2Tes
1, 1-5. 11b-12
Vocacionados para crecer en comunidad como hijos y hermanos
Viene
ahora un brevísimo cursillo sobre la Segunda Carta a los Tesalonicenses, en tan
sólo tres lecciones (lunes-miércoles). Es muy claro que en la comunidad de
Tesalónica -en Macedonia, en el norte de Grecia- había uno que otro judío, pero
esta comunidad estaba principalmente integrada por griegos. Esta Carta fue
escrita en Corintio, probablemente en el año 51, unos veinte años después de la
Crucifixión. La comunidad había sido fundada por el propio Pablo a finales del
49 e inicios del 50, en un periodo de, aproximadamente, tres meses.
Hoy
día existen muy serias dudas que esta carta fuera verdaderamente dirigida a los
tesalonicenses, e inclusive, nos encontramos con severas dudas sobre la autoría
de Pablo, lo que no debe darnos pie a desconfiar que sea Palabra de Dios,
recordando con honda nitidez que ha pertenecido siempre al canon. En el inicio
de la Carta se lee que los remitentes son Pablo, Silvano y Timoteo; acto
seguido, el saludo se cimienta en la Gracia y la Paz que dan Dios Padre y Jesucristo.
Continuando con un enfoque sobre la gratitud porque la fe y el amor mutuo entre
todos los miembros de la comunidad. Esto de qué nos habla, de la estabilidad y
solidez de la iglesia que allí se había fundado y de cómo esa Iglesia no
dependía, ni estaba materializada en alguna edificación, eran los vínculos
fraternales y la sinodalidad que se expresaba entre los diversos “miembros”
(del Cuerpo Místico de Cristo) lo que les concedía su identidad.
En
el verso 5 encontramos el verbo πάσχω [padcho], conjugado πάσχετε [paschete] “que ustedes sufren”, “que están soportando”, “que aguantan”,
“que los hace conscientes”, “que los ha llevado a sensibilizarse”. Esta
expresión no es simplemente “paciencia”, no es pura resignación, ¡es
resistencia!
Estamos asistidos por “el Pensamiento de Dios”, que nos
reviste de una perseverancia en el compromiso con toda obra buena, y
llevándonos a adelantar todo el compromiso de la fe coherentemente. Esa
coherencia conlleva una Corona, al resistir se demuestra y se dan señas
inconfundibles del Poder de Dios y de Jesucristo, glorificando con ello su
Santo Nombre. De tal manera, a la persecución han respondido con la
perseverancia, con la firmeza:
Demostrando ser Dignos Ciudadanos del Reino.
No debemos diluirnos en aplausos para ellos. Ellos -según el
Querer de Dios- nos interrogan sobre nuestro propio compromiso en la
construcción de la sinodalidad. Virtud que no brota de ninguna cualidad extrema
de algún superhéroe, sino que emana de la Locura-del-Amor. Y esa demencia es la
verdadera “Valentía” que Dios pone en nosotros para transparentarse en nuestra
debilidad e insignificancia. Su Gloria -tampoco se debe interpretar la Gloria
de Dios como Vanidad Divina, como sed de reflectores, sino como la fuerza trans-histórica
que lleva a cabo el Bien Prometido-, los buenos propósitos que nos animan y nos
mueven condimentados de fe, o sea, de la lógica actuante de Dios.
Para tal, hemos sido vocacionados, pero nuestra vocación
también es purificada por una Ascua Viva que nos purifica y nos quema con un
ardor análogo al de los dos de Emaús cuando el Señor les explicaba las
Escrituras, donde residen todos los Secretos del Reino. Ese ardor es el del
Espíritu, que nos hace clamar Abba. Cuando decimos Abba, hacemos consciencia de
ser sus hijos, y eso implica que seamos hijos fieles, hijos dignos, conforme
los hijos que Él quiere tener.
Sal
96(95), 1-2a. 2b-3. 4-5
Aprender a señalar lo maravilloso
Este
es un salmo del Reino. Nos convoca. Nos llama para que seamos anunciadores,
para proponerles a otros el seguimiento, para convidarlos a que se nos unan, a
entonar a coro “Cantos Nuevos”. ¿Se trata
de inventar la temática y el contenido del Nuevo Canto? ¡No!
La
esencia de este Canto Nuevo está dada. Tenemos que saber actualizarla,
vitalizarla, abrir de par en par sus compuertas, dejarla descubrir, permitirle
deslumbrar. No se puede callar que es un llamado Misionero, y, además, un
llamado a todos los habitantes de la tierra. Obsérvese que no se trata de una
imposición. Sino de una convocatoria, salir a repartir las invitaciones a la
Boda del Cordero. Desconfiemos de todos los que quieran imponernos su parecer
con medios coercitivos.
Se
trata de organizar un coro, el coro es -por excelencia- la imagen de la
armónica sinodalidad. Cada uno canta la parte que le toca; cada uno da lo mejor
de sí, y todos van al unísono, nadie se debe adelantar, nadie se puede atrasar.
Nadie debe salirse de tono. Tampoco, ningún “batuta” reparte coscorrones. Ninguno
brilla por destacarse, todos brillan por su coherencia, por su afinación, el
brillo no es de la parte, el brillo es del conjunto. Todos con un solo corazón.
Ese
corazón unificado lo que quiere es loar al Señor. Esa es su única razón y su
único propósito. Nadie supera al Señor, nadie lo sobrepasa, en eso radica su
Grandeza en eso estriba su Dignidad.
Eso
exige desenmascarar todas las idolatrías. Despojarnos de todo nuestro
egocentrismo, todo egoísmo, todo interés aislado, es paganismo, nos lleva a la
gentilidad. No juguemos a que todos los demás tienen razón sólo y únicamente si
están de acuerdo conmigo. Existen disonancias que conviven en la partitura para
hacer resplandecer la integridad de toda la obra. Contemos Sus Maravillas, no
arguyamos que sencillamente son maravillosas porque son las que acepto. Sepamos
que las aceptamos porque verdaderamente provienen del Artífice del Cielo y la
tierra y del que obra prodigios en la historia.
Mt
23, 13-22
Nos
vamos a encontrar en este capítulo 23, con “7 ayes de Jesús”. Vamos a mirar hoy
los tres primeros. Mañana y pasado mañana veremos los otros.
Trabajar
la Misión que Jesús nos entrega, exige de nuestra parte, estar muy atentos,
para movernos dentro del cauce que Él nos indica, y no desbordar las riveras
que conducen a un corrupto liderazgo religioso. Hoy Jesús los desenmascaran
mostrando que son los que “cierran a los hombres el Reino de los Cielos”. En aquella época eran los escribas y los
fariseos. ¿Quiénes son o somos hoy día?
1) Ay de vosotros los
que cerráis el Reino de los Cielos a los hombres.
2) Ay de vosotros, …
recorréis mar y tierra para hacer un prosélito
3) Ay de vosotros, …
que decís “Si se jura por el Santuario no es nada, pero el que jura por el oro
del santuario, queda obligado; además -precisaban- jurar por el altar no
obliga, jurar por la ofrenda que está en el altar si obliga.
Evidentemente
hay una forma de legalismo que se detiene en “detalles”, que adora la
casuística -y no es difícil incurrir en ella cuando se matiza con
“escrupulosidad” lo que nos acerca o nos aleja del Reino. Aquí resulta exacto reafirmar
que el Reino no es un lugar, un territorio geográficamente definido, sino una
Persona, Jesucristo; y entrar en Él, significa aceptarlo a Él. Y Jesús, en vez
de restringir la entrada lo hacía “acogedor”, “abierto”, porque así se mostraba
Él para todos. Él daba prioridad y cercanía a aquellos que tanto los fariseos
como los escribas habían proscrito.
¿Qué
es lo que se denuncia aquí? Presentar la Ley como una abigarrada complejidad,
ten enmarañada, que nadie podía entrar. Esta manera es asesina, es violenta,
porque hace de unos canales que Dios nos regaló para nuestra salvación, una
barrera infranqueable. Es precisamente esto lo que se denomina “hipocresía
religiosa”: El placer del rigorismo. (Nótese que quien endurece las puertas más
allá de los requisitos de Dios, se está haciendo dios, pues se está arrogando
la autoridad de excluir y matar a alguien para la eternidad.).
Verdaderamente
se causa un gran daño en materia religiosa y se corrompo lo Santo cuando se
proponen falsas ideas de la religión, porque ellos van a repetir y a obrar de
acuerdo a estas pautas y por tanto serán peores que ellos, es decir un peligro
para la edificación de la consciencia de cada cual. Quien así obra,
irresponsablemente se hace “sembrador de cizaña”.
Obsérvese que el tercer ay, se detiene en un enfoque que pone el dinero por encima de lo Santo. Es la mirada religiosa que encubre la preocupación por el oro y el tesoro, y desdeña, abandonando lo que es verdaderamente pío.
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