miércoles, 8 de enero de 2025

Jueves después de Epifanía



1Jn 4,19 – 5,4

Se trata de mirar la montaña, la misma montaña, desde otro ángulo. Uno puede imaginarse que ama mucho a Dios y que lo tiene en primer lugar. Y, sin embargo, hay por ahí personas que no soportamos, y cargamos en el corazón encono hacia ellos. Pues he aquí, que quien así obra no es más que un mentiroso.  Y es que todas las criaturas nos trasparentan el Amor de Dios, si tenemos alguna excepción, toda la solidez de nuestro supuesto amor se viene a tierra; Dios no se puede ver, ayer no más decíamos, “Nadie ha visto nunca a Dios”. Ahí está el punto, uno puede estar seguro de amar a Dios porque como no se ve es muy fácil llevarnos bien con Él, quizás usa esos zapatos detestables que nos parecen tan cursis, pero como no lo podemos ver… quizás tiene esos modales que nos ponen los nervios erizados, pero como no lo vemos… y, sin embargo, los que vemos, usan zapatos cursis y tienen esos modales repugnantes que no podemos sufrir. En síntesis, es fácil amar lo que no se ve, es arduo, muy arduo soportar minuto a minuto, segundo a segundo, a los que si vemos. Muchas personas evitan hasta a sus parientes próximos, porque al verlos, les recuerdan que son imposibles.

 

Todas las criaturas han recibido su ser de Dios, porque el ser no viene de algún poder extraño, de alguna razón filosófica, todo lo que existe, existe gracias al Amor de Dios, el Amor Divino es ese infinito poder que Crea. Dios crea con su Infinito Poder Amoroso. No podemos dejar de amar a criatura alguna puesto que todas ellas son emanación del Divino-Amor.

 


Parte de ese Amor que nos dio nuestro propio ser creatural y que, por tanto, anida en nosotros, es el que “intuye” que Jesucristo es el Hijo de Dios, y esa intuición, le permite adorarlos y reconocerlo como el Hijo.

 

Hemos de insistir y ratificar que no se trata de amar a Dios con amor-abstracto; el amor se concretiza en el respeto y cumplimiento de los mandamientos, porque los mandamientos son el retículo del amor filial entre todos nosotros. Nosotros nos injertamos en la comunidad, desarrollamos la fraternidad y crecemos en la sinodalidad en el ejercicio del amor fraterno, ese mismo que nos permite a todos, pronunciar en una coral de perfecta armonía: ¡Padre!


 

No se piense que los Mandamientos son alguna clase de pesada carga, insoportable, que nos abruma con su doloroso y cargante peso. Permitamos, en cambio, que nuestros sentidos se quiten las venenosas anteojeras que el Maligno nos ha puesto, para que, ya sin antiparras podemos sopesar cuánto pesa el yugo, y sabremos… que es, inconmensurablemente liviano.

 

Sal 72(71), 1-2. 14 y 15bc. 17

Yo no soy rey, los destinos de las naciones no dependen de mis labios y no los puedo cambiar con una orden o con una firma.

Carlos G. Vallés s.j.

Es difícil entender de una cultura a otra los signos y la lectura que se hace de ellos, las connotaciones que arrastran. Tomemos, para este caso, el tema de la sangre, uno ve en televisión que muchas personas ante la sangre se desmayan, mientras que otros, vomitan. ¡Para el pueblo judío, la sangre es la vida misma! Recuerdo la impactante imagen en la Pasión de Mel Gibson, cuando se derrama la sangre de Jesús, cómo la Virgen María se afana en recogerla y trata con una sábana de enjugar hasta la última gota. No podía quedar nada ni una ínfima partícula por ahí regada. La imagen llega al alma porque su afán por recuperarla totalmente nos lleva a pensar que ella quisiera transfundirla en el Cuerpo inánime para “resucitarlo”.

 

Hoy nos encontramos en la perícopa salmica la siguiente expresión:

            “Él rescatará sus vidas de la violencia,

su sangre será preciosa a sus ojos”.

 

Procuremos reinsertarla en su contexto:

            Porque él librará al pobre que clamaba,

al afligido que no tenía protector;

Él se apiadará del pobre y del indigente,

y salvará la vida de los pobres;

Él rescatará sus vidas de la violencia,

Su sangre será preciosa a sus ojos.

 

Muchas veces al cantar el salmo nos parece que hay que arrodillarse pacientemente, con total pasividad, con profunda resignación, con imperturbable conformismo. A repetir. ¡Dios lo ha hecho todo perfecto!




 

¿Quién, entonces, ha introducido el mal en la historia? ¡El maligno valiéndose de nuestras manos! Y si ese ha operado el mal en nuestra realidad no podemos ser nosotros -por medio de la Gracia trasvasada- los que enderecemos tanto entuerto. Si nosotros, torpemente hemos sembrado cizaña, ¿no podemos -ahora que Dios nos dio en Jesucristo, todo su Favor- ser los que ofrezcamos nuestras fuerzas, para erradicarla, para enderezar lo que esté torcido?

 

¿Basta con que todos los habitantes planetarios yazcamos de rodillas ante Él? O ¿es preciso algo más? ¡Quiero trabajar con toda mi alma por estructuras justas, por la conciencia social, por el sentir humano entre hombre y hombre y, en consecuencia, entre grupo y grupo, entre clase y clase, entre nación y nación.

 

Pero, como quiera que sea, pronuncio este salmo y le junto mis plegarias, para que Tú, que eres Rey Verdadero, lo ordenes.

 

¿Qué reine tu Justicia en la tierra!

 

Lc 4, 14-22a

Jesús ¡Cuánto podrías hacer con nosotros si nos dejáramos trasformar por ti! ¡Seríamos instrumentos que Tú podrías usar para comunicar a los hombres tus tesoros y tus Gracias!  Ayúdanos a vivir tu evangelio y a sentir el apremio de cumplir con tu mandato misionero. 

El capítulo 4 del Evangelio Lucano inicia con las Tentaciones de Jesús en el desierto. El diablo lo ataca con todo su armamento y le hace toda clase de propuestas tratando de encontrar un “lado flaco” donde clavarle los colmillos, con ningún éxito. Podemos entender que después de ser bautizado, la prueba de las tentaciones fue la última práctica que tuvo Jesús y que lo demostró ya maduro para afrontar la tarea que su padre le había comisionado.


 

Al empezar la perícopa nos encontramos con el verbo ὑπέστρεψεν [hipestrepsen] “volvió” a Nazaret, no su tierra natal, pero si su lugar de crianza; o sea que, ya había estado allí, pero ahora viene “lleno del δυνάμει [dinamei] del “poder” del Espíritu Santo”. Este poder se refiere a la “capacidad” para hacer o cumplir con algo, se trata de un poder que capacita, que ha dado una capacitación, se le ha entregado la fuerza y hasta una autoridad taumatúrgica.

 

Es interesante que, sin radio, sin televisión, sin redes sociales, se produce una rápida difusión de Su “Fama”, posiblemente todas las sociedades desarrollan mecanismos de información que, muy probablemente, en estos casos, se trataría de una comunicación de boca a boca.

 

Y que sería lo que decían, seguramente se dio a conocer por su manera de predicar. Él iba por la Sinagogas -lo mismo que hará San Pablo, posteriormente- y lo que detonaba era ponderación. Era día de asistir a la sinagoga, Él mismo, como un judío consciente, entra en el בית הכנסת [Bet haKenezet] “lugar de reunión”, que nos hemos acostumbrado a nombrar con el vocablo griego συναγωγήν [sÿnagōgēn] “asamblea”, “traer juntos”.

 


Notemos un factor litúrgico que muchas veces no reparamos: ἀνέστη [anesté] “se levantó”, con un gesto postural que dice disponibilidad para pasar a la acción. No nos paramos para, simplemente, volvernos a sentar; nos paramos para afirmar “lo que nos enseñes Rabí, lo convertiremos en acción, estamos decididos a obrar acordes con Tu Palabra”.

 

Jesús toma el rollo del profeta Isaías. Jesús, como se verá en el apocalipsis tiene la autoridad para desenrollar los rollos y romper los sellos. Y eso hace, abre en el que -hoy en día- es el capítulo 61, y proclama sólo los tres primeros versículos, y ni siquiera.  Es muy valioso que vayamos al libro del Profeta y hagamos una lectura comparada. Inmediatamente descubrimos que hay cambios y supresiones, y eso será muy constructivo descubrirlo, porque en esos detalles se nos revela lo que significa el paso del Primer Testamento al Segundo.

 


Descompongamos el texto proclamado en fragmentos que, con mayor concisión, nos revelen lo que Jesús está enseñando, y cómo se está dejando ver, esta revelación forma parte sustantiva de su “epifanía”; ¡de nada valdría que estuviera con nosotros, si no se da a conocer!

 

i)      El Espíritu-Señor sobre mí,

ii)     Por esta razón me Ungió el Señor: Él me Envió

iii)   Para llevar la Buena Nueva a los pobres

iv)   Para anunciar la liberación a los cautivos

v)    Para darle vista a los ciegos

vi)   Para darle libertad a los oprimidos

vii)  Para proclamar el Año Jubilar.

 

Para nosotros este punto séptimo es el corazón del “para qué” de Jesús, de la Misión que El Padre le encomendó. ¿Qué significaba “Año Jubilar”?

a)    Se liberaba a los esclavos,

b)    Se dejaba descansar la tierra,

c)    Se devolvían las tierras arrebatadas,

d)    Se perdonaban las deudas,

e)    Se proclamaba una amnistía para todos los habitantes del país

La Liberación que traía Jesús-Mesías implicaba estos cinco puntos y era el pináculo de la liberación que el Mesías debía traer.

 


Esa era la esperanza del pueblo judío, ese es el significado del Jubileo, por eso se aguardaba con tanta ansiedad la llegada del Mesías. Y Jesús los confirma en su Esperanza cuando les dice: “Esta Escritura que acaban de oír, se ha cumplido hoy”

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