lunes, 13 de enero de 2025

Martes de la Primera Semana del Tiempo Ordinario

 


Hb 2, 5-12

A él que soportó nuestros sufrimientos

y cargó con nuestros dolores,

lo tuvimos por un contagiado,

herido de Dios y afligido.

Is 53, 4

Jesús no podía ser Redentor, no podía absolvernos, si se quedaba en su Divino status. Dios Celestial está tan por encima de nosotros que no puede asumir nuestras culpas para expiarlas, con toda Su Infinita Santidad, está exento de alcanzar nuestra expiación: Se quebrantaría la Justicia Infinita. Vamos a dar un ejemplo metafísico para entender como es este tema de asumir y solidarizarse:

 

Supongamos que Dios quiere pagar la culpa por un delito que nuestra mano derecha cometió. Y, Él pone la mano derecha en una sierra eléctrica para aserrarse los dedos y redimirnos, pero no hay justificación porque su Mano, es tan Poderosa, que la sierra no la puede dañar, no la puede herir, no le puede causar ningún dolor.

 

Por eso, era indispensable que Él se solidarizara con nosotros, y asumiera nuestra condición humano-mortal, para que los padecimientos de la tierra pudieran cebarse en Él, y así poder expiar nuestras faltas.

 

Para poder sufrir y padecer como nosotros era necesario un “abajamiento”, lo que se ha dado en llamar “kénosis”, de tal manera que los clavos que traspasaron sus manos lo lastimaran, lo hirieran, lo hicieran sangrar y le causaran sufrimiento. Entonces, y sólo entonces, Él podía estar al nivel de Redentor. Y así con el látigo y con la lanza que perforó su costado.

 


No era suficiente que Dios se quedara por encima de los ángeles, sino que fue preciso que Él suspendiera sus privilegios divinos para poder ser, en toda la extensión de la palabra “humano”. Por eso no se reservó mantenerse superior a los ángeles, sino que se abajó para estar por debajo de los ángeles y poder sufrir un sufrimiento Redentor. Todo este proceso es lo que se compendia en el concepto de kénosis. Que es una expresión técnica de la teología para referirse a este abajamiento.

 

Él, en cambio, fue traspasado por nuestras rebeliones,

triturado por nuestros crímenes.

Sobre Él se descargó el castigo que nos sana

y con sus cicatrices nos hemos sanado.

Is 53, 5

 

Un paralelismo poderoso encontraremos en el salmo 8 que vamos a proclamar hoy.

 

Pero Dios triunfó, sobre todo esto, por eso, este Libro, que fue escrito con posterioridad a la Pasión, Muerte y Resurrección. Lo puede señalar Coronado de Gloria y Honor, no mancillado por la muerte, sino triunfador sobre la muerte y sobre todo vejamen que se le quiso infringir para humillar la Grandeza que Dios le cedía para invulnerabilizar su Pasión.

 

¿Por qué hizo todo esto? Para τελειῶσαι [teleiosai] “perfeccionarnos”, dicho de otra manera, para restañar las imperfecciones. Lo que hizo el pecado fue llenarnos de imperfecciones, quedamos todos abollados, completamente chiteados, exmaltados. Jesús con su accionar expiatorio, lo que hace es conducirnos al taller para sacarnos “como nuevos”.

 

Es muy importante ver que esta equidad, hizo que nosotros en el Redentor, fuéramos “ensalzados”, y no se “avergonzó” de nosotros, cuando el Malo hizo resaltar nuestra falla, Él le mostró el Costado y nos defendió llamándonos “hermanos”.

 

Recordemos cuando el hijo prodigo volvió, hablando con su Papá, el hermano se refería a él llamándolo “ese hijo tuyo”, para no reconocer, en él, a su hermano. Jesús -por el contrario- y pese a nuestros defectos, nos asume y nos reconoce hermanos suyos.

 

¡Y, en medio de la Asamblea, proclama la Alabanza de su Padre Dios! Asume su misión profética y evangelizadora.

 

Sal 8, 2ab y 5. 6-7. 8-9

¡Pero si Dios me ama! En el fondo todo este universo es para mí, Dios no me puede olvidar, Dios me visita

Carlo María Martini s.j.

Estamos ante un himno. Pero, mucho más que pura Alabanza. Nos hallamos con un estribillo -¡Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!- que reemplaza la invitación -de la que se prescinde en este salmo- que se dirige a la asamblea y, en particular, a los levitas. Por lo general, los salmos hímnicos van en tercera persona, en este salmo, ese no es el caso; este salmo está en primera persona.

 

Este salmo, claro que es un himno, claro que sus tonalidades son de alabanza; pero, leyendo con atención es el salmo de una persona sorprendida ante la Magnificencia del Go-el, ya que descubre su poder inconmensurable en la Grandiosa Hermosura del Firmamento; se asombra que, en medio de tan Gigantesca obra, el Señor reserve y dirija su atención hacia el ser humano.

 

Tantas criaturas, tan gran obra sideral, y Dios dirige su principal atención a una minúscula gota de polvo, y la defiende, y la protege, y ahuyenta todos sus enemigos, esa minúscula brizna de tierra es objeto de todos sus cuidados, de todo su paternal tutelaje.

 

En medio de su asombro, se remite a los ángeles, y prendado de estupor se compara; toma su ser creatural y se pone al lado de los ángeles, como diciendo: Los ángeles merecen tu cuidado, nosotros los humanos no somos dignos de tu Paternidad: «… ante la inmensidad de la obra de Dios que por un momento le ha hecho olvidarse de sí mismo, se da cuenta de ser muy amado, de ser en este grande universo objeto de una predilección cuidadosa, siente que la historia de la salvación se está realizando en él… » (Carlo María Martini s.j.)


 

Hay un eje focal que muchas veces perdemos, es el eje sacramental. Esta centralidad que Dios da al ser humano, tiene su nodo en la Eucaristía, porque la amorosa preferencia de Dios se expresa en su visita en Cuerpo-Sangre-Alma-y- Divinidad; en el pan nutricio de la vida espiritual. La eucaristía viene así a ser nuestra “corona de Gloria y Dignidad”.

 

Los animales, tanto los domésticos como los salvajes, nos ha sido entregados para nuestro beneficio, en incluso los animales acuáticos son don celestial para esas pobres criaturas llamadas hombres.

 

Todo se ha puesto bajo nuestra dominación en Jesucristo Nuestro Señor. Nosotros tenemos el mando por transitoriedad, porque este ha sido dado a Jesucristo como Hermano Mayor. Él nos lo transfiere en heredad.

 

Mc 1,21b-28

¿Cuál es la acción del espíritu malo…? Poseer al hombre y hablar a través de él. Es decir: no dejarlo actuar libremente; lo toma por entero, haciendo que no piense ni actúe por sí mismo… el espíritu malo aliena al hombre al no permitirle que sea libre y consciente de sus actos.

Euclides Martins Balancin

Jesús le da una orden a un espíritu inmundo, y este no tiene más que obedecerle. Había un judío que asistía regularmente a los servicios de la sinagoga que Jesús frecuentaba, y este pobre se hallaba dominado por un “espíritu inmundo”. Jesús trae unas enseñanzas, y estas se caracterizan por ser enseñanzas nuevas, no es la misma “carreta” que estaban acostumbrados a oír.


 

No se puede dejar de reflexionar sobre esta novedad. Lo primero que parece es que Jesús no enseña a través de palabras, y si las usa, no son ellas la sustancia de su enseñanza. Parece ser que, la esencia de su enseñanza está en el actuar. Por eso hay que mirar atentamente lo que hace Jesús; y no tanto buscar “doctrinas” o “dogmas”.

 

Lo que más sorprendió a la gente en este caso, fue la “autoridad” de la que hizo gala el Divino Maestro, simplemente le ordena al espíritu inmundo: antes de abandonar a su víctima, se retuerce, como en una especie de negativa a emigrar, pero, por más que quisiera quedarse en su poseído para prolongar su posesión, la autoridad de la Palabra de Jesús es tal que, se desprende en medio de un alarido.

 


Marcos consigna esta sorpresa que deja a los asistentes a la sinagoga anonadados, con una palabra muy curiosa, él habla de ὑπακούω [hypacuo] “obedecer”, “acatar lo que se le dice”, no es obedecer a un letrero, o a un cartel, o algo que tenemos en mente, es un oír y actuar conforme a lo oído.

 

Para nosotros, hoy por hoy, esto sería un exorcismo, pero en el marco de la dominación romana, las acciones de Jesús se llenen de un sentido “liberador”. Los libera de todo aquello que disminuye o coarta su plenitud de vida, aquellos elementos de muerte que el imperio siembra: «salir de la esclavitud hacia la libertad es un éxodo del hombre hasta Dios. El Egipto del cual hay que partir para este éxodo es ese espíritu del hombre que quiere permanecer encerrado en sí mismo. «Es un verdadero poder que esclaviza, interior al hombre, que se manifiesta poco a poco como “pensamiento del hombre”. Egoísmo y opresión o como “dinero” … El mal es ante todo un espíritu: el espíritu patronal, es decir, la codicia de tenerlo y poseerlo todo, incluso la libre voluntad; el espíritu de la autoafirmación y del egoísmo; el espíritu del dominio y del máximo provecho. En la base del espíritu del mal se halla el rechazo al señorío de Dios, que es la libertad del hombre». (Beck, Benedetti, Brambillesca etal).

 


«En esta primera actuación de Jesús, no podemos pasar desapercibida una dura crítica a la sinagoga como institución y al día sábado como tiempo sagrado. Jesús se hace presente allí, en medio de las tradiciones más sagradas de Israel dando a entender que en el lugar de los puros habita, paradójicamente la inmundicia, y en el tiempo sagrado (día sábado) hay que liberar al ser humano» (Hugo Orlando Martínez Aldana)    

 

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