Jr 26, 11-16. 24
Esta perícopa pertenece a un bloque que
se ha intitulado “Jeremías, profeta auténtico”:
Coherencia, firmeza, fidelidad y parresia,
son rasgos muy definidos en Jeremías. Parece que él no se da cuenta del riesgo
que conlleva declarar el Mensaje con tanta precisión y sin disimular nada. La
figura de Jeremías para nosotros es paradigmática de quien se compromete con la
Palabra.
Hay en el pecho de Jeremías una intensa
comprensión de la Voluntad que Dios tiene de comunicarse con nosotros. Los
profetas -todos ellos- parasen saber que Dios habla, que habla siempre, y que
el ministerio que se les ha encomendado no admite, ocultamientos, medias tintas
ni melifluidades, como lo decíamos ayer, no se trata de teñir de demagogia la
predicación. Si hay algo admirable en ellos, es precisamente su consciencia de
estar aportando a un Proyecto Divino, y que su Ministerio es el Canal para que
el Mensaje pueda transitar.
Parte de esa consciencia ministerial es
saberse sólo una parte de una serie; no se declaran ni se piensan detentadores
del proyecto total, sino piezas de un “todo mayor”, la Economía Salvífica: ¡Eslabones
de una cadena y no la cadena entera!
Junto a esto, el profeta también entiende
que, si bien él representa solo un momento del proceso total, sin ese eslabón,
la cadena estaría rota. Esto es lo que llamamos fe, ya que la fe no es una
entidad abstracta, que uno sencillamente dice poseerla. La fe tiene diversas
manifestaciones que son acciones muy concretas, que visibilizan “esa fe” y demuestran
que existe. Jeremías “habla”, no calla, no se silencia, dice lo que tiene que
decir, cumple su encargo, aun cuando su vida quede amenazada.
Detengámonos un momento para observar
mejor a Jeremías, su fe consiste -no en aprovechar un buen momento, optimo por
lo dispuestos y receptivos que están los escuchas, que ya en su corazón han aceptado
lo que se les va a decir. Verdaderamente la parresia consiste en entregarles el
mensaje por muy indispuestos y recalcitrantes que se muestren.
Evidentemente la perícopa de hoy es directa
continuación de la que vimos ayer, perecería que la prenda en disputa es el Templo,
pero en realidad el asunto en cuestión es la fidelidad y la respuesta del
pueblo elegido, somos nosotros -seres vivos, pensantes y creyentes- los que
conformamos el “pueblo de Dios”, y no algún edificio, que no es más que un
lugar donde podernos congregarnos, en calidad de convocados. Corrían los
tiempos del rey Josías quien, al igual que su hijo, Godolías, mantuvieron sólida
amistad con Jeremías, hasta el 586 a.C. cuando Jerusalén fue destruida.
Brota, de suyo, un teorema útil a nuestro
compromiso discipular-y-misional: Nunca podremos callar lo que Dios nos ha “revelado”,
porque siempre hay alguien que pende de nuestra responsabilidad para confesar y
testimoniar esa “fe”. Siempre hay alguien que depende de nuestro profetismo
para poder dar el paso y entrar en el área de “los llamados”. Por tanto, podemos
decir que nuestro profetismo será -para alguien- una cuestión “de vida o muerte”.
Consciente del borde riesgoso que está
pisando, Jeremías les dice que hagan con él lo que les parezca, pero si llegan
a atentar contra su existencia tendrán por siempre sus manos tintas de sangre
inocente.
Surge, entonces, un corolario de los
últimos versos de la perícopa: Siempre habrá alguien que sea capaz de reconocer
que está en juego un encargo Divino, que mueve la comunicación profética, hoy,
en la Lectura, son los magistrados los que declaran, en defensa de Jeremías: y
reconocen que lo que les ha dicho no son sus propios pensamientos, sino que “les
ha hablado en Nombre del Señor nuestro Dios”.
Solemos llamar “ángeles” a estas personas
que ponen en juego sus artes, cargo y oficio para -como Ajicán, oficial de alto
mando- intervenir y mantener a salvo la vida del “profeta”.
Sal 69(68), 15-16. 30-31. 33-34
Hoy vamos a continuar con otros 6
versículos del mismo salmo de súplica, atribuido a David y que empezamos a
trabajar ayer.
La súplica brota en un momento realmente
álgido. Ya decíamos ayer que David se sentía total y absolutamente aislado, sin
apoyo, sin respaldo, sin copartidarios, sin refuerzos, hy- en algún momento
dice que “el agua le llega al cuello”.
Siente que n tiene donde hacer pie,
porque está en un fango cenagoso, arenas movedizas que lo dejarán hundir. Son imágenes
que usa el salmista para expresar sus afanes y penurias, su soledad y abandono.
También compara su situación con una persona que no puede vadear una corriente porque
el agua es muy profunda y no puede caminar y avanzar usando el fondo como piso
de sus pasos.
Refiriéndose a su clamor elevado a Dios,
tiene una metáfora, es como una persona desgañitada de gritar, ronce de clamar,
afónica con su garganta ya desfallecida.
Otra imagen, muy diciente, es que en su
agotamiento y desesperación siente que se le va la vida y dice que “ya se le
nublan los ojos.
Con los seis versículos se organizan tres
estrofas:
En la primera: Clama para que no se hunda
en el cieno y el fango lo devore. Que el agua no lo ahogue.
En la segunda: Él se voltea a mirar y ve
en sí mismo a un “malherido” más que medio muerto. Y ruega, tratando de poner
su propia imagen en los Ojos de Dios. Ofrece pagar su rescate a punta de himnos
y canticos agradecidos.
En la tercera, invita a los humildes, a
alegrarse, como si ya reconociera cabalmente que Dios simpatiza con los “humildes”
preferencialmente. Dice que “El Señor escucha a los pobres, no desprecia a los
cautivos”.
El verso responsorial parece reconocer
que Dios obra en el momento que lo tiene previsto: ni antes, ni después. Ese es
el “día de la Gracia”, que hay que saber aguardar pacientemente. ¡El Señor
responderá, cuando llegue esa fecha, porque lo habrá escuchado!
Mt 14, 1-12
Juan el Bautista,
profeta autentico
Lo que me impresiona es la multiplicidad de las
personas, de las pasiones, de los intereses, de las mezquindades, de las bellaquerías,
de las crueldades que giran alrededor de Juan Bautista: Herodes, Herodías, la hija,
los invitados, los asesinos, los guardias, todos parecen esclavos de una lógica
de poder, de temor, de envidia, de venganza, de sensualidad.
Y el
bautista, en medio de todas estas tragedias de la vida, lleva serenamente a
término su misión de precursor de Jesús, en la vida y en la muerte.
Carlo María Martini
Herodes Antipas, -hijo de Herodes el
Grande- apodado el tetrarca, es decir el gobernador de “la cuarta parte” del
territorio que les heredó su papá. Será, en la perícopa de hoy, el antagonista
de Juan el Bautista.
El episodio es traído a colación porque
Herodes cree ver en Jesús, a Juan el Bautista, que vuelve resucitado ¡el que la
debe la teme!
¿Qué debía? Pues nada más y nada menos
que la vida. Lo había mandado a encarcelar porque no le alcahueteó que viviera
amancebado con Herodías y que era la esposa de su hermano Filipo (que era nieta
de Herodes el Grande, o sea que venía a ser sobrina-nieta de Herodes Antipas). Por
eso lo quería matar, pero “el miedo no monta en burro”, Herodes Antipas le
tenía miedo a los muchos simpatizantes que tenía Juan y que veían en él a un
verdadero profeta. Y, lógico que lo vieran así, porque lo era, al denunciar al
poderoso que siempre tuerce la ley a su acomodo: aquello de que “la ley es para
los de ruana” sigue vigente, se legisla para apabullar al que no puede “comprar”
a los jueces y a los tribunales; el que los puede comprar, podrá -en consecuencia-
manipular la ley. ¡Así ha sido! ¿Hasta cuándo, Dios mío?
Con motivo del cumpleaños de Herodes, le
hicieron una fiesta y la tal Salomé lo fascinó con un bailecito, “un
divertimento de cadera y vientre”, que lo llevó a ofrecerle -como diploma de
premio- lo que ella quisiera pedirle.
Claro que la moral asesina de su mamá, no
perdió la oportunidad de quitarse de encima la censura, y “alegó el libre
desarrollo de la personalidad” que estaba entrabado con la crítica de Juan el
Bautista que señalaba la piedra de escándalo que era Herodes como amante de la
esposa de su hermano.
Así que en vez de diploma o medalla pidió
“la cabeza de Juan el bautista”. Alegando que no podía faltar a su palabra y
que había hecho público juramento de darle lo que pidiera; el rey lo ordenó y le
trajeron el regalito-premio en una bandeja, que ella -hija fiel- le alcanzó a
su mamá para que lo pusiera en la repisa, frente al tálamo del adultero dormitorio.
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