Dn 7, 9-10. 13-14
Siempre insistimos que este Libro está
escrito en tres lenguas: hebreo, arameo y griego. Los capítulos 2, luego, los
que van del 4 al 7 y el 28, están en arameo, por lo que diremos que esta perícopa
estaba originalmente escrita en arameo. Se
juzga que fue escrito entre el 167 y el 164 a.C.
La perícopa, además, es una inserción en
el contexto de un sueño de Daniel, dónde él puede distinguir cuatro bestias, se
trata de unas bestias monstruosas, que personifican la sucesión de los imperios
que tiranizaban la tierra: haciendo gala de su terror y brutalidad, de su
violencia y crimen, todo emparentado y coligado con su idolatría politeísta.
Los cuernos vienen a representar su poderío y el armamentismo y espíritu bélico
con el que edifican y sustentan su dominación. Es probable que el cuarto cuerno
represente a Antíoco Epífanes IV, que protagonizó y lideró la persecución a los
judíos en la época de la tiranía griega.
Bueno, por qué -se preguntan muchos- estas
cosas están contadas de una manera tan complicada, y con monstruos y cachos que
les salían, y por qué no sencillamente se dijeron las cosas tal cual eran. Muchas
dificultades se habrían ahorrado, especialmente para facilitarnos la
comprensión a nosotros.
Basta decir que ellos, los que
escribieron este retazo de la historia del pueblo de Dios, vivían en un agudo
estado de persecución y amenaza a sus vidas, entonces tenían que decir las
cosas de manera “indirecta”, pero que, para todos ellos, los que había sufrido
la opresión inmediata y directa, era bien conocido y completamente claro. Por
eso surgió este género que denominamos apocalíptica. Este Libro pertenece a
este género.
El anciano es la figura del Eterno Padre
y derrama su Justicia contra la serie de “potencias geopolíticas” que los habían
exprimido consecutivamente y sin tregua. Así nació la apocalíptica, en su contexto de “persecución”,
con su lenguaje y sus recursos, denunciando la dura condición que se vivía y
no, anunciando como muchos han dictaminado erróneamente, el “fin del mundo”. Ellos,
los vampiros, insisten en que se trata de una realidad lejana en el tiempo,
¡infinitamente distante! Algo así como la historia de otro planeta.
La página que nos ha correspondido hoy,
por medio de la fe, actúa consoladoramente, anima, levanta la moral, y nos
proporciona la convicción firme de Dios que se pone de la parte de los que
buscan la liberación. Fueron los Macabeos los que la historia recuerda como los
rebeldes luchadores.
Aparece claramente en esta perícopa la
figura del “hijo del Hombre”, que después, en el Evangelio Mateano, Jesús
asumirá como su identidad y declarará que si sitial está a la Derecha del Padre
todopoderosos y vendrá con sus Justicia cabalgando en las Nubes Celestiales (Cfr.
Mt 26, 64).
Inician aquí, en Libro de Daniel, una
serie de “visiones” que conforman la segunda parte de la obra de este “profeta apocalíptico”.
Sal 97(96), 1-2. 5-6. 9
Este es un salmo del Reino. Nos habla n de
un Reinado regional, sino de Uno Universal. Se convoca a la “tierra entera” a
asistir a la Entronización, que no es más que el reconocimiento y la aceptación
de su reinado.
La condición de muerte y momificación que
tienen los ídolos, se contagia a todos sus seguidores. La perícopa está
organizada a partir de 5 de los versículos del salmo: con ellas se han
estructurado tres estrofas.
El verso responsorial afirma que Dios es
rey, por encima de todo reinado y toda autoridad porque su Trono está en lo más
alto de la tierra.
En la primera estrofa se identifica un
estado de gozo generalizado al darse cuenta que el rey no es cualquier rey, y
saben que es Dios porque está rodeado de los síntomas típicos de una teofanía:
Tiniebla y Nube lo circundan, su Trono está sostenido por dos piedras-valores
divinamente esenciales: La Justicia y el Derecho.
En la Segunda estrofa, Como si los montes
estuvieran hechos de cera, ante la Presencia de Dios se derriten; todos los
habitantes de la tierra se entregan a su Misión de Heraldos (Keryx) para dar la
Buena-Noticia: Dios es un Rey Infinitamente Justo y forrado de Gloria, que
todos miran absortos.
No hay ningún dios que pueda ponerse a la
Altura de YHWH, Él está por encima de todo poder, como Único-Poder-Verdadero.
Mc 9, 2-10
Al finalizar el capítulo 8, en el verso
34, encontramos una consigna que para nosotros es el prefacio de la Transfiguración:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.
Ir en pos de Él se refiere al seguimiento discipular. Y -notemos que- no dice “tome
mi cruz” sino que dice “tome su cruz”. Con muy devotos propósitos se hizo una
lectura piadosa entendiendo que nuestro proceso de cristificación consistía en
procurar hacer una especie de calco de nuestra vida sobre la imagen de Su Vida;
pero se trata -en cambio- de tomar la esencia de su enseñanza e iluminados por
el Espíritu Santo, que para eso lo sopló sobre nosotros, y nos lo envió, para
asistirnos en nuestra historia personal, tomando nuestra propia cruz. Y es que
la Salvación no es un afán egoísta por mi salvación personal; si tomamos la
idea de “la salvación” como está puesta aquí, se echa de notar que el afán está
puesto en el Anuncio Evangélico (“el que pierda su vida por mí y por el
Evangelio”, leemos en 8,35, resaltemos, una vez más, que Jesús y el Evangelio
son la misma Persona), y el afán de ese Anuncio es “para que otros se salven".
Así las cosas, esta “triple Presencia” no
es lo capital, lo capital es la nívea blancura que Jesús nos muestra. Elías y
Moisés están allí como Testigos, para ratificar ante Pedro, Santiago y Juan, la
Verdad de Jesús y de la tarea que está asociada a nuestro discipulado: “Escucharlo”
que, traducido a palabras Marianas, significa “Hagan lo que Él les diga”.
La Grandeza de este “Escúchenlo” consiste
en que es pronunciado por el Propio Padre Celestial: Es, por tanto, un
Mandamiento. Por eso, el referente, que explica cuándo sucedió esto no dice una
fecha, sino “seis días después”, para ponerlo en el contexto del Génesis, cuando
el Padre da origen a Todo, y llega el Séptimo Día de Su Obra Creadora. Y crea
la Escucha. Hay que reconocer en esta Nube, una de las formas de la Presencia
Divina, común a la tradición Veterotestamentaria, la Shekina.
Hay que insistir que la personificación
de los Patriarcas, Moisés, y el paradigma del profetismo, Elías, no están allí
en pie de igualdad con Jesús, sino que han acudido como figuras autorizadas,
las más autorizadas para declarar que Jesús es el “Hijo del Hombre”.
Al bajar del Monte, Jesús les insiste en
guardar el secreto mesiánico, no se trata de repartir propaganda política
pagada, de lo que se trata es de que ellos sepan -sin lugar a dudas- a quien van
a anunciar después de Su Muerte y Resurrección. Necesitaban saberlo, sin un
ápice de duda, si aquello no les quedaba claro, mal, muy mal podrían llegar a
ser sus testigos, en toda Samaria, y hasta los confines del orbe (Cfr., Hch 1,
8).
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