2Tes 2,1-3a. 14-17
Un llamado a permanecer firmes en la Espera
No es el momento para
ponerse a especular sobre el fin de los tiempos. Lo importante es mirar críticamente
la realidad que nos rodea, arremangarse y traducir, en hechos concretos la
esperanza que anima la marcha.
José Bortolini
Las
palabras nos condicionan, los lingüistas suelen decir que las fronteras de
nuestro mundo son las fronteras de nuestras palabras. ¡Es la pura verdad! Si
una palabra recorta la realidad más acá de los límites de su alcance, el mundo
se nos empequeñece, y si la corta más allá, el mundo se nos exagera. Por eso
debemos aplicar un esfuerzo consciente para hacer la palabra más exacta y no
caer en el territorio del descuido, donde poco nos vale si decimos lo que es, o
nos engañamos. Por ejemplo, hablamos de “venida” refiriéndonos a la Parusía,
como si Jesucristo con su Ascensión a los Cielos se hubiera ausentado, claro,
si “subió” a los cielos se ha ido, y entonces hablamos de su venida, precisando
que se trata de su Segunda Venida.
Esto
es más o menos preciso, sin embargo, ¡no del todo! Porque Jesús no está
ausente, pese a que se halla imperceptible a nuestra sensorialidad, en realidad,
está más Presente que antes, con su Presencia Sacramental. Algunos teólogos para
acercarse lo más posible a la comprensión hablan de “Presencia fuerte” o “Presencia
manifiesta” y otra Presencia que podríamos llamar “Presencia velada”, “Presencia
débil”, “Presencia Indirecta”. Esta Presencia Sacramental es no sólo la
Presencia Eucarística sino, en general, Su Presencia Eclesial.
San
Pablo no habla aquí de Segunda Venida, habla del “Día del Señor”, eso nos
gusta, porque eso insinúa mejor que la Parusía no es una ausencia que se suple
con una Presencia, sino una Presencia Glorificada y Gloriosa. La Presencia que
tenemos por ahora es una presencia kenotica, que renuncia a su resplandor, que
nos cegaría. La que tendremos entonces será una Presencia que afectará nuestros
sentidos y entrará en el marco de nuestra débil percepción. (Entonces no
desviaremos la atención a la pregunta de qué lavandero puedo dejar Su Vestidura
de ten esplendoroso blanco, y nos haremos cargo que llega con todo su Poder).
Pablo
nos alerta para que en esta cuestión no perdamos la cabeza. Señala que muchos
quieren aprovecharse y manipulan las verdades del Evangelio. Efectivamente,
podemos contar con la disponibilidad de Jesús que quiere participarnos de la
Gloria que Su Padre le ha otorgado. Y esa Voluntad es la de hacernos
coherederos.
Mientras,
en este, que nos parece un entretanto muy prolongado, su Presencia nos
sostiene, dándonos dos elementos de soporte y afianzamiento:
1) Παράκλησιν αἰωνίαν [Paraclesin aionán] “reconfortamiento salido de las manos de
Dios, que ¡nos hace bien!”, “Consuelo eterno”
2) ἐλπίδα ἀγαθὴν ἐν χάριτι [Elpida
agapen en chariti] “esperanza dichosa y verdadera”.
Mientras,
en el entretanto, el Patas hace de las suyas (hace su Pataleta), y nos
desconcierta con sus reflectores y su barullo que hace resonar por medio de
parlantes, no se dejen obnubilar por su presunta espectacularidad. La Gloria no
es estruendosa, no es entorpecedora con todo su fragor; la ¡Gloria es Gloriosa!,
la Presencia Real es espiritualidad maximizada, con manifestación corpórea,
física.
Sal
95(94), 10. 11-12a. 12b-13
Notemos
que lo que dice son Pablo es -a su manera- una reafirmación de la Alianza. Este
de hoy, es un salmo de la Alianza. El Salmo mismo es todo un anuncia de la
Presencia venidera y manifiesta del Señor, de su Presencia Fuerte, que llegará
Gloriosa a regir la Tierra. Eso es lo que ratificamos, insistentes, por cuatro
veces, como si lo gritáramos hacia los extremos de la Rosa de los Vientos, es
un cantico nuevo, cuya novedad- como decíamos ayer- estriba en la manera de
presentarlo para que sea más claro en su Verdad; y dirigidlo a los cuatro puntos
cardinales. ¡Gritemos una estrofa hacia cada uno de ellos! Su insistencia nos
invita a Glorificar el Santo Nombre del Señor.
Como
en el Padre Nuestro, el eje y el énfasis está en suplicar por la “venida del
Reino”: ¡Venga a nosotros tu Reino!
Jesús
nos encargó la tarea de anunciarlo, de proclamar, la Venida de su Reino, en
Gloria. Y su Envío fue con ecumenismo, con catolicidad: Id y haced discípulos en
todas las naciones de la tierra.
En
la primera estrofa hay tres principios fundamentales
1) el Señor es Rey
2) Él afianzó el Orbe
y no se moverá
3) Regirá a todos los
pueblos con rectitud.
Como
es para todos, sin exclusión, Él mismo nos señala las fronteras Sin-fronteras
de este salir a repartir Invitaciones:
1) Alégrese el Cielo
2) Goce la tierra
3) Retumbe el mar y
cuanto la llena
4) Vitoreen los campos
y cuanto hay en ellos.
5) Y hasta los propios
árboles en los bosques -que también ellos están delante de Dios.
Leamos
que dice la invitación: “El Señor ya llega, llega a regir la tierra” y nos
explica cómo será este gobierno, sus rasgos característicos.
A) Regirá al orbe con
Justicia
B) A los pueblos los
gobernará con Fidelidad porque Él es el Eternamente Fiel.
Mt
23, 23-26
La autenticidad no se desvela por la fachada
Hoy
vamos a vérnoslas con los “ayes” 4 y 5:
1) Ay de vosotros que pagáis
el diezmo de la menta, del anís y del comino.
2) Ay de ustedes
escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato.
¿Que
es un “ay”? Un “ay” es el antónimo de una bienaventuranza, mientras esta
anuncia dichas, aquel presagia aflicciones. Por eso algunos lo traducen como “maldiciones”.
Nosotros diríamos “Tristes presagios”, “Vean los males que se atraerán”.
Hay
gente que para hacer su declaración de impuestos revisan y toman en cuenta
hasta las facturas más mínimas, donde hubo gastos o salidas hasta por 5
centavos. En cambio, procuran a toda costa, ignorar los ingresos bimilionarios
que tuvieron. Nos recuerda en seguida aquello de la paja y la viga en el ojo
ajeno y en el propio, respectivamente. Pero también nos trae a colación, cuando
se leen las páginas de la historia universal y se examinan los impuestos que
cobraban los imperios, donde se enumeran impuestos cobrados hasta por el más
leve aprovechamiento de un recurso, por pescar en una quebrada, por caminar por
las calles enlozadas, por atravesar cierto potrero, por usar sandalias u otro
tipo de calzado. Mencionamos esas que nos llegan a la memoria, conscientes que
la lista se prolongaría por muchísimas páginas, sí hiciéramos el más leve
intento de ser exhaustivos.
Lo
malo para Jesús no está en el atento cuidado, sino en el doblez, según se
juzgue para otros, o la suavidad, cuando se mira para aplicárselo a sí mismos: lo
estricto para los otros, lo ancho para ellos mismos. Ellos se auto-juzgan con
reglas laxas, para los otros descargan todo el rigor y extreman aún más la
fuerza exprimidora de alguna regulación.
En
el otro punto, en el relativo al plato y la copa, la cuestión estriba en el
cuidado que se da a lo externo y -nuevamente- a lo laxo que se es con lo
interior. Se atiende a lo aparente y se pulen y brillan los aspectos visibles,
mientras se descuida la verdadera y sincera rectitud de la vida.
Y,
aquí hay un punto de convergencia, porque llegamos a juzgar a otros cuya
consciencia desconocemos, por pura pauta de suposiciones (juzga mal y me dirás
quien eres), y descuidamos eso que sabemos tan bien, que el Señor nos previno
de juzgar al otro, porque nadie -solo Dios- conoce la verdadera pulcritud del
hilo con el que se teje. Ahí se nos olvidan todas las experiencias en que Jesús
nos mostró la ilimitada Misericordia de Dios y nos arrogamos la Autoridad Divina
para condenar a los demás.
Como
huelga en lógica, que cada cual se haga cargo de sus ollas y su loza y las
mantenga tan brillantes -y no sólo por fuera- que cuando alguien las
necesitara, las hallaría repletas de moscas. Jesús concluye, perentorio, que
debemos limpiar nuestro corazón, y entonces el brillo será visible a Sus Ojos,
aun cuando no al público. Nuestros juicios a los demás, recaerán como culpas
sólo sobre nuestras propias espaldas, porque Dios juzga a cada uno y no por las
quejas trasmitidas de algún corre-ve-y-diles calumniador, ni mucho menos,
tomando como base, los prejuicios del vecino.
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