jueves, 30 de enero de 2025

Viernes de la Tercera Semana del Tiempo Ordinario

 


Hb 10, 32-39

Dos cosas nos pide esta exhortación, que son las dos avenidas principales que conducen a la Fidelidad: la valentía y la paciencia. ¿Cuáles son los pilares sobre los que se basan estas virtudes del fiel creyente? Sobre la recordación de las pruebas que se han soportado y la firmeza con las que hemos sabido sobrepasarlas.

 

Se han soportado

      i.        Múltiples combates y sufrimientos

     ii.        Hemos sido expuestos a oprobios públicos

    iii.        A malos tratos

   iv.        Compartimos los rigores del encarcelamiento

     v.        Padecimos la confiscación de nuestros bienes

 

Tantos sufrimientos que nos endurecen, como el atleta que en cada certamen pone en juego todos sus potenciales y descubre -asombrado- que es más capaz de lo que él hubiera creído o imaginado. Nuestra resistencia no es un entrenamiento estéril, nos hace conscientes del arrojo, la bravura y la intrepidez que el Espíritu Santo nos inyecta.

 

Muchas veces, ni siquiera son las pruebas personales, sino la admiración de los que han sufrido con semejante entereza las flechas del martirio. Sabemos que la fe nos hace miembros de una raza tenaz e indómita. La base misma de toda esta fuerza la descubrimos en el Crucificado que nos enseñó a ser fieles en nuestra misión, hasta las últimas consecuencias.

 

La historia de nuestro pueblo cristiano nos da a conocer miles de páginas donde, con asombro se nos revela la Valentía que duerme en el sustrato de este discipulado cristiano. Cuando Jesús llama y nos dice ¡Sígueme! ni por asomo pensamos que íbamos a descubrir

tanto arrojo, tanta solidez, tanta convicción.


 

Nos parece que la espera es más prolongada y que linda con las fronteras de la desesperación. Nuestro Sumo y Eterno Sacerdote nos promete:

 

Pronto, muy pronto,

Vendrá el que tiene que venir.

No tardará.

 

Mi justo por la fe vivirá;

pero si se vuelve atrás,

no estaré contento con él.

 

En este Libro, el hagiógrafo nos diagnostica y descubre que somos de una raza tesonera, que no se da por vencida, que nuestra fe nos da un blindaje que resiste contra toda expectativa y más allá: No vamos hacia la condenación de los que se dan por vencidos, sino hacia la Salvación de los que han sido pertrechados con la firmeza de la Fe.

 

Sal 37(36), 3-4. 5-6. 23-24. 39-40

Este es un salmo de la Alianza. En la Alianza Dios nos dice: Yo soy tu Dios, tú serás mi pueblo.  La Alianza es “bilateral”. A cada uno le corresponde asumir un rol dentro de la Alianza, cumplir el rol es asumir la Alianza. Ser su pueblo, es simplemente asumir su Amistad, tener en cuenta que ser miembro de un mismo pueblo significa simplemente sentirse amigo-fraternal de los compatriotas.


 

«Todo lo hago por tu Reino, desde luego, por el bien de las almas y el servicio del prójimo; pero hay en todo ello una presión constante, como si el destino de la humanidad entera dependiera exclusivamente de mí y de mis esfuerzos. Siento necesidad de trabajar, conseguir, bendecir, sanar, poner remedio a todos los males del mundo, comenzando, desde luego, por todos los defectos de mi persona, y así he de actuar, rezar, planear, organizar, conseguir, conquistar. Demasiada actividad en mi pequeño mundo; demasiadas ideas en mi cabeza; demasiados proyectos en mis manos. Y en medio de toda esa prisa loca, oigo la palabra que me llega desde arriba: Espera.

 

Tranquilo. No te precipites, no te empeñes, no te atosigues, no te vuelvas loco y no vuelvas loco a todo el mundo a tu alrededor. No te comportes como si el delicado equilibrio del cosmos entero dependiera de ti en cada instante. Siéntate y cállate. La naturaleza sabe esperar, y sus frutos llegan cuando les toca. La tierra aguarda a la lluvia, los campos esperan a las semillas y a las cosechas, el árbol espera a la primavera, las mareas esperan su horario celeste, y las estrellas centelleantes esperan edades enteras a que el ojo del hombre las descubra y alguien piense en la mano que las puso en sus órbitas. Toda la creación sabe esperar la plenitud de los tiempos que viene a darle sentido y recoger la mies de esperanza en gavillas de alegría. Sólo el hombre es impaciente y se le quema el tiempo en las manos. Sólo yo quedo aún por aprender la paciencia de los cielos que trae la paz al alma y le deja a Dios libre para actuar a su tiempo y a su manera. El secreto de la acción cristiana no es el hacer, sino el dejarle a Dios que haga. “Confía en Él, y Él actuará"». (Carlos González Vallés s.j.)

 

Mc 4, 26-34

DIOS ES EL FUNDAMENTO DE TODO EN SU REINO

Dar en el blanco

El discípulo dio con la flecha en el blanco y lo mostró orgulloso al Maestro. El Maestro le preguntó: «¿Sabes por qué has dado en el blanco?» El discípulo explicó: «Sí. Tensé el arco ni un punto más ni un punto menos de lo necesario; apunté con exactitud al centro del blanco; respiré hondo; reposé tres instantes en la posición; solté la flecha al soltar la respiración y la seguí con el pensamiento. Así alcancé el blanco.» El Maestro sentenció: «Aún no has aprendido nada.»

Pasó el tiempo, y el discípulo volvió a dar en el blanco. Quedó inmóvil con su arco contemplando la flecha clavada. El Maestro se acercó y le preguntó: «¿Sabes por qué has dado en el blanco?» El discípulo contestó: «No». El Maestro sentenció: «Ahora has aprendido».

Carlos González Vallés s.j.

 

Lo que Jesús quiere no es darnos un cursillo de agricultura, «A través de estas imágenes tomadas del mundo rural, Jesús presenta la eficacia de la Palabra de Dios y las exigencias de su Reino, mostrando las razones de nuestra esperanza y de nuestro empeño en la historia» (Papa Francisco)

 


Pensemos en un programa del computador, las ordenes están contenidas, podemos distraernos, podemos adormilarnos, podemos hacer cientos de cosas diferentes, ir -por ejemplo-  tomar un tinto, pero el programa sigue adelante, hasta que cumpla toda la tarea y llegue a la orden que le indica que la misión encomendada se ha cumplido. Así pasa con muchas cosas, por ejemplo, en la parábola se refiere a la semilla sembrada, en la vida es frecuente ver, por ejemplo, una madre, lleva su bebé en el vientre y el programa sigue adelante, ella puede distraerse, adormilarse, hacer cientos de cosas diferentes, tomarse un tinto, desayunar, almorzar, comer, dormir, descansar, pero el programa sigue adelante, ese programa se llama gestación, hasta que los nueve meses lleguen a su culmen.

 

¿A qué remite en esta parábola la imagen de la semilla que germina en la tierra? Al reino, el Reino de Dios es exactamente así, es promesa de Dios, es la meta de la Alianza. El ser humano puede ocuparse en lo que se le ocurra, también él puede dormir, comer, jugar, tomársela en serio, trabajar, holgazanear, ¿cómo se dice? puede procrastinar, puede hacer guerras, construir culturas de muerte y consagrarse no a la Adoración sino a la idolatría, y pese a eso, sí o sí, el reino llegará, en el Justo Momento que Dios tenga previsto para la Parusía y todos los demás puntos escatológicos. ¡De esto no se duda! ¡El Señor meterá la hoz, llegada la “madurez del fruto”!

 

Por un instante regresemos al ejemplo de la mujer en cinta, se requiere que ella sea paciente y valiente: las dos avenidas principales que conducen a la Fidelidad. ¿Cómo podría ella incurrir en la infidelidad? Evidentemente, abortando. El aborto es la infidelidad al proyecto de la vida.  En el ejemplo del computador, ¿cuál sería la infidelidad? Desconectando el computador a medio programa, para irse a tomar su tinto. Y ¿en la semilla de la parábola? Desenterrar la semilla y quemarla o molerla o destriparla para destruirla.

 

Esta parábola es muy profunda, su nivel más intenso está y consiste en luchar contra un mito de muchos grupos religiosos, la geminación de la semilla depende de que nosotros recemos mucho, nos portemos muy bien, cumplamos ciertos ritos; y nada de esto cuenta; ¡el Reino brotará y crecerá a pesar de todo!

 

Quiere eso decir que bien podemos pararnos de cabeza, ¿el resultado será el mismo? ¡De ningún modo! ¿Creen ustedes que tendrá la misma suerte el hortelano que cuide el sembradío que aquel que venga a destruirlo?

 

¿Qué pasaría si apresamos al sembrador y no permitimos que se produzca la fase en que Él desparrama aventando las semillas?

 

Creen ustedes que -diciendo que ya hemos esperado mucho- si se dicta un decreto de “plazo máximo”, ¿podríamos definirle términos a Dios? (Quizás ha sido eso lo que han querido lograr los milenaristas).

 

¿Qué pasaría si en vez de detenerlo y obstruir su labor, nosotros nos propusiéramos colaborarle, y nos uniéramos a la campaña de sembrado? ¿Cómo podríamos colaborar eficazmente en vez de entorpecer al Sembrador-Cultivador? ¿Existe un Manual del Agricultor que pudiera darnos las pautas necesarias? ¡Si, la Sagrada Escritura!

 

Por eso es tan importante que podamos leer y dedicarnos a la Biblia, allí encontraremos las indicaciones que nos guían para ser colaboradores y no obstructores. Podemos -por este medio- llegar a hacernos amigos del Sembrador, y podremos darle una mano:

 

«Podemos tener confianza, porque la palabra de Dios es palabra creadora, destinada a volverse “el grano lleno en la espiga”. Esta parábola si es acogida, trae seguramente sus frutos, porque Dios mismo la hace germinar y madurar a través de caminos que no siempre podemos verificar y de una manera que no conocemos. Y de una manera que no sabemos.


 

Todo esto nos hace entender que es siempre Dios quien hace crecer su Reino. Por esto rezamos tanto, “Qué venga tu Reino”. Es él quien lo hace crecer, el hombre es su humilde colaborador, que contempla y se alegra de la acción creadora divina y espera con paciencia los frutos.

 

La palabra de Dios hace crecer, da vida. Y aquí quiero recordarles la importancia de tener el Evangelio, la Biblia al alcance de la mano. El Evangelio pequeño en la cartera, en el bolsillo, de nutrirnos cada día con esta palabra viva de Dios. Leer cada día un párrafo del Evangelio o un párrafo de la Biblia. Por favor no se olviden nunca de esto, porque esta es la fuerza que hace germinar en nosotros la vida del Reino de Dios.» (Papa Francisco)

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