Ez
1, 2-5. 24-28c
Vamos
a tener ahora un curso de doce lecciones sobre el profeta Ezequiel, sólo que el
jueves 15, con motivo de la Solemnidad de la Bienaventurada Virgen María, nos
saltaremos la lección (a cambio, tendremos ese día, una excursión al
Apocalipsis).
יְחֶזְקֵאל [Yejeskiel]
“Dios es mi fortaleza”, “Dios es fuerte”, “Dios fortalece”, “los fortalecidos
por Dios” o, inclusive “endurecidos por Dios”, con la implicación de “la Mano
de Dios está sobre él o sobre ellos”; nació en Jerusalén en el 621 a. C. y era hijo
de Buzi -perteneciente a las familias sacerdotales de Jerusalén-; coetáneo con el
profeta Jeremías, ejerció su profetismo entre 586 y 538 a. C. mientras estaba
exiliado en Babilonia; fue exiliado en el 597 a. C. por Nabucodonosor; y allí en
Babilonia murió. Yahveh le hizo revelaciones por medio de visiones simbólicas,
grandiosas, exóticas, ricas en simbologías muy cercanas el estilo apocalíptico,
así como se le tiene por padre del judaísmo, también se señala como el
iniciador de la corriente apocalíptica; también maneja acciones simbólicas muy complejas.
Sabe envolver el “misterio divino” en una atmosfera de terror sagrado. Para él,
la alegoría es un recurso poderoso En su escrito se entrecruzan dos vertientes:
la corriente sacerdotal y la corriente Deuteronómica. Son temas centrales de su
profética el templo (de hecho, su proyecto restauracionista gira en torno al
templo reconstruido), el culto, la impureza legal, la delimitación de lo
sagrado y lo profano, su coherencia con la herencia Levítica de la Ley de
Santidad.
A
Ezequiel le correspondió preparar el corazón y la mentalidad de los exiliados
para concebir que la catástrofe llegaría hasta la destrucción del Templo y a
una deportación más numerosa en magnitud inimaginable, exterminadora. Lo que se
materializó en el 587 a.C.
Podemos
enfocar el escrito ezequielano como otra perspectiva -alterna- a la planteada
por el Deutero-Isaías en vista de la restauración. Para él, -agudizando el celo
cultual- en la Nueva Jerusalén, sólo los sadoquitas podrán servir el Altar,
excluyendo a los levitas. Estilísticamente hablando, pese a su imaginación
febril, es pobre en recursos, monótono, frio. No está a la altura de Isaías, ni
de Miqueas, ni tampoco de Jeremías.
En
todo el Libro es patente la influencia babilónica, donde aparecen palabras
nuevas, fruto de la influencia del acadio, y de elementos definitivamente
retomados de aquella cultura como son los querubines, con alas cubiertas de
ojos, que los acadios ponían a la entrada de sus edificios.
Hoy
veremos la primera de sus cuatro visiones más destacadas: El carro de Yahveh. El relato es referenciado como visión
entregada en el quinto año de la deportación de Jeconías, lo que quiere decir
en el 593 o 592 a.C. Esta “Carroza de Yahveh, rompe con un prejuicio sostenido
hasta entonces, que concebía a Dios como atado al Templo, y por tanto, radicado
en Jerusalén.
Esta
Presencia de Dios tiene tres rasgos relacionables con los rasgos de Dios en las
teofanías:
1) El viento
arremolinado, ciclónico
2) Una nube que
envuelve en resplandor
3) Y el fuego
llameante, estroboscópico
Estos
rasgos se entretejen en un -como forro de fuego- que todo lo rodea y todo lo
envuelve: Un ámbar reluciente. El profeta guía nuestra mirada hacia el centro
mismo de este conjunto, y allí descubre una figura “tetramorfa”: Cuatro seres
vivientes, antropomorfos, y su aleteo producía un fragor análogo al ruido de
las aguas de un torrente cayendo como catarata, o como Voz Divina, como una
muchedumbre que gritaba, o como un multitudinario ejército. Esta es la
manifestación acústica de la visión. Esa figura tetramorfa ha venido a
caracterizar -inclusive a explicar, por qué son cuatro evangelios y los cuatro
diversos rostros aluden, en el imaginario católico, a las figuras de los cuatro
Evangelistas.
Cuando
aquella nave-visión se detenía y sus “motores” silenciaban su ensordecedor
traqueteo, entonces se replegaban las “alas”, y bajo la bóveda de su techo, se
veía el Trono que era como una especie de zafiro, y en él Sentado se hallaba El
que en el tramo comprendido de las caderas para arriba -era como fuego- y de
las caderas para abajo -era fuego y fuego refulgente, con resplandor de “arco
iris”.
¿Qué
era todo ese destello de luz enceguecedora? “La Gloria de Dios”, tan abrumadora
que el profeta cayó en tierra.
Uno
pensaría que toda esta manifestación hablaba del Acompañamiento de Dios a su
pueblo desterrado: La Presencia de Dios-con-ellos que, a pesar de todo, no los
abandonaba, y allí donde habían sido -llevados a la fuerza- El Señor -sin importarle
dejar el Templo- se fue cumpliendo una Alianza que no era sólo en las buenas, en
la riqueza y, en salud y en su tierra, sino también en las malas, en la pobreza,
en la enfermedad, en la deportación, aún allí, llevados al exilio. La visión
nos habla de la Fidelidad de la Alianza de YHWH, inclusive en tierra extranjera.
Sal
148, 1bc-2. 11-12.13.14
Este
es un himno. Donde se alaba al Señor, no por sus rasgos intemporales, sino
precisamente, como Señor-de-la-Historia. Es un llamado a la alabanza, y -para
captar esto tenemos que recordar que tanto la primera como la última palabra de
estos salmos, es הַ֥לְלוּ יָ֨הּ ׀
הַֽלְל֣וּ [halu ya halu] “¡Aleluya!”, “Alabad al Señor”.
Es
una exhortación a la alabanza, a la que se convocan al Cielo, en lo alto, todos
sus ángeles, todos sus ejércitos, el sol y la luna, también las estrellas
rutilantes, los espacios siderales, y las aguas que penden en el firmamento.
Ahí,
da un salto. Pasa a llamar, a los habitantes de la tierra: Los reyes del orbe, todos
los pueblos, los príncipes, los jueces, los jóvenes, las doncellas, los
ancianos y -no podían faltar los que tanto le agradan- los niños.
Y
les brinda un argumento de por qué hay que alabarlo: Porque el Nombre del Señor
es el Único-Nombre-Sublime: porque su Grandeza, su Autoridad, su
estar-por-encima-de-todo con la Rectitud de sus Acciones, con la Perfección de
Su Justicia.
El
verso responsorial hace una glosa de esta Soberanía declarando: “Su Gloria lo
llena todo, tanto en el Cielo como en la Tierra”.
Mt
17, 22-27
“…nos llevan a pensar en
las exigencias que tenemos como cristianos respecto de las instituciones que
conforman nuestras sociedades, y que están allí para cumplir un deber con la
ciudadanía y para garantizar sus derechos.”
Nos
estamos moviendo en esa zona de este Evangelio, donde la acción de Jesús
traduce la Voluntad del Padre de crearse un Nuevo Pueblo; de hecho, esta perícopa
concluye la sección donde la grey se congrega en torno a Jesús (seguimiento)
para dar inicio a esta nueva era. Deshaciendo a su vez, las fantasías de que el
discipulado vaya a culminar en prestigio y poder. En vez de
Poderío-Espectacular, está el Poder-de-la-Entrega. Uno tiene que ser
absolutamente Dueño-de-Sí para poderse entregar y dejarse matar, y, entonces
sí, al Tercer Día, Resucitar, es decir, retomar la Plenitud de la Soberanía,
Demostrarse El-Viviente.
Siempre
hay como un salto, como un hiato, parecería que “alguien interrumpió”. Y no es
así, se va a plantear, como se es Dueño de Sí – a pesar de, aparentemente,
estar jugando con las reglas ajenas, en un juego donde el “adversario”, tiene
las cartas marcadas y las mangas llenas de “ases fraudulentos”. Los que
interrumpen son los delegados del falso poder, que viene a hacer evidente el
sometimiento a su “Tiranía”, cobrando el “impuesto”: viene a poner en cuestión
la Soberanía de Jesús, alegando que Él es súbdito y, por tanto, tendría que
pagar el impuesto, las dracmas, moneda simbólica del Déspota Emperador.
“Pero
Jesús es Hijo, o sea del linaje del Rey Verdadero, el que reconoce el judaísmo
como Verdadero Rey y fundador del linaje Real. El impuesto lo cobra el invasor extranjero
y está expresado en moneda de su imperio (la δραχμή [dragme] “dracma”).
Jesús,
no obstante, no quiere dar a los judíos “mal ejemplo”, no quiere ser “piedra de
escándalo”, manda a Pedro que saque, de las fuentes del mal, de “los reinos
inferiores”, “los ínferos”, una moneda que el Propio Rey del Cielo, el Padre
Celestial provee, para “cumplirle” sus demandas al imperialista. Por ahora,
Jesús encarga a Pedro la búsqueda en el “abismo” de satisfacer las demandas del
que se ha enseñoreado de la Tierra de Israel; más adelante, ira Él, personalmente,
a rescatar a todos los que injustamente habían sido envidos allí, rescatarlos
le llevará Tres Días. Cuando Él baje hasta allí, pagará tributo al Único
Soberano al que nosotros tributamos. Y pagará en nombre de todos los Pedros que
hayamos reconocido su soberanía y hayamos dicho de todo corazón “Tú eres el Rey,
el Hijo del Dios Vivo”.
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