Ez
18, 1-10. 13b. 30-32
No se responde por otro
“Los
padres comieron agraces y a los hijos se les destemplaron los dientes” ese
refrán compendia la idea que se manejaba corrientemente en el pueblo sobre el
pecado y las consecuencias que arrastraban. Ellos consideraban que los hijos y
los nietos podían ser los reos del castigo cosechado con el pecado cometido por
sus antepasados. Esta idea de “responsabilidad” lo que explicaba era -muy
particularmente- por qué sobre un heredero del Trono llovían los castigos que merecía
su padre, u otro pariente en línea ascendente.
Aquí
Dios -por medio del profeta- nos va a hablar de la responsabilidad personal con
pautas precisas
a) Si una persona es
justa, no tiene por qué cargar el peso de las culpas ajenas.
b) El que peca es quien
debe “sufrir” las consecuencias.
c) Y luego, establece
un código de infracciones que serán penadas
i.
La idolatría
ii.
El adulterio con la mujer de otro y el uso de la sexualidad
con mujer menstruante
iii.
La opresión
iv.
La importuna devolución del objeto empeñado
v.
El robo
vi.
Ignorar la situación del hambriento, sin socorrerle bocado
vii.
Descuidar al que padece desnudez y no tiene con qué protegerse
viii.
La usura, y el cobro de intereses
ix.
La comisión de injusticias, toda obliteración de la equidad
y el derecho
x.
El incumplimiento de algún precepto dado por Dios
He
aquí que el profeta nos entrega otra versión del “Decálogo”.
Pero
si una persona recta llega a tener un hijo “desalmado” que cae en una de estas
faltas será reo de su castigo. No se debe atener a que sí su papá fue una
persona “virtuosa”, “santa”, las preseas conquistadas con su rectitud cobijarán
sus desafueros y lo librarán de su merecido: La responsabilidad es personal e
individual.
Aquí
la ética que funda la Ley de Dios abandona la perspectiva que había señalado el
Éxodo, el Deuteronomio, inclusive Jeremías, que iban en aquella vieja línea. Ezequiel
nos presenta una novedad: “la responsabilidad es estrictamente personal”,
los hijos no heredaran las “consecuencias”.
La
rectitud es la que salva y alguien no será reo de perdición por culpa de sus
antepasados, ni siquiera por culpa de su propio pasado personal. El Deutero-Isaías
ratificará esta opción (Cfr. 52,13-53,12.)
Se
cree que esta perspectiva debió alcanzarse por muy pronto en el 586 a.C. Era
algo que se venía horneando en la Revelación de Dios y alcanzó aquí su
oportunidad.
Los
inocentes sufren, muchas veces nosotros también hemos sido víctimas del
sufrimiento y muchos viven haciendo daño y sembrando desolación sostenidos en
la imagen de un Dios que nos creó para vivir a nuestras anchas sin sentido de responsabilidad.
Sacan a relucir la imagen de un Dios que “no castiga” porque Dios es puro
amor, pero la libertad que surge de esta ideología genera esclavitud y no
libertad. El hombre, para que pueda ser libre, tiene que ser responsable, de
otro modo, siempre será esclavo de su egoísmo, de sus manías, de su crueldad, y
esclavo también de la imagen de un “dios cómplice”.
Es
cierto, ¡Dios no castiga! Pero la creación es portadora de un automatismo que
registra todo atropello y genera su “cuenta de cobro”. Cada quien pagará su
recibo y nadie tendrá porque pagar las deudas del recibo del “vecino”. Dios no
castiga, pero como Él es Justo, incluyó en la Creación el mecanismo (programa)
de facturación que genera el recibo a pagar. Y aún muchísimo más Generoso, estableció
una ventanilla para renegociar las deudas (el Confesionario).
Por
otro lado, no nos agazapemos en la idea de que la lista señala monstruosidades
que nosotros no alcanzamos, por lo general; sin embargo, conforme avanzamos en
el tiempo, (como en los juegos olímpicos), la vara se va poniendo más alta y
Dios espera que nosotros seamos cada día más compasivos y más comprometidos en
nuestra vida cristiana. Aun cuando, con toda certeza, su Misericordia no
decrece ni el más mínimo ápice.
Sal
51(50), 12-13. 14-15. 18-19
El
Salmista (David) pide a Dios que obre, lo que sólo Él puede: “Crear”, en hebreo
בָּרָא [bará]
es un verbo que únicamente compete a Dios: Sólo Él crea, y sólo Él puede crear
en nuestro pecho un “corazón” nuevo”; para nosotros el corazón es la sede de
las emociones y sentimientos, en cambio, en el pensamiento semítico, es también
la sede del pensamiento intelectivo, lo que nosotros ubicamos, señalando la
cabeza. Y el hagiógrafo le ruega que no le retire la asesoría del Espíritu
Santo.
Luego,
le pide que los “afiance”, es decir que, le pide un espíritu fuerte y estable
para vivir en la firmeza. Y pide que lo ilumine con la Luz de su Rostro, que se
debe tomar como solicitud de tener la compañía de su Presencia, de su Shekina.
Luego
es consciente que la Salvación conlleva dicha, alegría. Y el salmista ofrece
pagar esa ayuda convirtiéndose en un Misionero que da testimonio.
Poco
a poco ha mejorado su Imagen de Dios: ahora sabe que a Dios no le satisfacen los
sacrificios, que miles de vacas, son sólo sangre estéril derramada.
Lo
que le agrada a Dios es que la persona se haya vuelto porosa a Su Acción, y deje
que su Nuevo Corazón palpite poderosamente y con sus latidos permita que venga
a la vida la realidad paradisiaca en la que originalmente Dios nos había puesto:
La fidelidad del corazón es la inmolación verdaderamente válida a los Ojos y el
Corazón de Dios.
Todo
depende del corazón nuevo (tierno y suave) que Dios nos dé, eso lo
reconoce -todo el tiempo- el salmo, si Dios no hubiera acondicionado el pecho
para esta cirugía de “corazón abierto”, hace tiempo que nuestra historia -como
humanidad- se habría tocado a su fin.
Mt
19, 13-15
Segregación de los dueños del Reino
En
18, 1-5 se preguntó a Jesús cuál de ellos era el “más grande”. Jesús les
contestó que un παιδίον [paidión] “niñito”, (es
el diminutivo de παῖς, [país] que, como lo
decíamos, significa “niño en edad escolar (primaria)”), atraviesa un periodo de
educación intensiva y estricta para alcanzar su realización. En aquella
cultura, no merecía ninguna atención, y era algo menos que un apéndice de la
mamá, y la mamá, era vista como un cero a la izquierda. Un niño, por tanto, era
menos que cero.
Ser niño es ser símbolo, que se enfoca como paradigma de la
nulidad, de la marginalidad, pico de pobreza, remate de la “carencia”, alguien
totalmente “desprovisto”. Lo que nos propone Jesús es una metanoia,
aprender a verlo como ejemplo de generosidad, de desprendimiento, de desinterés
por lo pecuniario, sin ambiciones, sin la toxina de las pretensiones, el
prestigio y las prebendas, en su sangre -es una novísima “wissenschaft”. Llegar a percibirlos como buscadores de la dicha para compartirla.
Y, les llevan a estos “chicos” para que Jesús les imponga
las manos. Las manos son creativas, son artísticas, detentan el culmen de la
artesanía, en ellas se anida toda habilidad trasformadora, habita en ellas el “poder”.
En muchas culturas se imponen las manos para trasferir salud, en nuestra
cultura se imponen las manos para que el Espíritu Santo “venga sobre” y opere
la “transustanciación”. Pedir la imposición de manos es pedir la concesión de
la autoridad, del poder. Jesús sanaba y expulsaba demonios con la imposición de
sus Manos.
“De los que son como ellos es el reino de los Cielos”: El
Reino no es de los ambiciosos, de los arrogantes, de los acaparadores; Jesús
les impone las manos para establecer una sinodalidad de los “pequeños”. Jesús
es -en ese contexto- el más Pequeño de los pequeños”.
La poca comprensión del Reino que tenían los discípulos los
lleva a rechazarlos, a reprenderlos, al desprecio y al alejamiento. Para los discípulos,
los niños no pertenecen al Reino, y quieren “evitarlos”. También ven a los
niños, a los pequeños, como estorbo del Reino. Nosotros -como discípulos también
arrostramos el riesgo de no reconocer a los ciudadanos del Reino- y perpetuar
la discriminación.
Si caemos en eso, no hemos logrado asimilar las valiosas
lecciones de sinodalidad que nos viene dando el Señor en esta parte del
Evangelio Mateano: primero les /nos dio un discurso sobre ese tema (ortodoxia),
y luego -mientras sube de Galilea a Jerusalén- nos ha venido ilustrando la ortopraxis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario