Hb
10, 32-39
Dos
cosas nos pide esta exhortación, que son las dos avenidas principales que
conducen a la Fidelidad: la valentía y la paciencia. ¿Cuáles son los pilares
sobre los que se basan estas virtudes del fiel creyente? Sobre la recordación
de las pruebas que se han soportado y la firmeza con las que hemos sabido
sobrepasarlas.
Se
han soportado
i.
Múltiples combates y sufrimientos
ii.
Hemos sido expuestos a oprobios públicos
iii.
A malos tratos
iv.
Compartimos los rigores del encarcelamiento
v.
Padecimos la confiscación de nuestros bienes
Tantos
sufrimientos que nos endurecen, como el atleta que en cada certamen pone en
juego todos sus potenciales y descubre -asombrado- que es más capaz de lo que
él hubiera creído o imaginado. Nuestra resistencia no es un entrenamiento
estéril, nos hace conscientes del arrojo, la bravura y la intrepidez que el
Espíritu Santo nos inyecta.
Muchas
veces, ni siquiera son las pruebas personales, sino la admiración de los que
han sufrido con semejante entereza las flechas del martirio. Sabemos que la fe
nos hace miembros de una raza tenaz e indómita. La base misma de toda esta
fuerza la descubrimos en el Crucificado que nos enseñó a ser fieles en nuestra
misión, hasta las últimas consecuencias.
La
historia de nuestro pueblo cristiano nos da a conocer miles de páginas donde,
con asombro se nos revela la Valentía que duerme en el sustrato de este
discipulado cristiano. Cuando Jesús llama y nos dice ¡Sígueme! ni por asomo pensamos
que íbamos a descubrir
tanto
arrojo, tanta solidez, tanta convicción.
Nos
parece que la espera es más prolongada y que linda con las fronteras de la
desesperación. Nuestro Sumo y Eterno Sacerdote nos promete:
Pronto, muy pronto,
Vendrá el que tiene que venir.
No tardará.
Mi justo por la fe vivirá;
pero si se vuelve atrás,
no estaré contento con él.
En
este Libro, el hagiógrafo nos diagnostica y descubre que somos de una raza
tesonera, que no se da por vencida, que nuestra fe nos da un blindaje que
resiste contra toda expectativa y más allá: No vamos hacia la condenación de
los que se dan por vencidos, sino hacia la Salvación de los que han sido
pertrechados con la firmeza de la Fe.
Sal
37(36), 3-4. 5-6. 23-24. 39-40
Este
es un salmo de la Alianza. En la Alianza Dios nos dice: Yo soy tu Dios, tú serás
mi pueblo. La Alianza es “bilateral”. A cada
uno le corresponde asumir un rol dentro de la Alianza, cumplir el rol es asumir
la Alianza. Ser su pueblo, es simplemente asumir su Amistad, tener en cuenta
que ser miembro de un mismo pueblo significa simplemente sentirse amigo-fraternal
de los compatriotas.
«Todo
lo hago por tu Reino, desde luego, por el bien de las almas y el servicio del
prójimo; pero hay en todo ello una presión constante, como si el destino de la
humanidad entera dependiera exclusivamente de mí y de mis esfuerzos. Siento
necesidad de trabajar, conseguir, bendecir, sanar, poner remedio a todos los
males del mundo, comenzando, desde luego, por todos los defectos de mi persona,
y así he de actuar, rezar, planear, organizar, conseguir, conquistar. Demasiada
actividad en mi pequeño mundo; demasiadas ideas en mi cabeza; demasiados
proyectos en mis manos. Y en medio de toda esa prisa loca, oigo la palabra que
me llega desde arriba: Espera.
Tranquilo.
No te precipites, no te empeñes, no te atosigues, no te vuelvas loco y no
vuelvas loco a todo el mundo a tu alrededor. No te comportes como si el
delicado equilibrio del cosmos entero dependiera de ti en cada instante.
Siéntate y cállate. La naturaleza sabe esperar, y sus frutos llegan cuando les
toca. La tierra aguarda a la lluvia, los campos esperan a las semillas y a las
cosechas, el árbol espera a la primavera, las mareas esperan su horario
celeste, y las estrellas centelleantes esperan edades enteras a que el ojo del
hombre las descubra y alguien piense en la mano que las puso en sus órbitas. Toda
la creación sabe esperar la plenitud de los tiempos que viene a darle sentido y
recoger la mies de esperanza en gavillas de alegría. Sólo el hombre es
impaciente y se le quema el tiempo en las manos. Sólo yo quedo aún por aprender
la paciencia de los cielos que trae la paz al alma y le deja a Dios libre para
actuar a su tiempo y a su manera. El secreto de la acción cristiana no es el
hacer, sino el dejarle a Dios que haga. “Confía en Él, y Él actuará"». (Carlos
González Vallés s.j.)
Mc
4, 26-34
DIOS
ES EL FUNDAMENTO DE TODO EN SU REINO
Dar en el blanco
El discípulo dio con la
flecha en el blanco y lo mostró orgulloso al Maestro. El Maestro le preguntó:
«¿Sabes por qué has dado en el blanco?» El discípulo explicó: «Sí. Tensé el
arco ni un punto más ni un punto menos de lo necesario; apunté con exactitud al
centro del blanco; respiré hondo; reposé tres instantes en la posición; solté
la flecha al soltar la respiración y la seguí con el pensamiento. Así alcancé
el blanco.» El Maestro sentenció: «Aún no has aprendido nada.»
Pasó el tiempo, y el
discípulo volvió a dar en el blanco. Quedó inmóvil con su arco contemplando la
flecha clavada. El Maestro se acercó y le preguntó: «¿Sabes por qué has dado en
el blanco?» El discípulo contestó: «No». El Maestro sentenció: «Ahora has
aprendido».
Carlos González Vallés
s.j.
Lo
que Jesús quiere no es darnos un cursillo de agricultura, «A través de estas imágenes
tomadas del mundo rural, Jesús presenta la eficacia de la Palabra de Dios y las
exigencias de su Reino, mostrando las razones de nuestra esperanza y de nuestro
empeño en la historia» (Papa Francisco)
Pensemos
en un programa del computador, las ordenes están contenidas, podemos
distraernos, podemos adormilarnos, podemos hacer cientos de cosas diferentes,
ir -por ejemplo- tomar un tinto, pero el
programa sigue adelante, hasta que cumpla toda la tarea y llegue a la orden que
le indica que la misión encomendada se ha cumplido. Así pasa con muchas cosas,
por ejemplo, en la parábola se refiere a la semilla sembrada, en la vida es
frecuente ver, por ejemplo, una madre, lleva su bebé en el vientre y el
programa sigue adelante, ella puede distraerse, adormilarse, hacer cientos de
cosas diferentes, tomarse un tinto, desayunar, almorzar, comer, dormir,
descansar, pero el programa sigue adelante, ese programa se llama gestación,
hasta que los nueve meses lleguen a su culmen.
¿A
qué remite en esta parábola la imagen de la semilla que germina en la tierra? Al
reino, el Reino de Dios es exactamente así, es promesa de Dios, es la meta de
la Alianza. El ser humano puede ocuparse en lo que se le ocurra, también él
puede dormir, comer, jugar, tomársela en serio, trabajar, holgazanear, ¿cómo se
dice? puede procrastinar, puede hacer guerras, construir culturas de muerte y
consagrarse no a la Adoración sino a la idolatría, y pese a eso, sí o sí, el
reino llegará, en el Justo Momento que Dios tenga previsto para la Parusía y
todos los demás puntos escatológicos. ¡De esto no se duda! ¡El Señor meterá la
hoz, llegada la “madurez del fruto”!
Por
un instante regresemos al ejemplo de la mujer en cinta, se requiere que ella
sea paciente y valiente: las dos avenidas principales que conducen a la
Fidelidad. ¿Cómo podría ella incurrir en la infidelidad? Evidentemente, abortando.
El aborto es la infidelidad al proyecto de la vida. En el ejemplo del computador, ¿cuál sería la
infidelidad? Desconectando el computador a medio programa, para irse a tomar su
tinto. Y ¿en la semilla de la parábola? Desenterrar la semilla y quemarla o
molerla o destriparla para destruirla.
Esta
parábola es muy profunda, su nivel más intenso está y consiste en luchar contra
un mito de muchos grupos religiosos, la geminación de la semilla depende de que
nosotros recemos mucho, nos portemos muy bien, cumplamos ciertos ritos; y nada
de esto cuenta; ¡el Reino brotará y crecerá a pesar de todo!
Quiere
eso decir que bien podemos pararnos de cabeza, ¿el resultado será el mismo? ¡De
ningún modo! ¿Creen ustedes que tendrá la misma suerte el hortelano que cuide
el sembradío que aquel que venga a destruirlo?
¿Qué
pasaría si apresamos al sembrador y no permitimos que se produzca la fase en
que Él desparrama aventando las semillas?
Creen
ustedes que -diciendo que ya hemos esperado mucho- si se dicta un decreto de “plazo
máximo”, ¿podríamos definirle términos a Dios? (Quizás ha sido eso lo que han
querido lograr los milenaristas).
¿Qué
pasaría si en vez de detenerlo y obstruir su labor, nosotros nos propusiéramos colaborarle,
y nos uniéramos a la campaña de sembrado? ¿Cómo podríamos colaborar eficazmente
en vez de entorpecer al Sembrador-Cultivador? ¿Existe un Manual del Agricultor
que pudiera darnos las pautas necesarias? ¡Si, la Sagrada Escritura!
Por
eso es tan importante que podamos leer y dedicarnos a la Biblia, allí
encontraremos las indicaciones que nos guían para ser colaboradores y no
obstructores. Podemos -por este medio- llegar a hacernos amigos del Sembrador,
y podremos darle una mano:
«Podemos
tener confianza, porque la palabra de Dios es palabra creadora, destinada a
volverse “el grano lleno en la espiga”. Esta parábola si es acogida, trae
seguramente sus frutos, porque Dios mismo la hace germinar y madurar a través
de caminos que no siempre podemos verificar y de una manera que no conocemos. Y
de una manera que no sabemos.
Todo
esto nos hace entender que es siempre Dios quien hace crecer su Reino. Por esto
rezamos tanto, “Qué venga tu Reino”. Es él quien lo hace crecer, el hombre es
su humilde colaborador, que contempla y se alegra de la acción creadora divina
y espera con paciencia los frutos.
La
palabra de Dios hace crecer, da vida. Y aquí quiero recordarles la importancia
de tener el Evangelio, la Biblia al alcance de la mano. El Evangelio pequeño en
la cartera, en el bolsillo, de nutrirnos cada día con esta palabra viva de
Dios. Leer cada día un párrafo del Evangelio o un párrafo de la Biblia. Por
favor no se olviden nunca de esto, porque esta es la fuerza que hace germinar
en nosotros la vida del Reino de Dios.» (Papa Francisco)
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