Hb
7, 1-3. 15-17
En
el Génesis 14 aprendemos que Abrahán venía de derrotar a Quedorlaómer, rey de Elam,
y caudillo de todos los reyes de Mesopotamia que se habían confederado contra
Abrahán, y salió a recibirlo el rey de Sodoma. Junto con él, venía Melquisedec
(que significa “Rey de Justicia”) y que era rey de Salem (o sea de Paz) y
sacerdote de לְאֵ֥ל עֶלְיֹֽון [le-el
el-yon] “Dios Altísimo” cuando se dice Altísimo significa “Dios Supremo” (Cfr.
Gn 14, 17-18).
En
esta noticia toma pie el hagiógrafo de Hebreos para desarrollar la idea del que
ahora llamamos capítulo 7: Melquisedec bendijo a Abrahán y este le pagó el
tributo de la décima parte (diezmo), del botín que Abrahán había ganado.
El
origen de Melquisedec es incierto, sumido en el Misterio, no tenemos noticia de
quien era su padre, ni su madre, no podemos explorar su genealogía y
desconocemos también su fecha de nacimiento y de muerte. Los rabinos dicen
siempre, en particular refiriéndose a la ausencia de una genealogía, “si no
está dicha, es que no existe”. Muchos dirán que esto fue un descuido de los
redactores de la Biblia, pero, así como -y lo decimos a manera de ejemplo- Dios
“anestesió” con profundo sueño a Adán para sacarle la costilla que sería Eva,
así, el Misterio que envuelve a Melquisedec, quiere indicarnos en la dirección
de un sacerdocio eterno que no tiene genealogía, que no podemos decir
dónde inicia ni donde termina porque habla de un tipo de sacerdocio que es “a
perpetuidad”. Esa nube de ignorancia no quiere decir que se perdió el dato,
sino que los temas de origen divino, hunden sus raíces allende nuestro
conocimiento: ¡Melquisedec permanece por siempre!
Ahí
se traza un paralelismo con el Hijo de Dios, que no tiene principio ni fin,
porque habita la eternidad: su Vida es Vida ἀκαταλύτου [akatalytou] “imperecedera”, “indisoluble”,
“indestructible”, “sin fin”. Todo esto reposa sobre la expresión del salmo
110(109), verso 4: “Tu eres sacerdote לְעוֹלָ֑ם [le-olam] “para siempre”, “a
perpetuidad”, según el rito de Melquisedec”.
Esto
se ha dado no en virtud de algún tipo de poder especial “terrenal”, sino que
proviene de una fuerza igualmente imperecedera, de una Fuerza Celestial.
No
poder rastrear el árbol parental de Melquisedec nos está diciendo que no hay
que rastrear en las familias levíticas para hallarle parentela a estos
Sacerdotes, porque su Genealogía se remonta a Dios. No son sacerdotes según el
rito Aarónico, son sacerdotes delegados por Dios. Por eso, sus orígenes son
oscuros para nosotros. Porque ellos inauguran un nuevo Sacerdocio. Su sacerdocio
dimana de la hostia que proponen: “Pan-y-Vino”. No del parentesco, cifrado en
sus ascendientes y en la pertenencia al clan sacerdotal. No se requiere
pertenecer a la tribu sacerdotal de Leví; no hay ningún inconveniente en ser de
la tribu no-sacerdotal de Judá.
Desde
el punto de vista del Primer Testamento, Jesús no es sacerdote, pero al ofrecerse
en sacrificio (Victima y Sacerdote) hará que, al Resucitar, sea ante los Ojos
del Padre, el Sumo y Eterno Sacerdote. Cuando el Padre lo “Levanta”, le entrega
junto con la Resurrección el Honor sacerdotal para ofrecerle al Padre todo,
porque le ofrendó Su Vida.
En
el Sacerdocio de Jesucristo no hay que ir tras los antecedentes, sino levantar
la mirada directamente hacia los Consecuentes de la Economía Salvífica. La
Encarnación-Pasión-Resurrección de Jesucristo inaugura una nueva lógica, así
como una Nueva Alianza, sólo comprensible desde la Misericordia de un Dios que
es Dios-Amor y cuya Justicia y Fidelidad están por encima de nuestra prejuicialidad:
¡Es Dios Altísimo!
Sal
110(109), 1bcde. 2. 3. 4
Acude
aquí muy bien este Salmo, porque nos da todos los elementos para decodificar la
Primera Lectura. Se nos está aclarando como ha surgido un Nuevo Sacerdocio, que
es el Sacerdocio de la Nueva Alianza.
Y
es que en la Primera Alianza había una imperfección absoluta. ¿Cómo podía un
Sacerdote provisional, y mortal ofrecer un sacrificio que pudiera tener efecto
a perpetuidad? La única solución que se encontraba al alcance era repetir cíclicamente
el sacrificio y año tras año reiterarlo. Así que todos los años el Sumo Sacerdote
entraba en el Sancta Sanctorum y derramaba la sangre de la Victima sobre el “Propiciatorio”
en la Tapa del Arca para procurar restablecer la Alianza.
Ahora
ha llegado el Sumo y Eterno Sacerdote que puede ofrecer un Sacrificio Perfecto
que no tiene fecha de vencimiento, sino que su efecto perdura por toda la
Eternidad. Este es el Sacrificio que se ofreció en el Calvario.
Valga
aclarar, que el Sacrificio Eucarístico no es otro sacrificio, ni una renovación
de Aquel, sino un “viaje en el túnel del Tiempo” que nos permite ir al Gólgota
y estar presentes ante la Presencia Redentora del Único Sacerdote y Victima,
que lo es por toda la Eternidad, hasta el final de los tiempos.
Dios
Padre ha llamado al Señor para compartir con Él el Trono Celestial.
Jerusalén
es el foco de irradiación, desde allí se distribuyó para el mundo entero. Es
una irradiación salvífica, no punitiva.
Dios
Padre engendró a su Hijo como un rayo de Luz resplandeciente, no como nosotros
engendramos vida biológica.
Además.
Jesús es cumplimiento de un Juramento y el Señor no se remuerde como el tacaño
se queja de un gasto.
Mc
3, 1-6
Hazme comprender que mi
misión se resume en vivir tu amor mediante la práctica generosa de la caridad.
Papa Francisco
El
ser humano tiene la ley a su favor, la ley no debe ir contra el ser humano.
Para mantener la brújula encausada el Señor-nuestro-Creador nos ha creado con
dos premisas inherentes: La Justicia y la Razón, ellas dos se complementan y
son como un mecanismo hemisférico, cada una la mitad de la otra. La una
prioritariamente viviendo en la mente, en la inteligencia; la otra, habita preponderantemente
en el corazón. El ser humano depende de esa doble factualidad y debe buscar su
coherencia, no ha de absolutizar ninguna de los dos, sino alcanzar su connivencia.
Ante
la realidad siempre estaremos enfrentados a una doble posibilidad:
i.
Hacer el bien, salvar una vida
ii.
Hacer el mal y acarrear destrucción.
Sabemos
que Dios, El Señor, es el Dios de la Vida, un Dios que se complace en dar vida
y que evita y hace gala de su creatividad para eludir la destrucción. El asunto
en cuestión es esencial, se trata de un asunto sustantivo: se trata de la vida,
no de un girón de vida, no de ribete, sino de la vida en plenitud, la vida en
abundancia.
¿Quién
es el perverso? El que busca la pauta malvada, destructiva, el dios de la
muerte.
Esta
perícopa tiene como nodo -como foco de reflexión- la pregunta sobre lo que es
lícito. Lo que hace Jesús aquí, es ponernos cara a cara con nuestro dilema
existencial. En cada paso de nuestra vida estaremos respondiendo a esta
disyuntiva: y Jesús nos enseña a tomar partido, dándonos -en eso- una columna
vertebral para nuestra ética cristiana.
Tenemos
que quitarnos de la mente la visión de un relato cinematográfico. No se trata
de un Jesús superhéroe (súper-estrella), que viene retador y con una actitud
arrogante formula la pregunta. Esa manera de interpretar el Evangelio conduce a
la admiración del héroe, pero no nos permite comprometernos con la Buena Nueva
del Evangelio.
Es
más bien un perseguido llevado al rincón de la emboscada. ¿En dónde queda la
autoridad de Jesús? Precisamente en que Él procede por encima de la emboscada, aún
más, actúa a sabiendas de estarles facilitando el argumento buscado para
perderlo. La autoridad de Jesús está en que -precisamente- y a pesar del hondo
riesgo, de estar jugándose la vida, Él no opta por salvarse, sino por ser
coherente.
Nuevamente
el tema es el del sábado, toda la legalidad reposa en la cuestión de no estar
permitido hacer nada en sábado, la Ley queda absolutizada por encima de la vida
del “ser humano”. Para los fariseos y los herodianos, aquel ser de la mano
paralizada no era un hijo de Dios, solo era un pretexto para poder condenar al “Hijo
del hombre”. Él no se oculta
tras cobardías ni hace acepción por miedo, Él les da la cara y les pregunta: ¿Qué
está permitido: sanar o dejar a un Hermano sumido en sus dolencias? Como lo
relata el Evangelio, ellos estaban al acecho para tener informes acusatorios,
mientras lo miran, hacen artesanías y diseñan -en sus corazones- cruz, clavos y
lanza…
Con toda la razón los mira con “enojo”, como
se ha traducido usualmente, aun cuando la palabra ὀργή [orge] significa que uno
-basándose en un principio- cuestiona y se opone a lo que es definitivamente
injusto; y συλλυπέομαι [sullupeomai], compadeciéndose, condoleciendo con el de la
mano paralizada, sin poder entender cómo podían ser tan indolentes y, preferir
dejarlo ahí padeciendo por apegarse a una sacralidad legal, ignorando que quien
sufre es -ni más ni menos- que un hijo de Dios.
Ese tipo de religión siempre ha existido y
existe: la Ley por encima del hombre, ¡empecemos a juntar las piedras para
lapidarlo! ¡Él cura en sábado! Aquel día, y hoy también, empiezan las
confabulaciones.
Si
miramos con atención la perícopa, encontramos que lo que mueve el corazón de
Jesús es “la dureza de corazón” de aquellos asistentes a la Sinagoga. Es ese
sesgo que fue tomando el judaísmo que lo induce a “mirarlos con ira”. (Marcos
es el único evangelista que señala esa mirada en Jesús).
«Hoy
le pido al Señor Jesús que también a mí me sane de mi mano seca y corta, tan
corta que solo alcanza para mis propios beneficios, que me haga que estire mi
mano en servicio y en solidaridad con todos los que están a mi lado. “Señor,
sana mi mano seca y tullida” (Papa Francisco)
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