra que aquí se registra. El texto que nos encontramos en esta perícopa describe varios factores desconcertantes:

-       Después que al crearnos Dios hizo un control de calidad y reconoció la perfección de su obra, ahora resulta que el ser humano no es otra cosa que un montón de maldad.

-       Resulta -última noticia- que al Sumo Creador se va sobrecogido por la sorpresa de las necedades completamente imprevistas con las que le vino a salir Adán y su combo de descendientes.

-       Y, aún más extraño, este “Decepcionado” resuelve recurrir a un proyecto de eutanasia pandémica.

¿Dónde queda, entonces el Maravilloso Plan del que con tanta esperanza hablamos? O, ¿esta es sólo una página intercalada de desesperanza?

 

La hipótesis de las fuentes nos aporta que este relato del Diluvio está conformado por segmentos Yahvistas y segmentos Sacerdotales que fueron entreverados. Por ejemplo, el diluvio, para los Yahvistas habría durado 40 días, en cambio, según la versión sacerdotal su duración habría sido de 150 días.

 

Este relato cumple una función pontificial, ¡sí, así como suena! tiende un puente entre las 10 generaciones pre-diluvianas y las 10 post-diluvianas que van de Adán a Abrahán, veinte generaciones en total. Esta simetría forma parte de la geometría literaria con la que se fabuló la estructura “mítica”, cuyo afán esencial es demostrar el linaje del judaísmo, y comunicar el privilegio que Dios tuvo desde siempre con este pueblo, el pueblo elegido.

 

“Inventan los nombres y las edades… También quieren mostrar que el mismo Dios de la Alianza, es el Dios de sus padres y el Dios de La Creación. Sólo hay Uno y Único Dios. Al decir que inventan nombres y edades no decimos que sean mentirosos. Ellos no quieren engañar a nadie. Al no saber el nombre le ponen uno con significado simbólico o bien el nombre de algún pueblo de su tiempo.

 

Si nosotros, ahora que tenemos papeles y sabemos escribir, no sabemos los nombres de nuestros bisabuelos y tatarabuelos…” (Javier Saravia s. j.)

 

“Las grandes catástrofes de la historia realizan, por lo tanto, el sueño del hombre justo: el fin de un mundo corrompido por la autosuficiencia y la aparición del nuevo mundo de Justicia” (Euclides Martins Balancin; Ivo Storniolo)

 

“Sin embargo, algunos se escandalizan con estas explicaciones. Pierden el sentido común y afirman: ‘Si está escrito así, pues así es’. Además, para Dios con su poder nada es imposible. Él pudo hacer que la gente durara todos esos años’ … etc. etc.

 

Si hacemos estas explicaciones no es para escandalizar a nadie. Y menos a la gente sencilla.” (Javier Saravia s.j.)

 

Sal 29(28), 1-4. 3b. 9c-10

El trueno es tu voz, y el rayo es la rúbrica de tu Mano.

Carlos González Vallés s. j.

Hoy la liturgia nos propone el Salmo 29(28) y se concentra en los versos en que el Poder Divino se manifiesta como tormenta. El ruido impresionante de este fenómeno de la naturaleza es para el salmista “La Voz del Señor sobre las aguas”. El salmo aclama y gloría al Señor, porque Él “se sienta” sobre las aguas del מַבּוּל [mab-bul] “diluvio”, como Rey Eterno. (Cfr. Sal 29(28), 10) La posición que ostenta como Gobernante-por-Siempre, es sentado, y -en correspondencia- la nuestra, de súbditos, es de adoración, postrados (v. 2).

 

Al datar este salmo se encuentra que es antiquísimo, como trece siglos antes de Cristo, quiere mostrarnos el poder de Dios, mostrando una tempestad incomparable. Y los truenos que retumban son allí, la propia Voz de Dios.

 


 

Aún te siento ahora más cerca en la tempestad, Señor, que en la calma. Cuando todo va bien y la vida discurre su curso normal, te doy por supuesto, reduzco al mínimo tu papel en mi vida, me olvido de ti. En cambio, cuando vienen las tinieblas y me cubren con el sentido de mi propia impotencia, al instante pienso en Ti y me refugio a tu lado.” (Carlos González Vallés s. j)

 

No es un diluvio que pretende meter miedo, no es el catastrofismo por gusto, tampoco el apocalipsis para que nos quedemos juiciosos en el rincón, peinados con gel. Esas son manías cinematográficas, aterradoras visiones filmográficas, en tiempos antiguos era el “Coco”, para que los niños se tomaran toda la sopa. Observemos que el salmo concluye anunciando la Paz de Dios para su pueblo, venida sobre nosotros como regalo Divino. Si leemos el salmo integro, encontraremos la esperanza de YHWH que resplandece y triunfa: “El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como Rey Eterno. El Señor da fuerza a su pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz”

 

Mc 8, 14-21

El gobierno de las tormentas, del oleaje, y de todas las fuerzas de la naturaleza por parte de Dios, está maravillosamente expresado en la perícopa de la Tempestad calmada (Marcos 4,35-41; Mt 8, 23-27; Lc 8,22-25).

 


La libertad, ese don tan precioso con el que nuestro Creador nos ha dignificado conlleva la responsabilidad permanente del discernimiento: “Estén atentos (abran los ojos), eviten la levadura de los fariseos y de Herodes”. (Mc 8, 15) ¿Cuál es el rasgo de los fariseos? Se ufanan de su posición, prestan una importancia desmedida a la observancia de ritos externos y de las formalidades de una piedad a la vista, con ayunos, abluciones, largas oraciones en voz alta, y limosnas cuidando de ser vistos por todos, en cambio, descuidan la verdadera piedad y la caridad sincera, practicando -como lo vimos recientemente-, entre otros, el corbán, excusa leguleya para no socorrer a sus propios padres; Herodes por su parte, es el prototipo del gobernante despreciable que abusaba cargando al pueblo de impuestos, diezmó la familia de los Asmoneos para adueñarse del poder, actuaba como cómplice y sirviente del Imperio, llegando a asesinar a una de sus esposas y a los dos hijos que habían tenido, por ser legítimos herederos del trono; y, como si fuera poco, promovió orgias y combates entre gladiadores, y es tristemente recordado -además- por la masacre de los niños, tras la comparecencia de los “Reyes Magos”, tratando de eliminar entre ellos al Niño Jesús. ¡Se entiende por qué se debían evitar estas levaduras!

 

«ARCA es una embarcación. En el relato se describe que tiene las siguientes medidas: 150 metros de largo 25 metros de ancho, 15 metros de alto. Tiene tres pisos. Se presenta como un templo. Es figura de él y del Arca de la Alianza. Gn 6, 15s»

(Javier Saravia s. j.)

Los discípulos no llevaban en el Arca más que un Pan: Jesús, el Pan de Vida. Pero, ellos, aun cuando lo había visto multiplicar hasta la desmesura el pan y los peces, ¡no acababan de comprender! (Cfr. Mc 8, 21).

 

πεπωρωμένην ἔχετε τὴν καρδίαν ὑμῶν [peporomenen echete ten cardian ymon] “¿Tienen tan cerrado el entendimiento?” «Jesús muestra que los discípulos deben entender algo que les hace falta en su comprensión, sin precisar exactamente de qué se trata. Solo les indica que la causa de su incomprensión es la mente embotada». (Hugo Orlando Martínez Aldana)

 

Hay un conjunto de ideas que circulan en el medio ambiente en el que nos movemos y que nos bloquean para poder ver y entender. Sólo el Espíritu Santo puede liberarnos. Puede destrancarnos. Puede pronunciar sobre nosotros el Effetá. El Malo trabaja para hacer más densa esa neblina mental y mantener su manipulación.


 

“Esta incomprensión es desalentadora, pues coloca a los discípulos en el terreno de los opositores de Jesús, al no saber analizar correctamente la práctica del compartir de los panes”. (Euclides M. Balancin)

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