1Cor 1, 26-31
El que se gloríe, que se gloríe en el Señor
Las
cosas las vemos según el ángulo en que las miramos. Se dice siempre que según
uno mira, podrá ver el vaso medio “lleno” o medio “vacío”. Es cuestión de
perspectiva. Pero, la perspectiva no es neutral, habla de la riqueza o la pobreza
del corazón: la verdadera sabiduría consiste en saber mirar a Dios y descubrir
en Él, su Generosidad, su Bondad, su Misericordia. Otro ojo, mirando al mismo
Dios, sólo ve a un tirano, un déspota-torturador, un ser castigador y, además,
a un Injusto.
Al
voltear a mirar a nuestra comunidad eclesial podemos ver una escasez de
poderosos, un arrume de “desgraciados”, ningún príncipe, ningún conde, ni
siquiera un duque, y si se descubre uno, sólo es duque de apellido.
Sin
embargo, Dios ha convocado a los necios, a los débiles, a la gente baja del
mundo, inclusive a los despreciados, los que no cuentan, para que ninguno de
los convocados justifique su llamado y saque pecho para enaltecerse por ser tan
santo, o tan justo.
De
esta manera, el Señor ha constituido la comunidad de Corintio, con gente muy
desdeñable desde el punto de vista moral. No les queda más que reconocer la
Bondad de quien los ha llamado, sin exigirles ralea, o privilegios, o abolengos,
o agudeza intelectual o formación académica. Ha puesto la Mesa y servido el
Banquete para que los sitiales fueran ocupados por los más modestos, por los
menos destacados, por los mínimamente encumbrados.
¿Quién
que esté allí sentado podrá enorgullecerse de sus títulos e hidalguías, o
presumir de sus canonjías? Al Banquete del Señor sólo acceden los que tienen
que inclinar su nuca arrepentidos y sólo tienen como pobreza para justificarse,
sus lágrimas penitentes y su intensa contrición por haberle fallado.
El
Señor nos mira desde la Cruz y nos llama, discípulos-amados, para entregarnos a
Su Madre como Madre nuestra, Madre de pecadores, pero Madre de los acogidos por
pura Misericordia.
Continuamos
-justo donde dejamos ayer- esta epístola. Se sigue planteando que en la
“Asamblea” no hay “sabios” de la sabiduría “mundana”; tampoco hay “poderosos”,
los poderosos suelen simpatizar con la sabiduría mundana, es más juegan con
ella, se mimetizan en su fondo, acomodan sus “asertos” para teñirlos con
compatibilidad y hacerlos aparecer como acordes con el pensar que en cada
momento se estila, es lo que se suele llamar “populismo”, y en otro sentido muy
afín, “demagogia”; tampoco conforman este discipulado los que se llaman a sí
mismos “los mejores” (aristocracia), presentándose como gente con una calidad
superior, y se condecoran con un modo de pensar, según ellos, más fino, de
mayor calidad; así bautizan su lógica para hacerla aceptable y para ponderarla.
Dice
la epístola que Dios -por el contrario- ha escogido lo más necio, para poner en
su lugar a los arrogantes. Como se dirá en Lc 14, 11- los que se ensalzan- Dios
los humilla, los que se humillan, Dios los ensalza. No hay otra manera de
alcanzar el Honor Celestial, “el que se gloría, que se gloríe en el Señor”
Nosotros
nos elevamos por la escala de Jacob, subiendo y bajando del Cielo, transitando
como ángeles entre lo mundano y lo espiritual, para mostrar al mundo la Verdad
de Dios: Subimos y bajamos para ir a traer las Luces que Dios nos concede, como
si trajéramos aceite para surtir las alcuzas de los que tienen menester para
iluminar su Sendero Místico. Con nuestra lógica sencilla, podemos hablar sin
revuelos, ni descrestes, sin chisporroteos y sin reventones estrepitosos, sino
teñidos de claridad modesta, descomplicada, inteligible, diáfana. Prístina,
como es la imagen del Señor Crucificado, que es Incontrovertible. Que habla con
la lógica paradójica del Sacrificio por puro Amor.
Sal
33(32), 12-13. 18-19. 20-21
Continuamos
con el mismo himno que entonamos ayer, tomamos otros versos diferentes y como
antífona tenemos también una diversa. Hoy decimos por tres veces: “Dichoso el
pueblo que el Señor se escogió como heredad”.
En
la primera estrofa se observa que Dios está pendiente de toda la humanidad, sin
distingos, pero sus preferencias y su cariño, son especiales, preferencias les
para los de su pueblo elegido.
¿Quiénes
le temen? Son los que se declaran sus devotos, los que le dirigen su
reverencia, son ellos los que ganan las Tiernas Miradas de Dios. Él se desvela
en particular por quienes se ponen en Sus Manos, esperando que la salvación sea
un regalo preveniente de Dios y no confían en nadie más.
Su
seguro, su red, su atalaya es Su santísimo Nombre, Nombre sobre todo Nombre.
Mt
25, 14-30
De
aquí en adelante, el Evangelio según San Mateo se dedicará a la pasión y
muerte: La Pascua liberadora. Esta es la última lección del Evangelio Mateano,
concluimos hoy el estudio de este Evangelio.
-el lunes empezaremos nuestro estudio en 65 lecciones del Evangelio lucano,
a lo que se empalmarán 5 lecciones adicionales en la primera semana de
Adviento, del año Nuevo Litúrgico, ya en el ciclo C-.
Se
ha planteado un aspecto escatológico, a saber, la venida del Reino ya
definitivamente. Estamos ante la “parábola de los Talentos”, se trata de una
parábola porque se está hablando de una cosa, del τάλαντον [talanton]
que era una unidad monetaria que representaba 6000 dracmas, valga decir, 21 600
g de plata. Pero a lo que se alude es a un “potencial de santidad”, una fuerza sanadora
y liberadora, que Dios en su Magnanimidad, deposita en las manos de cada quien,
para que pueda tener que dar, para que pueda darse, para entregarse;
paulatinamente, esta palabra ha llegado a significar la capacidad, habilidad e
inteligencia que tiene alguien para hacer algo, muy particularmente,
interpretar con un instrumento musical, producir obras de arte, o, en fin,
desempeñar su rol laboral con eficiencia.
Podríamos
decir, co-textualizando la parábola, que se está hablando de la habilidad que cada
quien porta para participar en la edificación del Reino. Se construye el Reino
con la Misericordia, y Dios, Dueño y Señor de este Bien, lo da con abundancia a
todos para usar de Él, para el Bien del prójimo. Será el Juicio de las
Naciones, y cada quien será juzgado según el generoso uso que haya dado a la
dote de talentos, para favorecer al prójimo.
Dios
no pone en las manos de cada uno la misma “suma”, dado que no todos contamos
con la misma disposición para hacer florecer lo recibido. Por lo tanto, el Señor
distribuye sus dones, de conformidad con la “rentabilidad” que poseamos, que
demostremos.
Contra
lo que pensamos en nuestra mentalidad contemporánea, no se nos da este “monto”
para el provecho egoísta; el Señor invierte con un criterio altruista:
efectivamente altruismo es antónimo de egoísmo, en el eje oposicional otro/yo =
alter/ego. El egoísmo se desvela por mi interés, el altruismo se afana por
favorecer al “otro”.
Que
caracteriza al egoísmo, la desconfianza en el “otro”. Se nota que el siervo que
enterró su “talento” obró de tal manera porque miró a Dios desde una
perspectiva desconfiada: lo vio “exigente”, “que siega donde no siembra”, y
“recoge donde no esparce”. Aquí hay un aspecto clave de la parábola en el que
no hemos reparado suficientemente: lo esencial que es la imagen que se tenga de
Dios para responder a su “confianza”. Verdaderamente, Él confía en su criatura,
confía ampliamente, le pone a disposición todos sus bienes, y no dispone de
subgerentes, supervisores y guardianes que estén en permanente alerta, y
custodiando con ojo celoso.
Quien
bien respondió a la confianza depositada será honrado con comisiones aún
mayores. Quien desmerezca -con su egoísmo- será relegado a las tinieblas,
disfrutará de su sombría visión de Dios, que representa, no llegar a verlo
jamás.
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