Hb
2, 14-18
Cristo tuvo que hacerse
humano como ellos. Dios se vale de la solidaridad humana para salvarnos. Cristo
nos salva compartiendo la carne y la sangre y la suerte de los hombres.
Jesús
entra a formar parte de la familia humana para enfrentarse a la muerte -cuyo
autor y gestor es el Diablo- y vencerla, en realidad, un sentido ineludible de
la Redención es la Victoria sobre la muerte. La muerte tenía -para conjurarla-
que ser víctima de su propia guadaña.
Otra
sería la situación y la ecuación se plantearía de otra manera muy diversa si
Jesús estuviera ofertando garantías a los ángeles, pero no es así, Jesús tiende
su Mano Caritativa a los “los hijos de Abrahán”.
Ya
se ha dicho, Jesús al “abajarse” a nuestra condición, ha podido echar sobre Sí,
nuestras cargas. Aceptó ser tentado, entonces puede “auxiliar” a los que son
atacados por las tentaciones. Esta es la fórmula justiciera de la expiación.
Repitámoslo,
la Encarnación ha sido la vía de la solidaridad con el género humano, La Redención
es la ruta de la sanación, pero la medicina debe aplicarse sobre carne y sangre
homólogas. Así, Jesús ha descendido a la condición de Sumo Sacerdote para
ofrecer y hacer validos los sacrificios de Expiación. Se ha constituido en
eficiente presentador de Sacrificios y se presenta a Sí mismo como Sacrificio Perfecto.
Así, Él puede, con eficacia total, interceder -que es la misión esencial del
Sacerdocio- por los que están en la “prueba”.
Las
tentaciones que se narran en el desierto, parecen ser tentaciones “tipo” que Jesús
sufrió durante toda su vida, como nos pasa a cualquiera de nosotros, que
estamos siendo tentados todo el tiempo.
Lo
que nos muestra esta reflexión es que Jesús sufrió por entero compartiendo,
también por entero, la plena condición del ser humano. Queda -de esta manera-
garantizada la eficacia del Sacrificio Expiatorio y la validez de su
Sacerdocio.
La Carta a los hebreos nos explica porque se
tuvo que humanar el Señor, para liberarnos del Malo y de su grillete sobre
nosotros: El temor a la muerte. Pero
sólo haciéndose en todo como nosotros -estirpe de Abrahán- sólo así podía
llegar a ser Sumo Sacerdote. Ya que sólo quien ha sido tentado y ha salido
victorioso podrá liberar a los otros que hemos padecido tentación. (Cfr. Hb 2,
16-18)
«Lo mismo nosotros somos salvados si ayudamos a
la liberación del mundo, si aceptamos con valor nuestra dependencia y nuestra solidaridad
con los demás. Trabajar al lado de otros (sinodalmente), sufrir y alegrarse con
ellos es la manera de salvarnos».
Sal
105(104), 1-2. 3-4. 6-7. 8-9
El salmo nos urge a ponernos en Su búsqueda:
“Que se alegren los que buscan al Señor. Recurran al Señor y a su Poder,
busquen continuamente su Rostro”.
Es un salmo de Alianza. Este salmo tiene 45
versos, se toman de ellos 8 - Se toman los nueve primeros, exceptuando el verso
5- para organizar la perícopa que está integrada por 4 estrofas, cada una de ellas
con dos versos.
En la primera estrofa tenemos los siguientes cinco
aspectos.
a)
Ser agradecidos con Dios
b)
Invocar su Santo Nombre
c)
Propalar sus hazañas
d)
Cantarle acompañando el
cántico con instrumentos
e)
Hablar de sus maravillas.
En la segunda estrofa, tenemos 4 admoniciones
a)
Enorgullecernos dela
Grandeza de nuestro Dios
b)
Que se alegren los que lo buscan
c)
Recurrir a su Poder
d)
Buscar continuamente su
Rostro, es decir, ansiar conocerlo.
La tercera estrofa nos identifica, contestando
a la pregunta ¿quiénes somos y de qué parentela?:
a)
Somos de la prosapia de
Abrahán
b)
Hijos de Jacob
c)
El Señor es nuestro Dios
d)
Y reconocemos que el Señor
gobierna toda la tierra.
Y, en la cuarta estrofa, tenemos un énfasis sobre
Dios como fuente del Zikaron:
a)
El Señor se acuerda de su
Alianza por los siglos de los siglos
b)
El Señor se acuerda de sus
promesas por mil generaciones
c)
Conserva en su memoria -que nada olvida- la Alianza que
pactó con Abrahán
d)
Se acuerda del Juramento que le hizo a Isaac.
El
versículo responsorial reincide sobre esta misma idea, de la memoria Divina,
insiste que Dios es memorioso: Eternamente se acuerda que ha pactado con nosotros
su Alianza.
Mc
1, 29-39
Era
sábado. Día de “descanso”, no se podía hacer nada, la ley prescribía un descanso
muy riguroso. No se podía cocinar, no se podía caminar sino una distancia
corta. Aun hoy, no está permitido trabajar, cocinar, conducir, ir de compras.
Jesús
salió de la Sinagoga.
Fue
con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés.
Allí
encontró a la suegra de Simón con fiebre, tan pronto llegaron, se lo dijeron. Se
le acercó, la cogió de la mano y la ἤγειρεν [egeiren] la “levantó”, la “resucitó”: este verbo
griego significa despertar, levantar,
resucitar.
Se
le quitó la fiebre y se puso a διηκόνει [diekonei]
“servirles”, este verbo significa que levantó un polvero por hacer oficio con
tanto dinamismo, con tanta energía, con todas “sus pilas puestas”, (recordemos
que era sábado, día de reposo). La palabra denota que no se puso a servir como
una convaleciente, sino como una persona plena de salud y de garbo. Lo que
implica que no fue simplemente una superación de la enfermedad, sino una
curación definitiva. El verbo está en imperfecto para significar que se dedicó
a ello, no fue por esa tarde, sino que fue en lo sucesivo su “profesión”;
conocemos muchas personas con este tipo de gratitud, su manera de agradecer es
rendir servicio y hacer tanto bien como ellos sienten haber recibido. ¡Pese a
que era sábado!
Y
es que sanar no es romper la enfermedad, es infundir fuerzas, dar vida para ser
útil a todos.
Al
atardecer, cuando la gente concluyó el reposo forzoso, le llevaron a todos los
enfermos y endemoniados. Y Él curó a muchos de diversos males y expulsó muchos
demonios, en una palabra ¡los liberó! Los demonios lo reconocían, entonces Él
no los dejaba hablar.
Se
levantó de madrugada, todavía en lo oscuro, y se retiró a un lugar solitario y
se puso a orar.
Simón
y sus compañeros fueron a buscarlo y le dijeron que “Toda la gente lo buscaba”.
A lo que Él reaccionó proponiéndoles irse a otra parte, para cumplir su tarea
que era la predicación. Esto guarda estrecha relación con el reconocimiento de
nuestros límites. No se trata de “hacerlo todo”, sino de hacer todo nuestro
posible y nuestro mejor”; pero Jesús no propone “agotar” toda necesidad, nos
enseña a dar todo y tanto como podamos, lo demás corresponde a nuestro Padre-Dios,
y en la hora que Él tenga señalada.
Con
este ritmo recorrió toda Galilea cumpliendo esas dos tareas: predicar y
expulsar demonios: Esto es lo que se llama la “Proclamación del Reino”.
Este
episodio de la perícopa es como un sumario de la semana de Jesús, empezando por
el sábado, es un resumen de la actividad misionera de Jesús en toda Galilea.
¡Cada
uno de nosotros ha sido curado de alguna fiebre, cada uno hemos sido
resucitados de alguna muerte! «Padre mío, ¡que nunca me canse de hacer el bien!
Hazme comprender que mi misión se resume en vivir tu amor mediante la práctica
autentica y generosa de la caridad, que mi tarea no sea otra que la de predicar
y dar a conocer tu amor».
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