1Jn 4,19 – 5,4
Se trata de mirar la
montaña, la misma montaña, desde otro ángulo. Uno puede imaginarse que ama
mucho a Dios y que lo tiene en primer lugar. Y, sin embargo, hay por ahí
personas que no soportamos, y cargamos en el corazón encono hacia ellos. Pues
he aquí, que quien así obra no es más que un mentiroso. Y es que todas las criaturas nos trasparentan
el Amor de Dios, si tenemos alguna excepción, toda la solidez de nuestro
supuesto amor se viene a tierra; Dios no se puede ver, ayer no más decíamos,
“Nadie ha visto nunca a Dios”. Ahí está el punto, uno puede estar seguro de
amar a Dios porque como no se ve es muy fácil llevarnos bien con Él, quizás usa
esos zapatos detestables que nos parecen tan cursis, pero como no lo podemos
ver… quizás tiene esos modales que nos ponen los nervios erizados, pero como no
lo vemos… y, sin embargo, los que vemos, usan zapatos cursis y tienen esos
modales repugnantes que no podemos sufrir. En síntesis, es fácil amar lo que no
se ve, es arduo, muy arduo soportar minuto a minuto, segundo a segundo, a los
que si vemos. Muchas personas evitan hasta a sus parientes próximos, porque al
verlos, les recuerdan que son imposibles.
Todas las criaturas han
recibido su ser de Dios, porque el ser no viene de algún poder extraño, de
alguna razón filosófica, todo lo que existe, existe gracias al Amor de Dios, el
Amor Divino es ese infinito poder que Crea. Dios crea con su Infinito Poder Amoroso.
No podemos dejar de amar a criatura alguna puesto que todas ellas son emanación
del Divino-Amor.
Parte de ese Amor que nos
dio nuestro propio ser creatural y que, por tanto, anida en nosotros, es el que
“intuye” que Jesucristo es el Hijo de Dios, y esa intuición, le permite
adorarlos y reconocerlo como el Hijo.
Hemos de insistir y
ratificar que no se trata de amar a Dios con amor-abstracto; el amor se
concretiza en el respeto y cumplimiento de los mandamientos, porque los
mandamientos son el retículo del amor filial entre todos nosotros. Nosotros nos
injertamos en la comunidad, desarrollamos la fraternidad y crecemos en la
sinodalidad en el ejercicio del amor fraterno, ese mismo que nos permite a
todos, pronunciar en una coral de perfecta armonía: ¡Padre!
No se piense que los
Mandamientos son alguna clase de pesada carga, insoportable, que nos abruma con
su doloroso y cargante peso. Permitamos, en cambio, que nuestros sentidos se
quiten las venenosas anteojeras que el Maligno nos ha puesto, para que, ya sin
antiparras podemos sopesar cuánto pesa el yugo, y sabremos… que es,
inconmensurablemente liviano.
Sal 72(71), 1-2. 14 y 15bc.
17
Yo no soy rey, los destinos de las naciones no dependen
de mis labios y no los puedo cambiar con una orden o con una firma.
Carlos G. Vallés s.j.
Es difícil entender de una
cultura a otra los signos y la lectura que se hace de ellos, las connotaciones
que arrastran. Tomemos, para este caso, el tema de la sangre, uno ve en
televisión que muchas personas ante la sangre se desmayan, mientras que otros,
vomitan. ¡Para el pueblo judío, la sangre es la vida misma! Recuerdo la
impactante imagen en la Pasión de Mel Gibson, cuando se derrama la sangre de
Jesús, cómo la Virgen María se afana en recogerla y trata con una sábana de
enjugar hasta la última gota. No podía quedar nada ni una ínfima partícula por
ahí regada. La imagen llega al alma porque su afán por recuperarla totalmente
nos lleva a pensar que ella quisiera transfundirla en el Cuerpo inánime para
“resucitarlo”.
Hoy nos encontramos en la
perícopa salmica la siguiente expresión:
“Él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos”.
Procuremos reinsertarla en
su contexto:
Porque él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
Él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres;
Él rescatará sus vidas de la violencia,
Su sangre será preciosa a sus ojos.
Muchas veces al cantar el
salmo nos parece que hay que arrodillarse pacientemente, con total pasividad,
con profunda resignación, con imperturbable conformismo. A repetir. ¡Dios lo ha
hecho todo perfecto!
¿Quién, entonces, ha
introducido el mal en la historia? ¡El maligno valiéndose de nuestras manos! Y
si ese ha operado el mal en nuestra realidad no podemos ser nosotros -por medio
de la Gracia trasvasada- los que enderecemos tanto entuerto. Si nosotros,
torpemente hemos sembrado cizaña, ¿no podemos -ahora que Dios nos dio en
Jesucristo, todo su Favor- ser los que ofrezcamos nuestras fuerzas, para erradicarla,
para enderezar lo que esté torcido?
¿Basta con que todos los
habitantes planetarios yazcamos de rodillas ante Él? O ¿es preciso algo más?
¡Quiero trabajar con toda mi alma por estructuras justas, por la conciencia
social, por el sentir humano entre hombre y hombre y, en consecuencia, entre
grupo y grupo, entre clase y clase, entre nación y nación.
Pero, como quiera que sea,
pronuncio este salmo y le junto mis plegarias, para que Tú, que eres Rey
Verdadero, lo ordenes.
¿Qué reine tu Justicia en la
tierra!
Lc 4, 14-22a
Jesús ¡Cuánto podrías
hacer con nosotros si nos dejáramos trasformar por ti! ¡Seríamos instrumentos
que Tú podrías usar para comunicar a los hombres tus tesoros y tus
Gracias! Ayúdanos a vivir tu evangelio y
a sentir el apremio de cumplir con tu mandato misionero.
El
capítulo 4 del Evangelio Lucano inicia con las Tentaciones de Jesús en el
desierto. El diablo lo ataca con todo su armamento y le hace toda clase de
propuestas tratando de encontrar un “lado flaco” donde clavarle los colmillos,
con ningún éxito. Podemos entender que después de ser bautizado, la prueba de
las tentaciones fue la última práctica que tuvo Jesús y que lo demostró ya
maduro para afrontar la tarea que su padre le había comisionado.
Al
empezar la perícopa nos encontramos con el verbo ὑπέστρεψεν [hipestrepsen] “volvió” a Nazaret, no
su tierra natal, pero si su lugar de crianza; o sea que, ya había estado allí,
pero ahora viene “lleno del δυνάμει [dinamei] del “poder” del Espíritu
Santo”. Este poder se refiere a la “capacidad” para hacer o cumplir con algo,
se trata de un poder que capacita, que ha dado una capacitación, se le ha
entregado la fuerza y hasta una autoridad taumatúrgica.
Es
interesante que, sin radio, sin televisión, sin redes sociales, se produce una
rápida difusión de Su “Fama”, posiblemente todas las sociedades desarrollan
mecanismos de información que, muy probablemente, en estos casos, se trataría
de una comunicación de boca a boca.
Y
que sería lo que decían, seguramente se dio a conocer por su manera de
predicar. Él iba por la Sinagogas -lo mismo que hará San Pablo, posteriormente-
y lo que detonaba era ponderación. Era día de asistir a la sinagoga, Él mismo,
como un judío consciente, entra en el בית הכנסת [Bet haKenezet]
“lugar de reunión”, que nos hemos acostumbrado a nombrar con el vocablo griego συναγωγήν [sÿnagōgēn] “asamblea”, “traer juntos”.
Notemos
un factor litúrgico que muchas veces no reparamos: ἀνέστη [anesté] “se levantó”, con un gesto postural que dice
disponibilidad para pasar a la acción. No nos paramos para, simplemente, volvernos
a sentar; nos paramos para afirmar “lo que nos enseñes Rabí, lo convertiremos
en acción, estamos decididos a obrar acordes con Tu Palabra”.
Jesús
toma el rollo del profeta Isaías. Jesús, como se verá en el apocalipsis tiene
la autoridad para desenrollar los rollos y romper los sellos. Y eso hace, abre
en el que -hoy en día- es el capítulo 61, y proclama sólo los tres primeros
versículos, y ni siquiera. Es muy valioso
que vayamos al libro del Profeta y hagamos una lectura comparada.
Inmediatamente descubrimos que hay cambios y supresiones, y eso será muy
constructivo descubrirlo, porque en esos detalles se nos revela lo que
significa el paso del Primer Testamento al Segundo.
Descompongamos
el texto proclamado en fragmentos que, con mayor concisión, nos revelen lo que
Jesús está enseñando, y cómo se está dejando ver, esta revelación forma parte
sustantiva de su “epifanía”; ¡de nada valdría que estuviera con nosotros, si no
se da a conocer!
i) El Espíritu-Señor
sobre mí,
ii) Por esta razón me
Ungió el Señor: Él me Envió
iii) Para llevar la
Buena Nueva a los pobres
iv) Para anunciar la
liberación a los cautivos
v) Para darle vista a
los ciegos
vi) Para darle libertad
a los oprimidos
vii) Para proclamar el
Año Jubilar.
Para
nosotros este punto séptimo es el corazón del “para qué” de Jesús, de la Misión
que El Padre le encomendó. ¿Qué significaba “Año Jubilar”?
a) Se liberaba a los
esclavos,
b) Se dejaba descansar
la tierra,
c) Se devolvían las tierras
arrebatadas,
d) Se perdonaban las
deudas,
e) Se proclamaba una
amnistía para todos los habitantes del país
La
Liberación que traía Jesús-Mesías implicaba estos cinco puntos y era el
pináculo de la liberación que el Mesías debía traer.
Esa
era la esperanza del pueblo judío, ese es el significado del Jubileo, por eso
se aguardaba con tanta ansiedad la llegada del Mesías. Y Jesús los confirma en
su Esperanza cuando les dice: “Esta Escritura que acaban de oír, se ha cumplido
hoy”
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