Jr 26, 1-9
La destrucción de Jerusalén y del Templo
Derriben este santuario y en tres días lo
reconstruiré.
Jn 2, 19b
La vocación no es una iluminación
tranquilizadora, sino que es una petición para lanzarse, para fiarse del Señor.
Carlo María Martini
Dios aspira a nuestra obediencia, Dios
anhela que sepamos cumplir las Leyes que Él nos ha dado a conocer; pero, con no
poca decepción de Su Parte, ve que -habiéndonos regalado a los muchos Profetas
que nos dio- para que pudiéramos conocer su Mensaje en nuestra propia lengua y
con las palabras que entendemos; permitiría que el amado Templo de Jerusalén
corriera la misma suerte que el de שילה [shiloh]
Siló (en la época en que Josué dividió la tierra entre las 12
Tribus de Israel, el Tabernáculo se quedó en Shilo. Shilo fue el lugar de
peregrinación para los Hijos de Israel hasta la muerte del Sumo Sacerdote Elí);
y Jerusalén, la hermosa Ciudad -centro y corazón de la vida política y
religiosa de Judá- se convirtira en una maldición, expresada en términos de
destrucción y ruina.
Cuando uno tiene una Iglesia cercana, en
la propia comunidad donde se habita, se habitúa y le resulta normal y cómodo,
asistir al Culto, y saber que con amplia facilidad podrá tener un Encuentro con
el Señor, entonces, el Templo se vuelve parte del paisaje, y lo damos por
descontado. Pero sí, la destrucción y la ruina dan con él en tierra, sólo
entonces entendemos que la posibilidad de construir una frecuentada amistad con
Él ha desaparecido, el Puente que nos lo acercaba, ha sido demolido.
Si uno le dijera a las autoridades
civiles y religiosas de ese sector lo que sobrevendría, indudablemente la
reacción sería asesina, contra el portador de semejante vaticinio. El Alcalde,
el Párroco, el Obispo de la Diócesis, reaccionarían escandalizados contra ese
“pájaro de mal agüero”. ¡Todos a una contra el Profeta!
Sin embargo, pese a lo lógico que tal
comportamiento pueda parecer, hay una gran dosis de absurdo: ¿No sería más
lógico empezar un proceso de conversión dado que las causales del desastre son
nuestro mal comportamiento y nuestra indiferencia para con ese Dios a quien
decimos amar y adorar en el Templo?
Ciertamente que la Misión encomendada a
Jeremías era una tarea peliaguda de muy amargo sabor. La gente adora recibir “profecías”
positivas: habrían querido que el profeta interpretara su partitura en clave de
construcción y plantado; pero ¡ay!, que áspera y violenta la reacción cuando el
anuncio está en clave de arrancar, derribar, destruir y demoler, en clave de
fa-talidad.
Si uno asume sus responsabilidades sabría
y entendería que el profeta no tiene la culpa de la cosecha, que siempre lo que
se recoge proviene del tipo de semilla que se haya sembrado, y que -como hemos
visto últimamente- si siembras cizaña no puedes aspirar a cosechar trigo, y
gastaras amplio tiempo quemando lo que es pura vanidad.
En la perícopa se nos informa que esto
ocurrió al inicio del reinado del rey יְהוֹיָכִין [Yauyakin] Joaquín (que duró en el trono, apenas tres meses) 609-608 a.C. y
que obró el mal que tanto ofende al Señor.
«… a pesar de toda la debilidad de
Jeremías, resalta su fidelidad inamovible a la palabra de Dios…. He aquí la
gracia que debemos pedir. No la de tener siempre una valentía heroica sino la
gracia de decir, de hacer, de expresar cada vez lo que corresponde a nuestra
misión, ser fieles a nuestro mandato, cumplir las tareas cotidianas con fidelidad…
No busquéis el ser héroes, estad contentos con vivir la fidelidad a la Palabra
con paciencia, día a día, no dejándoos asustar por vuestros propios miedos y
cobardías … » (Carlo María Martini)
Sal 69(68), 5. 8-10. 14
Este es un salmo de súplica. Se dice que
cuando David escribió este salmo se sentía ahogado en su soledad, sin apoyo ni
partidarios que lo respaldaran. En semejante situación lo que hace David es
presentarse a la compasión de Dios e implorar su apoyo, su ayuda, que Él se
ponga de su lado, en su defensa. Ese
abandono y esa indefensión acrecientan la sensación de estar en la estacada, y
el gigantesco número de enemigos que son -según lo siente- incontables. Siente
que ni su parentela lo acompaña, sino que todos a una lo abandonan.
Pero aquí vamos -desde el mismo inicio de
la perícopa proclamada- al aspecto del arrepentimiento: David sabía que
el primer paso para acercarse al Señor, era reconocer su culpa y el daño
causado, presentarse con el corazón contrito.
Reconoce que faltarle al Señor es una
verdadera “estupidez”. Pero todas estas angustias tienen su origen en el “celo”
de David por defender la causa de su Señor.
Entonces levanta sus plegarias al Cielo,
suplicando que Dios lo asista, florecen sus oraciones. Apela a la Bondad
desmesurada de Dios y trae a su corazón la idea de “Dios-Fiel”, apoyado en la
idea de la Lealtad-de-Dios, y a Él se acoge.
En el verso responsorial le pide al Señor
que los Oídos de Su Infinita Bondad le presten atención a su clamor.
Mt 54-58
¡Ay de nosotros cuando somos aplaudidos por la
sociedad injusta! Esa es la señal de que hemos caído en las tentaciones.
Ivo Storniolo
Jesús también es declarado reo de
“abandono” porque muestra una Sabiduría para ellos inexplicable. Cuánto más
cercana tenemos a una persona, menos podemos aceptar los tesoros que Dios puede
haberle regalado. Esa situación lleva a
la inmediata inflamación de esa glándula que se llama “envidia”, que los
mejores cardiólogos han detectado siempre en las inmediaciones del corazón.
¿Cómo es posible -se preguntaban los de
su sinagoga, en su propia patria- que el hijo de un simple τέκτονος [tektonos] “artesano” pudiera tener tal
autoridad y tal nivel de entendimiento y comprensión? Quizás lo que más los
desconcertaba era su poder de obrar milagros.
Entre los propios es casi imposible que
veamos algo que esté más allá de nuestras propias limitaciones. Soñamos y
anhelamos con fervor, que todos a nuestro alrededor, tengan todos los defectos
propios, pero jamás una virtud que nos desborde.
Y, sin embargo, -casi irónicamente-
cuando no hay rechazo, debemos ponernos en estado de alerta, (tenemos hoy estos
tres ejemplos de parresia que son David, Jeremías y Jesús cuya firmeza no
retrocede pese a la dura denuncia con la que tienen que acusar a su pueblo), porque
la aceptación, muchas veces, sintomatiza que lo que decimos es “cháchara”, y
que no estamos trasmitiendo la Palabra con toda la densidad con que la hemos
recibido; peligroso que en tal caso, estemos devaluando el mensaje y tan sólo
estemos runruneando el bla-bla-bla que a todos aquieta: extracto de demagogia
pura.
Los poderosos han usado trucos para
disimular que son personas comunes y corrientes: grandes estatuas, mansiones
ostentosas, templos alambicados, sarcófagos enormes, monumentos descomunales,
todo para disimular su naturaleza mortal. Todo por el gusto y la manía que tenemos de
endiosar a supuestos “súper-humanos” porque se han afanado en hacerse disfraces
deslumbrantes. Dios les lleva la contraria: Él se inventó la kénosis: el
abajamiento, la sencillez, el anonadamiento.
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