viernes, 31 de enero de 2025

Sábado de la Tercera Semana del Tiempo Ordinario


 

Hb 11, 1-2. 8-19

Hoy entramos en el cuarto y penúltimo segmento de esta Libro: La fe y la fortaleza. Vamos a alabar l fe, a justipreciarla. Este capítulo empieza definiendo la fe con tres pautas:

       i.        La fe es la plena seguridad de recibir lo que se espera.

      ii.        La visión -por auxilio de Dios- de aquello que no se ve, alcanzando la convicción

     iii.        Lo que tuvieron los antepasados que los acreditó y lograron por ello aprobación, de estos hombres, personajes históricos de nuestra fe haremos memoria.

 

Que Dios creó todo a partir de elementos no físicos, invisibles (se dice en v. 3).

En los versos 4-7 se muestra el testimonio de fe de Abel, Enoc y Noé.

 

En los versos 8-19 diversos testimonios de la fe de Abraham.

En los versos 20-22 los testimonios consecutivos de Isaac, Jacob y José.

Los versos 23-28 los diversos testimonios de Moisés.

Los testimonios que siguen, ya lo veremos el lunes próximo -de la Cuarta Semana del Tiempo Ordinario.

 

No nos vayamos a engañar haciendo una falsa expectativa, hemos dicho ‘definición de la fe’, pero no se trata de una definición stricto sensu, al estilo de las definiciones de la teología formalizada.

 

Los cristianos -con el Segundo Testamento o Segunda Alianza estaremos dotados de razones de mucho mayor peso porque ya hemos visto el cumplimiento y cabal realización de las promesas mesiánicas del Primer Testamento.

 

La fe, entonces, lo que nos da son pilares para no ir por ahí dando palos de ciego. Lo que se trata de mostrar es la paciencia y la fortaleza que nos asiste, no que sobrevendrán tiempos de paz exentos de persecuciones que, como ya hemos visto han llegado a ser en nuestro tiempo, la situación ordinaria en la que se mueve el cristianismo y que nos ha dado tantos y tantos testimonios de sangre.

 

Con tantas y tan sólidas razones descubrimos por qué llamamos a Abrahán “padre en la fe”. Cuyo primer gesto fue aceptar abandonar su tierra natal para ir a un “no sé dónde”, dónde lo llevaría el Señor. Así abandonó Ur de los Caldeos y se dejó guiar, poniendo su vida en manos de Dios. Su nomadismo nos figura la Jerusalén Celestial, como destino último del creyente, ahí la promesa ya llega a ser un horizonte escatológico. Vivieron su existencia terrenal como errabundos que se instalaban, sólo provisionalmente, en carpas en un peregrinar constante por las tierras de Canaán.

 

Sara también participó de esa fe, aguardando el cumplimiento de una maternidad que se hacía cada vez más lejana y -conforme envejecía- imposible. Pero la promesa les hacía confiar en esa descendencia tan numerosa como las arenas del mar. Su fe se concretaba en no volverse atrás para recuperar la patria primera sino sostenerse en la búsqueda que sería la realización de lo que Dios les había augurado.


 

Cuando Dios se lo pidió, Abrahán no tuvo reparo ni camino con lentitud para cumplir lo ordenado. Verdaderamente nos asombra la tenacidad de esta fe que era capaz -en última hora- de atacar lo que parecía el cumplimiento de lo esperado, contrario a lo que Dios le pedía. Era un verdadero salto al vació, confiando en la Voz de Dios.

 

No llegó a perder a Isaac, porque si la fidelidad de Abrahán había sido probada, la Fidelidad Divina no sería desmentida.

 

Sal Lc 1, 69-70. 71-72. 73-75

… la promesa de un niño engendrado por padres estériles, que justo por eso aparece como alguien que ha sido donado por Dios mismo… vive siempre, por decirlo así, “en la tienda del Encuentro”. Es sacerdote no sólo en determinados momentos sino en su existencia entera, anunciando así el nuevo sacerdocio que aparecerá con Jesús.

Benedicto XVI

Por fin, después del nacimiento de Juan el Bautista, la lengua de su papá se destraba y se suelta para pronunciar este, que no es exactamente un salmo, sino más bien una voz profética que hace ventriloquía de lo que tendrá que expresar y testimoniar el “Precursor”. Porque de lo que habla aquí Zacarías es del Mesías. Su oración es, una Jubilosa Acción de Gracias.


 

Aquellas personas que tenían su corazón anclado a la Escritura, lo que hace es entretejer retazos, tomados en préstamo aquí y allá de los que se había dicho en el Primer Testamento. Lo mismo y tanto que sucede en el Magnificat.  Si nosotros estudiáramos la Biblia, nos sorprendería de qué manera sus Palabras, estructuran nuestro pensamiento y van salpicando los puntos cruciales de nuestro discurso y, también, el trascurso de nuestra vida.

 

Esta Acción de Gracias cubre los versos 68-79 del capítulo 1 del evangelio según San Lucas. El verso 80 podemos considerarlo el epígrafe del Canto Eucarístico (lo llamamos así recordando que, “eucaristía” significa precisamente Acción de Gracias). La perícopa tan sólo toma los 7 primeros versículos. El verso responsorial será el verso 68 con lo que tendríamos, en total 8 versos comprometidos en la perícopa.

 

El hagiógrafo sería, Zacarías, y el propio evangelista nos informa que la autoría profunda corresponde al Espíritu Santo cuando dice: “Zacarías, su padre, quedó lleno del espíritu Santo, profetizó y dijo” (v. 67).

 

Bien vale la pena que hemos hablado de Alianza, pero aquí San Lucas, usa la palabra “Juramento”, para destacar que a psar de la inconsistencia humana para cumplir su parte de la Alianza, lo que Dios ha dicho se cumplirá porque la Voz de Dios es “Juramento”, y Dios no jura de balde.

 

Podemos hacer nuestras las palabras de Zacarías cada vez que vemos y vivenciamos los frutos de Dios en nuestra vida y su benevolencia incomparable. Este padre rebosante, agradece porque descubre que los tesoros concedidos enriquecen no tan solo su vida personal y familiar, sino que los frutos alcanzaran al pueblo entro inaugurando una nueva Edad.

 

Ellos oraron pidiendo un hijo y el Señor honró su Poder dándoles uno que extendería las gracias de la paternidad haciéndose vocero del que venía: El Mesías.

 

Mc 4, 35-41

Continuamos en el segmento que narra la “historia” -contada desde la perspectiva teológica marqueana- de Jesús y su accionar en Galilea.


 

Se presentan una serie de anotaciones de tipo cronológico que san Marcos introduce para señalar que se pasa de un ciclo de tozos conexos a una nueva serie. O sea que se cierra el trecho de las parábolas.  

 

Lo primero que se nos va a revelar con la Tormenta Calmada es que Jesús es Dios. ¡Sólo Dios en Persona puede darle ordenes al Viento y al Mar y captar su obediencia! El agua, especialmente el agua encabritada figura las tentaciones que acosan al creyente. Esta figura ya proviene de los Salmo y del Libro de Job, donde encuentran su antecedente. Simboliza potencias infernales.

 

Además, el agua embravecida del mar hace que Jesús sea el foco de atención, y Jesús pasa a significar otra persona, profundizando en su identidad Divina y descifrando su mesianismo.

 

La palabra que usa Marcos significa precisamente miedo: ἐφοβήθησαν {efobethesan], se deriva del verbo φοβέομαι [fobeomai] “ser cogido por un miedo como para salir corriendo”.


 

La barca que lleva a la comunidad discipular, representaría a la Iglesia.  Si las enseñanzas anteriores los hubieran calado, habrían estado, no en estado de zozobra sino en plena calma porque el Poder de Dios expresado en Jesús iba con ellos. Es muy cuestionante, en primer lugar, para nosotros mismos, ¿porque nos cuesta tanto creer en Jesús? Al decir que Jesús estaba durmiendo, se está casi presentando un pretexto: “Si Él está dormido no puede contener el agua indómita, otra cosa sería si estuviera despierto”. Sería que ¿Jesús sólo era Dios en estado de vigilia y si dormía, su Poder lo abandonaba?

 

¿Cuánta gente abandona la barca cuando les parece que Jesús está dormido? La deserción es generalizada, y los ídolos les parecen más sólidos y más poderosos. Tenemos que preguntarnos muy sinceramente ¿con qué frecuencia hemos gritado: “Maestro, no  te importa que perezcamos”?

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