jueves, 22 de agosto de 2024

Viernes de la Vigésima Semana del Tiempo Ordinario

 


1Cor 7, 25-35

Santa Rosa de Lima era una laica, practicaba su religión desde casa, y su forma de vinculación con la vida eclesial se llevaba a cabo a través de la orden terciaria de las Dominicas, la Orden de Predicadores o Familia Dominicana: la primera es la de los frailes, la segunda, la de monjas de clausura y la tercera formada por laicos. Hoy en día, a esta rama se le denomina Fraternidad Laical de Santo Domingo.

 

Es supremamente adecuado, que en su fiesta se hayan elegido las lecturas de manera tan acertada para expresar como dos caras de la misma moneda: no todo santo está vinculado a la fe por su pertenencia y consagración dentro de una congregación religiosa; pero, a su vez, cada cristiano tiene que buscar los canales para darle curso a la sinodalidad, que es la ruta de la praxis comunitaria, ya que -tampoco en la fe- ningún humano es una isla.

 

En el capítulo 7 de la 1a Carta a los Corintios se toca esto desde diversas perspectivas: las personas casadas, los separados, los solteros y los viudos, los matrimonios llamados mixtos, con personas la una cristiana con otra, que no lo es; el asunto de la circuncisión, la cuestión de esclavos al ingresar a la comunidad creyente y los ennoviados. La perícopa de hoy, toma otro rasgo de este poliedro, que es la dupla celibato-virginidad.


 

Con abierta sinceridad y parresia, Pablo declara que lo que va a exponer no se lo ha dictado Jesús, por tanto, lo que dirá, es, sencillamente un consejo, que él, de ninguna manera trata de pasar por debajo de la mesa como Precepto Divino. Y expone los aspectos de la virginidad que le parecen positivos para el proyecto de evangelización que les compete como cristianos.

 

Primero enfoca el cariz del “tiempo corto”, donde seguramente se refería a la perspectiva que entonces enfilaban, esperando que la parusía, fuera un asunto con tintes de inmediatez, esperaban que la vuelta del Señor, su Segunda Venida, estaba al doblar la esquina. No había, pues, tiempo que perder, eso era lo urgente y hacía perentoria la consagración al Anuncio.

 

Cuando su fe excedía el marco del judaísmo y habían llegado a la Iglesia muchos que provenían del no-judaísmo, la tarea a la que estaban llamados, era gigantesca, era colosal, era descomunal. Los compromisos matrimoniales no podían venir a sustraer el medido tiempo de sus vidas para asumir el encargo que Dios les había depositado en las manos.

 

¿De qué modo podía el matrimonio quitarles el tiempo que tenían para la evangelización? Pablo era muy consciente que cuando alguien se casa, sus obligaciones mayores, son las tocantes a la labor domestica de construcción de familia, y los miembros de la pareja, están obligados a consagrarse a la atención de su cónyuge, afanándose en “agradarl@ en todo”. Una persona urgida en estos menesteres ¿de dónde podría sacar tiempo para los esfuerzos que requiere la edificación de una comunidad creyente?

 

Sal 45(44), 11-12. 14-15. 16-17

Los salmos reales son salmos que se concentran, enfocados en alguna -especifica- de las facetas del protocolo de entronización. Para el pueblo de Israel, el gobernante no era un Dios, era sencillamente, alguien que Dios había escogido para pastorear a su pueblo. Ese “elegido” estaba supuesto a guardar la Voluntad de Dios. No es fácil decodificarlos, puesto que no tratan de adular al rey, pero tampoco tratan de menospreciarlo; siguiendo un lenguaje estereotipado, trata de darle atributos de realce, no lisonjas.

 

La entronización era, pues, una copia -nada mecánica- de las entronizaciones que se estilaban en los pueblos circunvecinos. Ese esquema de “entronización” se fue modificando de acuerdo a las modas de los imperios sucesivos o según el capricho del monarca de turno, pero su influencia aun sobrevive en las culturas que guardan rastros de gobiernos reales. Cuando la relación entre el plano religioso y el político no se había desgarrado, una parte de la ceremonia era en el Templo y la segunda parte en el Palacio. En la Primera parte el monarca recibió los elementos de su sacerdocio; en la segunda, y por escrito, el monarca recibía su Nombre y su encargo, según la voluntad divina. Sucedía la aclamación y el reconocimiento popular.

 

El verso responsorial nos hace ver que el salmo se ha “cristificado” para expresar la aclamación del pueblo, significado por una esposa, la doncella que con tintes conyugales lo recibe, la analogía es entronización boda.

 

En la primera estrofa del salmo se le advierte a la “novia” deshacerse de compromisos anteriores, romper os lazos de dependencia de su parentela para “pertenecerle” enteramente a su Esposo.

 

La segunda estrofa se refiere a la presentación y entrega de la novia, engalanada, a su consorte. La novia es presentada con atuendo de perlas y brocado.

 

En la tercera estrofa, se da consuelo a la Novia, que debe separarse de sus padres; a cambio, recibirá hijos que serán su parentela legítima: esos hijos serán los miembros del nuevo pueblo real, llenarán con plenitud el vacío dejado por la ausencia de los padres.

 

Mt 19, 3-12

“Así que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe”.

Mt 19, 6


 

Hemos establecido una pauta: estamos en desarrollo de un curso de sinodalidad que Jesús brinda a sus discípulos en esta parte del evangelio de San Mateo. Y los fariseos vienen con su punto de vista de desmonte y hacen su aporte a la división: vienen a tratar de socavar la Alianza, introduciendo -de contrabando- la idea de la disolubilidad del matrimonio.

 

Si uno se queda en la superficie de la Palabra, siempre encontrará alguna frase que desarticulada y descontextualizada parece avalar lo que nos plazca proponer. En este caso, la “carabina de Ambrosio” era el pretendido permiso que les había prodigado Moisés: “darle un acta de divorcio y repudiarla”.

 

Aquí viene otra enseñanza de Jesús sobre la manera correcta de ir a las Escrituras: No quedarse en los puntos y las comas, y enamorase de los signos de puntuación y otras minucias de la grafía, sino, adentrarse en el espíritu de la Ley, yendo siempre al trasfondo: al “Proyecto originario de Dios, aquel que Él diseñó desde el Principio”, lo que contenía el eje de su Economía Salvífica, ya que Él no tiene pegada la nariz a la inmediatez, ni a nuestra volubilidad, sino que sus Ojos están fijos en una proyección a lontananza: oteando el esjatón.


 

Uno se puede dar cuenta que Dios iluminó en el corazón de Moisés cierta flexibilidad, porque a nuestro corazón le cuesta mantenerse coherente dentro de un trazo recto que Dios prodiga, y se hubo de conceder un “ablandamiento” mientras maduramos y superamos nuestra “dureza de corazón”.

 

Por eso, -si lo recordamos- el Señor se encontró con la emergencia de efectuar en nosotros un trasplante de miocardio, para sustituir la piedra que llevamos en el pecho y proporcionarnos un corazón dulce y tierno, capaz del perdón, de la comprensión, del empeño tesonero para sacar un proyecto adelante.

 

A estas alturas sospechamos que también se requiere un trasplante de vértebras cervicales, dada la dureza de cerviz. ¿Cómo se podría acoger un proyecto sinodal en el pecho de los que antes de empezar ya están dispuestos a “tirar la toalla”? Sobre la “unidad” pende, desde entonces, la guillotina que sentencia -prematuramente- la continuidad de la Alianza. La consigna, creo que ahora es: ¡Ante la más pálida inconformidad, ante cualquier contradicción o diferencia de opinión, esta vaina se acabó! ¡Me iré donde me lleven la idea! He oído que el discurso termina con una frase, enigmática, pero seguro contundente por su sonoridad y su grafico símil culinario ¡Ábrase como una yuca!

 

Allí va a parar la tan mentada “sinodalidad”, a la fractura longitudinal de una yuca. Y es que este tema, traspasa las fronteras del proyecto domestico de una pareja y se incrusta -como la esquirla de un proyectil- en el centro mismo del Proyecto de Iglesia que Dios nos entregó.

 

Hay estados de vida que no son para todos: Refiriéndose al voto de “castidad” bajo el cacofemismo de “hacerse eunucos”, lo enfoca, dando prelación a la “renuncia” que ese voto entraña. De verdad que hay tres clases de “eunucos” -como lo dice la perícopa- a) unos que nacen así, digamos “genéticamente programados” para vivir el estado célibe, solteros redomados; b) otros que fueron emasculados por sus semejantes para reducirlos a esa condición, en particular, los que fueron castrados para ser “guardianes de cama”, cuidar y servir princesas, hijas de reyes y/o amos, vigilantes y protectores de damas de la alcurnia; y, finalmente c) los que renuncian a su sexualidad para consagrarse enteramente a Dios y servirle con totalidad, con plenitud, enteramente. Estos últimos -no lo son por capricho-, hacen una opción de donación, y es la fuerza de Dios la que los asiste, como dice San Mateo, lo hacen por “el Reino de los Cielos”. ¡Es un Don del Cielo! Para muchos, es una locura, y no lo pueden concebir; así, hay quienes se declaran absolutamente impotentes para captar el significado de ese “Voto”.


 

Muchos son los que se quedan atascados en sus consignas de separabilidad y con la otra mano blanden su garrote separatista de lo “innovador”, “lo que está a la orden del día” y les parece que toda posición en contra es “trasnochada”. Si se disuelve la fidelidad e indisolubilidad conyugal, se socaba también la solidez de la relación con Dios a quien solo acepto mientras me da la gana y se ajusta a mis gustos y acomodos. Pero si Dios llega a proponer algo que se salga de la órbita de mis agrados, ahí mismo presento mi “libelo de separación”. ¡Sólo quien pueda entender, lo entenderá! Y sólo entenderá quien sea capaz de acatar la Voz de Dios.

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