1Jn 3, 7—10
Por guardar las proporciones muchas veces se entiende mal, pero el pecado está ahí, eso no se puede
ignorar, y en ese sentido no se puede bajar la guardia. Estamos en la disyuntiva: u, obrar la justicia o,
cometer pecado; si lo primero, entonces se es δίκαιός “justo”, “obra con la aprobación Divina”, “agrada
a Dios”, “es conforme a la Ley de Dios”; si lo segundo, entonces pasamos a ser “propiedad” del diablo,
que desde el Principio hizo su opción por la maldad. Es decir, si no nos confirmamos a la Voluntad del
Creador, entonces rechazamos la Filiación y aceptamos otra filiación, ser hijos del Diablo.
Esta opción diabólica es corrosiva, es destructiva, nos hace trizas; Jesús puso su tienda en medio de
nosotros para repararnos, para volver a unir nuestros pedacitos, en palabras de Juan, “para deshacer
las obras del diablo”.
Por eso es tan importante la opción “número uno”, porque al aceptar la Filiación quedamos vacunados
contra el pecado, porque la Gracia -que es el Germen Divino- nos “inhabita”.
Así que es sencillo discernir: sí uno obra acorde con la Justicia Suprema, entonces ha aceptado la
Filiación; entonces hay que amar al hermano, que es el rasgo distintivo de los hijos de Dios, ya en la
Iglesia primitiva eran la admiración de los paganos porque los cristianos se amaban y eso se hacía visi-
ble a todos los ojos “Miren cómo se aman” (Tertuliano. S.II)
Hablando del germen de Dios en nosotros, viene muy a tono la fórmula que se nos da en la Primera
Carta de San Pedro: “Ámense constantemente los unos a los otros con un corazón puro, como quienes
han sido engendrados de nuevo, no por un germen corruptible, sino incorruptible: la Palabra de Dios,
viva y eterna” (1P 1, 22-23).
Nótese que la “piedra de toque” es el Espíritu Santo, el σπέρμα [sperma] “germen”, “semilla”, “simiente”
que mora en nosotros, y como lo dice la 1ª de Pedro, ese germen es la Palabra, el Espíritu se nos ha
dado en la Palabra, el “germen” no es algún “arte de magia” el germen se nos da en la Palabra en la
misma medida que, a) estemos abiertos a la “escucha” y b) seamos dóciles a ella.
Abiertos a la Palabra cuando
a) La leemos en soledad
b) La estudiamos en grupos bíblicos
c) Es proclamada y explicada en la Eucaristía (en la homilía -palabra que proviene del griego anti-
guo ὁμιλία [homilía] que significa "enseñanza", "explicación", "conversación"- dentro de la Liturgia
de la Palabra).
Es inaudito que la liturgia de “La Palabra de Dios” se asuma como el momento de charlar con el vecino,
masticar chicle y leer los mensajes del teléfono-móvil. De verdad que eso no puede ser así. Es el mo-
mento de zambullirnos en Ella y dejar que nos entrape hasta los huesos. ¡Recordemos que la Palabra
es el Germen Divino!
La Palabra no es la suma de las perícopas, (como el que reúne todas las piezas de un rompecabezas),
sino el “tejido” que resulta de la co-operación de toda la Escritura, porque la Palabra no es una “cosa”,
un “Libro”, la Palabra es Jesucristo, Dios-Vivo.
Sal 98(97), 1bcde. 7-8. 9
Ayer decíamos que hay que aprender a discernir los síntomas de la llegada del Reino, que ya está aquí
pero que en medio de la batahola se nos impide distinguirla, como sí se hubiera arrojado una gigantesca
bomba de humo. Y que, a la vez, hay que regar, abonar y desyerbar allí donde esos “gérmenes” se de-
tectan, que muchas veces se dan en nuestra propia vida, o a nuestro alrededor, o en nuestra propia co-
munidad parroquial, y no suponer que hay que atravesar el mundo e ir al otro lado, en las antípodas, pa-
ra descubrir esos vástagos que ya despuntan.
Viene muy a tono la recomendación que San Ignacio de Loyola nos da respecto a la oración: ““Haz las
cosas como si todo dependiera de ti y confía en Dios como si todo dependiera de Él”. Nos hemos mal
acostumbrado a amputar la primera parte y a dejárselo todo a Él, con el pretexto de que en eso consiste
la fe.
Si Dios no nos hubiera creado para ser coprotagonistas, no nos habría creado libres; y es que ¡no somos
simples espectadores!
Jesús,
no tiene manos.
Tiene
sólo nuestras manos
para
construir un mundo donde reine la Justicia.
Jesús,
no tienes pies.
Tiene
sólo nuestros pies
para
poner en marcha la libertad y el amor.
Jesús,
no tienes labios.
Tiene
sólo nuestros labios
para
anunciar al mundo
la
Buena Noticia de los pobres.
Jesús,
no tienes medios.
Tiene
sólo nuestra acción
para
lograr que todos seamos hermanos.
Jesús,
nosotros somos tu Evangelio,
el
único Evangelio que la gente puede leer,
si
nuestras vidas son obras y palabras eficaces.
Jesús,
danos tu amor y tu fuerza
para
proseguir tu causa
y
darte a conocer a todos cuantos podamos.
Esta
es la manera de asumir la composición y la interpretación de ese “Cántico
Nuevo” que se nos demanda en el Salmo: Le pedimos que nos ponga a su derecha,
para ser las Manos más eficaces en la construcción de su Reino.
Jn 1, 35-42
“Rabbí,
¿dónde vives?” (Jn 1, 38f). ¿Dónde tienes tu cede principal?, ¿dónde funcionan
tus oficinas?, ¿dónde queda tu casa matriz? Si se contestara a este tipo de
preguntas se entendería muy poco, y se sabría casi nada del interlocutor. Lo
mejor es que vengan -personal y directamente- y lo vean con sus propios ojos.
Detrás de esta respuesta está la idea de sacudirse de ideas previas, no
aferrarse a ninguna prejuicialidad, abrir la mente, y -con una mirada clara y
despejada- informarse de primera mano. ¡Así tiene que ser nuestro acercamiento
a Jesús!: tener un “encuentro con un
acontecimiento, con una persona que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva”.
Notemos que,
a) Juan tiene discípulos
b) El anuncio de que Jesús es el Cordero, no lo da a una multitud, este anuncio empieza por “dos”.
Pero vaya que estos dos fueron eficaces y muy comprometidos, asumieron su misión de evangelización
con entera responsabilidad, estos dos son para nosotros un verdadero paradigma de lo que significa el
discipulado.
Especialmente, es importantísimo que no requirieron otras explicaciones complementarias, sino que de-
ja ndo a su maestro anterior -Juan el Bautista- se fueron ipso facto tras Je-
sús, asumieron su nuevo discipulado. Entramos en ese terreno de analizar el
discipulado y preguntarnos ¿cómo lo estamos asumiendo?
El punto requiere atención, puede ser un discipulado para la “vida consagrada”, pero puede ser otro tipo
de discipulado, uno tiene que “medirse” ante el llamado y “personalizar” ese llamado. Todos somos lla-
mados, y no una vez ni dos: El Señor llama, hay una primera fase de aceptación y de acogida a la llama-
da, pero luego viene esa fase crucial de personalizar el llamado y entender a que nos llama y hasta dón-
de va ese compromiso, esa responsabilidad.
Otra cosa que se nota -dentro de la perícopa- en los que hoy son “llamados” es que hay una enorme dis-
ponibilidad. Estos discípulos se muestran enteramente dispuestos a lo que sea, no aceptan cierto reto,
sino que están forrados de entrega, de compromiso, de esa misma esencia que mostró María: “Hágase
en mi”.
Es interesante la fórmula que ellos usan para pedir la aceptación: ¿dónde vives? Que entraña un signifi-
cado de “allí donde Tú estés, queremos estar”, y fueron y se quedaron con Él.
Luego
se identifica a uno de ellos, es Andrés el hermano de Simón Pedro, antes de
cualquier otra cosa, le comparte a su hermano el hallazgo, la mejor glosa de
este fragmento es: “El reino de Dios se puede comparar con un tesoro escondido
en un campo. Un día, un hombre encontró el tesoro y lo escondió allí otra vez.
Estaba tan feliz que fue y vendió todo lo que tenía y compró ese terreno”.
Haber encontrado al Cordero de Dios, era haber encontrado el verdadero y máximo
tesoro. Este Tesoro era el Mesías.
Concluye
la perícopa con el cambio de nombre de Simón Pedro que ahora se llamará Κηφᾶς [kefas]
esta palabra en arameo significa “Piedra”.
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