2Cor 9, 6-10
Con toda la situación, en Jerusalén la
estaban pasando negra. Cuando Pablo estuvo en Jerusalén lo que le solicitaron -la
única petición hecha- fue acordarse de los pobres, y esta consigna quedó
hondamente gravada en su corazón. Y, la idea llegó a ser un leitmotiv,
particularmente hacia el año 55. La manera de allegar estos fondos era un proceso
de “colecta”. Pablo, por su parte, no la llama así, para mostrar el verdadero
espíritu que anima esa campaña, la llama de varias maneras: “tesoro de
generosidad”, “gracia”, “generosidad”, “servicio en favor de los santos”. Las
cosas son -en gran parte- de acuerdo al nombre que se les da. En este caso, un
ejercicio de sincera espiritualidad, manifestado con gestos de desprendimiento.
Toda la perícopa de hoy apunta en ese
sentido: descifrar cómo debe ser la entrega. Las pautas que dan propenden a
purificar la donación de toda arrogancia, además, con total trasparencia, porque
en estos asuntos pecuniarios, siempre asoma el riesgo de la desconfianza y la sospecha
de estar amasando para el engorde de la propia billetera.
La que nosotros llamamos Segunda Carta a
los Corintios, y lo han comprobado hasta la saciedad los avezados investigadores
que constataron no es una unidad, sino un conjunto de “cartas” con diversos
destinatarios y escritas en diversos momentos, bajo diversidad de propósitos. Me
imagino como una caja donde se van juntando todas las cartas, y que luego, con “algún”
criterio se anexan para formar un todo.
Este capítulo es una de esas cartas que, por
medio de Tito, él les había remitido. Pablo les pone a los macedonios como
modelo de solidaridad a las comunidades acadias.
Hagamos ahora el elenco de las cualidades
que deben perfilar la generosidad:
a)
Evitar la
mezquindad, dar doliéndose del desprendimiento.
b)
Dejar que el corazón
señale los límites de lo donado
c)
Evitar renegar del
sentido fraternal que respalda el gesto donativo.
d)
No dar como si uno
sufriera un atraco y se viera obligado.
e)
Recordando que Dios
socorre, de manera que cuando se da, siempre queda suficiente para suplirse a
sí mismo.
f)
Con espíritu Eucarístico:
es decir, agradeciendo a Dios que mueve nuestro corazón a tal desprendimiento,
que no es un gesto “natural”, sino un milagro que logra Dios en nuestro
corazón, poniendo por delante al prójimo, antes que a nuestro “egoísmo”. ¡Loado
sea el Señor!
Ese desvelo por nuestro prójimo es la
corona, más aún, la piedra preciosa que está en la cúspide de la Aureola que
resplandece en la Acción Litúrgica que celebra el corazón de carne que Dios nos
ha dado, porque el Diamante de la Corona de la Santificación, es la Justicia
que -siendo adorno de la Divinidad- comparte Dios con su criatura, enseñándole que,
el Dueño Verdadero de Todo lo Creado, es el Señor: “De modo que teniendo
siempre y en todo, todo lo necesario, tengáis aun sobrante para toda obra buena”.
Sal 112(111), 1-2. 5-6. 7-8. 9
Este es un Salmo de la Alianza.
Este salmo tiene 22 versos, de nuevo, nos
hallamos ante un salmo alefático -cada verso va con cada una de las letras del
alfabeto hebreo-, lo que significa que quiere abarcar la integralidad de la ley.
¿Cuáles son los pilares esenciales del edifico de la Ley?, recordemos que Jesús
los puso de manifiesto cuando lo interrogaron sobre los Mandamientos esenciales
de toda la Ley, cuando la gente se sentía extraviada ante el farrago
legislativo que los expertos del fariseísmo, los maestros legalistas: Un Pilar
es el Amor a Dios; el otro, el amor al prójimo. ¿Por qué no decirlo? Después de
hablar de la “colecta paulina”, hablamos de la plenitud de la Ley, para ver cómo
se delinea el Perfil de San Lorenzo Diacono y Mártir, uno de los siete diáconos
regionarios de Roma, donde fue martirizado -por órdenes del emperador
Valeriano- en una parrilla el 10 de agosto de 258 de nuestra era, cuatro días
después del martirio del papa Sixto II, ayudaba
al Papa en la administración de la Iglesia Romana. El Papa reconoció la
trasparencia de Lorenzo y, a pesar de su corta edad (alrededor de los 30), lo
eligió como uno de sus siete diáconos. Incluso lo había nombrado su asistente principal,
(archidiácono).
Lo
recordamos -muy a tono con lo que las Lecturas nos dicen-, por su compromiso
radical y ayuda incansable para con los necesitados: Según cuenta San León
Magno, recibió de este tirano la orden de entregar los tesoros de la Iglesia, y
él, burlándose, le presentó a los pobres -los enfermos, los lisiados, los
ancianos-, en cuyo sustento y abrigo había gastado abundantes riquezas.
Dice
el salmo que el Señor hará poderoso el linaje del que pone todo su corazón a la
orden de los Mandatos Divinos, ¡Nosotros somos la descendencia de San Lorenzo!
¡Él ganó para nosotros la corona del martirio en la parrilla!
De
él podemos decir ¡dichoso! Porque administraba bien los tesoros de la Iglesia,
se apiadaba y prestaba.
Desde
el Cielo, sigue firme y su corazón sólo una cosa aguarda, el Día de la Parusía.
Es
paradigma de la Santidad, porque repartió limosna a los pobres y su caridad fue
constante.
Digamos
de San Lorenzo, dedicándole esta jaculatoria: ¡Dichoso el que se apiada y
presta!
Jn
12, 24-26
En
esta perícopa hay un verbo regente que muchas veces se queda marginado. Es el
verbo “ver”. Está en el verso 12, 21 (por eso es tan importante no dejar la perícopa
aislada y huérfana sino hacer pie en el co-texto bíblico); allí dice que
durante las fiestas unos griegos que habían subido a Jerusalén, se le acercaron
a Felipe y le manifestaron querer “ver” a Jesús.
Uno
piensa en simple curiosidad, pero en realidad lo que mueve a estos “curiosos”
es un interés por “ver” qué es lo que hay de fondo en este “profeta”, cuál es
la sustancia primera y máxima del que ha despertado tanto revuelo. Ya tienen la
información superficial y periférica que los lleva ante Felipe, ahora, quieren
ver a fondo, ir a la médula de la persona; en suma, quieren conocerlo de verdad,
para -si es el caso- hacerse ellos también seguidores. Y -esta sana curiosidad
la expresan con una petición que suena a súplica-: Los griegos están aquí como
figura de todos los no judíos que se acercaran paulatinamente y Felipe y los
otros discípulos, son figura de todos los que -como bautizados- tenemos el
encargo de “acercarlos” a Jesús y hacérselo ver.
Jesús
no pasa a mostrarles su imagen, su forma de vestir, las marquillas de su ropa,
la firma de los altos modistos, sus más recientes videos, ni la calidad de su
calzado; no les muestra nada de lo “aparencial”, Jesús va directamente al núcleo
de su enseñanza y pasa a mostrarles las condiciones de la fraternidad y de la
sinodalidad: La entrega, el servicio.
El
evangelio será una verdadera lección sobre la generosidad y el desprendimiento:
Con una mirada panorámica, que otea hacia el esjatón, nos deja profetizar que
el sentido de la vida -como pasa con el grano de trigo- consiste en caer en
tierra, geminar y dar el ciento por uno.
Muchas
veces nos guardamos, nos sustraemos, nos mezquinamos, y olvidamos esa consigna
que los ubérrimos granos del trigo aplican con tanta generosidad: "El que
no vive para servir, no sirve para vivir", dicho que se atribuye a Santa
Teresa de Calcuta. Digno de tatuarlo en la piel como fórmula para superar toda tacañería.
Olvidarla es perder el norte de la existencia. Tenemos que guardarnos, pero
para la vida eterna. No para la duración, sino para ser fertilizante de la vida
de la fe, de la espiritualidad.
Donde
pervivan los beneficiarios de la generosidad, allí se está prolongando la tan
anhelada vida eterna que persigue con obstinación nuestro más sincero anhelo: trascender
los límites de la temporalidad.
Decimos
seguir a Jesús en alguna definición dogmática, pero lo que se nos enseña en este
fragmento evangélico es el Servicio, nada abstracto, sino algo tan concreto que
libra, socorre, favorece, alegra, consuela. No nos revolquemos desesperados en
la infecundidad, renunciemos a todo rastro de egoísmo, no porque no amemos el
don de la vida recibida, sino precisamente porque darse es el servicio excelso
que Él, Jesús, nos propone.
¿Ambicionamos
un premio venido de las Manos de Dios-Padre? Habrá que servir a Jesús, sirviéndole
en el prójimo.
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