2Tes
3, 6-10. 16-18
Resulta
muy interesante, muy edificante, la perspectiva con la cual se encara aquí, el
ejemplo que estamos llamados a dar. Hay que tener en cuenta el contexto
en esta carta, el fenómeno que enmarca toda la situación es una comunidad que
-ante la cercanía de la llegada de la Parusía- deciden detener la existencia, y
en vista de la inmediatez del fin, dejar de trabajar, cesar todo esfuerzo,
disponerse para el viaje postrero, de alguna manera, podríamos decir que,
“pusieron el punto final” antes de terminar el escrito. La vida se puso en
latencia y pretendían, desde ya, acomodarse en sus nidos criogénicos.
Pablo
de tarso les escribió y les empacó en su Epístola un pellizco para que
reaccionaran. No bastaba decirles, “miren, la Parusía no tiene fecha
especificada desde ya; hay que saber esperarla, sabemos que Jesús se mostrará
Gloriosos, pero, eso puede tardarse, y quizás se tarde más de lo pensado, más
de lo imaginable. Así, que sigamos adelante con la vida”. Este enunciado parece
muy razonable, muy claro, muy lógico, pero el apóstol de los gentiles intuyó
que no era suficiente.
Él
ataca la infección con otro antibiótico, lo aplica por vía oral para que llegue
directo al estómago. Fue a una necesidad primaría, una de las básicas, y les
formuló -no una cucharada- sino un plato completo: “Si alguno no quiere
trabajar, que no coma”.
Hay
que notar que el autor de la carta (San Pablo, quizás), formula, junto con un
ayuno forzado, una droga más severa: la excomunión: «Les mandamos que se
aparten de todo hermano que lleve una vida desordenada y no conforme con la
tradición que recibió de nosotros». El verso 15 -que no está incluido en la
perícopa que se proclama hoy- contiene una advertencia fundamental que modera
la actitud que marginaba a los flojos-recostados, dice la carta, con todas las
letras: “Sin embargo, no lo consideren como enemigo, sino corríjanlo como
hermano”
Respecto
de las personas que -pretextando la pronta llegada del fin- se negaran a seguir
las enseñanzas oficiales, las que ellos les habían señalado, incluyendo el
ejemplo paulino de no recargarse en nadie, sino ganar su sustento con esforzado
empeño: “No vivimos entre ustedes sin trabajar, no comimos de balde el pan de
nadie, sino que con cansancio y con fatiga, día y noche trabajamos a fin de no
ser una carga para ninguno de ustedes”.
Uno
cree que esto no ocurre, y, sin embargo, somos así. Hemos conocido directamente
personas que -ante las predicas de alguna “secta” que anunciaba “el fin del
mundo”-, los que les prestaron oídos, dejaron de trabajar y se dieron a la
tarea de comerse las gallinas que criaban sus vecinos; más grave aún, en vez de
prepararse, para ese supuesto fin, con una vida virtuosa, optaron por vivir
como verdaderos degenerados. ¡Una verdadera ola de demencia!
Bien,
continuemos, vayamos a los versos 16-18, que contiene la fórmula de despedida,
en la que la Paz es el deseo que se pide, la paz que viene del Señor, y la
gracia de Cristo los acompañe.
Parece
ser que al final, aparece la “firma de Pablo” de su puño y letra, para que su
autenticidad no fuera puesta en duda. Y la enmarca, destacando que es la señal
autógrafa de siempre, la que lo ha caracterizado, y enfatiza: “esta es mi
letra” (2Tes 3, 17f).
Así
llegamos al final del ofrecido curso sobre la 2Tes en tres lecciones: esta fue
la tercera.
Sal
128(127), 1bc-2. 4-5
אַ֭שְׁרֵי
כָּל־יְרֵ֣א יְהוָ֑ה
Bienaventurado todo el que
teme al Señor
El
salmo de hoy es un salmo gradual, en una procesión que sube al templo, como por
gradas, se van sucediendo, estos salmos que hablan del gozo de acercarse al
templo, y que en su conjunto constituyen una “liturgia”, quince salmos
sucesivos 120-134. Los cuatro salmos 126-129 hablan de las colectas recogidas,
de bienaventuranzas y de imprecaciones. En particular la perícopa de hoy habla
de dos bendiciones.
Esta
tonalidad bendicional es la misma de Jesús que pronunció “bienaventuranzas” en
distintos momentos de su vida.
Bienaventurado
el que se consagra a seguir los caminos que el Señor le señala, la consecuencia
será, su trabajo le dará el fruto necesario para nutrirse, vivirá el sabor de
la dicha, y será afortunado, con la fortuna socorrida por Dios.
Se
exhibe y se enseña cómo es la bendición que nos regala Dios: E una bendición
que brota del Templo donde Dios ha puesto su morada, y -lo más preciado para un
judío- sus ojos contemplaran la “prosperidad de Jerusalén”, la ciudad de la Paz.
En
el verso antifonal decimos que quien acata la Voluntad de Dios será regalado
con la dicha que sale de Su Manos.
Mt
23, 27-32
¿No son estos los que
acaban por matar a los verdaderos profetas y justos que abogan por la causa del
pueblo? Las serpientes venenosas son bonitas ¡pero son venenosas! ¡Cuidado con
ellas!
Ivo Storniolo
Trabajaremos
hoy la 6a y la 7a de las imprecaciones que Jesús pronuncia contra los
“teólogos” y los “piadosos” de su época, que retratan a sus homólogos de hoy
día. Se trata de los maestros de la ley y los fariseos, a quienes tacha por
hipócritas y los compara con los sepulcros, que se solían pintar de blanco,
dándoles una capa de cal, para que se notaran: ¡había que evitar pisarlos,
puesto que poner el pie encima dejaba impura a la persona!
Este
“ay” está directamente relacionado con el 5o, se refiere a la
interioridad/exterioridad. Nuevamente se pone la atención sobre la dialéctica
adentro/afuera. Lo que se quiere contraponer es el contraste entre la
apariencia y lo que hay por dentro y por detrás. Por fuera, la aparente
hermosura, por dentro huesos de muerte y podredumbre. Los seres humanos que son
“maestros de la ley y fariseos” son otro tanto, por fuera se presentan como
justos a los ojos de los hombres, más si se les va a ver por dentro están
“llenos de hipocresía y de iniquidad”.
El
“Ay” número siete, mantiene un punto de contacto con el seis. Seguirá
refiriéndose a los sepulcros, pero ahora va a hablar de los sepulcros ornados
que daban a los profetas por sepultura; los asesinaban y luego, suavizaban su
delito, dándoles tumbas adornadas. En sus propagandas proclamaban que ellos -a
diferencia de sus antepasados- no tenían culpa alguna en el derramamiento de la
sangre de los profetas. Al propalar este tipo de propaganda, inconscientemente
declaraban que eran “hijos de los asesinos”, en vez de hablar bien de ellos, en
esas “propagandas” se desvelaba que -como solemos decir- “de tal palo tal
astilla”; o también, “hijo de tigre, sale pintado”.
Como
no se puede esperar de ellos otra cosa, Jesús los anima a no demorar -bajo hipócrita
máscara- difiriendo que, en breve término, van a cumplimentar su ralea, y serán
ellos mismos los promotores de Su Muerte. ¡Irán ahora sobre Él mismo!
Es
por esto que, un poco más adelante (v. 36) les dirá que caerá sobre ellos toda
la sangre derramada en el mundo. ¡Cómo nos cuesta vernos tal cual somos! Es lo
más espeluznante que tiene nuestro corazón, detrás de tanta piedad. Sólo Tú, Señor,
¡puedes salvarnos! ¡Líbranos Señor de
cohonestar con la cultura de la muerte!
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