viernes, 24 de enero de 2025

CONVERSIÓN DE SAN PABLO APÓSTOL

 


Hch 22, 3-16

No hay una sola llamada de Cristo en la vida, hay varias, cada una más exigente que la anterior, y envueltas en las grandes crisis de nuestro crecimiento humano cristiano.

Segundo Galilea

Vivimos insertos en una cultura que se fundamenta en que sepamos la “noticia”, el “cuentico”, el “rollo”, decimos que, si la persona es capaz de repetir la “historia” con sus detalles, se ha cumplido la comprensión; pero, nos parece que, esa comprensión está truncada, hace falta que se vuelva “vida”, que se entrelace con nuestra existencia y que la podamos incorporar a la vida, haciendo de ella carne y sangre de nuestra historia personal.

 

Quisiéramos, pues, proponer algunos ejemplos:

 

Empezando con lo lejos que estaba Saulo de Dios para poder llegar al cristianismo:  Y, sin embargo, si uno lo mira, estaba muy cerca, podríamos quizás decir que se hallaba un poco desfasado, pero Él procuraba con todas sus fuerzas ser un judíos a carta cabal, poderse preciar y sacar pecho, mostrando su fogosidad,  su apasionamiento, su formación, cuando él nos proporciona sus datos autobiográficos, de inmediato se nota que era -no un judío común y silvestre- sino alguien intensamente comprometido con su credo. Un verdadero enemigo del cristianismo porque su fidelidad, a su punto de partida, lo enceguecía y lo hacía recalcitrante con todo lo que no coincidiera punto por punto con la imagen prefabricada que él llevaba en sí. Desde su perspectiva, él era dueño de la verdad. Y ese posicionamiento lo llevaba a ser encarnizado, cruel, sanguinario. Desde la perspectiva farisaica, era un judío a carta cabal. Un judío fervoroso. Y eso no se quedaba en ideas, pasaba a la acción:

      i.        Perseguía a muerte a los de este “Nuevo Camino”

     ii.        Los metía en la cárcel -hombres y mujeres indistintamente- encadenados.

    iii.        Consiguió se designado “caza-cristianos” y obtuvo cartas de presentación para iniciar una campaña de deportación y sevicia contra los cristianos.

«Pasar de ser perseguidor de los cristianos a evangelizador, es lo que constituye el verdadero milagro»

 

¿Cuál es la pregunta que brota de aquí para nosotros?

 

Saulo estaba lejos de ser cristiano, ¡lejísimos! Y, yo ¿qué tan cercanos estoy de serlo? ¿Qué tan obcecado estoy -afianzado en ciertas convicciones- que me bloquean para seguir a Jesús por el “Camino”? ¿Mi intolerancia me impide ser más abierto? Si hiciera más dúctil mi manera de creer ¿podría -tal vez- ser un mejor agente de evangelización? ¿No estoy dispuesto a cambiar a menos que Jesús venga y me derribe y me deje ciego con escamas en los ojos?

 

Tomemos otro ángulo. El de la Conversión. Hay dos maneras de percibir la conversión.

i)              Como el punto de inflexión donde Jesús nos sale al encuentro para hacernos ver la urgencia del cambio

ii)             Como el proceso que se sigue y que va acompañado de muchos cambios sucesivos y que dura -a veces- toda la vida.

Es muy cierto que Jesús nos sale al encuentro y nos deja oír el reclamo de la “alarma” para que recapacitemos, para que nos pongamos ante el espejo del alma y caigamos en la cuenta de “pellizcarnos” reconociendo aquello que nos mantiene alejados de Dios, y viviendo a sus espaldas, sin darle cabida en nuestras vidas. «Los valores evangélicos a los que nos habíamos convertido van perdiendo el sentido y la atracción sensible que al comienzo ejercían sobre nosotros. La Presencia de Cristo en nuestra vida, y particularmente en la oración, la sentimos cada vez menos; experimentamos más bien una aridez, una soledad, una oscuridad que nos hace lejano el Rostro del Señor» (Segundo Galilea)

 


Pero, también existe ese modo de ser que consiste en tener la fe en una especie de cuarto de San Alejo, al que le ponemos varios candados para impedirle salir de allí. Como el que tiene -digamos- un par de “zapatones” para resguardar el calzado en temporadas de lluvia y evitar mojarnos los pies con esa humedad tan nociva; pero, empacados y relegados al fondo del “cuarto de los chécheres” allí donde han estado desde el día en que los adquirimos. Así puede ser nuestra relación con Dios, descuidada, dejada en el olvido y arrinconada en el fondo del olvido. Es como no tenerla.

 

Pedirle a Dios que nos señale que -sin perder un instante- debemos empezar a ser. Pero ¿de qué le habría valido a Saulo que aquel Resplandor lo hubiera envuelto, haber caído, y haber oído la Voz de Jesús, si eso no hubiera detonado en él el cambio?

 

Y -digno de mayor realce- descubrir cómo, a partir de aquel momento, él fue dando pasos más firmes y comprometidos, y cómo avanzó en la ruta responsable y perseverante de no dejar de cambiar para superarse una y otra vez.

 

La conversión es ambas cosas, es reconocer la maravillosa experiencia de encontrarnos con Jesús, pero, también la constancia indetenible y tenaz de “estar con Él”.

 

Abramos los ojos para notar que “El Dios de nuestros padres nos ha elegido para que conozcamos su Voluntad, para que oigamos a Jesús que nos habla, nos llama, nos interpela y luego, ser sus Testigos ante todos los hombres”.

 

Sal 117(116), 1.2.

Este salmo es tan breve que constan tan solo de estos dos versículos, o sea que se proclama este salmo en su totalidad. Se trata de un himno.

 

Encontramos en este salmo la estructura de una jaculatoria.

 

Muchos piensan – así sea de manera inconsciente- que la oración debe tener una más o menos prolongada extensión, para que reciba el nombre de verdadera oración.


 

Desgranemos, en este caso, algunos de sus elementos:

-       Una palabra que alaba

-       Todos los que estemos allí presentes para oírla

-       Pero como panorama, la intencionalidad de hacer llegar eta palabra hasta los extremos del orbe

-       Mi seguridad inamovible en Dios-Misericordia

-       La certeza en su Fidelidad

-       La claridad de un Dios que nos regala Promesas para sostenernos con ellas

-       La meta que es Don y Propósito: la Salvación

Nada hay que agregar, un himno lacónico, profundo en su economía verbal. Intenso en la devoción del Salmista.

 

¿Cuál va a ser el versículo responsorial? Una consigna para nosotros, que nos hace proclamadores de la Buena Nueva. Mc16, 15

 

Mc 16, 15-18

Cada gesto, cada acción, por pequeña que sea, si procede del espíritu hará grandes trasformaciones de forma silenciosa pero certera porque procede de Dios. Este poder no es exclusivo de Jesús.

Papa Francisco

El Evangelio Mateano, concluye con una perícopa de dos versículos donde se relata la Ascensión del Señor, en el primero, y en el segundo, un sumario de cómo la misión que Jesús les encargó a sus discípulos fue llevada a cabo con empeño y cómo Jesús los acompañó co-operando con ellos en forma de “señales milagrosas”.


 

La perícopa de hoy se toma exactamente del texto anterior a la Ascensión. Es el Envío a sus once discípulos, mientras ellos estaban a la Mesa.

 

Antes de enviarlos los reprende por dos motivos

1)    Su falta de fe

2)    Su terquedad incrédula

Esa incredulidad es la increencia en aquello que les relataron sobre la Resurrección.

 

 Aceptar la fe va de la mano de un gesto sacramental: El Sacramento Puerta, el Bautismo. Nosotros al aceptar la filiación asumimos la tarea de creer; Dios hace su parte: nos bautiza en las mismas aguas en las que Él se dejó bautizar por San Juan Bautista.

 

La mayor parte de nosotros concibe el bautismo como un fenómeno puntual. Algo que sucede en una cierta y determinada fecha y ya estuvo, “quedó bautizado”. Pero, hacerse cristiano no es algo que se sucede de una vez por todas.

 

Otra manera simplista de tomarlo es pensar que los otros sacramentos harán lo faltante. Y ¡no es por ahí! En realidad, la inmersión bautismal, es más compleja, Dios cumple lo suyo, a la perfección, pero, se requiere tomarnos más en serio este Sacramento.

 

Figúrense que llevan cierto tiempo vivos sin conocer a su papá, y luego, un día te llevan a la Iglesia y súbitamente te informan que esa Persona que no vez y que por “mediación” de otra te acaricia con unos chorritos de agua es tu Padre y el Autor y Dueño de tu vida.

 

La empresa del entretenimiento nos da la imagen de algunos de estos hijos que conocen tardíamente a su padre, lo odian y no quieren saber nada de él. En otros relatos, la madre ha venido, sistemáticamente alimentando un odio contumaz contra el progenitor. Lo cierto es que estas personas no quieren construir ningún vínculo con ese “extraño” que para ellos no es nadie.

 

Ahí es donde viene nuestro rol. Dios nos da el sacramento, pero nosotros tenemos que asumir y aceptar el Padre que tenemos, no el biológico, sino el espiritual.

 

Pero no hemos acertado a descubrir que la paternidad es un nexo bilateral, y que -a menos que construyamos con nuestra filiación una consonancia con el Padre- no habrá parentesco excepto por el que conste en algún documento. Podemos optar por crecer y vivir como huérfanos espirituales.

 

Cuando el envío dice “El que crea y se bautice se salvará” tendríamos que entender todas las implicaciones de ese “creer” que arranca exactamente en el momento en que recibimos el Sacramento y sigue evolucionando con nuestra vida. Creer y ser bautizado, sólo se produce cuando se cumplen los dos factores no basta con el momento sacramental a menos que aunemos a él toda la vivencia de actuar como hijos y llevarlo en nuestro corazón con la consciencia de que Él es nuestro Padre.

 

Esto nos debe llevar a revisar si nos quedamos sólo en el Sacramento o lo estamos viviendo. Creer y ser bautizado son dos factores que han de compatibilizarse para poder hablar de Salvación.

 


Todo bautizado debe estar expuesto a un aguacero de bondad que lo entrape hasta la médula, consistente en aprender a hacer el bien y a fomentar lo que es bueno, en todos los actos de su vida. Un hijo debe tener el ADN de su padre y Dios Padre nos comunica preferencialmente el cromosoma de la benignidad. Esa tarea de consciencia filial también pende, como espada de Damocles, sobre los que han sido enviados a proclamar el evangelio a toda la creación. El envío crea responsabilidad.

 

«Este poder no es exclusivo de Jesús. Es dado a sus seguidores para que sea esta bondad la que brille en cada sombra de muerte, en cada rincón de oscuridad. En cada cristiano reside este poder dado en el bautismo y potenciado a través de los sacramentos, momentos donde se recibe de manera especial esta gracia» (Papa Francisco)

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