Jr
1. 17-19
El Señor les dio el
coraje y el empuje para superar esas dificultades.
Carlo María Martini
En
los relatos “vocacionales”, uno encuentra que Dios no va en busca de aquellos
que reúnen una serie de cualidades especiales, sino que Él llama y dota de
todos los atributos requeridos, poniéndolos en la persona que ha sido vocacionada.
Aquí
hay un no sé qué de confianza, hasta de familiaridad, lo cierto es que
-contrario al “terror pánico” que invade a muchos de los vocacionados,
Jeremías, reboza confianza, a una vez que serenidad, pese a su personalidad un
tanto tímida.
Aparece
aquí la palabra מָתְנָ֫יִם [mothen]
traducida por “lomos”, pero que significa también “cintura”; תֶּאְזֹ֣ר
מָתְנֶ֔יךָ [tezor mateneka] “cíñete
la cintura”. Consiste en atarse la vestidura para poder salir de casa. Un tanto
análogo con aquel “amárrese los pantalones”, que enfatiza menos el arreglarse
las vestiduras, como el “afianzarse en una decisión”, “no vacilar para nada”
ante la tarea propuesta: ¡Ponte en píe y diles lo que Yo te mando!
Así que en este “relato vocacional”, Dios deja brillar su Accionar
y su Poder, y cómo lo deposita en la personalidad del “vocacionado”, otorgándole
todo lo indispensable al cumplimiento de lo encargado: Ten confianza en Mí, tu
misión está en Mis manos.
Hay dos visiones previas (Jer 1, 11-15), donde esta investidura
se oferta en un doble plano:
1) La
Palabra que va a pronunciar será Palabra eficaz.
2) La
Palabra estará llena de Mensaje, rica en significación
Las visiones son respectivamente simbolizadas con una rama de
almendro y con una olla hirviente puesta al fuego, como presagio de calamidades
venideras, la olla está a punto de derramarse por su hervor.
Estas dotes que el Señor le entrega aparecen aquí enumeradas:
a) Te
convierto en Plaza Fuerte
b) En
columna de hierro
c) En
muralla de bronce
Con esta solidez enfrentará a
a) Los reyes y los príncipes de Judá
b) Los
sacerdotes
c) Las
gentes del campo
El Señor le confiere la divisa para su escudo: “Lucharán
contra ti, pero no te podrán, porque Yo estoy contigo para librarte”.
Sal
71(70), 1-2. 3-4a. 5-6ab. 15ab y 17
Se
trata de un salmo de súplica. Al leer el salmo integro, nos damos cuenta que el
Salmo se orienta a rogar ante la llegada de los años seniles y las debilidades
que les son connaturales. Sin embargo, la perícopa proclamada lo hace extenso a
una situación más general, ante la acechanza de peligros y enemigos que van
brotando en el camino y sirviendo de obstáculos insuperables, rogamos para que
el Señor sea nuestro defensor y nos brinde su defensa y nos socorra con fuerzas
suficientes para remontar los percances que la vida nos presente, hasta que
lleguemos al Culmen, que es Su Presencia.
Cuando
la lluvia arrecia, y estamos a la intemperie, siempre buscamos, afanosos, un
alero, bajo el cual nos podemos proteger. Aquí las amenazas que se ensañan son
la lluvia tempestuosa, y Dios, el refugio que nos resguarda. Él no vacila, ni atraviesa
remilgos, para ser Paraguas, contra el más torrencial chaparrón. Por eso lo
llamamos Justo, porque no es discriminatorio. Además, Él inclina la cabeza -con
Ternura- para escuchar mejor nuestras plegarias y permitir que en Su Corazón
florezca la solución que nosotros le suplicamos.
Si
nos atacan a pedradas, Él es una roca que sirve de farallón inexpugnable, es
una barrera de acero que no puede ser penetrada por el proyectil más poderoso.
Y le rogamos que, con Su Misericordia, haga tullida, toda mano que pretenda
descalabrarnos.
Agradezcamos
al salmista que hace manifiesta la Presencia de Dios en nuestras vidas, que
llega tan pronto a nuestro ser que ya está en nuestra juventud, en nuestros más
infantiles años e incluso antes de nuestro nacimiento cuando nos hemos vuelto
sueño ilusionado en el corazón de nuestros padres, porque ya Él estaba Pensándonos
y Escribiendo un nombre para nosotros en el Libro de la Vida.
Aprovechamos
esta súplica para declarar y reconocer que ha sido Dios quien nos dotó de
labios y pensamiento que conocieran palabras y entendieran cómo glorificarlo,
para que, desde nuestro primer momento, con nuestras primeras palabras y hasta
el fin de nuestros días, estemos siempre cantándole alabanzas y glorificando Su
Santísimo Nombre, que es Justicia, que es Rectitud, que es Derecho, porque Él
vela por todos nuestros derechos y los defiende de todo depredador. No sólo nos
ha dado Mandamientos, también nos ha dado “profetas”, “precursores” que denuncian,
que nos señalan donde reina la injusticia, el atropello, la impiedad, la
iniquidad, donde Él quiere que llevemos la Voz de la Denuncia.
Mc
6, 17-29
Lo que me impresiona es
la multiplicidad de las personas, de las pasiones, de los intereses, de las
mezquindades, de las bellaquerías, de las crueldades que giran alrededor de Juan
Bautista: Herodes, Herodías, la hija, los invitados, los asesinos, los
guardias, todos parecen esclavos de una lógica del poder, de temor, de envidia,
de venganza, de sensualidad.
Carlo María Martini
Jesús
envía sus discípulos comisionados para anunciar el Reino de Dios. Tal vez el hagiógrafo
tendría que seguir su relato narrando cómo les fue en su tarea, después de ser
preparados por el propio Jesús, uno esperaría que continuara en esa línea. Pero
eso no es lo que hace Marcos. Antes de contar que regresaron y cómo les fue, y
que digan que obraron prodigios y que hasta los demonios les obedecían, él pasa
a relatar el “Martirio de San Juan -El Bautista”. Esta interpolación nos
permitiría decir que este evento, pinta cómo les fue. Que el producto fue la
expulsión de demonios, es cierto, pero, antes de que los demonios sean
ahuyentados, ellos tuvieron que asperjar la historia con su propia sangre. Por
eso es que este relato está insertado ahí, para dejarnos ver que la
Evangelización que señaliza la ruta salvífica, está pintado con tinta sangre,
la de los “precursores”: «Son los que han lavado y emblanquecido sus ropas en
la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, y le rinden
culto en su templo de día y de noche; y el que está sentado en el trono los
protege con su presencia»» (Ap 7, 14-15).
¿Cómo
se engancha y que pieza la sirve de puente, a lo que se bien relatando, para
insertar la decapitación del “precursor”? A las noticias que le runruneaban en
el oído a Herodes acerca de Jesús. Aquí se introduce una idea muy cristiana, la
de “resurrección”. (Aquí había que recordar que Marcos no tiene los relatos “resurreccionales”
de Jesús, y sólo nos relata de un “joven” que les dijo a las mujeres que n o lo
buscaran entre los muertos porque Él había Resucitado).
Nos
dice, también que algunos pensaban que Juan era el esperado profeta Elías, que aún
los judíos siguen esperando que vuelva, puesto que se había augurado que Elías
habría de volver -por eso no había muerto, sino que sólo había sido llevado por
una carroza- poco antes que llegara el Mesías.
En
conclusión, ¿qué explicación había escogido Herodes? Se había ido por la de
Juan resucitado.
¿Cómo
empezó esta bronca? Juan le había dicho que no era licito que él viviera en adulterio
con la esposa de su hermano, se granjeó el encono de Herodes y de su mujer, así
que Herodes lo mando a apresar y lo tenía encarcelado.
Con
motivo de una fiesta-banquete que se ofreció por el cumpleaños de Herodes, la
hija de Herodías bailo, uno de esos meneos de cinturita que dejó enloquecido y
con ojos desorbitados a Herodes, y le ofreció que le daría cualquier cosa que
pidiera inclusive medio país del que le habían entregado en administración. Debe
anotarse que Herodes no tenía real autoridad para entregar nada, el país le “pertenecía”
a los romanos que lo sujetaban bajo su imperio. Sin embargo, los investigadores
no dudan que quizás lo ofreciera, puesto que la gente alcoholizada -se pasa de
lengua- y suelen ofrecer hasta lo que no tienen.
La
chica en cuestión -azuzada por su madre- pidió la cabeza de Juan, y un verdugo
fue automáticamente enviado para cumplir la ejecución y traerle a la joven la
satisfacción de aquel cruento capricho. Esto es lo que traemos hoy al corazón. La
memoria de un “precursor”, no solo por ir delante anunciando su venida -como
heraldo-, sino, lo más grande, honra y honor de su vida y su fidelidad, por
haber caminado por delante de Jesús en la entrega de su propia vida por la
causa del Reino. Juan fue precursor, además, con su martirio.
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