martes, 27 de agosto de 2024

Miércoles de la Vigésima Primera Semana del Tiempo Ordinario



2Tes 3, 6-10. 16-18

Resulta muy interesante, muy edificante, la perspectiva con la cual se encara aquí, el ejemplo que estamos llamados a dar. Hay que tener en cuenta el contexto en esta carta, el fenómeno que enmarca toda la situación es una comunidad que -ante la cercanía de la llegada de la Parusía- deciden detener la existencia, y en vista de la inmediatez del fin, dejar de trabajar, cesar todo esfuerzo, disponerse para el viaje postrero, de alguna manera, podríamos decir que, “pusieron el punto final” antes de terminar el escrito. La vida se puso en latencia y pretendían, desde ya, acomodarse en sus nidos criogénicos.

 

Pablo de tarso les escribió y les empacó en su Epístola un pellizco para que reaccionaran. No bastaba decirles, “miren, la Parusía no tiene fecha especificada desde ya; hay que saber esperarla, sabemos que Jesús se mostrará Gloriosos, pero, eso puede tardarse, y quizás se tarde más de lo pensado, más de lo imaginable. Así, que sigamos adelante con la vida”. Este enunciado parece muy razonable, muy claro, muy lógico, pero el apóstol de los gentiles intuyó que no era suficiente.

 

Él ataca la infección con otro antibiótico, lo aplica por vía oral para que llegue directo al estómago. Fue a una necesidad primaría, una de las básicas, y les formuló -no una cucharada- sino un plato completo: “Si alguno no quiere trabajar, que no coma”.


 

Hay que notar que el autor de la carta (San Pablo, quizás), formula, junto con un ayuno forzado, una droga más severa: la excomunión: «Les mandamos que se aparten de todo hermano que lleve una vida desordenada y no conforme con la tradición que recibió de nosotros». El verso 15 -que no está incluido en la perícopa que se proclama hoy- contiene una advertencia fundamental que modera la actitud que marginaba a los flojos-recostados, dice la carta, con todas las letras: “Sin embargo, no lo consideren como enemigo, sino corríjanlo como hermano”

 

Respecto de las personas que -pretextando la pronta llegada del fin- se negaran a seguir las enseñanzas oficiales, las que ellos les habían señalado, incluyendo el ejemplo paulino de no recargarse en nadie, sino ganar su sustento con esforzado empeño: “No vivimos entre ustedes sin trabajar, no comimos de balde el pan de nadie, sino que con cansancio y con fatiga, día y noche trabajamos a fin de no ser una carga para ninguno de ustedes”.

 

Uno cree que esto no ocurre, y, sin embargo, somos así. Hemos conocido directamente personas que -ante las predicas de alguna “secta” que anunciaba “el fin del mundo”-, los que les prestaron oídos, dejaron de trabajar y se dieron a la tarea de comerse las gallinas que criaban sus vecinos; más grave aún, en vez de prepararse, para ese supuesto fin, con una vida virtuosa, optaron por vivir como verdaderos degenerados. ¡Una verdadera ola de demencia!

 

Bien, continuemos, vayamos a los versos 16-18, que contiene la fórmula de despedida, en la que la Paz es el deseo que se pide, la paz que viene del Señor, y la gracia de Cristo los acompañe.

 

Parece ser que al final, aparece la “firma de Pablo” de su puño y letra, para que su autenticidad no fuera puesta en duda. Y la enmarca, destacando que es la señal autógrafa de siempre, la que lo ha caracterizado, y enfatiza: “esta es mi letra” (2Tes 3, 17f).

 

Así llegamos al final del ofrecido curso sobre la 2Tes en tres lecciones: esta fue la tercera.  

 

Sal 128(127), 1bc-2. 4-5

אַ֭שְׁרֵי כָּל־יְרֵ֣א יְהוָ֑ה

Bienaventurado todo el que teme al Señor

El salmo de hoy es un salmo gradual, en una procesión que sube al templo, como por gradas, se van sucediendo, estos salmos que hablan del gozo de acercarse al templo, y que en su conjunto constituyen una “liturgia”, quince salmos sucesivos 120-134. Los cuatro salmos 126-129 hablan de las colectas recogidas, de bienaventuranzas y de imprecaciones. En particular la perícopa de hoy habla de dos bendiciones.

 

Esta tonalidad bendicional es la misma de Jesús que pronunció “bienaventuranzas” en distintos momentos de su vida.

 

Bienaventurado el que se consagra a seguir los caminos que el Señor le señala, la consecuencia será, su trabajo le dará el fruto necesario para nutrirse, vivirá el sabor de la dicha, y será afortunado, con la fortuna socorrida por Dios.

 

Se exhibe y se enseña cómo es la bendición que nos regala Dios: E una bendición que brota del Templo donde Dios ha puesto su morada, y -lo más preciado para un judío- sus ojos contemplaran la “prosperidad de Jerusalén”, la ciudad de la Paz.

 

En el verso antifonal decimos que quien acata la Voluntad de Dios será regalado con la dicha que sale de Su Manos.

 

Mt 23, 27-32

¿No son estos los que acaban por matar a los verdaderos profetas y justos que abogan por la causa del pueblo? Las serpientes venenosas son bonitas ¡pero son venenosas! ¡Cuidado con ellas!

Ivo Storniolo

 



Trabajaremos hoy la 6a y la 7a de las imprecaciones que Jesús pronuncia contra los “teólogos” y los “piadosos” de su época, que retratan a sus homólogos de hoy día. Se trata de los maestros de la ley y los fariseos, a quienes tacha por hipócritas y los compara con los sepulcros, que se solían pintar de blanco, dándoles una capa de cal, para que se notaran: ¡había que evitar pisarlos, puesto que poner el pie encima dejaba impura a la persona!

 

Este “ay” está directamente relacionado con el 5o, se refiere a la interioridad/exterioridad. Nuevamente se pone la atención sobre la dialéctica adentro/afuera. Lo que se quiere contraponer es el contraste entre la apariencia y lo que hay por dentro y por detrás. Por fuera, la aparente hermosura, por dentro huesos de muerte y podredumbre. Los seres humanos que son “maestros de la ley y fariseos” son otro tanto, por fuera se presentan como justos a los ojos de los hombres, más si se les va a ver por dentro están “llenos de hipocresía y de iniquidad”.

 

El “Ay” número siete, mantiene un punto de contacto con el seis. Seguirá refiriéndose a los sepulcros, pero ahora va a hablar de los sepulcros ornados que daban a los profetas por sepultura; los asesinaban y luego, suavizaban su delito, dándoles tumbas adornadas. En sus propagandas proclamaban que ellos -a diferencia de sus antepasados- no tenían culpa alguna en el derramamiento de la sangre de los profetas. Al propalar este tipo de propaganda, inconscientemente declaraban que eran “hijos de los asesinos”, en vez de hablar bien de ellos, en esas “propagandas” se desvelaba que -como solemos decir- “de tal palo tal astilla”; o también, “hijo de tigre, sale pintado”.

 

Como no se puede esperar de ellos otra cosa, Jesús los anima a no demorar -bajo hipócrita máscara- difiriendo que, en breve término, van a cumplimentar su ralea, y serán ellos mismos los promotores de Su Muerte. ¡Irán ahora sobre Él mismo!

 


Es por esto que, un poco más adelante (v. 36) les dirá que caerá sobre ellos toda la sangre derramada en el mundo. ¡Cómo nos cuesta vernos tal cual somos! Es lo más espeluznante que tiene nuestro corazón, detrás de tanta piedad. Sólo Tú, Señor, ¡puedes salvarnos!  ¡Líbranos Señor de cohonestar con la cultura de la muerte! 

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