jueves, 13 de febrero de 2025

Viernes de la Quinta Semana del Tiempo Ordinario


 

Gn 3, 1-8

Es curioso e interesante en grado sumo el largo proceso de escritura que tuvo el Génesis, prácticamente fueron mil años para llegar al texto actual. 1) Se empezó a escribir durante el reinado de Salomón, 2) otra etapa fuerte fue en el período entre el 800 y el 700 a.C., cuando se dividió el reino y 10 tribus nombraron rey a Jeroboam dándole la espalda a Roboam que sólo conservó el respaldo de dos tribus; esta división debilitó tremendamente (930 a.C.) al país que quedó dividido en Israel, al norte y Judá, al sur; 3) luego, tanto durante el Exilio como en el post exilio 586-400 a.C. se concluyó la redacción del Primer Libro de la Biblia. No se contó, pues, con una uniformidad redaccional, sino que diversos enfoques enfatizaron determinadas concepciones políticas y religiosas. Las investigaciones marcan cierta tendencia y acuerdo a considerar cuatro escuelas redaccionales: Yahavista (Y), Elohista (E), Deuteronómica (D) y Sacerdotal (P). Aun cuando esta aseveración no es contundente sino un modelo interpretativo, ha mantenido su preponderancia explicativa.

 

Sabemos que Salomón tomo esposas de diferentes regiones y cayó bajo la influencia de las ideologías cananita y egipcia. En estas culturas las religiones eran ginecocráticas (matriarcales), presentando la Diosa Madre o el mito de la Gran Madre y predominaban las diosas, asociadas con frecuencia a la serpiente: por ejemplo, Tiamat, en sumeria, tenía una presencia serpentina: Nammu, diosa-madre-serpiente.

 


Quisiéramos destacar un rasgo de las serpientes: su capacidad de mimetizarse y esconderse entre las piedras o en las rendijas del terreno. Su astucia (inteligencia para sacar ventaja de una situación), radica principalmente en ello. Muy seguramente la serpiente que aquí encontramos no es la criatura de Dios que Él hizo en el sexto día -y que Dios juzgó que “era buena” (Gn 1, 25d); sino, la personificación de estas ideologías, que las mujeres de Salomón importaron a la corte del Reino de Israel. Recuérdese que Salomón trasplantó el modelo político y diplomático de Egipto, donde la Serpiente enrollada en torno a la cabeza -como se ve en la arqueología egipcia- representaba el poder de dominio sin oposición, para avasallar y explotar a los demás, conculcando los derechos divinos de sabiduría y justo gobierno.


 

Vemos, entonces, una serpiente astuta, que tiene que leerse -no literalmente- sino espiritualmente, como prosopopeya de la “tentación”: la serpiente personifica “la tentación”, algo que está escondido en las grietas del propio corazón, mimetizada entre sus recovecos. Notemos que fue la propia mujer la que cayó en la cuenta que “el árbol tentaba el apetito, y tomó la fruta del árbol comió y se la convidó a su marido”. (Gn 3, 6) Muchos llegan a deformar tanto el relato que lo cuentan como que la Serpiente tenía brazos y le alcanzó el fruto “prohibido” a la mujer (así lo vemos también en diversas presentaciones gráficas del episodio). No es que el diablo se haya colado en el Paraíso, lo que pasa es que ellos -incapaces de asumir la responsabilidad- acusan al otro (al Malo) como culpable: “La mujer que me diste por compañera me convidó el fruto y comí” (Gn 3, 12) son ellos mismos los que se dividen (diábolo= el que divide) y fracturan la hermosa unidad en que vivían. Y, lo que es más grave, no solo se cambia la relación entre ellos, sino que, además, cambia su relación con Dios, quien ahora -como lo veremos en la perícopa de mañana- ya no Lo esperan con agradada amistad sino, del que huyen a esconderse maniatados por el miedo, la vergüenza y la culpa.

 

Sal 32(31), 1b-2. 5. 6. 7

En la primera estrofa enuncia una bienaventuranza para quien logra la expiación y es absuelto. Con una condición, que su corazón se proponga con sincero arrepentimiento mantener su fidelidad al Señor.

 

El salmista reconoce haberle fallado a Dios, pero se reconoce culpable y acepta haber trasgredido su “precepto”; el Señor por su parte -podríamos hablar de “automáticamente” porque no interpone ninguna dilación para extenderle Su Perdón.

 

A partir de esta experiencia de sentirse perdonado y acogido en la aprobación de Dios, el hagiógrafo pasa a recomendarle que se acoja al ampro de Dios, sin importar de qué peligro se trate, así sea del diluvio, el Señor los sacará a flote.

 

El hagiógrafo reconoce, como haciendo síntesis de su idea, que Dios es Infinitamente Perdonador:

      i.        Refugio

     ii.        Libra del peligro

    iii.        Libera como creando -en torno a sus fieles- un “campo de fuerza” Protector.

 

El pecado conduce a la desesperación; y, la Iglesia es muy consciente de la gigantesca responsabilidad que Dios le ha encomendado. Así que ten pronto aparece en escena el pecado, la Iglesia se apresura a manifestar que existe un “antídoto”. ¡Si! Antídoto, porque el pecado es un veneno que corroe el alma, pero la Misericordia de Dios exorciza su Mal y la arroja de nosotros para recuperarnos, para sanarnos, para cauterizar la herida. De eso se trata el Salmo 32(31), Salmo penitencial:

Dichosos el hombre que está absuelto de su culpa,

a quien le han sepultado el pecado;

dichoso el hombre a quien el Señor

no le apunta el delito.

 

Sin embargo, son dos los obstáculos para alcanzar esta absolución. Por una parte, está el que rechaza la oferta sanadora del Sacramento de la Conversión y se niega a acercarse al Confesionario, a este grupo pertenecen los que afirman “no me confieso con un hombre que es más pecador que yo, yo sólo me confieso con Dios”; por la otra, están quienes disimulan su culpa, la acallan, la arrinconan, la ocultan, la disfrazan, la minimizan, se niegan a ver el daño que causa, hacen ojos ciegos de los perjuicios que acarrean a otros y a sí mismos con tales faltas. A este grupo pertenecen los que se excusan con la amoralidad diseminada por los mass media -que en franco contubernio con  el Malo- declaran que eso no es malo, que no se le puede juzgar como pecado, que es “normal”, que todo el mundo lo hace”, que es muy razonable, inclusive que mejora la salud, o que es elegante, o que está a la moda, o que libera de “prejuicios pendejos”, que son melindres de los viejos contemporáneos de los dinosaurios, o que, supera esos antiguos recatos y reatos de consciencia mojigata. (Paramos ahí, con estos pocos ejemplos, porque abusaríamos en la extensión si tratamos de ser exhaustivos).

 

La más fatal consecuencia consiste en ir embruteciendo y ensordeciendo la consciencia que, al final, ya no sabe qué es y qué no es pecado: la consciencia agoniza, el corazón se entorpece, y el árbol del bien y del mal se marchita y muere; hay quienes dicen que cae y nadie se da cuenta porque cae sin hacer ruido; y, en realidad, cae estruendosa y aparatosamente, pero no lo notan porque ¡tiene ojos, pero no ven, tiene oídos, pero no oyen!

 

Mc 7, 31

Effetá también es una palabra sinodal

Aquí están las dos culturas opuestas. La cultura del encuentro y la cultura de la exclusión, la cultura del prejuicio, porque se perjudica y excluye. En efecto, sólo quien reconoce la propia fragilidad, el propio límite puede construir relaciones fraternas y solidarias, en la Iglesia y en la sociedad.

Papa Francisco

“Jesús sale de la casa donde se había refugiado y recorre la región de la Decápolis, que también es pagana (7,31) Allí cura a un sordomudo, con lo cual simboliza la liberación de las personas: con los oídos abiertos y la boca sin mordaza, ellas son capaces de oír y hablar, y así adquieren la capacidad de discernir la realidad, y al mismo tiempo criticar la situación que oprime, anunciando la palabra trasformadora (7,32-35). (Euclides M. Balancin)


 

“… Este hombre no oye y se expresa con sonidos guturales, casi con gruñidos, cuyo sentido no se logra entender. Ni siquiera parece saber lo que quiere, puesto que necesita que los otros lo lleven a Jesús, el caso es en sí desesperado (7, 31-32).

 

Jesús comienza, tanto en los signos como también después en las ordenes sucesivas, con la sanación de la audición, los oídos. La Sanación de la lengua vendrá seguidamente.

 

A estos signos Jesús les añade la mirada hacia lo alto y un suspiro que indica su sufrimiento y su participación en una tan dolorosa condición humana… En este hombre que no sabe comunicarse y es lanzado por Jesús en el vórtice gozoso de una comunicación auténtica podemos leer la parábola de nuestra difícil comunicación interpersonal, eclesial, social.

 

… La comunicación autentica no es solo una necesidad para la supervivencia de una comunidad civil, familiar o religiosa. Es también un don, una meta por alcanzar, una participación en el misterio de Dios, quien es Comunicación.” (Carlo María Martini)

 

Como esta situación de bloqueo, de cierre, de incomunicabilidad también nos toca a nosotros, y podemos descubrir vastos campos de incomunicación en nuestras propias comunidades, vamos a retomar aquí, de la FRATELLI TUTTI, los numerales 3 y 4:


 

«Hay un episodio de su vida (la de San Francisco de Asís) que nos muestra su corazón sin confines, capaz de ir más allá de las distancias de procedencia, nacionalidad, color o religión. Es su visita al Sultán Malik-el-Kamil, en Egipto, que significó para él un gran esfuerzo debido a su pobreza, a los pocos recursos que tenía, a la distancia y a las diferencias de idioma, cultura y religión. Este viaje, en aquel momento histórico marcado por las cruzadas, mostraba aún más la grandeza del amor tan amplio que quería vivir, deseoso de abrazar a todos. La fidelidad a su Señor era proporcional a su amor a los hermanos y a las hermanas. Sin desconocer las dificultades y peligros, san Francisco fue al encuentro del Sultán con la misma actitud que pedía a sus discípulos: que, sin negar su identidad, cuando fueran «entre sarracenos y otros infieles […] no promuevan disputas ni controversias, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios». En aquel contexto era un pedido extraordinario. Nos impresiona que ochocientos años atrás Francisco invitara a evitar toda forma de agresión o contienda y también a vivir un humilde y fraterno “sometimiento”, incluso ante quienes no compartían su fe.

 

Él no hacía la guerra dialéctica imponiendo doctrinas, sino que comunicaba el amor de Dios. Había entendido que “Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios” (1 Jn 4,16). De ese modo fue un padre fecundo que despertó el sueño de una sociedad fraterna, porque «sólo el hombre que acepta acercarse a otros seres en su movimiento propio, no para retenerlos en el suyo, sino para ayudarles a ser más ellos mismos, se hace realmente padre». En aquel mundo plagado de torreones de vigilancia y de murallas protectoras, las ciudades vivían guerras sangrientas entre familias poderosas, al mismo tiempo que crecían las zonas miserables de las periferias excluidas. Allí Francisco acogió la verdadera paz en su interior, se liberó de todo deseo de dominio sobre los demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos».

 

Los problemas de la comunicación tienen tres frentes: la comunicación con el prójimo, la comunicación consigo mismo y la comunicación con Dios; el sacramento de sanación amerita lograr la apertura en su triple sentido.

 

Por el contrario, quien se confiesa es un bienaventurado. Esta es la bienaventuranza del que peca y se confiesa: ¡Es capaz de oír el cántico celestial de “liberación”! Parece ser que antiguamente la fórmula para el Sacramento del Bautismo incluía la expresión aramea ¡Effetá! La expresión, que -como se explica en el propio Evangelio, traduce “Ábrete”-, es una fórmula que destranca, útil a quien no se puede comunicar con fluidez, en la perícopa de hoy, al sordo, que apenas si hablaba, le sirve para encontrar la Gracia del destranque. Lo cierto es que el Ritual para el bautismo de adultos (RICA) incluye el rito del Effetá. 

 

πάντα πεποίηκεν “Todo lo ha hecho bien” (Mc 7, 37) es una resonancia de las evaluaciones que hace Dios en el Capítulo 1 del Génesis al concluir cada jornada Creadora.

 

Y, a manera de glosa conclusiva para nuestra reflexión, una cita tomada del #56 del Documento Final de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que nos hacer conscientes y responsables en la construcción del Reino de ser operarios de la esperanza, no de la imposición y mucho menos de ahondar las fracturas y profundizar las distancias:   

 

«La apertura al mundo nos permite descubrir que, en cada rincón del planeta, en cada cultura y en cada grupo humano el Espíritu ha sembrado las semillas del Evangelio. Éstas fructifican en la capacidad de vivir relaciones sanas, de cultivar la confianza mutua y el perdón, de superar el miedo a la diversidad y dar vida a comunidades acogedoras, de promover una economía que cuide de las personas y del planeta, de reconciliarse después de un conflicto. La historia nos deja un legado de conflictos motivados también en nombre de la afiliación religiosa, que socavan la credibilidad de las propias religiones. Una fuente de sufrimiento es el escándalo de la división entre comuniones cristianas, la enemistad entre hermanos y hermanas que han recibido el mismo Bautismo. La renovada experiencia de impulso ecuménico que acompaña el camino sinodal, uno de los signos de la conversión

relacional, abre la esperanza».

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