Hb 4, 1-5.
11
Él no se queda indiferente ante nuestras debilidades, por haber sido
sometido a las mismas pruebas que nosotros.
Hb 4, 15
La perícopa de Hebreos que leemos hoy,
empieza con una advertencia diciéndonos que: “Deberíamos temer…” (Hb 4,1), no se trata de andar timoratos porque
sí, sino de que evitemos su cercanía cuando se nos está brindando la
oportunidad de gozar del beneplácito de Dios, y, en cambio, arriesgarnos a
detonar su enojo; y, terminará, con el verso 11, previniéndonos contra la desobediencia (Hb 4,11). No habla
propiamente de desobediencia, sino del rechazo
a dejarse persuadir. Le dicen algo y no se lo cree. Lo que le dicen es un
asunto de fe, y el riesgo está en no aceptarlo. Lo que nos previene esta
perícopa es cuidarnos de “no prestar atentos oídos a la Manifestación de Dios”.
Mejor dicho, hacerle perder a Dios su “Tiempo” y su Esfuerzo Salvífico. O sea
que, esta Primera Lectura está concentrada en señalarnos lo que no debemos
hacer. (Hay cierta continuidad con la alusión que se hacía ayer hablando del
día de Masá y Meribá).
La cuestión es la entrada en el “Descanso”, y
la vigencia de esta oferta. El creyente avanza, va por el buen camino, hace
progresos, pero, súbitamente sobreviene el enfriamiento, debido a que nos
inunda la inseguridad si, tal vez, la vigencia de esa oferta ya se clausuró … ,
y se cerraron las inscripciones, se agotó la boletaría.
Muchos desesperados y muchísimos
desesperanzadores profesionales (que los hay en cantidades abrumadoras), se van
por el lado del argumento histórico, si los que fueron sacados de Egipto se
quedaron por fuera, no sean ingenuos, es demasiado tarde, la convocatoria ya
pasó.
En cambio, los que nos reclamamos de Cristo,
lo enfocamos de manera distinta: Si Dios lo prometió, todas sus promesas se
cumplirán, aun cuando haya tenido que cambiar de destinatarios. Los que se
quedaron por puertas fueron los que cerraron sus oídos y se pusieron gruesos
tacos de cera para no oírlo; nosotros, en cambio, podemos prestar atento y
cabal oído a su “llamada”, a su “invitación”, a su Amorosa Promesa.
Pero no basta poner a girar la Buena Noticia
en la cóclea, como en una noria; hay que permitir que el Mensaje pase, supere
ese nivel y se vuelva energía vital que impulse nuestra vida. ¿Cómo hacer para que el poder de la Palabra
pase del oído al cerebro y a la vez al corazón? Abriendo nuestra
disponibilidad. Aceptando, depositando en el Señor nuestra sincera y entera
confianza. Y hay que tener mucho cuidado porque a veces, por una especie de
espejismo, llegamos ante la entrada y ¡la vemos cerrada! Y es que a veces, es
tal nuestro convencimiento de que ya es demasiado tarde que, al mirar hacia la
puerta de entrada, todo lo vemos cerrado. Caemos en la ἀπειθείας [apeiteias] “desobediencia”; rechazo para
acoger el mensaje, obstáculos atravesados en nuestra mente para no dejarse
persuadir, ese endurecimiento de la cerviz y del corazón que prefiere ver la
puerta cerrada, contra toda evidencia.
Preferimos alimentar y nutrir nuestro temor antes
que darle sustento a la fe. No fomentamos la esperanza y en cambio, nos
obsesionamos en ser “pájaros de mal agüero”.
Dios ha
hecho todo para dejarse encontrar, ha enviado a sus emisarios a proclamar que
el Banquete está listo, que la hora de la Gran Boda ha llegado, pero nosotros
le tenemos tanto miedo que preferimos devolvernos y no mirar la puerta. Es el
miedo el que nos hace imaginarnos la puerta clausurada.
“Por
lo tanto, acerquémonos con confianza a Dios, dispensador de la gracia;
conseguiremos su misericordia y, por su favor, recibiremos ayuda en el momento
apropiado. (Hb 4, 16)
Sal 78(77),
3 y 4bc. 6c-7. 8
El Salmo, maravillosa síntesis de la historia
del pueblo elegido, -por el contrario- se enfoca en lo que si debemos hacer:
Poner en Dios nuestra confianza, guardar sus Mandamientos y trasmitir -de
generación en generación, como lo hicieron nuestros padres- las loas y
alabanzas para “nuestro Señor y todo su Poder”. Esto mismo está condensado en
la Oración Colecta, donde se dice con estas otras palabras: “concédenos amarte
con todo el corazón y que nuestro amor se extienda a todos los hombres”.
Pero hay cierta conformidad con la primera
Lectura porque el pueblo israelita vive una “hora oscura” y el salmista no ve
que Dios actúe y llega a sospecha de Dios pensando que nunca los va a auxiliar.
Pero, en el fondo, el hagiógrafo no se deja desalentar y recuerda que el Señor
estuvo poderosos en el pasado y mostro todo su poderío en favor de su pueblo y
que no hay nada que impida que vuelva a actuar como amoroso Go-El.
Lo que el salmo nos propone es no incurrir en
las mismas dudas y desconfianzas que tuvieron los mayores, en las generaciones
antiguas, que sucumbieron a la desconfianza y cayeron en la incredulidad.
En la primera estrofa de nuestra perícopa,
voluntariamente se comprometa a ser un historiador que lleva a las generaciones
venideras las alabanzas que merece el Señor.
En la segunda estrofa se explica la función
que cumple la historia sagrada, contarles a las generaciones venideras, las
hermosas acciones con las que Dios nos dio a conocer su protección y enorme
bondad, y así, nos conmina a guardar los mandamientos.
Para que no continuemos el mal ejemplo de los
mayores que fueron exclusivamente una generación pertinaz y de corazón
inconstante.
Coherente son esta propuesta, el versículo
responsorial, nos trae un llamado que, así como Dios es memorioso y guarda todo
en la memoria de su corazón; y no olviden jamás la bondad mostrada y probada
que obró con las maravillas de su Amor.
Mc 2, 1-12
Pasamos al capítulo segundo de este
Evangelio. Continuamos en la parte del Evangelio que nos presenta a Jesús y nos
dice Quién es Él. Este segmento que abarca 1, 16 – 3,12 señala que Jesús enseña
con plena autoridad.
Jesús regresa a Cafarnaúm, כְּפַר נָחוּם [Kəfr Nāḥūm] “pueblo de Nahúm”,
posiblemente se refiera al profeta. Era un pueblo a orillas del mar de Galilea,
prioritariamente de pescadores. ¿Qué
sucede luego en el Evangelio de Marcos? Va a orillas del lago a continuar su
enseñanza. (Mc 2, 13). Les está entregando los nuevos criterios para actuar (λόγον). Llegó a “casa”, lo que lleva a pensar
que quizá se refiere a la casa de Simón Pedro; en tanto la gente lo supo, todos
se congregaron allí, para verlo y escucharlo porque se dedicaba a la
proclamación de la Buena Nueva.
En el Evangelio, el co-texto es que Jesús
“les anunciaba la palabra (λόγον)”, y
la gente entiende que no se trata de memorizarla, ni de repetirla al pie de la
letra, de lo que se trata es de zambullirse en esa Palabra, que es Palabra de
Vida, y hacerla vida, hundirse en su vitalidad. Como sumergirse en la sustancia
de esa predicación, procurando absorber la emanación salutífera que de ella
brotaba, por eso le traen un enfermo. Para que beba en las fuentes mismas de la
salud y la vida.
Claramente se presentan dos bandos: sujetos.
los que tienen fe (los cuatro y el paralitico), y los anti-sujetos (opositores):
los doctores de la ley, defensores de lo que “era”, de lo “institucional” tienen
el carro de su religión firmemente amarrado al pasado (indietristas, Papa
Francisco acuñó este término en 2022, derivado de la palabra italiana indietro, que significa "hacia atrás", usándola
para referirse a quienes se mueven hacia atrás y se desconectan de las raíces
de la Iglesia).
¿Cómo opera la pedagogía de Jesús con estos
incrédulos?
Lo que es
fácil de hacer, (perdonar pecados). Perdonar pecados no es espectacular,
por eso un confesionario no es una cabina de feria.
→ Su Palabra les suena a blasfemia, quieren
usarla como piedra de escándalo, tal vez como primer proyectil para una
“lapidación”, si estaba blasfemando, lo podrían hacer reo de lapidación.
Entonces procede a hacer lo que es difícil, (hacer que un paralítico camine, lo que todos
tienen que reconocer como acción solo posible a Dios).
→ Con esto les demuestra que Él sí tiene
autoridad para perdonar pecados, es decir, se les manifiesta como Dios. Sujetos
y anti-sujetos
se ven obligados a reconocer que “Jamás habíamos visto cosa parecida”. (Mc
2,12).
A Jesús le llamó la atención la fe de
aquellos “camilleros” y su ingenio para superar los impedimentos para llegar
hasta Él, lo que tocó su compasión. Seguramente los que llevaron al enfermo
quedaría desconcertados, “vinimos a comprar dulces, no a que nos cortaran el
cabello”; para ellos el perdón de los pecados debió ser algo secundario, sin
embargo, los maestros de la ley que estaban por allí -muy sentaditos y bien
acomodados en primera fila, desde donde pudieran juzgar y criticar a sus anchas,
ellos pensarían que era lógico ir a lo que originaba la parálisis, “el pecado”
que lo inhabilitaba. Pero, para ellos en esa expresión de liberación del pecado
había una blasfemia intolerable: perdonar pecado era exclusividad de Dios, al
hablar Jesús de esta manera, se estaba arrogando la autoridad divina. Ahí
radicaba el punto álgido. Ese fue el
detalle que los llevó a la exasperación, si solamente lo hubiera curado, todo
habría estado bien y no les habría dado ninguna alergia, pero como lo que Dios
quiere es revelar su Presencia entre nosotros y su solidaridad con el género
humano, que ha venido a Salvar, por eso debía mostrarse Dios, por mucho prurito
que eso causara a los “maestros de la ley”. Son la ralea de los que se creen
únicos poseedores de la “verdad”. raza que no se ha extinguido.
La Palabra de Jesús no es una doctrina en el
sentido tradicional, como un Código Jurídico de leyes establecidas, sino una
atmosfera de salud, de liberación, de vitalidad, de perdón que envuelve e
irradia. Su Palabra es capaz de crear, de hacer una Nueva Creación. «Dios no
perdona con un decreto, sino acariciando nuestras heridas del pecado. Porque Él
está involucrado en el perdón, en nuestra salvación» (Papa Francisco).
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