Hb
11, 1-2. 8-19
Hoy
entramos en el cuarto y penúltimo segmento de esta Libro: La fe y la fortaleza.
Vamos a alabar l fe, a justipreciarla. Este capítulo empieza definiendo la fe
con tres pautas:
i.
La fe es la plena seguridad de recibir lo que se espera.
ii.
La visión -por auxilio de Dios- de aquello que no se ve, alcanzando
la convicción
iii.
Lo que tuvieron los antepasados que los acreditó y lograron
por ello aprobación, de estos hombres, personajes históricos de nuestra fe
haremos memoria.
Que
Dios creó todo a partir de elementos no físicos, invisibles (se dice en v. 3).
En
los versos 4-7 se muestra el testimonio de fe de Abel, Enoc y Noé.
En
los versos 8-19 diversos testimonios de la fe de Abraham.
En
los versos 20-22 los testimonios consecutivos de Isaac, Jacob y José.
Los
versos 23-28 los diversos testimonios de Moisés.
Los
testimonios que siguen, ya lo veremos el lunes próximo -de la Cuarta Semana del
Tiempo Ordinario.
No
nos vayamos a engañar haciendo una falsa expectativa, hemos dicho ‘definición
de la fe’, pero no se trata de una definición stricto sensu, al estilo de las definiciones de la
teología formalizada.
Los
cristianos -con el Segundo Testamento o Segunda Alianza estaremos dotados de
razones de mucho mayor peso porque ya hemos visto el cumplimiento y cabal
realización de las promesas mesiánicas del Primer Testamento.
La
fe, entonces, lo que nos da son pilares para no ir por ahí dando palos de ciego.
Lo que se trata de mostrar es la paciencia y la fortaleza que nos asiste, no
que sobrevendrán tiempos de paz exentos de persecuciones que, como ya hemos
visto han llegado a ser en nuestro tiempo, la situación ordinaria en la que se
mueve el cristianismo y que nos ha dado tantos y tantos testimonios de sangre.
Con
tantas y tan sólidas razones descubrimos por qué llamamos a Abrahán “padre en
la fe”. Cuyo primer gesto fue aceptar abandonar su tierra natal para ir a un “no
sé dónde”, dónde lo llevaría el Señor. Así abandonó Ur de los Caldeos y se dejó
guiar, poniendo su vida en manos de Dios. Su nomadismo nos figura la Jerusalén
Celestial, como destino último del creyente, ahí la promesa ya llega a ser un
horizonte escatológico. Vivieron su existencia terrenal como errabundos que se
instalaban, sólo provisionalmente, en carpas en un peregrinar constante por las
tierras de Canaán.
Sara
también participó de esa fe, aguardando el cumplimiento de una maternidad que
se hacía cada vez más lejana y -conforme envejecía- imposible. Pero la promesa les
hacía confiar en esa descendencia tan numerosa como las arenas del mar. Su fe se
concretaba en no volverse atrás para recuperar la patria primera sino
sostenerse en la búsqueda que sería la realización de lo que Dios les había
augurado.
Cuando
Dios se lo pidió, Abrahán no tuvo reparo ni camino con lentitud para cumplir lo
ordenado. Verdaderamente nos asombra la tenacidad de esta fe que era capaz -en
última hora- de atacar lo que parecía el cumplimiento de lo esperado, contrario
a lo que Dios le pedía. Era un verdadero salto al vació, confiando en la Voz de
Dios.
No
llegó a perder a Isaac, porque si la fidelidad de Abrahán había sido probada,
la Fidelidad Divina no sería desmentida.
Sal
Lc 1, 69-70. 71-72. 73-75
… la promesa de un niño
engendrado por padres estériles, que justo por eso aparece como alguien que ha
sido donado por Dios mismo… vive siempre, por decirlo así, “en la tienda del
Encuentro”. Es sacerdote no sólo en determinados momentos sino en su existencia
entera, anunciando así el nuevo sacerdocio que aparecerá con Jesús.
Benedicto XVI
Por
fin, después del nacimiento de Juan el Bautista, la lengua de su papá se
destraba y se suelta para pronunciar este, que no es exactamente un salmo, sino
más bien una voz profética que hace ventriloquía de lo que tendrá que expresar
y testimoniar el “Precursor”. Porque de lo que habla aquí Zacarías es del Mesías.
Su oración es, una Jubilosa Acción de Gracias.
Aquellas
personas que tenían su corazón anclado a la Escritura, lo que hace es entretejer
retazos, tomados en préstamo aquí y allá de los que se había dicho en el Primer
Testamento. Lo mismo y tanto que sucede en el Magnificat. Si nosotros estudiáramos la Biblia, nos
sorprendería de qué manera sus Palabras, estructuran nuestro pensamiento y van
salpicando los puntos cruciales de nuestro discurso y, también, el trascurso de
nuestra vida.
Esta
Acción de Gracias cubre los versos 68-79 del capítulo 1 del evangelio según San
Lucas. El verso 80 podemos considerarlo el epígrafe del Canto Eucarístico (lo
llamamos así recordando que, “eucaristía” significa precisamente Acción de
Gracias). La perícopa tan sólo toma los 7 primeros versículos. El verso
responsorial será el verso 68 con lo que tendríamos, en total 8 versos
comprometidos en la perícopa.
El
hagiógrafo sería, Zacarías, y el propio evangelista nos informa que la autoría
profunda corresponde al Espíritu Santo cuando dice: “Zacarías, su padre, quedó
lleno del espíritu Santo, profetizó y dijo” (v. 67).
Bien
vale la pena que hemos hablado de Alianza, pero aquí San Lucas, usa la palabra “Juramento”,
para destacar que a psar de la inconsistencia humana para cumplir su parte de
la Alianza, lo que Dios ha dicho se cumplirá porque la Voz de Dios es “Juramento”,
y Dios no jura de balde.
Podemos
hacer nuestras las palabras de Zacarías cada vez que vemos y vivenciamos los
frutos de Dios en nuestra vida y su benevolencia incomparable. Este padre rebosante,
agradece porque descubre que los tesoros concedidos enriquecen no tan solo su
vida personal y familiar, sino que los frutos alcanzaran al pueblo entro
inaugurando una nueva Edad.
Ellos
oraron pidiendo un hijo y el Señor honró su Poder dándoles uno que extendería
las gracias de la paternidad haciéndose vocero del que venía: El Mesías.
Mc
4, 35-41
Continuamos
en el segmento que narra la “historia” -contada desde la perspectiva teológica marqueana-
de Jesús y su accionar en Galilea.
Se
presentan una serie de anotaciones de tipo cronológico que san Marcos introduce
para señalar que se pasa de un ciclo de tozos conexos a una nueva serie. O sea
que se cierra el trecho de las parábolas.
Lo
primero que se nos va a revelar con la Tormenta Calmada es que Jesús es Dios. ¡Sólo
Dios en Persona puede darle ordenes al Viento y al Mar y captar su obediencia!
El agua, especialmente el agua encabritada figura las tentaciones que acosan al
creyente. Esta figura ya proviene de los Salmo y del Libro de Job, donde
encuentran su antecedente. Simboliza potencias infernales.
Además,
el agua embravecida del mar hace que Jesús sea el foco de atención, y Jesús
pasa a significar otra persona, profundizando en su identidad Divina y descifrando
su mesianismo.
La
palabra que usa Marcos significa precisamente miedo: ἐφοβήθησαν {efobethesan], se deriva del verbo φοβέομαι [fobeomai] “ser cogido por un miedo como para
salir corriendo”.
La barca que lleva a la comunidad discipular,
representaría a la Iglesia. Si las
enseñanzas anteriores los hubieran calado, habrían estado, no en estado de
zozobra sino en plena calma porque el Poder de Dios expresado en Jesús iba con
ellos. Es muy cuestionante, en primer lugar, para nosotros mismos, ¿porque nos
cuesta tanto creer en Jesús? Al decir que Jesús estaba durmiendo, se está casi
presentando un pretexto: “Si Él está dormido no puede contener el agua
indómita, otra cosa sería si estuviera despierto”. Sería que ¿Jesús sólo era
Dios en estado de vigilia y si dormía, su Poder lo abandonaba?
¿Cuánta gente abandona la barca cuando les
parece que Jesús está dormido? La deserción es generalizada, y los ídolos les
parecen más sólidos y más poderosos. Tenemos que preguntarnos muy sinceramente
¿con qué frecuencia hemos gritado: “Maestro, no
te importa que perezcamos”?
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