Hb
2, 5-12
A él que soportó
nuestros sufrimientos
y cargó con nuestros
dolores,
lo tuvimos por un
contagiado,
herido de Dios y
afligido.
Is 53, 4
Jesús
no podía ser Redentor, no podía absolvernos, si se quedaba en su Divino status.
Dios Celestial está tan por encima de nosotros que no puede asumir nuestras
culpas para expiarlas, con toda Su Infinita Santidad, está exento de alcanzar
nuestra expiación: Se quebrantaría la Justicia Infinita. Vamos a dar un ejemplo
metafísico para entender como es este tema de asumir y solidarizarse:
Supongamos
que Dios quiere pagar la culpa por un delito que nuestra mano derecha cometió.
Y, Él pone la mano derecha en una sierra eléctrica para aserrarse los dedos y
redimirnos, pero no hay justificación porque su Mano, es tan Poderosa, que la
sierra no la puede dañar, no la puede herir, no le puede causar ningún dolor.
Por
eso, era indispensable que Él se solidarizara con nosotros, y asumiera nuestra
condición humano-mortal, para que los padecimientos de la tierra pudieran
cebarse en Él, y así poder expiar nuestras faltas.
Para
poder sufrir y padecer como nosotros era necesario un “abajamiento”, lo que se
ha dado en llamar “kénosis”, de tal manera que los clavos que traspasaron sus
manos lo lastimaran, lo hirieran, lo hicieran sangrar y le causaran
sufrimiento. Entonces, y sólo entonces, Él podía estar al nivel de Redentor. Y
así con el látigo y con la lanza que perforó su costado.
No
era suficiente que Dios se quedara por encima de los ángeles, sino que fue
preciso que Él suspendiera sus privilegios divinos para poder ser, en toda la
extensión de la palabra “humano”. Por eso no se reservó mantenerse superior a
los ángeles, sino que se abajó para estar por debajo de los ángeles y poder
sufrir un sufrimiento Redentor. Todo este proceso es lo que se compendia en el
concepto de kénosis. Que es una expresión técnica de la teología para referirse
a este abajamiento.
Él, en cambio, fue traspasado por
nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.
Sobre Él se descargó el castigo que nos
sana
y con sus cicatrices nos hemos sanado.
Is 53, 5
Un
paralelismo poderoso encontraremos en el salmo 8 que vamos a proclamar hoy.
Pero
Dios triunfó, sobre todo esto, por eso, este Libro, que fue escrito con posterioridad
a la Pasión, Muerte y Resurrección. Lo puede señalar Coronado de Gloria y
Honor, no mancillado por la muerte, sino triunfador sobre la muerte y sobre
todo vejamen que se le quiso infringir para humillar la Grandeza que Dios le
cedía para invulnerabilizar su Pasión.
¿Por
qué hizo todo esto? Para τελειῶσαι [teleiosai]
“perfeccionarnos”, dicho de otra manera, para restañar las imperfecciones. Lo
que hizo el pecado fue llenarnos de imperfecciones, quedamos todos abollados,
completamente chiteados, exmaltados. Jesús con su accionar expiatorio, lo que
hace es conducirnos al taller para sacarnos “como nuevos”.
Es
muy importante ver que esta equidad, hizo que nosotros en el Redentor, fuéramos
“ensalzados”, y no se “avergonzó” de nosotros, cuando el Malo hizo resaltar
nuestra falla, Él le mostró el Costado y nos defendió llamándonos “hermanos”.
Recordemos
cuando el hijo prodigo volvió, hablando con su Papá, el hermano se refería a él
llamándolo “ese hijo tuyo”, para no reconocer, en él, a su hermano. Jesús -por
el contrario- y pese a nuestros defectos, nos asume y nos reconoce hermanos
suyos.
¡Y,
en medio de la Asamblea, proclama la Alabanza de su Padre Dios! Asume su misión
profética y evangelizadora.
Sal
8, 2ab y 5. 6-7. 8-9
¡Pero si Dios me ama!
En el fondo todo este universo es para mí, Dios no me puede olvidar, Dios me
visita
Carlo María Martini
s.j.
Estamos
ante un himno. Pero, mucho más que pura Alabanza. Nos hallamos con un
estribillo -¡Señor nuestro,
cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!- que reemplaza la invitación -de
la que se prescinde en este salmo- que se dirige a la asamblea y, en particular,
a los levitas. Por lo general, los salmos hímnicos van en tercera persona, en
este salmo, ese no es el caso; este salmo está en primera persona.
Este
salmo, claro que es un himno, claro que sus tonalidades son de alabanza; pero,
leyendo con atención es el salmo de una persona sorprendida ante la
Magnificencia del Go-el, ya que descubre su poder inconmensurable en la
Grandiosa Hermosura del Firmamento; se asombra que, en medio de tan Gigantesca
obra, el Señor reserve y dirija su atención hacia el ser humano.
Tantas
criaturas, tan gran obra sideral, y Dios dirige su principal atención a una minúscula
gota de polvo, y la defiende, y la protege, y ahuyenta todos sus enemigos, esa minúscula
brizna de tierra es objeto de todos sus cuidados, de todo su paternal tutelaje.
En
medio de su asombro, se remite a los ángeles, y prendado de estupor se compara;
toma su ser creatural y se pone al lado de los ángeles, como diciendo: Los ángeles
merecen tu cuidado, nosotros los humanos no somos dignos de tu Paternidad: «… ante
la inmensidad de la obra de Dios que por un momento le ha hecho olvidarse de sí
mismo, se da cuenta de ser muy amado, de ser en este grande universo objeto de
una predilección cuidadosa, siente que la historia de la salvación se está
realizando en él… » (Carlo María Martini s.j.)
Hay
un eje focal que muchas veces perdemos, es el eje sacramental. Esta centralidad
que Dios da al ser humano, tiene su nodo en la Eucaristía, porque la amorosa
preferencia de Dios se expresa en su visita en Cuerpo-Sangre-Alma-y- Divinidad;
en el pan nutricio de la vida espiritual. La eucaristía viene así a ser nuestra
“corona de Gloria y Dignidad”.
Los
animales, tanto los domésticos como los salvajes, nos ha sido entregados para
nuestro beneficio, en incluso los animales acuáticos son don celestial para esas
pobres criaturas llamadas hombres.
Todo
se ha puesto bajo nuestra dominación en Jesucristo Nuestro Señor. Nosotros
tenemos el mando por transitoriedad, porque este ha sido dado a Jesucristo como
Hermano Mayor. Él nos lo transfiere en heredad.
Mc
1,21b-28
¿Cuál es la acción del
espíritu malo…? Poseer al hombre y hablar a través de él. Es decir: no dejarlo actuar
libremente; lo toma por entero, haciendo que no piense ni actúe por sí mismo…
el espíritu malo aliena al hombre al no permitirle que sea libre y consciente de
sus actos.
Euclides Martins
Balancin
Jesús
le da una orden a un espíritu inmundo, y este no tiene más que obedecerle. Había
un judío que asistía regularmente a los servicios de la sinagoga que Jesús
frecuentaba, y este pobre se hallaba dominado por un “espíritu inmundo”. Jesús
trae unas enseñanzas, y estas se caracterizan por ser enseñanzas nuevas, no es
la misma “carreta” que estaban acostumbrados a oír.
No
se puede dejar de reflexionar sobre esta novedad. Lo primero que parece es que
Jesús no enseña a través de palabras, y si las usa, no son ellas la sustancia
de su enseñanza. Parece ser que, la esencia de su enseñanza está en el actuar.
Por eso hay que mirar atentamente lo que hace Jesús; y no tanto buscar “doctrinas”
o “dogmas”.
Lo
que más sorprendió a la gente en este caso, fue la “autoridad” de la que hizo
gala el Divino Maestro, simplemente le ordena al espíritu inmundo: antes de
abandonar a su víctima, se retuerce, como en una especie de negativa a emigrar,
pero, por más que quisiera quedarse en su poseído para prolongar su posesión,
la autoridad de la Palabra de Jesús es tal que, se desprende en medio de un
alarido.
Marcos
consigna esta sorpresa que deja a los asistentes a la sinagoga anonadados, con
una palabra muy curiosa, él habla de ὑπακούω
[hypacuo] “obedecer”, “acatar lo que se le dice”, no es obedecer a un letrero,
o a un cartel, o algo que tenemos en mente, es un oír y actuar conforme a lo
oído.
Para
nosotros, hoy por hoy, esto sería un exorcismo, pero en el marco de la
dominación romana, las acciones de Jesús se llenen de un sentido “liberador”. Los
libera de todo aquello que disminuye o coarta su plenitud de vida, aquellos
elementos de muerte que el imperio siembra: «salir de la esclavitud hacia la
libertad es un éxodo del hombre hasta Dios. El Egipto del cual hay que partir
para este éxodo es ese espíritu del hombre que quiere permanecer encerrado en
sí mismo. «Es un verdadero poder que esclaviza, interior al hombre, que se
manifiesta poco a poco como “pensamiento del hombre”. Egoísmo y opresión o como
“dinero” … El mal es ante todo un espíritu: el espíritu patronal, es decir, la
codicia de tenerlo y poseerlo todo, incluso la libre voluntad; el espíritu de
la autoafirmación y del egoísmo; el espíritu del dominio y del máximo provecho.
En la base del espíritu del mal se halla el rechazo al señorío de Dios, que es
la libertad del hombre». (Beck, Benedetti, Brambillesca etal).
«En
esta primera actuación de Jesús, no podemos pasar desapercibida una dura
crítica a la sinagoga como institución y al día sábado como tiempo sagrado.
Jesús se hace presente allí, en medio de las tradiciones más sagradas de Israel
dando a entender que en el lugar de los puros habita, paradójicamente la inmundicia,
y en el tiempo sagrado (día sábado) hay que liberar al ser humano» (Hugo
Orlando Martínez Aldana)
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