Hb
13, 1-8
Φιλαδελφία [filadelfía]
“amor fraterno”
Jesucristo ha
establecido una Alianza con nosotros, se ha hecho hombre y armonizando esa
Encarnación con su Divinidad -compaginándolas por medio de su kénosis- así,
siendo Dios-es-Hombre, bajo la doble naturaleza, ha ejercido su Sacerdocio
consustancial, según el rito de Melquisedec, y nos ha educado con un mapa ético
que guie nuestra vida en la tierra, que nos entrenemos, para entrar en la Casa
Real del Padre. El hagiógrafo del Sermón a los Hebreos, nos recuerda aquí esos
fundamentos de vida cristiana, su lista -de recomendaciones prácticas- es esta:
·
Ante todo, el amor
fraterno.
·
También entre las
primeras virtudes pone la hospitalidad. Al desplazado, al extranjero, al
sin-techo hay que abrirle de par en par el corazón, y, sin darnos cuenta,
estaremos obrando el bien y atendiendo a los ángeles.
·
Tener presentes en
la memoria y el corazón a los presos y a los que sufren maltratos, no
simplemente pensando en ellos o diciendo una oración, sino -particularmente-
viviendo sus sufrimientos como si fueran propios, recibidos en nuestra propia
carne
·
La sacralidad del
matrimonio, que no se mancille el lecho conyugal: Impuros y adúlteros estarán
incluidos en el Juicio De Dios
·
Repudio de la
codicia, mejor, practicar cierto conformismo, sin caer de ninguna manera en la
avaricia.
·
Recordar con
gratitud a quienes se han ocupado de guiarnos en los caminos de la virtud y la
conformidad con la Voluntad Divina emulando su ejemplo de fidelidad y
constancia en la fe.
·
Atengámonos con
resolución inquebrantable en la certeza de su Providencia y Auxilio.
Jesucristo no es una foto fija, no
permanece impávido, no está inmóvil en una especie de hibernación; no es eso lo
que significa. No pretendamos tener a Dios como una estatua de yeso, el
dinamismo de Dios es permanente, no creo y se ausentó, su Misericordia siempre
es actuante, no cesa de crear, no para de perdonar, se interesa por nosotros,
se compadece: ¡Nunca te dejaré, ni te abandonaré!
¡Esto es lo que quiere decir que es el
mismo ayer, hoy y siempre! ¡Fiel!
Sal
27(26), 1bcde. 3. 5. 8c-9abcd
Este Salmo 27(26), es un salmo que
llamamos del Huésped, es decir, de alguien que se siente alojado por Dios,
puesto bajo su tutela y techo, que habita “a la Sombra del Altísimo”, protegido
porque Dios lo aloja en su Tienda, le permite acampar en su Santuario. Consta
de dos partes; Cuando la situación pinta negra, ¡y negra bien oscura!: se
enuncia la confianza en el Señor como Esperanza irrefutable; en la segunda
parte -a partir del verso 7- (se reconoce por el cambio de persona, antes se
estaba relatando cómo es Dios en su Fidelidad, y se venía hablando en tercera
persona; al pasar a esta nueva parte, se empieza a hablar en segunda persona,
pues se está dirigiendo un ruego y Dios es ahora el Interlocutor), se vuelve al
Señor implorando su auxilio. Pero la perícopa que se lee, pertenece casi toda
ella a la primera parte. La firme confianza en el Señor, aun cuando la
situación parezca desesperada, se puede resumir con el primer verso de la
perícopa: «El Señor es mi Luz y mi Salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la
Defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?» Y le insiste con su ruego que no
lo vaya a impugnar, que lo defienda, que no lo rechace; la cuarta estrofa
(versos 8c-9abcd) es la única tomada de esa segunda parte del Salmo.
El
salmista quiere una sola cosa: habitar en la Casa de Señor todos los días de su
Vida; lo que significa estar siempre a su servicio, dedicarse a cumplir su
Voluntad. Vivir bajo su Techo, en sus Moradas, significa estar en trato
constante con Él, frecuentar su Presencia, Escuchar su Palabra, permanecer siempre
en su Cercanía, para conocerLo como se conoce al Amigo que frecuentamos.
No
es un conocimiento indirecto, sino una experiencia personal, no sabemos de Él
por oídas, ni recabamos información sobre Él por terceras personas. Vivamos la
experiencia de contar con su Protección aun cuando todo un ejército se nos abalance.
Porque cuando hay un peligro, Él nos refugiará en su tienda del encuentro, me
ofrecerá su Santuario en asilo: Él es mi Luz y mi Salvación. Alumbra mi sendero para que no tropiece, pero,
si a pesar de su Claridad me precipito en caída, Él me tenderá la mano para
sujetarme.
Mc
6, 14-29
Al escuchar la cobardía de Herodes frente a la
petición de la hija de Herodías, nos queda una sensación de amargura y hastío
porque sabemos que, a pesar de tenerlo encerrado, Herodes no quería matar a
Juan el Bautista.
Pero qué es lo que realmente nos molesta. ¿Por
qué es común escuchar que lo que menos podemos tolerar en los demás es la
hipocresía y la cobardía? Creo que es precisamente lo que nos atañe más
directamente, pues todos alguna vez hemos sido cobardes e hipócritas.
Papa Francisco
Compararnos con los demás siempre entraña
algo de cobardía y algo de hipocresía: Significa acomodarnos a los respetos
humanos, allí está la cuna de esa expresión que pretexta el vejamen de nuestros
hermanos y pone en primer término la búsqueda de la propia superioridad, “Ustedes
no sabe quién soy yo”
Estamos en la sección de los Panes (6,6b –
8,30) El episodio que nos ocupa en el Evangelio es el de la muerte de Juan el
Bautista (Mc 6, 14-29). Si vamos a San Marcos -buscando el co-texto- ¿qué
encontramos inmediatamente antes? El fragmento donde Jesús envía a sus
discípulos a misionar (Mc 6, 6b-13). Si miramos ¿qué sigue? Mañana leeremos que
“los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían
hecho y enseñado” (Mc 6, 30-34). Hoy, no se nos narra lo que dijeron, o
hicieron, o los prodigios que quizás obraron durante su misión. El relato de
hoy lo que nos entrega es un baile -seguramente lujurioso- y el trofeo a que se
hizo acreedora esa danza: ¡La bandeja con la cabeza ensangrentada! ¡Danza
mortuoria! ¡Mazurca de la decapitación! Esto corona la extensión de la fama de
Jesús.
“La característica de este pasaje es la
alusión explicita a la resurrección del precursor y la motivación de su revivir
en Jesús, es decir, “el poder de los milagros” que se manifiesta en Él… Herodes
es el faraón de una lucha eterna, que va dirigida contra el Éxodo de los hijos
de Dios hacia la libertad” (Beck, Benedetti, Brambillesca, etal)
Y es que la perícopa se inserta allí,
donde el asunto a debatir es ¿quién es el mayor? Se trata de una vieja
triquiñuela del Malo, que extiende su estrategia divisoria, poniéndonos en
cotejo, enfrentándonos unos a otros, generando división.
Se referencia a Jesús como poniéndolo en
competencia, pero, eso -ya hoy en día no nos vulnera- ellos lo enfrentaban con
Elías, con Juan el Bautista y con otros profetas. Esta clase de cosas se hace
para bajar el nivel, para menospreciar, cualquiera que sea el veredicto,
alguien va a estar más arriba, y… alguien, en consecuencia, quedará más abajo.
Tendríamos que eliminar esta perspectiva,
mirarnos entre nosotros como nos mira Dios, como nos mira un padre de familia,
como estamos en el corazón de nuestra madre, por muchos hermanos que tengamos:
nadie es mejor que nadie, cada uno tiene su talento, cada uno es un hijo de
Dios, Juan era la Voz “que clama en el desierto” Jesús es el Mesías, la
Palabra. No estamos para compararnos, aun cuando estemos muy habituados a las
comparaciones, en una cultura del “Primer puesto”, la “Mención de honor”, la “medalla”
y la “presea” o el “favoritismo del docente titular”. ¿Cuántas veces detrás del
favoritismo sólo se busca tener a alguien subyugado para que “borre el tablero”?
La muerte de este justo y santo decapitado
para que su cabeza sea el trofeo de una danzante, parece la premonición de
aquel que marcha cuesta arriba del Calvario, llevando a los hombros su
patíbulo, entre flagelos y escupitajos, vejaciones, hisopo empapado en vino
agrio, clavos y lanzada. ¡El Rey de los Judíos que morirá en la cruz! Cordero
llevado al matadero-redentor, al Altar del Sacrificio, Sacerdote Eterno según el
rito de Melquisedec.
Señor,
qué distintos son tus pensamientos de nuestros pensamientos, tu justicia de
nuestra justicia. Enséñanos a salir de nuestro egoísmo y buscar siempre la
verdad que nos conduce hasta Ti, aunque a veces eso implique el necesario
camino de la cruz y de la abnegación.
«Herodes
sembró muerte para defender su propio bienestar, su propia pompa de jabón. Y
esto se sigue repitiendo… Pidamos al Señor que quite lo que haya quedado de
Herodes en nuestro corazón; pidamos al Señor la gracia de llorar por nuestra
indiferencia, de llorar por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros,
también en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que
hacen posibles dramas como éste» (Papa Francisco)
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