Hb 3, 7-14
¿Quiénes son esos que, después de haber oído,
amargaron a Dios? Todos los que salieron de Egipto gracias a Moisés.
¿Contra quiénes se indignó Dios durante cuarenta años? Contra los que habían
pecado, por lo que perecieron y sus cadáveres quedaron en el desierto.
¿A quiénes juró Dios que no entrarían en su lugar de descanso? A aquellos
rebeldes, por supuesto, y vemos que se les prohibió la entrada a causa de su
falta de fe.
Hb
3, 16-19
En
los Escritos que nos ha legado la Primera Iglesia, la que se suscitó después de
la Ascensión del Señor, encontramos palpable la preponderante importancia e
intervención del Espíritu Santo. Se puede afirmar sin faltar ni una cresta a la
verdad, que ellos no movían ni un solo dedo sin antes consultar al Espíritu
Santo. Por eso, no nos extraña para nada que el hagiógrafo nos convide, como
primera jugada, a “escuchar lo que dice el Espíritu Santo.
Y
¿qué es lo que dice el Espíritu Santo? El salmo 95(94). 7d-11. Que la tentación
apremia, en sus diversas formas: de pan, de apoyarse en los ídolos, la de
apoyarse en el milagrarismo. Aunque esas tentaciones nos muerdan con dentellada
dolorosa, nosotros no habremos de ceder. Aquí, en la perícopa, está situada la
geografía del Malo: Los lugares donde él se emboza para tendernos la asechanza:
Meribá y Masá, o sea, “Queja” o “Agrio Reproche” y “Prueba”, respectivamente.
Poner a prueba al Señor y hacerle agrios reproches, son las facetas para
enemistarse con Dios, esa es la manera de socavar nuestra relación armoniosa y
alejarnos de sus “quereres”. Esa es la ruptura de nuestro matrimonio, donde Él
es el Novio, y nosotros, su pueblo, somos su Esposa. Prueba y hacerle agrios
reproches son la táctica para meter el divorcio en lo que el Propio Dios ha
unido. La unión tiene un nombre técnico: Se llama Alianza. O sea que esta pelea
de enamorados tiene como propósito romper la Alianza.
Lo
que el Espíritu Santo nos dice es que, en vez de ponerle pleito a Dios, lo que
debemos hacer es prestarle oído atento, por eso nos pide que lo Escuchemos.
¿Cómo
puede llegar a suceder que nosotros en vez de mostrarle un corazón tierno y
enamorado a Nuestro Dios, andemos poniéndole problemas y buscando camorra con
Él? Porque algún personaje, que anda por ahí, introduce la cizaña y trae la
discordia. Gentes de mal corazón, gente incrédula poniendo indisposición contra
Dios.
Recordemos
aquella antigua indisposición que nos llevó a la fatal caída: “¿Así que Dios
les ha dicho que no coman de ningún árbol del Jardín? ¡No morirán! Dios sabe muy
bien que cuando ustedes coman del fruto de ese árbol, podrán saber lo que es
bueno y lo que es malo, y que entonces serán como Dios.”
Lo
que se nos dice aquí es que “Tengamos cuidado con esos de mal corazón”, que
destilan el veneno de la desunión. Nos propone, todo lo contrario, que nos
demos ánimo unos a otros mientras dure este momento, y no nos dejemos arrastrar
por el pecado y dejemos que la dureza haga de nuestro corazón una dura semilla
de durazno.
No
podemos dejarnos endurecer. Les suele pasar a los enamorados que endurecen el
corazón, esgrimiendo la razón que sea, y matan su amor.
El
riesgo es grande: Aquí, la Vida Eterna se llama el κατάπαυσιν
[katapausin] “Descanso del
Señor”; es la palabra griega que traduce la expresión hebrea Sabbath.
Quien caiga en la desobediencia, ese no entrará en “el Descanso del Señor”. ¿En
qué consiste la desobediencia? En no escuchar al Señor y ponerse a disputar con
Él.
Un
Nuevo Éxodo se aguardaba, Éxodo que los sacó de Egipto, Éxodo que los sacó de
Babilonia, y ahora un Nuevo Éxodo que los libere de la esclavitud y de la
infidelidad. Jesús los lidera en su “Subida” a Jerusalén. La geografía de la
dureza de corazón, de la falta de fe y de confianza en el Señor, pasa por un
Nuevo Masá y Meribá. Con mucha razón este lugar es lugar de “Queja” puesto que
ellos se quejaban contra Moisés, por qué los había sacado de Egipto y los había
llevado al desierto a “morir de hambre y sed”.
El
Señor le ofreció agua a Moisés y sólo tenía que golpear la roca. Pero el mismo
Moisés, llevaba en su interior la fragilidad de su pueblo, pueblo de duda, de
desobediencia y de rebeldía; así que no golpeó una, sino dos veces la roca: lo
que le valió no haber podido entrar en la tierra Prometida. (El líder no puede
dejar de ser penetrado por las dudas y las flaquezas del pueblo que lidera). ¡Y
no entró nunca al Descanso de su Señor!
Todo
cuanto se dice permanece valido para nosotros que también esperamos nuestro
Éxodo.
Sal 95(94),
6-7c. 7d-9. 10-11
Este es un
Salmo de la Alianza. Para su análisis podemos examinarlo como formado por dos
partes
1) Loa a Dios Creador
y protector de su pueblo.
2) Prevención a los
fieles a no ser de la raza de los que se revelaron y pusieron a prueba a Dios
En Masah y Meribá.
En
total son 11 versículos, se toman cuatro versículos completos y dos pequeños
fragmentos del 7º. Y, con ese material se organiza la perícopa, de tres
estrofas.
El
versículo responsorial que vive en nuestra memoria, porque se ora a diario en
la Liturgia de las Horas, en los salmos de Laudes, donde va de primeras: Ojalá
escuchen hoy la Voz del Señor: “No endurezcan su corazón”. Exploremos cada
estrofa.
Primera:
Primero entrar, luego, postrarse por tierra, bendiciéndolo. Él es el Creador y
nosotros su pueblo, sus ovejitas.
Segunda:
Nos recuerda que tuvimos el atrevimiento de poner a prueba a Dios. En gesto de
vil altanería. Tuvimos la desfachatez de tentarlo.
Tercera:
Eso nos valió 40 años de vagancia por el desierto sin poder entrar en la Tierra
de Promisión. Perdimos la oportunidad de entrar en el “Descanso del Señor”.
Desatamos su Cólera porque no somos más que un pueblo de corazón descarriado.
Mc 1, 40-45
El Reinado de Dios no son las curaciones. Estas son como los
calmantes del dolor.
Juan Mateos s.j.
No descubrimos al
Señor, si no acogemos auténticamente al marginado. Recordemos siempre la imagen
de san Francisco que no tuvo miedo de abrazar al leproso y de acoger a aquellos
que sufren cualquier tipo de marginación. En realidad, queridos hermanos, sobre
el evangelio de los marginados, se juega y se descubre y se revela nuestra
credibilidad.
Papa Francisco
Dios-Encarnado, el Emmanuel, se identifica, se
da a conocer, y para que nos demos cuenta que Él es el Mesías, ejerce su
Misericordia de la más dulce manera: ¡Sanando!
El Señor-Encarnado, en vez de dejarse
endurecer, siempre hace relucir su “tierna suavidad” que llamamos “Ternura”.
Pero nosotros, nos ponemos las gafas de la
confusión, nos emperifollamos con el “pecado”, que nos obnubila, nos confunde,
nos ofusca. Preferimos aferrarnos a nuestra cerrazón, mal-interpretar,
calzarnos un “corazón de piedra”. Somos testigos de sus prodigios, pero unimos
nuestras voces reclamando: ¡Crucifícalo! (Mc 15, 13b)
Lo milagroso puede ser un obstáculo para que la
gente capte el Mensaje. (Juan Mateos s.j.)
¿Tacharemos
de desobediente al leproso? Jesús le impone guardar el secreto mesiánico, pero
él corre a promulgar la Bondad Misericordiosa que Dios ha tenido con Él.
«En la primera parte (1, 14-8,26), Jesús
proclama la llegada próxima del reino de Dios y ofrece sus signos: sus
milagros. Pero se niega a decir quién es, prohíbe a los demonios divulgarlos:
hay un secreto, lo que se ha llamado “el secreto mesiánico”. El único título
que se da Jesús es el título misterioso de Hijo del hombre» (Etienne
Charpentier)
Comprendámoslo, es muy difícil callar cuando
hemos recibido tan sorprendentes y grandes beneficios. ¡No sólo quitarle la
enfermedad, sino -además- reincorporarlo a la comunidad, sacarlo del estado de
“paria”!
Jesús lo tocó para sanarlo, pero
-automáticamente- Él quedaba declarado impuro, y “ya no podía entrar
abiertamente en ningún pueblo” (Mc 1,45c). “Sin embargo, eran nuestras
dolencias las que Él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban” (Is
53,4).
Jesús no está en el juego publicitario. No le
interesa para nada proclamar su buena fama, seguro los discípulos pensarían que
era un despilfarro perder la ocasión de hacerse a un renombre y tratar de percibir
ganancias por ese conducto. Tiene mucho cuidado de caer en esa encrucijada.
«Jesús no quiere que la gente acuda a Él sólo
para curarse. Lo que Él quiere es enseñarles la proclama del Reinado de Dios». (Juan
Mateos s.j.)
«Jesús, se da completamente, se involucra en el
dolor y la necesidad de la gente… simplemente porque Él sabe y quiere padecer
con, porque tiene un corazón que no se avergüenza de tener compasión.
No podía entrar abiertamente en ningún pueblo;
se quedaba fuera, en descampado» (Mc 1, 45). Esto significa que, además de
curar al leproso, Jesús ha tomado sobre sí la marginación que la ley de Moisés
imponía (cf. Lv 13,1-2. 45-46). Jesús no tiene miedo del riesgo que supone
asumir el sufrimiento de otro, pero paga el precio con todas las consecuencias
(cf. Is 53,4).
La compasión lleva a Jesús a actuar
concretamente: a reintegrar al marginado. Y éstos son los tres conceptos claves
que la Iglesia nos propone hoy en la liturgia de la palabra: la compasión
de Jesús ante la marginación y su voluntad de integración». (Papa
Francisco)
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