Hch
22, 3-16
No hay una sola llamada
de Cristo en la vida, hay varias, cada una más exigente que la anterior, y
envueltas en las grandes crisis de nuestro crecimiento humano cristiano.
Segundo Galilea
Vivimos
insertos en una cultura que se fundamenta en que sepamos la “noticia”, el
“cuentico”, el “rollo”, decimos que, si la persona es capaz de repetir la
“historia” con sus detalles, se ha cumplido la comprensión; pero, nos parece
que, esa comprensión está truncada, hace falta que se vuelva “vida”, que se
entrelace con nuestra existencia y que la podamos incorporar a la vida,
haciendo de ella carne y sangre de nuestra historia personal.
Quisiéramos,
pues, proponer algunos ejemplos:
Empezando
con lo lejos que estaba Saulo de Dios para poder llegar al cristianismo: Y, sin embargo, si uno lo mira, estaba muy
cerca, podríamos quizás decir que se hallaba un poco desfasado, pero Él
procuraba con todas sus fuerzas ser un judíos a carta cabal, poderse preciar y
sacar pecho, mostrando su fogosidad, su
apasionamiento, su formación, cuando él nos proporciona sus datos
autobiográficos, de inmediato se nota que era -no un judío común y silvestre-
sino alguien intensamente comprometido con su credo. Un verdadero enemigo del
cristianismo porque su fidelidad, a su punto de partida, lo enceguecía y lo
hacía recalcitrante con todo lo que no coincidiera punto por punto con la
imagen prefabricada que él llevaba en sí. Desde su perspectiva, él era dueño de
la verdad. Y ese posicionamiento lo llevaba a ser encarnizado, cruel,
sanguinario. Desde la perspectiva farisaica, era un judío a carta cabal. Un
judío fervoroso. Y eso no se quedaba en ideas, pasaba a la acción:
i.
Perseguía a muerte a los de este “Nuevo Camino”
ii.
Los metía en la cárcel -hombres y mujeres indistintamente-
encadenados.
iii.
Consiguió se designado “caza-cristianos” y obtuvo cartas de
presentación para iniciar una campaña de deportación y sevicia contra los
cristianos.
«Pasar
de ser perseguidor de los cristianos a evangelizador, es lo que constituye el
verdadero milagro»
¿Cuál
es la pregunta que brota de aquí para nosotros?
Saulo
estaba lejos de ser cristiano, ¡lejísimos! Y, yo ¿qué tan cercanos estoy de
serlo? ¿Qué tan obcecado estoy -afianzado en ciertas convicciones- que me
bloquean para seguir a Jesús por el “Camino”? ¿Mi intolerancia me impide ser
más abierto? Si hiciera más dúctil mi manera de creer ¿podría -tal vez- ser un
mejor agente de evangelización? ¿No estoy dispuesto a cambiar a menos que Jesús
venga y me derribe y me deje ciego con escamas en los ojos?
Tomemos
otro ángulo. El de la Conversión. Hay dos maneras de percibir la conversión.
i)
Como el punto de inflexión donde Jesús nos sale al
encuentro para hacernos ver la urgencia del cambio
ii)
Como el proceso que se sigue y que va acompañado de muchos
cambios sucesivos y que dura -a veces- toda la vida.
Es
muy cierto que Jesús nos sale al encuentro y nos deja oír el reclamo de la
“alarma” para que recapacitemos, para que nos pongamos ante el espejo del alma
y caigamos en la cuenta de “pellizcarnos” reconociendo aquello que nos mantiene
alejados de Dios, y viviendo a sus espaldas, sin darle cabida en nuestras
vidas. «Los valores evangélicos a los que nos habíamos convertido van perdiendo
el sentido y la atracción sensible que al comienzo ejercían sobre nosotros. La
Presencia de Cristo en nuestra vida, y particularmente en la oración, la
sentimos cada vez menos; experimentamos más bien una aridez, una soledad, una
oscuridad que nos hace lejano el Rostro del Señor» (Segundo Galilea)
Pero,
también existe ese modo de ser que consiste en tener la fe en una especie de
cuarto de San Alejo, al que le ponemos varios candados para impedirle salir de
allí. Como el que tiene -digamos- un par de “zapatones” para resguardar el calzado
en temporadas de lluvia y evitar mojarnos los pies con esa humedad tan nociva;
pero, empacados y relegados al fondo del “cuarto de los chécheres” allí donde
han estado desde el día en que los adquirimos. Así puede ser nuestra relación
con Dios, descuidada, dejada en el olvido y arrinconada en el fondo del olvido.
Es como no tenerla.
Pedirle
a Dios que nos señale que -sin perder un instante- debemos empezar a ser. Pero
¿de qué le habría valido a Saulo que aquel Resplandor lo hubiera envuelto,
haber caído, y haber oído la Voz de Jesús, si eso no hubiera detonado en él el
cambio?
Y
-digno de mayor realce- descubrir cómo, a partir de aquel momento, él fue dando
pasos más firmes y comprometidos, y cómo avanzó en la ruta responsable y
perseverante de no dejar de cambiar para superarse una y otra vez.
La
conversión es ambas cosas, es reconocer la maravillosa experiencia de
encontrarnos con Jesús, pero, también la constancia indetenible y tenaz de “estar
con Él”.
Abramos
los ojos para notar que “El Dios de nuestros padres nos ha elegido para que
conozcamos su Voluntad, para que oigamos a Jesús que nos habla, nos llama, nos interpela
y luego, ser sus Testigos ante todos los hombres”.
Sal
117(116), 1.2.
Este
salmo es tan breve que constan tan solo de estos dos versículos, o sea que se
proclama este salmo en su totalidad. Se trata de un himno.
Encontramos
en este salmo la estructura de una jaculatoria.
Muchos
piensan – así sea de manera inconsciente- que la oración debe tener una más o
menos prolongada extensión, para que reciba el nombre de verdadera oración.
Desgranemos,
en este caso, algunos de sus elementos:
- Una palabra que
alaba
- Todos los que
estemos allí presentes para oírla
- Pero como panorama,
la intencionalidad de hacer llegar eta palabra hasta los extremos del orbe
- Mi seguridad inamovible
en Dios-Misericordia
- La certeza en su
Fidelidad
- La claridad de un
Dios que nos regala Promesas para sostenernos con ellas
- La meta que es Don
y Propósito: la Salvación
Nada
hay que agregar, un himno lacónico, profundo en su economía verbal. Intenso en
la devoción del Salmista.
¿Cuál
va a ser el versículo responsorial? Una consigna para nosotros, que nos hace
proclamadores de la Buena Nueva. Mc16, 15
Mc
16, 15-18
Cada gesto, cada
acción, por pequeña que sea, si procede del espíritu hará grandes
trasformaciones de forma silenciosa pero certera porque procede de Dios. Este poder
no es exclusivo de Jesús.
Papa Francisco
El
Evangelio Mateano, concluye con una perícopa de dos versículos donde se relata
la Ascensión del Señor, en el primero, y en el segundo, un sumario de cómo la
misión que Jesús les encargó a sus discípulos fue llevada a cabo con empeño y
cómo Jesús los acompañó co-operando con ellos en forma de “señales milagrosas”.
La
perícopa de hoy se toma exactamente del texto anterior a la Ascensión. Es el Envío
a sus once discípulos, mientras ellos estaban a la Mesa.
Antes
de enviarlos los reprende por dos motivos
1) Su falta de fe
2) Su terquedad
incrédula
Esa
incredulidad es la increencia en aquello que les relataron sobre la Resurrección.
Aceptar la fe va de la mano de un gesto
sacramental: El Sacramento Puerta, el Bautismo. Nosotros al aceptar la
filiación asumimos la tarea de creer; Dios hace su parte: nos bautiza en las
mismas aguas en las que Él se dejó bautizar por San Juan Bautista.
La
mayor parte de nosotros concibe el bautismo como un fenómeno puntual. Algo que
sucede en una cierta y determinada fecha y ya estuvo, “quedó bautizado”. Pero,
hacerse cristiano no es algo que se sucede de una vez por todas.
Otra
manera simplista de tomarlo es pensar que los otros sacramentos harán lo
faltante. Y ¡no es por ahí! En realidad, la inmersión bautismal, es más
compleja, Dios cumple lo suyo, a la perfección, pero, se requiere tomarnos más
en serio este Sacramento.
Figúrense
que llevan cierto tiempo vivos sin conocer a su papá, y luego, un día te llevan
a la Iglesia y súbitamente te informan que esa Persona que no vez y que por “mediación”
de otra te acaricia con unos chorritos de agua es tu Padre y el Autor y Dueño
de tu vida.
La
empresa del entretenimiento nos da la imagen de algunos de estos hijos que
conocen tardíamente a su padre, lo odian y no quieren saber nada de él. En otros
relatos, la madre ha venido, sistemáticamente alimentando un odio contumaz
contra el progenitor. Lo cierto es que estas personas no quieren construir
ningún vínculo con ese “extraño” que para ellos no es nadie.
Ahí
es donde viene nuestro rol. Dios nos da el sacramento, pero nosotros tenemos
que asumir y aceptar el Padre que tenemos, no el biológico, sino el espiritual.
Pero
no hemos acertado a descubrir que la paternidad es un nexo bilateral, y que -a
menos que construyamos con nuestra filiación una consonancia con el Padre- no habrá
parentesco excepto por el que conste en algún documento. Podemos optar por
crecer y vivir como huérfanos espirituales.
Cuando
el envío dice “El que crea y se bautice se salvará” tendríamos que entender
todas las implicaciones de ese “creer” que arranca exactamente en el momento en
que recibimos el Sacramento y sigue evolucionando con nuestra vida. Creer y ser
bautizado, sólo se produce cuando se cumplen los dos factores no basta con el
momento sacramental a menos que aunemos a él toda la vivencia de actuar como hijos
y llevarlo en nuestro corazón con la consciencia de que Él es nuestro Padre.
Esto
nos debe llevar a revisar si nos quedamos sólo en el Sacramento o lo estamos
viviendo. Creer y ser bautizado son dos factores que han de compatibilizarse
para poder hablar de Salvación.
Todo
bautizado debe estar expuesto a un aguacero de bondad que lo entrape hasta la
médula, consistente en aprender a hacer el bien y a fomentar lo que es bueno,
en todos los actos de su vida. Un hijo debe tener el ADN de su padre y Dios
Padre nos comunica preferencialmente el cromosoma de la benignidad. Esa tarea
de consciencia filial también pende, como espada de Damocles, sobre los que han
sido enviados a proclamar el evangelio a toda la creación. El envío crea
responsabilidad.
«Este
poder no es exclusivo de Jesús. Es dado a sus seguidores para que sea esta
bondad la que brille en cada sombra de muerte, en cada rincón de oscuridad. En
cada cristiano reside este poder dado en el bautismo y potenciado a través de los
sacramentos, momentos donde se recibe de manera especial esta gracia» (Papa
Francisco)
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