Gn 3, 1-8
Es curioso e interesante en grado sumo el largo proceso de
escritura que tuvo el Génesis, prácticamente fueron mil años para llegar al
texto actual. 1) Se empezó a escribir durante el reinado de Salomón, 2) otra
etapa fuerte fue en el período entre el 800 y el 700 a.C., cuando se dividió el
reino y 10 tribus nombraron rey a Jeroboam dándole la espalda a Roboam que sólo
conservó el respaldo de dos tribus; esta división debilitó tremendamente (930
a.C.) al país que quedó dividido en Israel, al norte y Judá, al sur; 3) luego,
tanto durante el Exilio como en el post exilio 586-400 a.C. se concluyó la
redacción del Primer Libro de la Biblia. No se contó, pues, con una uniformidad
redaccional, sino que diversos enfoques enfatizaron determinadas concepciones
políticas y religiosas. Las investigaciones marcan cierta tendencia y acuerdo a
considerar cuatro escuelas redaccionales: Yahavista (Y), Elohista (E),
Deuteronómica (D) y Sacerdotal (P). Aun cuando esta aseveración no es
contundente sino un modelo interpretativo, ha mantenido su preponderancia
explicativa.
Sabemos que Salomón tomo esposas de diferentes regiones y
cayó bajo la influencia de las ideologías cananita y egipcia. En estas culturas
las religiones eran ginecocráticas (matriarcales), presentando la Diosa Madre o
el mito de la Gran Madre y predominaban las diosas, asociadas con frecuencia a
la serpiente: por ejemplo, Tiamat, en sumeria, tenía una presencia serpentina:
Nammu, diosa-madre-serpiente.
Quisiéramos destacar un rasgo de las serpientes: su capacidad
de mimetizarse y esconderse entre las piedras o en las rendijas del terreno. Su
astucia (inteligencia para sacar ventaja de una situación), radica
principalmente en ello. Muy seguramente la serpiente que aquí encontramos no es
la criatura de Dios que Él hizo en el sexto día -y que Dios juzgó que “era
buena” (Gn 1, 25d); sino, la personificación de estas ideologías, que las
mujeres de Salomón importaron a la corte del Reino de Israel. Recuérdese que Salomón
trasplantó el modelo político y diplomático de Egipto, donde la Serpiente
enrollada en torno a la cabeza -como se ve en la arqueología egipcia-
representaba el poder de dominio sin oposición, para avasallar y explotar a los
demás, conculcando los derechos divinos de sabiduría y justo gobierno.
Vemos, entonces, una serpiente astuta, que tiene que leerse
-no literalmente- sino espiritualmente, como prosopopeya de la “tentación”: la
serpiente personifica “la tentación”, algo que está escondido en las grietas
del propio corazón, mimetizada entre sus recovecos. Notemos que fue la propia
mujer la que cayó en la cuenta que “el árbol tentaba el apetito, y tomó la
fruta del árbol comió y se la convidó a su marido”. (Gn 3, 6) Muchos llegan a
deformar tanto el relato que lo cuentan como que la Serpiente tenía brazos y le
alcanzó el fruto “prohibido” a la mujer (así lo vemos también en diversas
presentaciones gráficas del episodio). No es que el diablo se haya colado en el
Paraíso, lo que pasa es que ellos -incapaces de asumir la responsabilidad-
acusan al otro (al Malo) como culpable: “La mujer que me diste por compañera me
convidó el fruto y comí” (Gn 3, 12) son ellos mismos los que se dividen
(diábolo= el que divide) y fracturan la hermosa unidad en que vivían. Y, lo que
es más grave, no solo se cambia la relación entre ellos, sino que, además,
cambia su relación con Dios, quien ahora -como lo veremos en la perícopa de
mañana- ya no Lo esperan con agradada amistad sino, del que huyen a esconderse maniatados
por el miedo, la vergüenza y la culpa.
Sal 32(31), 1b-2. 5. 6. 7
En la primera estrofa enuncia una bienaventuranza para quien logra
la expiación y es absuelto. Con una condición, que su corazón se proponga con
sincero arrepentimiento mantener su fidelidad al Señor.
El salmista reconoce haberle fallado a Dios, pero se reconoce
culpable y acepta haber trasgredido su “precepto”; el Señor por su parte -podríamos
hablar de “automáticamente” porque no interpone ninguna dilación para
extenderle Su Perdón.
A partir de esta experiencia de sentirse perdonado y acogido
en la aprobación de Dios, el hagiógrafo pasa a recomendarle que se acoja al
ampro de Dios, sin importar de qué peligro se trate, así sea del diluvio, el
Señor los sacará a flote.
El hagiógrafo reconoce, como haciendo síntesis de su idea,
que Dios es Infinitamente Perdonador:
i.
Refugio
ii.
Libra del peligro
iii.
Libera como creando -en torno a sus
fieles- un “campo de fuerza” Protector.
El pecado conduce a la desesperación; y, la Iglesia es muy
consciente de la gigantesca responsabilidad que Dios le ha encomendado. Así que
ten pronto aparece en escena el pecado, la Iglesia se apresura a manifestar que
existe un “antídoto”. ¡Si! Antídoto, porque el pecado es un veneno que corroe
el alma, pero la Misericordia de Dios exorciza su Mal y la arroja de nosotros
para recuperarnos, para sanarnos, para cauterizar la herida. De eso se trata el
Salmo 32(31), Salmo penitencial:
Dichosos el hombre que
está absuelto de su culpa,
a quien le han
sepultado el pecado;
dichoso el hombre a
quien el Señor
no le apunta el delito.
Sin embargo, son dos los obstáculos para alcanzar esta absolución.
Por una parte, está el que rechaza la oferta sanadora del Sacramento de la
Conversión y se niega a acercarse al Confesionario, a este grupo pertenecen los
que afirman “no me confieso con un hombre que es más pecador que yo, yo sólo me
confieso con Dios”; por la otra, están quienes disimulan su culpa, la acallan,
la arrinconan, la ocultan, la disfrazan, la minimizan, se niegan a ver el daño
que causa, hacen ojos ciegos de los perjuicios que acarrean a otros y a sí
mismos con tales faltas. A este grupo pertenecen los que se excusan con la
amoralidad diseminada por los mass media -que en franco contubernio con el Malo- declaran que eso no es malo, que no
se le puede juzgar como pecado, que es “normal”, que todo el mundo lo hace”,
que es muy razonable, inclusive que mejora la salud, o que es elegante, o que
está a la moda, o que libera de “prejuicios pendejos”, que son melindres de los
viejos contemporáneos de los dinosaurios, o que, supera esos antiguos recatos y
reatos de consciencia mojigata. (Paramos ahí, con estos pocos ejemplos, porque
abusaríamos en la extensión si tratamos de ser exhaustivos).
La más fatal consecuencia consiste en ir embruteciendo y
ensordeciendo la consciencia que, al final, ya no sabe qué es y qué no es pecado:
la consciencia agoniza, el corazón se entorpece, y el árbol del bien y del mal
se marchita y muere; hay quienes dicen que cae y nadie se da cuenta porque cae
sin hacer ruido; y, en realidad, cae estruendosa y aparatosamente, pero no lo
notan porque ¡tiene ojos, pero no ven, tiene oídos, pero no oyen!
Mc 7, 31
Effetá también es
una palabra sinodal
Aquí
están las dos culturas opuestas. La cultura del encuentro y la cultura de la
exclusión, la cultura del prejuicio, porque se perjudica y excluye. En
efecto, sólo quien reconoce la propia fragilidad, el propio límite puede
construir relaciones fraternas y solidarias, en la Iglesia y en la sociedad.
Papa
Francisco
“Jesús sale de la casa donde se había refugiado y recorre la
región de la Decápolis, que también es pagana (7,31) Allí cura a un sordomudo,
con lo cual simboliza la liberación de las personas: con los oídos abiertos y
la boca sin mordaza, ellas son capaces de oír y hablar, y así adquieren la capacidad
de discernir la realidad, y al mismo tiempo criticar la situación que oprime,
anunciando la palabra trasformadora (7,32-35). (Euclides M. Balancin)
“… Este hombre no oye y se expresa con sonidos guturales,
casi con gruñidos, cuyo sentido no se logra entender. Ni siquiera parece saber
lo que quiere, puesto que necesita que los otros lo lleven a Jesús, el caso es
en sí desesperado (7, 31-32).
Jesús comienza, tanto en los signos como también después en
las ordenes sucesivas, con la sanación de la audición, los oídos. La Sanación
de la lengua vendrá seguidamente.
A estos signos Jesús les añade la mirada hacia lo alto y un
suspiro que indica su sufrimiento y su participación en una tan dolorosa
condición humana… En este hombre que no sabe comunicarse y es lanzado por Jesús
en el vórtice gozoso de una comunicación auténtica podemos leer la parábola de
nuestra difícil comunicación interpersonal, eclesial, social.
… La comunicación autentica no es solo una necesidad para la
supervivencia de una comunidad civil, familiar o religiosa. Es también un don,
una meta por alcanzar, una participación en el misterio de Dios, quien es
Comunicación.” (Carlo María Martini)
Como esta situación de bloqueo, de cierre, de incomunicabilidad
también nos toca a nosotros, y podemos descubrir vastos campos de
incomunicación en nuestras propias comunidades, vamos a retomar aquí, de la FRATELLI
TUTTI, los numerales 3 y 4:
«Hay un episodio de su vida (la de San Francisco de Asís) que
nos muestra su corazón sin confines, capaz de ir más allá de las distancias de
procedencia, nacionalidad, color o religión. Es su visita al Sultán
Malik-el-Kamil, en Egipto, que significó para él un gran esfuerzo debido a su
pobreza, a los pocos recursos que tenía, a la distancia y a las diferencias de
idioma, cultura y religión. Este viaje, en aquel momento histórico marcado por
las cruzadas, mostraba aún más la grandeza del amor tan amplio que quería
vivir, deseoso de abrazar a todos. La fidelidad a su Señor era proporcional a
su amor a los hermanos y a las hermanas. Sin desconocer las dificultades y
peligros, san Francisco fue al encuentro del Sultán con la misma actitud que
pedía a sus discípulos: que, sin negar su identidad, cuando fueran «entre
sarracenos y otros infieles […] no promuevan disputas ni controversias, sino
que estén sometidos a toda humana criatura por Dios». En aquel contexto era un
pedido extraordinario. Nos impresiona que ochocientos años atrás Francisco
invitara a evitar toda forma de agresión o contienda y también a vivir un
humilde y fraterno “sometimiento”, incluso ante quienes no compartían su fe.
Él no hacía la guerra dialéctica imponiendo doctrinas, sino
que comunicaba el amor de Dios. Había entendido que “Dios es amor, y el que permanece
en el amor permanece en Dios” (1 Jn 4,16). De ese modo fue un padre fecundo que
despertó el sueño de una sociedad fraterna, porque «sólo el hombre que acepta
acercarse a otros seres en su movimiento propio, no para retenerlos en el suyo,
sino para ayudarles a ser más ellos mismos, se hace realmente padre». En aquel
mundo plagado de torreones de vigilancia y de murallas protectoras, las
ciudades vivían guerras sangrientas entre familias poderosas, al mismo tiempo
que crecían las zonas miserables de las periferias excluidas. Allí Francisco
acogió la verdadera paz en su interior, se liberó de todo deseo de dominio
sobre los demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos».
Los problemas de la comunicación tienen tres frentes: la
comunicación con el prójimo, la comunicación consigo mismo y la comunicación
con Dios; el sacramento de sanación amerita lograr la apertura en su triple
sentido.
Por el contrario, quien se confiesa es un bienaventurado.
Esta es la bienaventuranza del que peca y se confiesa: ¡Es capaz de oír el
cántico celestial de “liberación”! Parece ser que antiguamente la fórmula para
el Sacramento del Bautismo incluía la expresión aramea ¡Effetá! La expresión,
que -como se explica en el propio Evangelio, traduce “Ábrete”-, es una fórmula
que destranca, útil a quien no se puede comunicar con fluidez, en la
perícopa de hoy, al sordo, que apenas si hablaba, le sirve para encontrar la
Gracia del destranque. Lo cierto es que el Ritual para el bautismo de adultos
(RICA) incluye el rito del Effetá.
πάντα πεποίηκεν “Todo lo ha hecho bien”
(Mc 7, 37) es una resonancia de las evaluaciones que hace Dios en el Capítulo 1
del Génesis al concluir cada jornada Creadora.
Y, a manera de glosa conclusiva para nuestra reflexión, una
cita tomada del #56 del Documento Final de la XVI Asamblea General Ordinaria
del Sínodo de los Obispos, que nos hacer conscientes y responsables en la
construcción del Reino de ser operarios de la esperanza, no de la imposición y
mucho menos de ahondar las fracturas y profundizar las distancias:
«La apertura al mundo nos permite descubrir que, en cada
rincón del planeta, en cada cultura y en cada grupo humano el Espíritu ha
sembrado las semillas del Evangelio. Éstas fructifican en la capacidad de vivir
relaciones sanas, de cultivar la confianza mutua y el perdón, de superar el
miedo a la diversidad y dar vida a comunidades acogedoras, de promover una
economía que cuide de las personas y del planeta, de reconciliarse después de un
conflicto. La historia nos deja un legado de conflictos motivados también en
nombre de la afiliación religiosa, que socavan la credibilidad de las propias
religiones. Una fuente de sufrimiento es el escándalo de la división entre
comuniones cristianas, la enemistad entre hermanos y hermanas que han recibido
el mismo Bautismo. La renovada experiencia de impulso ecuménico que acompaña el
camino sinodal, uno de los signos de la conversión
relacional, abre la esperanza».
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