martes, 21 de enero de 2025

Miércoles de la Segunda Semana del Tiempo Ordinario

 


Hb 7, 1-3. 15-17

En el Génesis 14 aprendemos que Abrahán venía de derrotar a Quedorlaómer, rey de Elam, y caudillo de todos los reyes de Mesopotamia que se habían confederado contra Abrahán, y salió a recibirlo el rey de Sodoma. Junto con él, venía Melquisedec (que significa “Rey de Justicia”) y que era rey de Salem (o sea de Paz) y sacerdote de לְאֵ֥ל עֶלְיֹֽון [le-el el-yon] “Dios Altísimo” cuando se dice Altísimo significa “Dios Supremo” (Cfr. Gn 14, 17-18).

 

En esta noticia toma pie el hagiógrafo de Hebreos para desarrollar la idea del que ahora llamamos capítulo 7: Melquisedec bendijo a Abrahán y este le pagó el tributo de la décima parte (diezmo), del botín que Abrahán había ganado.

 

El origen de Melquisedec es incierto, sumido en el Misterio, no tenemos noticia de quien era su padre, ni su madre, no podemos explorar su genealogía y desconocemos también su fecha de nacimiento y de muerte. Los rabinos dicen siempre, en particular refiriéndose a la ausencia de una genealogía, “si no está dicha, es que no existe”. Muchos dirán que esto fue un descuido de los redactores de la Biblia, pero, así como -y lo decimos a manera de ejemplo- Dios “anestesió” con profundo sueño a Adán para sacarle la costilla que sería Eva, así, el Misterio que envuelve a Melquisedec, quiere indicarnos en la dirección de un sacerdocio eterno que no tiene genealogía, que no podemos decir dónde inicia ni donde termina porque habla de un tipo de sacerdocio que es “a perpetuidad”. Esa nube de ignorancia no quiere decir que se perdió el dato, sino que los temas de origen divino, hunden sus raíces allende nuestro conocimiento: ¡Melquisedec permanece por siempre!

 

Ahí se traza un paralelismo con el Hijo de Dios, que no tiene principio ni fin, porque habita la eternidad: su Vida es Vida ἀκαταλύτου [akatalytou] “imperecedera”, “indisoluble”, “indestructible”, “sin fin”. Todo esto reposa sobre la expresión del salmo 110(109), verso 4: “Tu eres sacerdote לְעוֹלָ֑ם [le-olam] “para siempre”, “a perpetuidad”, según el rito de Melquisedec”.

 

Esto se ha dado no en virtud de algún tipo de poder especial “terrenal”, sino que proviene de una fuerza igualmente imperecedera, de una Fuerza Celestial.

 

No poder rastrear el árbol parental de Melquisedec nos está diciendo que no hay que rastrear en las familias levíticas para hallarle parentela a estos Sacerdotes, porque su Genealogía se remonta a Dios. No son sacerdotes según el rito Aarónico, son sacerdotes delegados por Dios. Por eso, sus orígenes son oscuros para nosotros. Porque ellos inauguran un nuevo Sacerdocio. Su sacerdocio dimana de la hostia que proponen: “Pan-y-Vino”. No del parentesco, cifrado en sus ascendientes y en la pertenencia al clan sacerdotal. No se requiere pertenecer a la tribu sacerdotal de Leví; no hay ningún inconveniente en ser de la tribu no-sacerdotal de Judá.

 


Desde el punto de vista del Primer Testamento, Jesús no es sacerdote, pero al ofrecerse en sacrificio (Victima y Sacerdote) hará que, al Resucitar, sea ante los Ojos del Padre, el Sumo y Eterno Sacerdote. Cuando el Padre lo “Levanta”, le entrega junto con la Resurrección el Honor sacerdotal para ofrecerle al Padre todo, porque le ofrendó Su Vida.

 

En el Sacerdocio de Jesucristo no hay que ir tras los antecedentes, sino levantar la mirada directamente hacia los Consecuentes de la Economía Salvífica. La Encarnación-Pasión-Resurrección de Jesucristo inaugura una nueva lógica, así como una Nueva Alianza, sólo comprensible desde la Misericordia de un Dios que es Dios-Amor y cuya Justicia y Fidelidad están por encima de nuestra prejuicialidad: ¡Es Dios Altísimo!

 

Sal 110(109), 1bcde. 2. 3. 4

Acude aquí muy bien este Salmo, porque nos da todos los elementos para decodificar la Primera Lectura. Se nos está aclarando como ha surgido un Nuevo Sacerdocio, que es el Sacerdocio de la Nueva Alianza.

 

Y es que en la Primera Alianza había una imperfección absoluta. ¿Cómo podía un Sacerdote provisional, y mortal ofrecer un sacrificio que pudiera tener efecto a perpetuidad? La única solución que se encontraba al alcance era repetir cíclicamente el sacrificio y año tras año reiterarlo. Así que todos los años el Sumo Sacerdote entraba en el Sancta Sanctorum y derramaba la sangre de la Victima sobre el “Propiciatorio” en la Tapa del Arca para procurar restablecer la Alianza.


 

Ahora ha llegado el Sumo y Eterno Sacerdote que puede ofrecer un Sacrificio Perfecto que no tiene fecha de vencimiento, sino que su efecto perdura por toda la Eternidad. Este es el Sacrificio que se ofreció en el Calvario.

 

Valga aclarar, que el Sacrificio Eucarístico no es otro sacrificio, ni una renovación de Aquel, sino un “viaje en el túnel del Tiempo” que nos permite ir al Gólgota y estar presentes ante la Presencia Redentora del Único Sacerdote y Victima, que lo es por toda la Eternidad, hasta el final de los tiempos.

 

Dios Padre ha llamado al Señor para compartir con Él el Trono Celestial.

 

Jerusalén es el foco de irradiación, desde allí se distribuyó para el mundo entero. Es una irradiación salvífica, no punitiva.

 

Dios Padre engendró a su Hijo como un rayo de Luz resplandeciente, no como nosotros engendramos vida biológica.

 

Además. Jesús es cumplimiento de un Juramento y el Señor no se remuerde como el tacaño se queja de un gasto.

 

Mc 3, 1-6

Hazme comprender que mi misión se resume en vivir tu amor mediante la práctica generosa de la caridad.

Papa Francisco

El ser humano tiene la ley a su favor, la ley no debe ir contra el ser humano. Para mantener la brújula encausada el Señor-nuestro-Creador nos ha creado con dos premisas inherentes: La Justicia y la Razón, ellas dos se complementan y son como un mecanismo hemisférico, cada una la mitad de la otra. La una prioritariamente viviendo en la mente, en la inteligencia; la otra, habita preponderantemente en el corazón. El ser humano depende de esa doble factualidad y debe buscar su coherencia, no ha de absolutizar ninguna de los dos, sino alcanzar su connivencia.


 

Ante la realidad siempre estaremos enfrentados a una doble posibilidad:

      i.        Hacer el bien, salvar una vida

     ii.        Hacer el mal y acarrear destrucción.

 

Sabemos que Dios, El Señor, es el Dios de la Vida, un Dios que se complace en dar vida y que evita y hace gala de su creatividad para eludir la destrucción. El asunto en cuestión es esencial, se trata de un asunto sustantivo: se trata de la vida, no de un girón de vida, no de ribete, sino de la vida en plenitud, la vida en abundancia.

 

¿Quién es el perverso? El que busca la pauta malvada, destructiva, el dios de la muerte.


 

Esta perícopa tiene como nodo -como foco de reflexión- la pregunta sobre lo que es lícito. Lo que hace Jesús aquí, es ponernos cara a cara con nuestro dilema existencial. En cada paso de nuestra vida estaremos respondiendo a esta disyuntiva: y Jesús nos enseña a tomar partido, dándonos -en eso- una columna vertebral para nuestra ética cristiana.

 

Tenemos que quitarnos de la mente la visión de un relato cinematográfico. No se trata de un Jesús superhéroe (súper-estrella), que viene retador y con una actitud arrogante formula la pregunta. Esa manera de interpretar el Evangelio conduce a la admiración del héroe, pero no nos permite comprometernos con la Buena Nueva del Evangelio.

 


Es más bien un perseguido llevado al rincón de la emboscada. ¿En dónde queda la autoridad de Jesús? Precisamente en que Él procede por encima de la emboscada, aún más, actúa a sabiendas de estarles facilitando el argumento buscado para perderlo. La autoridad de Jesús está en que -precisamente- y a pesar del hondo riesgo, de estar jugándose la vida, Él no opta por salvarse, sino por ser coherente.

 

Nuevamente el tema es el del sábado, toda la legalidad reposa en la cuestión de no estar permitido hacer nada en sábado, la Ley queda absolutizada por encima de la vida del “ser humano”. Para los fariseos y los herodianos, aquel ser de la mano paralizada no era un hijo de Dios, solo era un pretexto para poder condenar al “Hijo del hombre”. Él no se oculta tras cobardías ni hace acepción por miedo, Él les da la cara y les pregunta: ¿Qué está permitido: sanar o dejar a un Hermano sumido en sus dolencias? Como lo relata el Evangelio, ellos estaban al acecho para tener informes acusatorios, mientras lo miran, hacen artesanías y diseñan -en sus corazones- cruz, clavos y lanza…

 

Con toda la razón los mira con “enojo”, como se ha traducido usualmente, aun cuando la palabra ὀργή [orge] significa que uno -basándose en un principio- cuestiona y se opone a lo que es definitivamente injusto; y συλλυπέομαι [sullupeomai], compadeciéndose, condoleciendo con el de la mano paralizada, sin poder entender cómo podían ser tan indolentes y, preferir dejarlo ahí padeciendo por apegarse a una sacralidad legal, ignorando que quien sufre es -ni más ni menos- que un hijo de Dios.

 

Ese tipo de religión siempre ha existido y existe: la Ley por encima del hombre, ¡empecemos a juntar las piedras para lapidarlo! ¡Él cura en sábado! Aquel día, y hoy también, empiezan las confabulaciones.

 

Si miramos con atención la perícopa, encontramos que lo que mueve el corazón de Jesús es “la dureza de corazón” de aquellos asistentes a la Sinagoga. Es ese sesgo que fue tomando el judaísmo que lo induce a “mirarlos con ira”. (Marcos es el único evangelista que señala esa mirada en Jesús).

 


«Hoy le pido al Señor Jesús que también a mí me sane de mi mano seca y corta, tan corta que solo alcanza para mis propios beneficios, que me haga que estire mi mano en servicio y en solidaridad con todos los que están a mi lado. “Señor, sana mi mano seca y tullida” (Papa Francisco)

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